Ha nacido Dios. Podéis consumir hasta morir… ¡Es navidad!

Por Jordi Ortiz i Lombardía


El diccionario define librepensador como «la persona no sujeta a ninguna autoridad dogmática». En 2014, la cadena catalana de supermercados Caprabo recibió un Premi Impacte del Col.legi de Publicitaris i Relacions Públiques de Catalunya por una campaña, que todavía hoy resuena en televisiones y radios, donde acuñaba el concepto «librecomprador» para saludar a sus clientes. La voluntad de aquellos creativos era proyectar la imagen del supermercado como el espacio donde el consumidor puede escoger con libertad entre la más amplia gama de productos alimentarios del mercado. En definitiva, cebar en el comprador la ilusión de actuar de forma informada, libre y responsable.

Pero, ¿realmente los clientes de un supermercado se pueden considerar consumidores no sujetos a ningún tipo de autoridad dogmática, que es como el diccionario definiría al «librecomprador»? Definitivamente, la respuesta es no. Precisamente, son las grandes superficies quienes mejor encarnan el dogma del consumismo más irracional, insostenible e irresponsable. Templos de un desenfreno y despilfarro que durante las fiestas navideñas alcanza niveles pornográficos.

Las grandes empresas transnacionales de la industria agroalimentaria son la autoridad y los guardianes de la fe de un modelo de consumo que encuentra en las cadenas de supermercados locales los templos necesarios para extender su doctrina. Un modelo de consumo absolutamente desequilibrado, porque en el siglo XXI se generan alimentos para doce mil millones de personas, en un planeta con una población de siete mil millones de habitantes, de los cuales mil millones pasan hambre.

Una industria agroalimentaria insostenible porque hace del transporte de los productos su gran negocio. La huella ecológica derivada del viaje de miles de kilómetros de los alimentos hasta la mesa del consumidor es insoportable. Además, resulta un atentado a la soberanía alimentaria de los pueblos, que es su derecho a elegir las políticas agrarias y ganaderas propias libremente. La acción de estas multinacionales ahoga los sistemas de producción campesina y los mercados locales de proximidad. Lo hacen más cuanto más empobrecidos son los países donde actúan, apropiándose del gobierno de sus recursos y condenando a sus economías a una eterna subsidiariedad.

Un modelo de producción y consumo que afecta, finalmente, a la seguridad alimentaria: multiplican cultivos extensivos transgénicos que hacen cada vez más inviable una agricultura ecológica. Imponen hábitos alimentarios que potencian un modelo nutricional global que arrincona a otras dietas locales.

En resumen, si con espíritu navideño realmente queremos desear años de prosperidad al prójimo (y al planeta), más nos vale intentar consumir como librepensadores críticos, informados y responsables en lugar de coleccionar tiquets descuento o carnés de «librecompradores» que no hacen otra cosa que añadir eslabones a una cadena de consumo desenfrenado y ciego.

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