A lo largo de los más de cuarenta años que comencé a investigar sobre los españoles en los campos nazis –porque había habido muertos de mi ciudad en Mauthausen y esa fue la chispa de inicio-, he ido viendo cómo los testimonios se multiplicaban.
Por Pepe Sedano | 14/01/2024
XXIX.- LOS SUPERVIVIENTES NOS CUENTAN… (II)
DACHAU
Próximos al final de esta prolongada visita, a través de la ventana de NR, a las entrañas de los campos de concentración nazis durante la II Guerra Mundial, vamos a ver –en nuestro caso, leer-, algunas de las sensaciones –tras el paso de los años por sus vidas-, que me hicieron saber aquellos republicanos españoles que un día, sin saber el porqué, fueron obligados a subir a un vagón de ganado que formaba parte de un convoy ferroviario y –para mayor sufrimiento suyo- tampoco conocían el punto de destino hacia donde ese tren se dirigía. De un tiempo a esta parte se ha generado una cuantiosa bibliografía en la que se han tratado, bien por historiadores, bien por estudiosos –como es mi caso-, bien por los propios deportados que guardaron con celo los apuntes que fueron haciendo algunos, cuando podían y siempre a escondidas, y cuando obtuvieron la libertad –pasado un tiempo más que prudente-, les hicieron saber a familiares y amigos lo que habían ido escribiendo cuando tenían esa oportunidad y no les iba la vida en ello y, al fin pudieron publicar aquellos renglones, robados a su escaso tiempo disponible, que con mano temblorosa fueron describiendo lo que estaban viviendo y sufriendo cada uno de sus días de cautiverio.
A lo largo de los más de cuarenta años que comencé a investigar sobre los españoles en los campos nazis –porque había habido muertos de mi ciudad en Mauthausen y esa fue la chispa de inicio-, he ido viendo cómo los testimonios se multiplicaban. Al principio fue una odisea puesto que en nuestro país, como creo que comenté en alguno de los capítulos anteriores, no había publicación alguna sobre este particular con la excepción del libro de Montserrat Roig, en catalán, “Els catalans als camps nazis”. Las primeras publicaciones me llegaron, desde Francia, en castellano y me las remitía un paisano mío, Lorenzo González Salmerón, que había sobrevivido a Dachau. Esos primeros contactos con él fue a través de una correspondencia epistolar fluida –uno de sus hermanos, Antonio, residente en Berja entonces, me había facilitado su dirección francesa-, donde empezó a contarme parte de su vida como deportado. He de reconocer que se expresaba a su manera, en forma telegráfica –y muy agradecido por aquellas primeras misivas que recibía con ansia de leerlas en el mismo momento para seguir sabiendo-, pero en las que también se podía leer entre líneas pues daba bastante información sin escribirla.
Esas cartas, por un lado, y la visita que le hice a Francia, concretamente al pequeño pueblo de Laguèpie, donde residía –a unos 100 km al norte de Toulouse-, donde le hicimos una grabación de dos cintas de casettes por ambos lados, por otro, fueron el corpus documental para que escribiera uno de mis libros contando su historia que, creo, ya he citado en algún artículo anterior. Lo titulé “Deportado a Dachau… y sobrevivió. Lorenzo González Salmerón, desde Berja hasta el Infierno”. En él se recogen testimonios inimaginables de lo que pudo presenciar, por ejemplo, la misma noche de su llegada al campo nazi de Dachau después de casi dos meses y medio de viaje desde que salió del campo de refugiados –de concentración dicen algunos autores- francés de Vernet d’Ariedge para formar parte del convoy que, con el tiempo, se le denominaría “El tren fantasma”, aunque él nunca supo que había sido un pasajero de ese tren. Escrito de su puño y letra se puede leer que esa misma noche, al llegar, vieron –formados como estaban, esperando órdenes de las SS-, como una muchacha que deambulaba por el campo fue observada por uno de los soldados que, sin decir nada, soltó el perro de presa que sostenía y el dóberman corrió hacia ella. Al llegar a su altura se abalanzo violentamente contra la pobre desgraciada, la arrojó al suelo y, allí, en la oscuridad, comenzó a morderle sus partes íntimas hasta que le llegó la muerte sin que nadie hiciera nada por detener a ese animal.
