Héroes

El mito de Teresa de Calcuta fue creado por un periodista ultraconservador de la BBC en 1968, y luego no hizo sino crecer sin que las críticas le hicieran mella.

Por Antonio Monterrubio | 26/04/2025

Si en su época Otto Rank estudió el Mito del nacimiento del héroe, hoy resulta más urgente reflexionar sobre su fabricación. Un caso paradigmático es el de la Caridad hecha carne, del Amor al prójimo ambulante, Anjezë Gonxha Bojaxhiu, más conocida bajo el nombre de Madre Teresa de Calcuta.

Elevada a la santidad por la vía de apremio por una Iglesia Católica escasa de héroes, es ejemplo a imitar para toda religión, creencia y confesión, incluyendo agnósticos o descreídos. Se la expone como símbolo de abnegación y se barren bajo la alfombra sus repetidos alegatos en foros con gran audiencia contra los anticonceptivos y otros avances sociales. Consideraba la interrupción voluntaria del embarazo como el mayor drama que aquejaba a la humanidad. Eso viviendo en un país donde millones de personas pasan hambre a diario. En 1996, acudió rauda a Irlanda en apoyo de los opositores al divorcio, pero a los pocos meses aplaudió la separación de la princesa Diana, distinguida donante de sus obras pías.

El tema de sus mecenas merecería especial atención. Entre ellos figuraban personajes tan recomendables como Keating, el rey del bono basura, que estafó sumas millonarias a más de 20 000 inversores. No tenía ningún problema de conciencia en tratar con quien pudiera aportarle fondos, con esos mismos mercaderes a los que Jesús expulsó a zurriagazos del templo, que habían convertido en «cueva de ladrones» (Lucas 19). Habiendo recibido cataratas de premios, donaciones y subvenciones para sus empresas religiosas, jamás hizo públicas sus cuentas –su reino no es de este mundo– aunque «se sabe, porque lo dijo muchas veces, que fundó unos quinientos conventos en cien países –y nunca puso una clínica en Calcuta–» (Martín Caparrós: El Hambre).

Otro dato obviado por los hagiógrafos es su querencia por los dictadores –eso sí, con ecuanimidad cristiana– de cualquier signo. Tan pronto alababa a Baby Doc definiéndolo «amigo de los pobres» como depositaba flores en el monumento a Hoxha en su país natal. Todo el dinero era poco con tal de atender a los necesitados, incluso si estaba manchado de sangre. Bien, admitamos que se pueda ser un reaccionario de tomo y lomo, sin embargo paradigma de piedad y empatía. Pero es que su labor mayormente consistió en mantener un moridero en Calcuta para que, en vez de acabar en la calle, los desheredados agonizaran bajo techo, algo más aseados –al parecer, no mucho– y supuestamente acompañados.

El mito de Teresa de Calcuta fue creado por un periodista ultraconservador de la BBC en 1968, y luego no hizo sino crecer sin que las críticas le hicieran mella. Un día sí y otro también, se hablaba de los hospicios que había fundado en los barrios miserables de la capital bengalí, poniendo a desgraciados y desahuciados al abrigo de la mugre. De poco sirvieron los peros expresados por ciertos profesionales de la salud. Robin Fox, editor de The Lancet, la prestigiosa revista médica británica, los visitó en 1994, y volvió escandalizado. No encontró en ellos ni una sola persona con competencias sanitarias y, por ende, no existían diagnósticos ni terapias adecuadas. Hacinados, convivían moribundos con enfermos infecciosos, sin que a nadie se le ocurriera que quizás a la ciencia médica le correspondía un lugar entre tanta caridad. Mary Loudon, del British Medical Journal, confirmó tales barbaridades añadiendo descripciones de condiciones insalubres, reutilización de agujas hipodérmicas o negativas a la dispensación de analgésicos.

Estos datos y otros muchos se recopilan en el artículo de Pablo MM publicado en Contexto, significativamente titulado El ángel del infierno. Ese apelativo le fue aplicado por el polemista Christopher Hitchens en un libro que, casualmente, no ha sido traducido al español (The Missionary Position: Mother Teresa in Theory and Practice). Este era el tenor de su amor al prójimo.

Era una auténtica teóloga del sufrimiento, según la llamó Colette Livermore. En su entusiasmo por la miseria y el dolor, las declaraciones de la Madre no tienen desperdicio: «Hay algo muy bello en ver a los pobres aceptar su suerte, sufrirla como la pasión de Jesucristo. El mundo gana con su sufrimiento» (cit. por Caparrós: ib.). Esto guarda poca relación con la devoción por la humanidad, que debería consistir no en acoger a la gente para que muera en olor de santidad, sino en ayudarla a vivir mejor.

