Hablando sobre deportados españoles a campos nazis (XI)

pensaban que eran los amos, los señores de la guerra, los dueños del mundo, que el III Reich duraría mil años y que tenían, como cobayas, a miles de personas para realizarles toda clase de experimentos a su antojo… y los realizaron

Por Pepe Sedano

XI.- LOS MÉDICOS DE LA MUERTE Y EL REVIER.

Hablar sobre los médicos de la muerte significa hablar, en este caso escribir, sobre aquellos que desarrollaron sus conocimientos médicos en los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial sin tener en cuenta, ni respetar siquiera, el juramento hipocrático que habían realizado tras finalizar sus largos y costosos estudios médicos -en cualquier Facultad de Medicina-, en la Alemania del II y III Reich y del período entre guerras. Un juramento en el que anteponían al hombre –es decir, a cualquier persona, hombre o mujer-, ante todo para a través de sus conocimientos sanarles y, llegado el caso, prolongarles la vida.

Durante la hégira del III Reich todo eso cayó en olvido, se esfumó, es como si ese juramento nunca hubiera existido; los conocimientos médicos adquiridos los pusieron al servicio de sus jefes, los comandantes SS de los campos de concentración donde habían sido destinados. En otras ocasiones fueron puestos a disposición de grandes empresas que fabricaban diverso material cuya finalidad era el ejército alemán y la mano de obra eran prisioneros deportados a diferentes campos.

Las atrocidades que cometieron con ellos y con otras personas –se incluyen niños, niñas, gemelos, mellizos… y un largo etcétera-, serían impensables en una mente normal, en una persona cuerda aunque, desgraciadamente, ellos también lo estaban y sabían perfectamente que lo que hacían iba en contra de esa palabra dada, de ese juramento, que sus actividades “médicas” causarían daños irreparables a cuantas personas estuviesen a su disposición, incluso la muerte. Pero… ellos, en aquel momento, pensaban que eran los amos, los señores de la guerra, los dueños del mundo, que el III Reich duraría mil años y que tenían, como cobayas, a miles de personas para realizarles toda clase de experimentos a su antojo… y los realizaron.

Algunos médicos alemanes, no todos, realizaron experimentos –en la mayoría de los casos-, dolorosos y, a menudo, mortales en miles de prisioneros deportados a estos campos sin su consentimiento ¿Cómo podían negarse?

La mayoría de los científicos de hoy en día han rechazado el uso de los resultados de estos experimentos realizados en condiciones inhumanas en los campos teniendo en cuenta estas circunstancias en las que fueron perpetradas, la ausencia de consentimiento y, desde luego, las más que cuestionables normas que adoptaron para llevar a cabo sus investigaciones.

Para poder entender la actitud de estos médicos hay que tener en cuenta algunas premisas. Antes de la asunción del poder de Adolf Hitler en 1933 existían médicos y científicos que apoyaban –sin ningún rubor-, las ideas de la higiene racial. No podemos olvidar que éstas venían del concepto de eugenesia que otros médicos y científicos anteriores a la subida al poder del Partido Nacionalsocialista Alemán del Trabajo o NSDAP habían estado intentando llevar a la práctica o, al menos, intentando que entrara en las mentes de los seguidores de aquellos primeros asociados a este Partido a través de sus ideólogos como Rosemberg, el propio Hitler –lo había puesto por escrito en su libro Mein Kampf-, y otros gerifaltes nazis escudados por los seguidores alistados en las SA -(las Sturmabteilung («sección de asalto», literalmente «destacamento de tormentas»)-, que funcionaron como una organización voluntaria tipo milicia vinculada al NSDAP, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, bajo el mando de Ernst Röhm y, sobre todo en las SS (las Schutzstaffel, o “escalones de protección”) , tras la noche de los cuchillos largos ( la Nacht der langen Messer, también llamada “operación colibrí”, donde asesinaron a la mayoría de los mandos de las SA, incluido Röhm y prácticamente desapareció esta organización).

Eugenesia era la aplicación de las leyes biológicas de la herencia al perfeccionamiento de la especie humana. Desde la llegada al poder del NSDAP éstos adoptaron los principales puntos que tenía el nuevo régimen en cuanto a aspectos como la biología, la herencia, independientemente de otras circunstancias como podían ser las nuevas oportunidades dentro de su profesión así como –y lo más importante para ello-, un modelo de financiar –adicionalmente-, las investigaciones que se les ofrecían.

No podemos olvidar que durante el período de 1933 a 1945, o sea, el tiempo que los nazis fueron los dueños y señores del poder en Alemania, se llevó a cabo una campaña feroz y terrible para la “limpieza” de la sociedad teutona de aquellas personas que –para los nazis-, eran percibidas como una “amenaza” biológica para la “salud” con la que gozaba el pueblo germano. Ni ellos mismos, es decir, los nazis, hubieran pensado –en el mejor de sus sueños-, que toda una legión de médicos, psiquiatras, antropólogos y genetistas educados médicamente, se pondrían de su lado para desarrollar y llevar a cabo políticas relacionadas con la salud racial. Estas políticas que comenzaron con la esterilización en masa de muchísimas personas en hospitales diseminados por todo el territorio alemán y otras instituciones, terminaron casi con el exterminio en masa de todos los judíos europeos.

