Ha muerto Fidel

Por Daniel Seijo @SeijoDani


«¡Ése es el pueblo, el que sufre todas las desdichas y es por tanto capaz de pelear con todo el coraje! A ese pueblo, cuyos caminos de angustias están empedrados de engaños y falsas promesas, no le íbamos a decir: «Te vamos a dar», sino: «¡Aquí tienes, lucha ahora con todas tus fuerzas para que sean tuyas la libertad y la felicidad!»

La Historia me absolverá

Sobrevivió Fidel a más de 600 planes de asesinato por parte de la inteligencia americana, y poco podían imaginar en aquel entonces, los que  con tanto empeño lo intentaban asesinar, que no se podría hacer desaparecer su semilla. Eso supuso Fidel Castro para muchos: un líder, un revolucionario, un combatiente; pero ante todo, un maestro y una semilla de esperanza, para quienes alguna vez se sintieron oprimidos por un mundo, que pese a la crueldad de las revoluciones, las hace parecer justas y necesarias ante los ojos de los más desfavorecidos. Un mundo y una realidad que cambió mucho desde el asalto al cuartel Moncada, la partida del Granma, las infinidad de travesías en la montaña o los tiempos del periodo especial. Un mundo que bajo la mirada de Fidel Castro vivió realidades como el fin del régimen del apartheid, el final de la guerra fría o el inició de la que sería llamada guerra contra el terror. Donde infinidad de personalidades, adaptaron su biografía y su pasado a los nuevos tiempos, pero en donde al comandante Fidel Castro, se le seguiría juzgando siempre, bajo la lupa de un conflicto ya olvidado y que hasta hoy, todavía ahoga a la isla con un bloqueo inquebrantable.

Sin duda, son muchas las miradas con las que  uno puede acercarse a la realidad de Cuba y con ello al legado de los Castro y la revolución. Muchos datos, muchas realidades y no menos mentiras y manipulaciones, si bien nunca en igual medida, vertidas desde ambos bandos de esa guerra eterna entre dos concepciones diferentes del mundo.

Nadie que hoy critique a Fidel Castro, debiera olvidar el motivo del inicio de su lucha. Una razón, nacida un 10 de marzo de 1952. Día en que Fulgencio Batista, ponía fin al orden constitucional, derrocando al gobierno democrático de Carlos Prío Socarrás y dando comienzo a una dictadura que convertiría a la isla, en el “traspatio” de los Estados Unidos. Una extensión del poder norteamericano, en donde el juego y la prostitución dotaban de suntuosos beneficios a personajes como Meyer Lansky y Lucky Luciano. Ambos, miembros destacados del crimen organizado de un país que como declaró el propio Earl T. Smith; ex-embajador de los Estados Unidos en Cuba, ante su senado, poseía tal control sobre la nación caribeña, que la voluntad del embajador estadounidense podía equipararse, sino superar, a la del propio presidente cubano.

Hoteles de lujo, clubes de strip-tease, casinos, lugares turísticos y grandes cantidades de tierras cultivables, que suponían una realidad de la Cuba prerevolucionaria, gestionada entre corruptelas y violencia, por gánsteres americanos en convivencia con los funcionarios de la dictadura y el beneplácito del propio Imperio. Tras ello, sería tiempo para la historia de un pueblo: el asalto al cuartel de Moncada, el viaje a México, donde los destinos de Fidel y Ernesto Guevara se unirían para siempre y el esperado 1 de enero de 1959 con la entrada de los barbudos en La Habana.

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Personalmente, escribiría mi visión de Cuba, con dos anécdotas sucedidas durante mi última estancia en la isla. Ambas sucedidas en uno de esos paseos sin guía, ni horarios por sus calles. En lo que supone un viaje de verdad, sin una idea concreta de la realidad de Cuba, sino con el miedo y la esperanza que produce en un joven idealista el encontrarse con los ojos abiertos por primera vez ante una visión diferente a la de las grandes ciudades occidentales. Una realidad anclada en una construcción antigua y deshilachada. Golpeada, pero no por ello peor, ni mucho menos falta de encanto o de atracción. Una isla que resultaba distópica para muchos y una utopía en lucha para otros tantos.

