Por Ástor García
Estimado lector, no sé si eres de esas personas que creyeron que con el Gobierno de coalición socialdemócrata las cosas iban a cambiar radicalmente. Tampoco sé si, a lo largo de estos meses, te has ido dando cuenta de que el discurso de las distintas fuerzas que forman esa coalición no cuadra en absoluto con los hechos. Tal vez seas una de esas personas desencantadas que ha recibido tantos palos y tantas frustraciones políticas a lo largo de su vida que ya desconfía de cualquiera que le hable de revoluciones. No sé mucho de ti, pero espero que tengas en cuenta las reflexiones que van a ir saliendo en esta columna.
Durante muchos años, demasiados, te han dicho que el tiempo de las revoluciones ya pasó. Te han querido convencer de que ya sólo cabe poner parches a los problemas sociales que ves a diario, que sufres a diario, porque no hay alternativa real al capitalismo. Muy probablemente has pensado que eso es cierto, sobre todo cuando has visto cómo viejos comunistas y viejos revolucionarios se iban introduciendo y acomodando en el redil de lo posible, del pragmatismo, de la pretendida realpolitik que utiliza el hecho de que los capitalistas dejan estrechos márgenes de actuación a sus gestores políticos como excusa para renunciar a toda propuesta de superación de esos márgenes.
Has visto a muchos pretendidos revolucionarios venderse por muy poco, por tan poco que hasta te has llegado a preguntar si alguna vez tuvieron algo de dignidad.
Has visto de todo, pero tus problemas y los de la mayoría de la población siguen ahí. Quienes te prometían solucionarlos se han convertido en parte del problema y han solucionado su vida, pero la tuya va a peor año tras año.
Pese a todo lo que has visto, pese a todas las traiciones y renuncias, pese a los engaños, no te rindas, porque hay soluciones. Soluciones que pasan, en primer lugar, por no dar por hecho que el capitalismo es lo único viable, por romper con los falsos dilemas que se nos presentan a diario para que elijamos entre lo malo y lo peor, por asumir que la mayoría trabajadora no puede confiar más que en sus propias fuerzas para lograr cualquier victoria y por proponer algo tan sencillo como que el objetivo por el que se debe luchar no es dulcificar la explotación, sino acabar con ella de una vez por todas.
Hay quien seguirá diciendo que el tiempo de las revoluciones ya pasó hasta que la revolución se le eche encima. No te extrañes por ello. No te lo creas. Tampoco te rindas. Porque razones y motivos para la revolución los hay, y de sobra. Lo que hace falta es que nos pongamos a ello.
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