Hablando sobre deportados españoles a campos nazis (XVII)

Es una muestra clara de la doble moral de los nazis: el mismo Gobierno que combatía oficialmente la prostitución mantenía al mismo tiempo una red de burdeles.

Por Pepe Sedano

XVII.- OTRO INFIERNO EN UN CAMPO NAZI: EL PROSTÍBULO.

Acudimos puntualmente a una nueva cita con los lectores de NR que, si han sido capaces de continuar leyendo esta serie de artículos cortos que viene publicando la revista on line, merecen un aplauso por su fidelidad y porque –seguramente-, les habrá resultado atractiva su lectura donde se habla, se escribe, sobre algunos aspectos –no todos porque sería interminable hablar de ellos y requerirían miles de páginas -que sucedieron en cualquier campo de concentración nazi durante la II Guerra Mundial-, hubiera o no españoles en ellos. Sería un listado sin fin el enumerarlos por eso vamos escogiendo, al azar, cualquiera de ellos para añadir otro granito de arena en el concepto que se pueda tener –unos más, otros menos-, de lo que sucedió tras los muros de un campo de concentración en la Alemania nazi. Hasta ahora hemos “tocado” algunos de los temas más importantes que un prisionero en uno de estos campos sufría a diario –y los que quedan aún-. Hoy nos vamos a centrar en uno del que apenas se habla porque no todos los campos lo tuvieron. Me estoy refiriendo a los prostíbulos en algunos de ellos –casi siempre los más importantes en cuanto al número de detenidos, como más adelante veremos-.

Desde luego que este fenómeno o situación de las mujeres en estos lugares, fue uno más de los aspectos, quizá más sórdidos y menos conocidos de la vida en los campos nazis. De hecho, las propias autoridades SS ya se guardaban y mucho en mantener, lo más apartados posibles dentro de un campo, dos de las circunstancias más oscuras dentro del submundo que era el interior de una institución de muerte como de la que estamos escribiendo. Me estoy refiriendo a los hornos crematorios y, en el caso de que existiese en ese campo, el prostíbulo o burdel. No querían que ningún visitante descubriera lo que se estaba haciendo tras las puertas de cada uno de esos lugares. Se puede entender, hasta cierto punto, el porqué de los hornos. Tenían que desprenderse de tanto muerto pues les iba la vida en ello. No bastaba con abrir una fosa común –que también-, y verter cal viva sobre los cadáveres y cubrirlos y abrir otra y hacer lo mismo. El fuego se encargaba, en este caso, de borrar cualquier vestigio que –en una fosa común sí aparecerían restos óseos-, que denotara que allí se habían convertido en cenizas miles de prisioneros que tuvieron la mala fortuna de verse allí internados y el trágico final que tuvieron la mayoría. Pero un burdel, una casa de prostitución dentro del campo… ¿por qué?

Sabemos que estos “servicios” comenzaron a funcionar en 1942, siendo el campo de Mauthausen (Austria) el primero que abrió un local para este fin. Le siguieron, en 1943, los campos de Auschwitz (Polonia) y Buchenwald (Alemania). Dachau, también en Alemania, lo abrió en 1944, como Sachsenhausen también en el mismo país. Sabemos que el último en ofrecer estas instalaciones fue el campo de Mittelbau-Dora a primeros del año 1945. Desconocemos el año en que también hizo lo propio el campo de Ravensbrück (Alemania) que, por cierto, era un campo exclusivamente para mujeres aunque en algún momento de su existencia también hubo hombres, no muchos pero los hubo. Además, este campo de mujeres tiene el triste mérito de haber sido el centro suministrador de la “materia prima” para ofrecer estos servicios al resto de campos en los que ya habían entrado en servicio esta especie de serrallos. Todos excepto uno de ellos: Auschwitz. Este campo se servía, exclusivamente, de las mujeres que llegaban, por miles, cada día a sus instalaciones. Llegaron a estar “trabajando” 200 mujeres a la vez en ese lugar.

Los soldados de la SS -en la mayoría de los casos- les prometían, a las mujeres elegidas para tal fin, que si participaban en ese trabajo sexual gozarían de un mejor trato e incluso de una reducción de estancia en el campo (sabías cuando entrabas pero no cuándo iba a salir, si es que salía viva). Estas ofertas causaron bastantes problemas dentro de los grupos de mujeres prisioneras en los campos, a ciertas candidatas (sanas y nunca judías), se les podía ofrecer mejor trato por parte de los guardias, como mejores raciones pero, en cambio, otras mujeres les agredían por los favores que recibían a cambio de sexo. Había que tener en cuenta algunas circunstancias para la elección de estas mujeres. Sabemos que debían ser de nacionalidad alemana, que fuesen jóvenes, que estuviesen sanas y, en concordancia con lo que disponía la normativa nazi, tenían que ser asociales, o sea, presas que con anterioridad hubieran estado ejerciendo antes la prostitución. De esta manera se restringía el número de internadas que cumplían esas condiciones. No podemos olvidar que el funcionamiento de estos lugares fue pensado para mantener la moral de los detenidos que realizaban trabajos forzados en la producción armamentística y evitar al mismo tiempo la propagación de la homosexualidad que, desde el primer momento en que se erigió el primer campo, comenzó a percibirse y a perseguirse, de ahí los triángulos rosas existentes en todos los campos de detención durante el período nazi.