Uno de los mejores lugares para conocer la pulsión de un pueblo, seguirá siendo siempre una vieja taberna, alejada de los locales de moda del lugar y oscura, a veces vacía y a veces en silencio, pero nunca durante demasiado tiempo cuando comienza a pesar el alcohol. Fue en ese entorno en donde me encontré por primera vez con Vladimir, un joven cubano que pese a su nombre, poco o nada sabía o quería saber del viejo líder soviético. Tan solo le interesaba su cercano viaje a Italia para reunirse con su hermana y la ropa, medio éste, por el que a través de los turistas, podía conseguir a duras penas distinguirse ante las chicas de su barrio a las que tan continuamente y de forma tan abusiva, nos ofreció durante nuestra estancia en la isla entre copas de ron envuelto en plástico y unos puros a los que todavía hoy, asocio inevitablemente con las noches de La Habana. Hablamos de coches, viajes, y sueños. Los sueños de lo que un joven cubano creía era España, simples sueños en realidad, castillos en el aire, cimentados por quién entre la cautela de los Castro con el exterior y las fanfarronadas de los turistas extranjeros, había llegado a ver en un mero turista español cualquiera a un patentado. Poco podía imaginar mi viejo amigo Vladimir acerca de mis esfuerzos como estudiante e hijo de agricultores para comprar ese billete a su realidad, ni lo que supuso en privaciones y esfuerzos ese viaje en los meses posteriores a mi regreso.

Pronto se derribaron los muros que todavía en aquella cantina cubana, separaban al viejo sistema comunista cubano de occidente. Se dibujaba nuestro particular puente Glienicke  entre cigarrillos, alcohol y esa música de Carlos Puebla que tanto nos gusta a los extranjeros y supongo también a los cubanos, al menos a alguno de ellos. Una música, capaz de convertir durante su embrujo, en un ferviente revolucionario, hasta al más rancio representante de lo políticamente correcto. Tal y como hace poco, reconocía el mismísimo ex ministro Margall0 en una tertulia televisiva, en líneas generales, poco apenada con la muerte del Comandante.

unnamed-3En medio de una de esas canciones, que hablaban de otro tiempo para los cubanos, mi inseparable compañero de viaje y fiel amigo con el que compartí aquella experiencia, quizás ya embriagado por ese ron que decía ser el mejor de Cuba por su botella de plástico («Si se cae no se rompe muchacho» ¿Quién podría negar una evidencia así?) decidió interesarse por la música cubana. En ese momento, nuestras realidades se dieron de bruces con una verdad inamovible, y es que cada persona es un mundo y representa un mundo es sí mismo. Supongo que poco podía esperar nuestro amigo Vladimir, que tras sacar su modesto celular; encadenado a las prestaciones de la dictadura tecnológica en la isla de Cubacel, para intentar compartir vía bluetooth las melodías que hasta ese momento sonaban en un viejo televisor. La respuesta de esos dos orgullosos trabajadores españoles que ante él se encontraban, fuese la de dos desarrapados tecnológicos que en un caso desconocían y en otro directamente carecían de tan brillante tecnología en sus teléfonos móviles. Todavía hoy  recuerdo la respuesta «De verdad tienen que estar las cosas mal en España» La tecnología del ocio nos había condenado a la pobreza o puede que también en Cuba, lo hubiese hecho nuestro nivel de consumo. Pronto le explicamos a nuestro camarada e interlocutor cubano, que ciertamente la obsolescencia de mi amigo correspondía más a una cruzada personal contra los rigores del mundo moderno, que a la realidad de una España, ya por aquel entonces totalmente sumergida en la tónica mundial del consumismo de las nuevas tecnologías.

