Historia | Las “familias” políticas en el franquismo

Por Eduardo Montagut

Los grupos políticos que apoyaron la sublevación militar de 1936 componían un abanico ideológico amplio, aunque siempre en el ámbito de la derecha. Su alianza estaba basada más en su rechazo a la República y todo lo que ella conllevaba, como el laicismo, libertades, democracia, partidos políticos, autonomías, reforma agraria, etc…, que en aspectos comunes, aunque los tuvieran.

Los elementos que unían a todos los grupos, de profundo carácter conservador, fueron los siguientes: la confesionalidad católica del Estado, la implantación de un poder nacionalista español fuerte y centralizado, sustentado en los principios de unidad de España, autoridad y jerarquía, y la imposición de un orden social rígido, basado en la defensa de la familia y de la propiedad privada.

En primer lugar, estarían los monárquicos, divididos en dos grandes grupos ideológicos: los carlistas o tradicionalistas y los juanistas. Los primeros, cuya organización había quedado integrada en el partido único creado en la guerra, la FET y de las JONS, seguían manteniendo sus señas de identidad. Aunque colaboraron con el franquismo, algunos sectores terminaron por alejarse, en cierta medida, del régimen. Estos últimos ha sido definidos alguna vez como los perdedores de los vencedores. Los juanistas eran los partidarios de la restauración en el trono del heredero de Alfonso XIII, su hijo Juan de Borbón. Tanto unos y otros aspiraban al restablecimiento de una monarquía católica y autoritaria, pero con algunas diferencias. Los carlistas carecían de un candidato claro e incidían más en la tradición de los fueros. Los juanistas optaban por la línea dinástica reinante en España y rechazaban autonomías y fueros locales. En los años cuarenta, Juan de Borbón optó por buscar el restablecimiento de la Monarquía pero ya parlamentaria, lo que provocó su distanciamiento con Franco.

El número e influencia de los falangistas había crecido vertiginosamente durante la guerra. Sus planteamientos estaban muy cerca del fascismo, pero la muerte de José Antonio Primo de Rivera, su fundador y principal teórico, y su posterior fusión con los carlistas (tradicionalistas) en un partido único -FET y de las JONS- bajo la inmediata autoridad de Franco, les hicieron perder parte de sus señas de identidad en aras de la sumisión total al dictador. En todo caso, siguieron aspirando a la creación de un régimen totalitario controlado por un partido único, el Movimiento Nacional, nombre con que el régimen denominaba la Falange para evitar la utilización del término partido. En los primeros años del franquismo la Falange logró una gran influencia en la sociedad. Era debido a su implantación social en la guerra y porque era el único grupo que disponía de un discurso ideológico preparado para llegar a las masas. Controlaban la propaganda –prensa y radio- y la organización sindical, defendiendo el nacionalsindicalismo. Con la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial, Franco se fue distanciando de los planteamientos totalitarios de los falangistas. Aunque éstos siguieron ocupando puestos importantes en el régimen, fueron perdiendo poder y fuerza frente a los católicos, que proporcionaban mejor imagen exterior.

Los católicos no pertenecían a ninguna corriente o partido político concreto, aunque muchos habían militado en la CEDA, pero estaban inscritos en alguna de las dos organizaciones católicas: la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y el Opus Dei. La primera se había fundado en 1909 con el fin de difundir el pensamiento católico y combatir el anticlericalismo. Su órgano de prensa fue “El Debate”, sustituido en época de Franco por el diario “Ya”. Uno de sus principales frentes de actuación era la defensa de la enseñanza católica. Con el franquismo colaboraron activamente en todos los gobiernos.

El Opus Dei se creó en Madrid en 1928 por Escrivá de Balaguer, aunque su fundador y la dirección del mismo pasarían a estar en Roma. A partir de los años cincuenta se expandió por muchos países. Su objetivo era la santificación personal de sus miembros, quienes debían poner especial interés en aplicar los valores cristianos en el trabajo. En la España franquista el Opus Dei alcanzó un gran poder, precisamente por su expansión y por la alta cualificación profesional de sus miembros. A finales de los años cincuenta y en los sesenta figuras destacadas de la Obra alcanzaron altas responsabilidades en el régimen, los conocidos como los tecnócratas, por su labor dentro del régimen más orientada hacia la eficiencia técnica y administrativa que a cuestiones ideológicas, más propias de los falangistas.

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