Se lamentaba en una de sus cartas, concretamente la que databa el 25 de agosto de 1981, de cómo trataron a los inválidos que, como él, casi que los abandonaron –le faltaba parte de la pierna derecha, por debajo de la rodilla estaba amputado, debido a un ametrallamiento de la aviación alemana en la guerra de España en un lugar próximo a Bujaraloz, en Zaragoza, que le destrozó el tobillo. Era conductor de camión y la bala atravesó el techo y le alcanzó la pierna-. Cuando llegó a Francia, procedente de Dachau, esto fue lo que se encontró: “Entrada en Francia el 29 de junio de 1945 –había sido liberado el 29 de abril. NA.-, y a pesar de los muchos inconvenientes que tube que aser frente hasta tanto no pude arreglar mi situación osea encontrar un patrón que me isiera un contrato de trabajo, cosa que no era fácil, debido a estar mutilado, osea, faltarme una pierna, hasy es que al fin encontré un señor frances, que tenía una fabrica de zapatos y este señor se comprometio, y en esa casa trabaje 18 años, pero el problema era que yo no savia hablar el frances ni conosia ese trabajo, asi es que de los franceses estoy muy agradecido, lla que los españoles cada uno tiro para un sitio y los inbalidos y mutilados quedamos completamente abandonados». He transcrito este texto respetando la grafía original. Apenas había estado en la escuela pero se puede leer perfectamente lo que quería decir, no importa –en este caso-, si la ortografía esté bien o mal. Es más que suficiente.
En mi viaje a su casa francesa, una de las preguntas que le hicimos fue que si aún, después del tiempo transcurrido, se le venían imágenes u otras cosas a la mente recordatorias de su paso por Dachau. Con vehemencia nos dijo: “Sí, antes tenía más sobresaltos… Ahora está uno más tranquilo… aunque, ha habido noches que no he podido estar en la cama… y, fíjate… no es a menudo pero… cuando te vienen las imágenes [se detiene. NA.]… la verdad es que te pones triste. Antes eran más constantes las imágenes”.
Le volvimos a preguntar –si es que aún lo recordaba-, cómo fue el día de la liberación del campo por las tropas norteamericanos. No exagero si les digo que los ojos se le abrieron, como dos ventanas, de par en par, y nos dijo: “Sí, como no, serían sobre las cuatro de la tarde. Yo estaba tumbado. Y conforme iban entrando nos dijeron que formáramos delante de los barracones”. Nuevamente insistimos, en esta especie de “interrogatorio” por querer saber más, dándole rienda suelta a nuestra curiosidad, le volvemos a interpelar sobre la entrada del ejército americano en el campo. La verdad que no esperábamos esa respuesta tan enérgica y contundente como nos contestó pero parecía que estaba viviendo ese mismo momento de la liberación cuando nos lo estaba contando a nosotros. Volvió la vehemencia a sus palabras y así nos dijo: “¡¡No entró el ejército!! ¡Ya te digo! Solo entró un coronel y cuatro soldados y vieron lo que allí había, y se fueron de momento pero, al día siguiente… Llegó casi una División entera. Desde las ocho de la mañana, hasta las doce…¡pum! ¡pum! No paraban de llegar soldados. ¡Y con la niebla que había, yo no veía ná! Y venga… ¡pum! ¡pum! ¡pum! ¡Parece que las barracas se levantaban p’arriba! Y vinieron franceses, y vinieron poloneses ¡Porque decían que tenían familia… Y era verdad! Porque en la barraca donde yo estaba había uno que era hermano ¡Y no veas la alegría que les dio verse! Resulta que estaban en el maquis los dos, pero a uno lo cogieron y lo trajeron aquí”.
