Por Puño en alto
Como toda sociedad e institución que se precie, la Iglesia Católica necesita de sus reglas. En su caso, las reglas son los Diez Mandamientos, aquellos que, según las escrituras, Moisés recibió de Dios en el Monte Sinaí para ayudar a su pueblo escogido a cumplir la ley divina. Recogen la Ley dada por Dios al pueblo de Israel durante la Alianza hecha por medio de Moisés, con el fin de proporcionar un camino de vida liberado de la esclavitud del pecado.
Estos Diez Mandamientos contienen una lista de reglas religiosas y éticas que son de fundamental importancia en el cristianismo. Una serie de preceptos obligatorios que el hombre debe haber cumplido antes de recibir penitencia y que para los católicos se analiza a través del llamado examen de conciencia.
Huelga relacionar los mandamientos, ya que no es intención aquí hacer una reflexión pormenorizada del significado de cada uno de ellos, todo lo contrario. Pero sí, se pretende resaltar que algunos de ellos se han quedado, sobre todo en las actitudes y comportamientos de muchos de los prebostes de la Iglesia, en papel mojado a lo largo de la historia y en la más absoluta y rabiosa actualidad.
Según el catecismo, los diez mandamientos se pueden resumir en dos: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”; en esto último es oportuno detenerse y cómo lo entienden algunos de los encargados de expandir este precepto. Cabe preguntarse: ¿Cuánto amor sienten por el prójimo esos obispos y sacerdotes cuando decidieron saltarse el turno de vacunación? La respuesta es obvia, el amor que sienten por sí mismos debe ser enorme como para saltarse el turno de vacunación y si, según el precepto, ese amor debe ser igual al que sienten por el prójimo, pues enorme debe ser también. Fuera de toda ironía y al margen de toda connotación religiosa, es impresentable y absolutamente reprobable la actitud de esos obispos y sacerdotes que se han saltado el turno de vacunación.
La cuestión aún empeora cuando se ha podido comprobar que han mentido al intentar justificar sus actitudes. Esto es, que también han contravenido el octavo mandamiento que dice: “No darás falso testimonio ni mentirás”. Un mandamiento que va en contra de todas las formas de mentira, obligando a defender la verdad sea cual sea las consecuencias de ello. Como se puede comprobar, el arrepentimiento, la penitencia y el correspondiente examen de conciencia de los saltas turnos, trinca vacunas con sotanas, como ya se les conocen, ha brillado por su ausencia. Estos sin vergüenzas, caras duras e insolidarios son los mismos que, con voces atipladas y léxico desbordante de moralina e imbuidos en sus lujosas mitras y casullas, desde los pulpitos pretenden dar lecciones de ética y moral.
Todo ello demuestra que el único precepto, aunque no reza en los llamados Diez Mandamientos de Dios ni en aquellos otros cinco conocidos como los mandamientos de la Santa Madre Iglesia, que no han incumplido es ese otro que se relaciona con la hipocresía religiosa. Una constante en el devenir histórico de esta Iglesia y que se puede resumir en aquello que suena a justificar lo injustificable: “haz lo que bien digo y no lo que mal hago”, que de manera mundana se entiende como que quien hace la ley hace la trampa.
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