¿Ha renunciado Felipe VI a la “unidad”, o tiene un plan oculto?

Por Domingo Sanz

El reciente discurso de Navidad ha constatado la doble cobardía de Felipe VI al no atreverse a mencionar el nombre de su padre ni tampoco a desautorizar a los ex militares que en un párrafo dicen “viva el rey” y en el siguiente “26 millones”, ni a otros en activo que ya no soportan el silencio tras el que se han estado ocultando y casi cada día dejan por embustera a la ministra Robles cuando afirma que dentro del ejército no hay añorantes de la dictadura.

Han transcurrido ya siete discursos en Nochebuena más el del tres de octubre de 2017, cuyas 11.527 palabras en el total de las ocho apariciones por TV son, sin duda, las más calculadas de todas las pronunciadas en público por quien se autoproclama rey de todos gracias a la trampa mortal que un tal Suárez colocó en medio del camino inevitable hacia el postfranquismo vigente, colocando la monarquía en la Constitución gracias a los ruidos que, para evitar el regreso a la legítima República, no dejaban de transitar desde las salas de banderas hasta el Palacio de la Zarzuela, y viceversa.

Procede, por tanto, contabilizar algunas de las palabras más relevantes de esas más de once mil quinientas y mirar los ocho discursos del rey con otras lupas, quizás las más interesantes a la hora de desvelar las intenciones que le pueden estar rondando al titular de la institución más cuestionada en España, y que tantos méritos hace cada día para merecer la burla y el rechazo de la sociedad.

Unidad.

La apropiación del concepto “unidad” por parte de los poderosos que han llenado la historia de España de crueldad contra el pueblo ha terminado convirtiendo esa palabra en una molestia cuando Felipe VI necesita comparecer con sus discursos de compromiso ante las “dos” que nos partirán el corazón, que decía Machado, y que hoy quizás son más, aunque también es probable que menos de una. Quizás sea en esa molestia donde se encuentre la explicación al hecho de que “unidad” sea una palabra que el rey solo ha pronunciado 8 veces, si, ocho, en medio de las 11.527 de sus ocho discursos.

Además, fue en su primer discurso, el de las navidades de 2014, cuando Felipe VI consumió tres “unidades” de las ocho. Entusiasmado, quizás, por la corona recién estrenada. Otras dos “unidades” las incluyó en su discurso más breve, el nada navideño del 3-O de 2017. Y cero veces en el de este año 2020, cuando no solo las encuestas anuncian una muy probable mayoría de los independentistas catalanes incluso en votos, sino que, viendo a España tan inestable como durante los años 70, el primer ministro de un rey siempre amigo del de España se acaba de permitir la chulería de proclamar que Ceuta y Melilla son marroquíes, aprovechando las señales de apoyo con lo del Sáhara que ha recibido desde USA. También como tras la muerte del dictador.

Tres “unidades” más dos suman cinco, por lo que hasta ocho nos faltan tres, pero siempre que consideremos “unidad” de las de “España” al extraño concepto de “unidad democrática” que empleó en su discurso de Navidad de 2017 cuando, para hacer frente al terrorismo dijo que “Los españoles sabemos muy bien que solo desde la unidad democrática, la firmeza del Estado de Derecho, y la eficacia de la cooperación internacional, podremos vencerlo y derrotarlo”.

Por si también, como hacen los del PP, nos intentaba recordar a ETA, es de suponer que con lo de la firmeza del Estado de Derecho estaba incluyendo a los GAL. O quizás se estuviera refiriendo también al eficaz CNI, cuyos agentes mantenían en su nómina de confidentes, hasta las mismas fechas de los atentados de agosto en Catalunya, al líder organizador de aquella matanza.

Tal parece que Felipe VI imagina la democracia vestida de uniforme y, por tanto, muy distante de un sistema político que se caracteriza por la diversidad de una sociedad que decide organizarse respetando las libertades. Una diversidad democrática que obliga al diálogo entre diferentes para formalizar los acuerdos necesarios para gobernar.

España.