Comenzó entonces una conversación sobre desahucios, especulación inmobiliaria, las condiciones de trabajo en multinacionales suecas del mueble por las que en aquel entonces trabajaba mi compañero de viaje y otras realidades que se abrieron paso poco a poco entre el humo de los habanos y la incredulidad de los parroquia cubana que en aquel momento, y atraídos ya por las historias de esos cuentacuentos capitalistas, abarrotaban la pequeña taberna en donde comenzaban a escasear alarmantemente las reservas de cerveza y pollo con arroz. Poco o nada querían creer de ese país que tenía casas vacías mientras sus habitantes dormían en las calles y mucho menos de un país en donde las condiciones de trabajo superaban con creces a las horas y el esfuerzo que muchos cubanos consideraban necesarios para llevar una vida plena. Concluyó nuestro primer acercamiento al debate sociopolítico en Cuba, con una afirmación tan tajante como cierta: «Si yo tengo que trabajar tanto y tan duro… ¿Para que quiero un televisor nuevo? Si no tengo tiempo para disfrutarlo, me voy al malecón con mi botella de ron y que se termine el mundo» El que hablaba era José Trinidad, camarero de esa taberna decorada con bufandas y banderas del Athletic en donde nos encontrábamos ya en plena madrugada habanera y hasta ese momento, mero observador de la conversación.

Guardamos silencio y simplemente asentimos, antes de adquirir una última botella de ron y dirigirnos al malecón. Un lugar de huída para muchos, también para nosotros en ese momento. Dos jóvenes europeos en aquel entonces con escasas perspectivas de futuro y que nos hubiésemos conformado con la tranquilidad y la vitalidad de una ciudad que pese a estar cayéndose a trozos, continuaba levantada y orgullosa ante quién tan duramente la golpeaba.

A todos nos terminará juzgando la muerte. Tras la marcha de Fidel, muchos han celebrado la suya en embajadas o sobre coches regados de licor en las calles de Miami o en Madrid. No se echará de menos a Fidel en los consejos de administración de ninguna empresa, ni lo harán las grandes compañías armamentísticas, las petroleras o alguna de esas coaliciones «libertadoras» en Medio Oriente. El legado del comandante cubano, deberá pervivir, en una pequeña isla del caribe reina del beisbol, doctora del mundo y maestra de revolucionarios y personas desfavorecidas de medio mundo. Un proyecto colectivo que fue capaz de adelantarse a los indices de bienestar social marcados en la agenda de la ONU para 2015 y con una clara proyección internacionalistaUna pequeña isla  con las mejores condiciones para la maternidad de América Latina, sin casos de desnutrición severa registrados y con subsidios y gratuidades  dedicados a costear en parte los alimentos, el transporte, teléfonos, agua, electricidad, la Salud Publica y la Educación de sus habitantes.

Suponen para Cuba y su revolución, sus  principales victorias, las logradas en los campos de la educación y la salud pública, campos estos en los que hasta sus enemigos le han concedido su justo reconocimiento. Un país sin un solo niño en la calle, con una enseñanza primaria universal y en donde el 63% de las plazas universitarias en están ocupadas por mujeres. Un país con un bloqueo por una guerra de la que no formo parte militarmente y de la que no debe sentirse culpable de librar una dura batalla ideológica. Supone el bloqueo estadounidense una perdida estimada para la economía cubana, según su propio gobierno de unos 116 mil 800 millones de dólares. Una realidad la del bloqueo americano a la isla, que refleja fielmente la necesidad de someter al enemigo, a todo el que se pueda permitir pensar diferente. Suponer un ejemplo.

A partir de mañana se dedicarán casi tantas páginas contra Fidel, como elogios han dedicado las rotativas y los comunicados de Occidente a dictadores y tiranos de toda índole, con suficiente petróleo, como para silenciar nuestras conciencias. Pero si podemos estar seguros de algo, es de que pese a todos lo mares de tinta que puedan correr, no quedará tras Fidel, ningún Daesh, ninguna guerra extractiva, ni los grandes casos de corrupción bajo su mandato a los que nos hemos acostumbrado en la política de Occidente.

