Gruñen los cerdos

Por Luis Aneiros

Los cerdos están gruñendo, y a sus gruñidos se acercan ávidos todos aquellos que creen que van a comer jamón. Pero estos cerdos no están dispuestos a ser comidos, sino sólo alimentados y engordados con la comida de los demás. Con las sobras, con lo que huele mal, con lo que nadie quiere en sus casas y se lo dan a los cerdos, porque ese es el alimento que les gusta.

Gruñen porque las mujeres están dejando de tener miedo, y ellos quieren eliminar las herramientas que pueden ayudar a que las mujeres no tengan que volver a sentir ese miedo. Cada ley, cada norma, cada avance en la mente de los españoles hacia la igualdad en materia de género, lo ven como una amenaza a su concepto talibán de lo que deben de ser un hombre y una mujer. Y la muerte de una chica en manos de un animal sólo les sirve para justificar venganza, que no justicia. Cadenas perpetuas que no han impedido cada muerte ocurrida desde su implantación.

Ilustración de Javier F. Ferrero

Gruñen cuando en nuestro país se quiere ayudar a quienes peor lo pasan. Aquellos que sufren en sus carnes nuestra codicia en países de los que no conocemos ni sus nombres, y se ven obligados a huir de guerras necesarias para nuestro progreso como raza dominante, son rechazados a gruñidos y acusados de desestabilizar nuestro bienestar. Hablan de seres humanos ilegales, de utilización abusiva de nuestros servicios públicos, de usurpar nuestros puestos de trabajo… Pero nunca verás un cerdo en la campaña de la fresa ni en las huertas de El Ejido, ni limpiándole el culo a tu abuela…

Gruñen al ver que crecemos como pueblo sin la necesidad de una religión que guíe nuestra moral por el camino de su vieja moral. Ya no nos dan miedo ni el cielo ni el infierno, ya no creemos que debamos de supeditar nuestro comportamiento a las instrucciones invisibles de un dios malvado que no aporta más que sufrimiento al que lo contradice. Ven tambalear los negocios ocultos tras las puertas de cada iglesia, cada catedral, cada edificio ilegítimamente incautado por la gracia de dios…

Gruñen cuando en nuestro país se quiere ayudar a quienes peor lo pasan.

Gruñen ante la posibilidad de que los ciudadanos podamos disfrutar de servicios públicos financiados por y para esos mismos ciudadanos. Hospitales, colegios, residencias de ancianos, transportes… La calidad tiene que ser sólo para quien pueda pagársela, nuestros impuestos son únicamente útiles para llenar sus cuentas bancarias en paraísos fiscales, los títulos universitarios y los másteres se tienen que ganar a golpe de talonario y sin ir a clase, la preparación y el trabajo nunca deben de ser más importantes que los apellidos. El gruñido siempre con más valor que la palabra…

Gruñen desesperados al ver cómo queremos desempolvarnos el pasado franquista y a quienes han mantenido su legado para no perder los privilegios heredados del dictador. Llaman a la reconciliación pidiendo a las víctimas que olviden los crímenes que sufrieron sus padres y sus abuelos, aquellos que reposan sus restos en cunetas o bajo muros de cementerios con un disparo en el pecho. Hablan de “batallas del abuelo” cuando se refieren a quienes intentaron resistirse al fascismo, pero no dudan en utilizar el término “reconquista” para disfrazar de gesta la vuelta a la edad media.

Gruñen para intentar mantener unido el lodazal que creen que es “su” patria, provocando el enfrentamiento para justificar la violencia que vendrá. No quieren una Cataluña española, como queremos la inmensa mayoría. Quieren una Cataluña sometida, una Cataluña sin posibilidad de opinar sobre su futuro, sin querer siquiera sentarse a decidir entre todos los representantes de la soberanía nacional y autonómica. Y pretenden unificar nuestro pensamiento desde Madrid, la capital del reino. Reniegan de una diversidad como país envidiada en todo el mundo, de una riqueza cultural y de costumbres que quieren aplastar bajo los libros de texto y un único idioma.

El gruñido siempre con más valor que la palabra…

Y gruñen cuando algo sale bien. Nunca proponen nada más que ir “en contra de”. Todo avance, toda mejora, toda alegría de esta sociedad debilitada por tiburones y buitres, hace que los cerdos salgan a la calle a manifestar su oposición, de esa manera que ellos saben… a mordiscos y coces. Y prometen dar cada gota de su sangre por España mientras hacen brotar la sangre de quienes no se fían de ellos. Y los demás, los que deberían de utilizar sus grandes recursos en combatir tanto olor a podrido, gastan su dinero y el nuestro en rociar todo con ambientador para que nosotros, lejos de apartarlos por miedo, nos acerquemos a ellos por sus jamones.

Pero estos cerdos no dan jamones, estos cerdos devoran cultura y libertad. Y miedo. Cada lágrima de una mujer, cada mirada recelosa a un inmigrante, cada sospecha de que la democracia verdadera es una falacia, o cada gesto de odio a un compatriota de otra comunidad, los engorda más. Y no son nuevos, son los mismos cerdos de hace 80 años.

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