La palabra “España” también es titular de la misma historia que “unidad”, tan terriblemente dura y siempre conflictiva para los españoles, pero, en cambio, resulta inevitable en estos discursos, aunque también sirve para que el Gobierno progresista haga el ridículo mundial rodeando de su bandera un bulto lleno de vacunas. Por eso, Felipe VI ha pronunciado “España”, “españoles” y otras derivadas en 121 ocasiones durante los ocho discursos que hoy nos ocupan.

Por tanto, y sabiendo como sabemos que Felipe VI no puede concebir “España” sin “unidad”, por fuerza nos debe sorprender tal desequilibrio numérico entre ambas palabras, siempre tan unidas, valga la redundancia.

Diálogo y acuerdos.

Terminaba unidad mencionando estas dos palabras y, al buscarlas entre las muy citadas 11.527 palabras de los ocho discursos más importantes, debemos suponer que Felipe VI considera que nuestros políticos están sobrados de tales cualidades, tan inseparables de la democracia, pues suenan más que escasas las únicas trece veces en las que ha pronunciado “diálogo” o “acuerdos”. Trece veces sumadas las dos palabras. Por cierto, en uno de sus discursos no mencionó ni una sola vez ninguna de ambas palabras. Exacto, se confirman sus sospechas, las de usted que está leyendo: fue en el del 3 de octubre de 2017 contra cientos de miles de españoles que solo se sienten catalanes y quieren romper amarras.

Libertad y democracia.

Se trata de dos palabras de la mayor importancia y de las que España, quien se atrevería a negarlo, ha disfrutado menos que cualquiera de los países que más frecuentamos de Europa, digamos Francia, Italia, UK o Alemania.

Pero no, es muy probable que Felipe VI considere que España tiene un currículum de libertad y democracia suficientes como para que esos dos valores, incluso tan abusados en falso por sus enemigos más acérrimos, merezcan una atención especial en sus discursos.

Lo digo porque solo son 34 las veces en las que el rey ha incluido “libertad” y/o “democracia” en sus discursos, poco más de la cuarta parte que “España”.

Interesante es el caso del primer discurso que decíamos, el del entusiasmo inicial, aunque sin duda agriado por la consulta sobre la independencia de Catalunya posibilitada por Artur Más un mes y medio antes, el 9 de noviembre de 2014. Felipe VI pronunció solo una vez “libertad” y otra “democracia”, pero tres veces “unidad” y quince veces “España”. De poco le sirvió, porque menos de tres años después se celebraba el referéndum del 1 de octubre de 2017.

Es normal que mucha gente no entienda a Felipe VI y, cuando lo entiende, lo deteste: solo la peor amenaza se puede ocultar tras las palabras de un rey del que no sabemos si es a la II República o a la dictadura asesina, o a ambos periodos de nuestra historia, como si fueran lo mismo, a los que se refiere cuando nos habla de “un largo periodo de enfrentamientos y divisiones”.

Y cuando se le entiende, se le detesta, decía. Los catalanes entendieron perfectamente el mensaje real del 3 de octubre de 2017 y, en consecuencia, dos meses y medio después volvieron a conceder la mayoría absoluta en la Generalitat a los independentistas, que tampoco son monárquicos.

Felipe VI no puede haber renunciado a la “unidad” porque mantenerla al precio que fuera fue la orden que su padre recibió del dictador, y el compromiso que el hoy refugiado en Dubai, que qué cantidad de mentiras nos ha contado el gobierno sobre ese “viaje”, había asumido con los golpistas del 23F de 1981 para que depusieran los tanques en Valencia y las metralletas en el Congreso.

Y él, Felipe VI, no va a renunciar a los apoyos, “militares por supuesto”, que le permitan seguir garantizando ese compromiso heredado. La “libertad” y la “democracia”, si se recortan o se suspenden, ya volverán, o no.

Pero no excederse con la conflictiva “unidad” requiere entretener y engañar con un plan. Se llama “modernizar” la monarquía y, si se lo cree, Sánchez habrá sido derrotado para siempre.

El presidente del Gobierno será quien pague por el progreso de Catalunya hacia su independencia, y también por el avance de Marruecos hacia Ceuta y Melilla, y ante el hundimiento de la “moral” española, que no en el sentido de una “ética” que jamás han conocido los borbones, a lomos de esta monarquía en una versión aún más amenazadora regresará a esta España descompuesta la peor derecha de Europa Occidental.

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