Lorenzo se afincó en ese pequeño pueblo galo, a orillas del río Viaur, que es afluente de otro río que también pasa por el pueblo llamado Aveyron. Este último es, a su vez, afluente del río Garonne. El río Tarn y el Garonne le dan nombre al departamento, es decir, el Tarn-et-Garonne. La proximidad de su humilde vivienda al río Viaur fue la causante de un gran susto que se llevó debido a la crecida del mismo por fuertes lluvias. Sobre mi pregunta de cómo había pasado el invierno de 1981, en una epístola enviada a mi casa, con fecha 15 de febrero de 1982, me decía lo que sigue: “(…) pues a la presenta ba bastante bien [en el año 1982. NA], pues el invierno, apenas si se conoce, por el contrario el año 1981 me ha dejado un [in]grato recuerdo, lla que el Domingo día 13 de Diciembre, a las 11 de la noche, tube que abandonar la casa, osea que yo me fue a la cama, a las 10, y a las 10 ½, sono el teléfono, y era el teniente de bomberos, hasy es que acto seguido me levante, y lla había casi un metro de agua en la casa, hasy es que me saco un bombero a cuestas, hasy es que todo el pueblo estuvo inundado, y dentro de la casa ubo 2 metros y medio, hasy es que lla podeis daros una idea, fue una verdadera catástrofe (…)”.
Estando en casa de Lorenzo y en un momento en que le dejamos respirar de tanto como le estábamos preguntando y él –no nos lo dijo pero en sus ojos se le notaba la amargura que tenía por traer nuevamente esos recuerdos para contárnoslos-, algo apesadumbrado cogió el teléfono y comenzó a hacer una llamada. Pasados unos segundos al otro lado del auricular alguien comenzó a conversar con él. Le dijo Lorenzo que en su casa había gente de Berja, concretamente le dio mi nombre y le comunicó que estaba haciendo un trabajo de investigación sobre los españoles deportados a los campos nazis en general y sobre los almerienses en particular y le dijo que me pasaba el teléfono para que yo hablara con esta desconocida persona para mí. Resultó ser nuestro paisano José Parra González, otro deportado de Berja que había sobrevivido al campo de Mauthausen, a pesar de haber sido de los primeros en llegar el día 6 de agosto de 1940, como podemos comprobar por su número de matrícula que era el 3423. Él siempre estuvo en el campo principal –esto escribíamos cuando redactábamos estos renglones para el libro que he referenciados en páginas anteriores-, pero no era cierto. Después de publicarse el libro me ha llegado nueva información del Archivo de Arolsen sobre su persona. En uno de los documentos –son varios-, consta que también estuvo en el campo de Buchenwald antes de llegar al de Mauthausen. Tras la liberación –como todos los españoles-, fue llevado a Francia y allí rehízo su vida. Él se afincó en la localidad de Frouzins, a unos 110 kilómetros del lugar donde vivía Lorenzo. La conversación, desde luego, fue corta. Yo diría que demasiado corta, apenas llegó a los cinco minutos. Estaba distante, contestaba con monosílabos, se mostró –a través del cable telefónico- reacio a dar información sobre ese particular. Seguramente no quería volver a recordar aquellos momentos tan crueles e injustos que pasó dentro de los muros de aquel campo austríaco. En parte se le podía comprender. Le agradecí que me hubiera atendido esos minutos al teléfono y me alegré que también estuviera vivo en aquellos momentos. Aunque no le conocí en persona, al menos había podido hablar con otro paisano mío que había sufrido en sus carnes, y de qué manera, el escarnio y la injusticia nazi. Yo tenía conocimiento que había sido deportado a Mauthausen, en unos listados aparecía como superviviente, en otros ni siquiera aparecía. No tenía conocimiento que estuviese vivo y gracias a aquel viaje pude cerciorarme, gracias a aquella llamada de Lorenzo, que aún vivía. No volví a tener contacto con él. Supongo que, como todos, también nos dejó. Seguiremos hablando en próximos capítulos de más testimonios de españoles.
Para la redacción de este artículo ha servido de consulta la documentación que sigue:
SEDANO MORENO, Pepe. “Deportado a Dachau… y sobrevivió. Lorenzo González Salmerón, desde Berja hasta el Infierno”. Almería: Editorial Círculo Rojo, SL. 2021.
BERMEJO, Benito, y CHECA, Sandra. Libro memorial. Españoles deportados a los campos nazis (1940-1945). Madrid: Secretaría General Técnica. Ministerio de Cultura. 2006.
Fondo documental de Pepe Sedano Moreno.
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