No todo fueron logros en la revolución cubana, uno pronto comprueba en el sentir de sus calles el eterno compás de sus obras, el surrealismo de su transporte interurbano o la ineficacia de quién quiere alejar a la juventud de la perversión de occidente, pero se ve incapaz frente al peso de las divisas.

Desconozco en que momento exacto conocí al protagonista de mi segunda anécdota cubana y desconozco también su nombre. Soy incapaz de recordarlo y mentiría si dijese lo contrario. Tan solo puedo recordar el trayecto por unas calles escasamente iluminadas pero llenas de vitalidad y una rara sensación de seguridad. Cuando uno camina lo suficiente por cada rincón de La Habana, pronto se percata de que los robos o las agresiones no son algo que realmente deba temer de los cubanos, no puedo negar versiones de algún accidente aislado, pero desde luego, aquella noche y para ser sinceros, en mi estado, no podía imaginar un lugar mejor por donde pasearme con un cartel de extranjero colgado sobre mi espalda. Era nuestras última noche en La Habana y tras encontrarnos con unas compatriotas gaditanas al principio de la misma, nos dirigíamos con ellas y con uno de sus amigos cubanos a una fiesta en un hotel, del cual supongo no os sorprenderá, que no recuerde el nombre. Cruzamos las calles de la Habana haciendo paradas en cada rincón, como intentando empaparnos de la isla antes de partir a nuestro bloque de la realidad. Sus bares, sus perros callejeros, los paladares y ese sin fin de vehículos y personas que animan una noche, la cubana, que todavía brinda más protagonismo a la luz de los cigarrillos que al deficiente alumbrado público.

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Como he dicho antes no recuerdo el nombre de nuestro anfitrión cubano, le llamaré Miguel por comodidad y porque pese a mi mala memoria para los nombres, apostaría firmemente a que ese es el nombre con el que se presentó. Miguel era hijo de un reconocido doctor cubano y de una profesora de la facultad de Derecho de la Universidad de La Habana. Un joven culto, con una conversación agradable y siempre dispuesto a aportar algún dato curioso o brillante sobre la historia y los logros de un país, del que uno no sabia si estaba en mayor medida orgulloso o hastiado de su simple existencia. Sentados en un enorme patio sevillano mientras disfrutábamos de la música y la templanza de los mojitos, hablamos de todo lo que un joven cubano puede hablar cuando se le pregunta con verdadero interés por conocer sus respuestas. Hablamos de política, de la revolución, de Fidel, pero especialmente recuerdo hablar esa noche de Camilo CienfuegosMiguel sentía especial devoción por Camilo y por lo que pudo ser y no fue. Se dirigía a Fidel y Raúl como los barbudos con un tono claramente despectivo y rencoroso, pero cuando se decidía a loar ante sus interlocutores los logros de su; pese a todo, querida Cuba, el nombre de Camilo parecía servirle como una especie de catalizador entre una revolución que pudo ser, pero que para muchos cubanos nunca había culminado. No quiero decir que Miguel tuviese razón en sus planteamientos, y ni mucho menos comparto sus teorías de la conspiración revolucionaria o algunas de sus severas criticas a un personaje, Fidel, que al contrario que Camilo Cienfuegos o el Ché, si tuvo que hacer frente a realidades a veces, demasiado complejas incluso para un viejo revolucionario. La voz de aquel joven cubano acomodado, era la de una parte de la población que comenzaba a desconectarse de unos mandatarios que bloqueaban sistemáticamente sus eternas aspiraciones de progreso económico y social. Miguel se quejaba del escaso sueldo que su padre, un reputado médico cubano cobraba en su país en comparación con las ganancias de uno de sus tíos que trabajaba como empleado en una cadena de talleres en Michigan. Sus últimas palabras antes de despedirnos camino del hotel fueron «Tan solo en Cuba un médico reputado podría recibir ayuda de un simple mecánico sin estudios, pero tan solo aquí una familia humilde de campesinos como la de mi padre, podría sentir el orgullo de formar a su hijo como médico de manera gratuita. Resulta complicada la disyuntiva de querer subir en el escalafón, tratando de no olvidar de donde viene uno»

Cuando uno habla durante un largo tiempo con un cubano, no puede evitar la percepción de dialogar con un pueblo que se encuentra  ante una pregunta vital. Una pregunta sobre la concepción de su futuro, la cual nosotros hace mucho tiempo, tenemos la sensación de habernos equivocado en su respuesta.