Ahora bien, seguramente la mayor mistificación sea la sistemática ocultación del hecho de que cuando ella enfermó gravemente, se hizo trasladar a reputados hospitales dotados de los mejores equipamientos. Fue tratada en California de neumonía en 1991 y de dolencias cardiacas en 1997, y recibió cuidados paliativos de primera calidad al llegar su momento. La belleza del sufrimiento estaba destinada solo a los pobres. Espléndido ejemplo de caridad cristiana el dejar tanta hermosura para disfrute exclusivo de los menesterosos, mientras los buenos cargan con la fealdad de los avances científicos.

La caridad no comporta necesariamente empatía con el dolor ajeno, solidaridad con la indigencia o identificación con los que sufren. Muchos clérigos y seglares la contemplan como un mandato divino más cuyo cumplimiento, incluso a desgana, les reportará beneficios futuros, una prometedora inversión en el negocio de la salvación eterna. Esta perspectiva tiene tras de sí acreditadas elaboraciones teóricas.

El erudito parisino del siglo XIII Humbert de Romans evocó esta visión tradicional de la caridad en un sermón que pronunció ante los administradores de un hospital de caridad para los pobres: la caridad es un acto «en servicio del creador» en el que no entran las emociones del cristiano (Sennet: Carne y piedra).

En otras palabras, es posible ser caritativo sin dejar de sentir no ya indiferencia, sino desprecio por los desgraciados. La filantropía hipócrita cuenta con una larga historia que dista de haber concluido. Es de justicia reconocer que dar solidez a las nociones de compasión y misericordia fue un gran aporte judeocristiano al proceso de civilización. Por eso es tan triste ver cómo dignatarios, pastores y adeptos que se consideran guardianes de esa herencia la traicionan y embarran.

Teresa de Calcuta era uno de los ídolos de Juan Pablo II, otro héroe de nuestro tiempo sobre cuyas facetas oscuras –que no eran pocas– se han lanzado toneladas de tierra informativa al objeto de sepultarlas lo más profundamente posible. Su férreo conservadurismo en lo referente a aborto, contracepción, divorcio u homosexualidad ya sería suficiente para arrojar duda acerca de su carácter de modelo, puesto que deja desamparadas a víctimas de situaciones injustas, crueles y absurdas. La carencia de amor cristiano en tal obsesión por la ortodoxia moral es muy reveladora.

En cambio, y a pesar del silencio cómplice de los medios, es conocida la infatigable energía que dedicó a encubrir los miles de crímenes de abusos y pederastia en los que se vio envuelta la Iglesia a lo largo de su pontificado, por no hablar de los tejemanejes de las finanzas vaticanas. He ahí un magnífico ideal de conducta para la sociedad actual. ¿Qué decir de su respaldo sin fisuras hasta el final de su vida al siniestro Maciel y sus talibanes católicos autodenominados legionarios de Cristo? ¿Cómo no se le cayó la cara de vergüenza cuando en un viaje a México, mientras los escándalos acechaban ya a su fundador, se atrevió a recitar «Se nota, se siente, legionarios están presentes»?

Claro que algunos de los que alabaron incondicionalmente su labor apostólica recibieron con menos entusiasmo las hazañas de los retoños ideológicos que dejó en su Polonia natal, el inenarrable partido Ley y Justicia (PiS) de Kaczynski, que tantos quebraderos de cabeza ocasiona a la Unión Europea con su xenofobia y autoritarismo.

Si para mantener la reputación de los héroes del Sistema se tapa sistemáticamente lo que pudiera enturbiarla, en el caso de otros lo que se pretende ocultar es precisamente su relación problemática con el propio Sistema. Al referirse a Martin Luther King, raramente se cita su irreductible oposición a la guerra de Vietnam, a la que tildó abiertamente de genocidio, lo que le acarreó el alejamiento de la administración Johnson, e incluso de líderes negros moderados. Igualmente se echa tierra sobre el hecho de que su último acto público, antes de su asesinato en Memphis, fue en apoyo a la huelga de trabajadores de la limpieza, conflicto social en el cual el tema racial era secundario. Como se ve, esto no casa con la imagen de Tío Tom algo rebelde pero beato, moderado y apalancado que se nos quiere vender del reverendo King.

Oigamos unas frases de un discurso suyo del 16 de agosto de 1967, mencionado por Chomsky en Réquiem por el sueño americano.

¿Por qué hay cuarenta millones de pobres en los Estados Unidos? […] cuando empecemos a preguntárnoslo, también empezaremos a cuestionar el sistema económico, y a desear una mayor distribución de la riqueza. Cuando nos hacemos esta pregunta, empezamos a cuestionar la economía capitalista. Simplemente afirmo que hay que cuestionarse toda la sociedad.

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