También existen evidencias de que a estas mujeres forzadas a trabajar como prostitutas, se les marcaba con la frase «puta de campo» (en alemán era feld hure. NA) en el pecho y se conoce que debían someterse a un examen médico mensual, si no lo superaban se les devolvía al campo o eran directamente gaseadas. Mujeres que eran reemplazadas contantemente ya que morían por heridas, en caso de que las mujeres quedaran embarazadas se les forzaba a abortar, lo que en muchas ocasiones resultaba en muerte, asimismo morían tanto por enfermedades como por desgaste en general. Cada burdel, en edificios normalmente dentro del campo, con alambradas y custodiados por guardias con perros, tenía unas 20 trabajadoras, vigiladas por una supervisora que se encargaba de mantenerlas en orden”.

Se ha sabido que estos lugares de sexo en los campos de concentración terminaron sus días sirviendo como un mercado de compraventa de “vale para”, entre personas de alto rango en el interior de los campos. Cuando finalizó la guerra, con el arresto de los oficiales y soldados nazis, muchas de las prisioneras que estuvieron ejerciendo este “oficio” se vengaron, ya que algunas de sus mujeres fueron perseguidas por los supervivientes –hombres y mujeres-, y “fueron rapadas, expuestas, humilladas y en algunos casos violadas o heridas brutalmente”.

La visita al burdel -terminantemente prohibida para los judíos-, dejaba poco espacio para ilusiones, sueños e imaginaciones. El acto sexual no podía durar más de veinte minutos y sólo se permitía una posición: la del misionero. Tanto al “cliente” como a la prostituta se les observaba, a través de una pequeña abertura en la puerta del local, por uno de los guardianes puesto que éste tenía que ser el garante de que se había cumplido la restricción de no poder hablar entre ellos.

Las presas obligadas a prostituirse eran en su mayoría alemanas y procedían del campo de mujeres de Ravensbrück, cerca de Berlín. El motivo de su internamiento era en muchos casos la prostitución callejera. Es una muestra clara de la doble moral de los nazis: el mismo Gobierno que combatía oficialmente la prostitución mantenía al mismo tiempo una red de burdeles. A muchas de las mujeres que fueron a parar a Ravensbrück se les cosía un triángulo negro en la manga que las distinguía como ‘asociales’. Esta categoría incluía también desde 1938 a parados, mendigos, prostitutas, homosexuales y gitanos. Los nazis consideraron asociales a mujeres que simplemente cambiaban con frecuencia de trabajo o llamaban la atención por su estilo de vida.”

Una vez que una mujer era detenida, lo primero que pasaba era un examen ginecológico. Un doctor les realizaba un humillante control que, en la mayoría –si no en todos-, de los casos, era realizado en unas condiciones que superaban todos los niveles en cuanto a lo que respecta de vergonzosos e insalubres. Desnudas, en fila una tras otra, esperando turno para pasar la “inspección”. Sobre una camilla –una vez tumbada y con las piernas entreabiertas temblando de frío y miedo-, se sometían a inspecciones vaginales, siempre molestas y dolorosas, terminando con una inyección que nunca supieron de qué se trataba, de qué compuesto le habían inoculado a través de esa jeringuilla introducida no se sabe cómo. Con el pelo cortado y llorando, así se pasaban estos exámenes. El instrumento utilizado para estos casos era el mismo para todas las que pasaban por esa camilla. Una vez finalizada la primera inspección, estas mujeres pasaban, ya vestidas, a otra habitación contigua. Ésta era la estancia dedicada al tatuaje. El objeto no era otro que marcarles el pecho, por encima de los senos, las palabras que vimos anteriormente: FELD HURE, así como el número de matrícula que le habían asignado y ese infame triángulo negro invertido con el significado de asocial; Los métodos utilizados para la anti concepción que utilizaban los nazis no eran demasiado efectivos y más de una puta de campo, con la inyección puesta para no quedar embarazada, cada semana de trabajo quedaba embarazada. “Las putas del Tercer Reich no íbamos a servir en casa de ningún alto mando, íbamos a servir con nuestro propio cuerpo para que los soldados disfrutaran de nosotras una y otra vez.”

Desde el momento en que pasaban la inspección y eran tatuadas cada una de estas mujeres se convertían, de un día para otro, en una puta de un campo de concentración. Estaban obligadas a ser violadas “entre veinte y treinta veces al día”. Este servicio se lo ofrecían gratis al Reich a cambio de más comida que el resto de los prisioneros. Eran algo así como “una pieza imprescindible de la maquinaria nazi”. Una cosa sí tenían bien presente: comer todo lo que llegara a sus manos, que a veces era bastante, aceptar todos los regalos que pudieran darle, intentar que ninguna enfermedad tocara a su puerta, sobre todo no quedarse embarazada y, ante todo, no mostrar jamás a un soldado que estaba llorando por algo que no quería hacer. Eso será lo que le mantendrá viva más tiempo. Cuando se acostumbraba a ese “trabajo” –llegaba pronto la enseñanza-, casi ni se nota –según contaban las “veteranas” en alguno de los campos donde ejercían. Muchas no pudieron contarlo. La mayoría de las que sobrevivieron tampoco lo hicieron por vergüenza o porque no pensaran que habían estado “colaborando” con el enemigo con este tipo de “trabajo”, temiendo las represalias que pudieran hacerles por tal motivo.


Para la redacción de este artículo han servido de consulta la bibliografía y documentación que sigue:

CAÑAVERAS, Fermi. Putas de campo. Molinos y Gigantes editora. Sevilla (20222).

En línea, https://www.librered.net/burdeles-campos-de-concentracion-nazis/ Consulta: 14/01/2023.

En línea, https://www.elcorreo.com/vizcaya/20070729/mundo/burdel-auschwitz-20070729.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.elcorreo.com%2Fvizcaya%2F20070729%2Fmundo%2Fburdel-auschwitz-20070729.html Consulta: 14/01/2023.

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