Se marcha una figura clave en la vida de todo cubano, un mentor o un enemigo acérrimo. Un hombre que vivió y marcó un siglo desde su propia patria. Con muchas más luces que sombras de cara a un legado, como herencia para los desarraigados de nuestro mundo. Un revolucionario de los que nunca terminan de morir. Con la muerte de Fidel, el futuro de Cuba no es el futuro de  Raúl Castro ni de ningún otro mandatario cubano, ni tan siquiera el del PCC como muchos todavía piensan. El futuro de Cuba será una vez más, el futuro de una nación y de su pueblo. Como siempre ha sido desde que el 8 de enero de 1959, Fidel y sus barbudos bajaran de la sierra para entregar al pueblo una alternativa al modelo impuesto por su vecino del Norte.

Con Fidel se ha ido un referente, una personalidad decidida y entregada, con los errores propios de un ser humano y con los logros y sacrificios que solo un verdadero revolucionario puede encarar. Se va una forma de entender el mundo y con él parte del mundo que con su figura ayudo a crear, un hombre que ha sembrado esperanza y valentía a partes iguales. Sin miedo y con el convencimiento de quién sabe que la historia le dará la razón, hoy me despido de ti comandante.

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¡Socialismo o Muerte! ¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!


Recuerda que como parte de la ley de memoria histórica y en recuerdo de la activista medioambiental Berta Cáceres,te agradeceríamos que dedicases un segundo a firmar esta petición para cambiar al recuerdo del fascismo de las calles de A Coruña,por el nombre de la activista medioambiental. 

https://www.change.org/p/xulio-ferreiro-calle-berta-c%C3%A1ceres-en-a-coru%C3%B1a

2 Comments

  1. «Visité Cuba invitado por el episcopado, no por el gobierno, pero el gobierno fue muy acogedor. Mi visita no tenía un carácter oficial. Pero la noche antes de partir Fidel llamó a la Nunciatura. En esos momentos me encontraba en la Catedral, diciendo misa, y le informaron que estaba ausente y a la hora que estaría de regreso. Fidel llegó alrededor de las 11:30 de la noche. Estuvimos hablando alrededor de dos horas. Fue una conversación de aspecto humano, cordial. Una de las primeras cosas que me dijo el Comandante fue: «pensaba en un monseñor gordo y me encontré con un hombrecito muy modesto, muy humilde». Esta fue la primera impresión positiva para él de mi persona. La conversación se desarrolló sin ningún tipo de agenda, ni la finalidad del encuentro era establecer algo concreto, algo político de relaciones Iglesia-Estado, pero en fin todos esos problemas fueron hablados. Tengo un recuerdo con un poco de nostalgia, porque he encontrado no solo al país sino a un hombre de inteligencia superior, de gran cultura y con ideas. Naturalmente no coincidíamos en todas las ideas, pero en fin la conversación fue muy interesante y también, bajo ciertos aspectos, agradable. Hablar con un adversario inteligente, es mucho mejor que hablar con un amigo no inteligente. De manera que el recuerdo, es un buen recuerdo.» Cardl. Agostino Casaroli, 1998.

    • Con Fidel se va un líder revolucionario, un líder político, pero por encima de todo un cubano que con sus errores y sus aciertos supo caminar con su pueblo. En un tiempo en donde la política se encuentra tan alejada, ser pueblo es la mayor virtud con la que se podría despedir Fidel.

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