Médicos nazis que han pasado de boca en boca en las generaciones posteriores a la finalización de la II Guerra Mundial serían decenas y decenas –que, como comprenderán, no es el caso de enumerarlos en estos renglones-, no obstante citaremos a algunos como: Joseph Mengele o Carl Clauberg (ambos realizaron experimentos en Auschwitz I y II-Birkenau), Werner Fisher (en Sachsenhasuen), August Hirt (en la Universidad de Estrasburgo), Aribert Heim ​ (fue un médico nazi austríaco, también conocido como “Doctor muerte” en el campo de concentración de Mauthausen-Gusen), Friedrich Mennecke (un médico del programa de Eutanasia que estaba a cargo de enviar pacientes a ser gaseados), Karl Brandt (Director del programa de Eutanasia), Irmfried Eberl (un médico que había gaseado a pacientes siendo director médico de las instalaciones de “eutanasia” de Brandenburg y Bernburg, estuvo un tiempo en el campo de Treblinka), Herta Oberheuser (fue una médica alemana. Ejerció su especialidad de dermatología en el campo de concentración para mujeres de Ravensbrück bajo la dirección del doctor Karl Gebhardt, de 1940 a 1943), y tantos… la lista sería interminable.

Los experimentos realizados en los campos de concentración nazis, desde su erección hasta el fin de la guerra, fueron infinitos aunque, en realidad, se podrían clasificar en tres grandes grupos. Dentro de cada grupo se podían catalogar varios subgrupos y sería interminable, así mismo, relacionarlos. No obstante estos grupos fueron los que siguen:

1.- Experimentos relacionados con la supervivencia del personal militar.

2.- Experimentos para probar fármacos y tratamientos.

3.- Experimentos para el avance de las metas raciales e ideológicas nazis.

El Revier era la enfermería de cualquier campo. Por un lado era el lugar donde los que ya no podían aguantar un segundo más, bien por debilidad, bien por estar enfermos realmente, bien por tener alguna herida en los pies –esto era muy frecuente porque la mayoría de ellos trabajaban en canteras como hemos visto en artículos anteriores-, estaban deseando ir. En teoría era un lugar de “descanso” –entiéndase lo que es un lugar de descanso en un campo nazi-, pero, al menos, estaba libre de servicio el tiempo que estuviera allí ingresado que, desde luego, no era mucho. Si estaba muy mal lo dejaban que muriera, ¿para qué invertir en una víctima que ya era casi cadáver? Si realmente era poca cosa pero lo suficiente como para no poder trabajar, sí estaba allí medicándose –en el mejor de los casos-, y al poco tiempo a trabajar. Algunos compañeros que los visitaban les llevaban algo de comida (mondas de patatas, algún pedazo pequeño de pan que él no se lo había comido y se lo guardó al amigo enfermo); entre la medicación y estas “ayudas” alimenticias algunos mejoraban. No estando aún al cien por cien para trabajar solicitaban el “alta” médica porque sabían que si duraba mucho su estancia en aquel lugar posiblemente una inyección de bencina en el corazón le estaba esperando.

En esas circunstancias realmente se demostró lo que era la amistad. El ir cada día a llevarle al compañero algo de comida era una hazaña. Primero porque el guardarse algo de comida para el enfermo a pesar de la poca que les daban a cada uno, significaba que podía mermar la propia salud del que se abstenía de comer ese poco de comida que guardaba. Segundo porque en algún momento podía ser descubierto entregándole comida al enfermo que estaba en cama y dependía del que te descubriera el denunciarte, o no, a sus superiores e, incluso, que te golpeara allí mismo en el mejor de los casos.

Cuando la enfermedad tenía el suficiente desarrollo a nivel interno del paciente, los escasos medicamentos existentes en el Revier no impedían que la enfermedad fuese ganando terreno y el enfermo mermase las pocas posibilidades que tenía de subsistir un día, otro más, quizá otro más… el final ya se sabía qué destino le esperaba: formar parte de un montón de cadáveres esqueléticos en cualquier parte del campo –casi siempre cercano a los hornos crematorios-, pendientes de ser puestos a disposición del Sonderkommando, o lo que es lo mismo, del equipo que se encargaba de hacerlos desaparecer –eran igualmente deportados-, en los hornos crematorios y poder ser “libres”, al fin, a través de la chimenea del campo, convertidos en cenizas como presumía el comandante Frank Ziereis, a los que llegaban al campo de Mauthausen, convoy tras convoy. Siempre era el mismo recibimiento señalándoles la chimenea.

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