Greenwashing: el lavado de cara verde

Dentro del  greenwashing y la información tergiversada que las empresas transmiten por medio del etiquetado, cada vez son más los productos alimenticios que pretenden dar también una cara positiva de bienestar animal que no tienen.

Por María Villaluenga.

Es habitual encontrar todo tipo de etiquetas y certificados en los envases de los productos que adquirimos en la cesta de la compra. Hasta ahora, lo común eran las referencias a la sostenibilidad, empezando por la reducción del uso de plásticos en envoltorios. De un tiempo a esta parte, han aparecido nuevos mensajes, sellos y certificados relativos al bienestar animal. Estos sellos provienen tanto de empresas del sector alimentario como de empresas certificadoras, ambas pertenecientes al tejido empresarial con ánimo de lucro. Una de las líneas de trabajo de la ONG Equalia, organización sin ánimo de lucro, es analizar las condiciones de vida de los animales destinados a consumo y proponer los mejores estándares de bienestar animal, basándose en el conocimiento científico actual. Para establecer estos avances, Equalia forma parte de alianzas internacionales que estandarizan criterios para solicitar los mismos estándares en todos los países a las empresas alimentarias multinacionales. Por tanto, el trabajo de Equalia es fundamental para evaluar sellos, certificados y mensajes publicitarios que proclaman un buen bienestar animal, actuando ajenos a intereses corporativos. 

El uso de estas etiquetas por parte de las empresas, con intereses lucrativos, se denomina greenwashing: «una forma de márketing que adoptan determinadas empresas en las que aseguran haber adquirido un compromiso medioambiental, bien sea en el propio funcionamiento de la empresa, en las relaciones que establece con terceras partes o en los productos o servicios que proporciona, sin haber introducido cambios significativos en sus políticas ambientales».

Este concepto no es actual, sino que se remonta a 1983 en las Islas Fiyi. Jay Westerveld, estudiante universitario, lo acuñó cuando hacía surf en esas playas. Todo fue casual, Jay necesitaba una toalla limpia y se adentró en el hotel más exclusivo, situado en una playa privada. Le llamó la atención el cartel del complejo hotelero respecto a las toallas: «“Salva nuestro planeta”. Cada día se utilizan miles de litros de agua para lavar toallas usadas solo una vez. Tú eliges: una toalla en el toallero dice “La utilizaré otra vez”. Una toalla en el suelo significa “Por favor, repóngala”. Gracias por ayudarnos a conservar los recursos vitales del planeta Tierra». Este eslogan chocaba con la expansión de la empresa en todo el entorno, llegando a lo que es hoy en día, una isla-resort, mucho más perjudicial para el medioambiente que el lavado de sus toallas. Recordando este hecho, Westerveld escribió un artículo donde usó, por primera vez, el término greenwashing para explicar esa contradicción.

Aunque la palabra surgió en 1983, estas prácticas de lavado (verde) de imagen se llevan produciendo desde los años 60 en empresas energéticas. La pionera fue la petrolera Chevron y su campaña publicitaria People Do.

El concepto de greenwashing está de máxima actualidad hoy en día. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), impulsados por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) e incorporados en Europa y España a través de la Agenda 2030, son objetivos globales que adoptaron los líderes mundiales en el año 2015 para erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad para la ciudadanía. Para las empresas, los ODS constituyen el marco internacional de contribución al desarrollo sostenible y les proporcionan una guía para establecer sus hojas de ruta para configurar sus estrategias en torno a los objetivos en los que tienen capacidad de influencia. Ante este escenario, algunos inversores e inversoras, así como accionistas, han manifestado su inquietud ante posibles «lavados verdes» de empresas que no pueden cumplir con el plazo establecido para estos objetivos. 

La urgencia de estos contextos ha llevado a muchas empresas, entre ellas las del sector de la alimentación, a utilizar el etiquetaje como medio más directo y eficaz de dar una imagen «verde» y, a la vez, de confundir al consumidor o consumidora por medio del uso de imágenes y colores relacionados con la naturaleza; la inclusión indiscriminada de etiquetas y símbolos que se parecen a los oficiales, o las etiquetas autodeclarativas, que son inventadas por la propia empresa.

Dentro del  greenwashing y la información tergiversada que las empresas transmiten por medio del etiquetado, cada vez son más los productos alimenticios que pretenden dar también una cara positiva de bienestar animal que no tienen. Esto se conoce como humane-washing, la disonancia entre los mensajes publicitarios de un alimento y los bajos estándares de bienestar de los animales utilizados en el proceso de producción.

Estos mensajes publicitarios tergiversados pueden ser de distinta naturaleza. Los hay explícitos, como cuando se recurre al uso de los «sellos de bienestar», o se usan expresiones literales. Pero también pueden ser implícitos, por medio de imágenes que transmiten una idea de bienestar animal. 

Un ejemplo que nos encontramos día a día en la cesta de compra es el embalaje de los huevos. Las fotos que cubren el producto son, sin excepción, de gallinas en libertad. Si observamos con más detenimiento el código de los huevos, veremos que no todos corresponden a una producción de gallinas en libertad, como publicita el envase. Paradójicamente, se sirven de las imágenes de un sistema de cría libre de jaulas avalado mayoritariamente por la ciudadanía europea.

Entre abril de 2021 y febrero de 2022, la Dirección General de Salud y Seguridad Alimentaria de la Comisión Europea encargó a un grupo de expertos y expertas el Estudio sobre el etiquetado del bienestar animal. Las conclusiones extraídas están alineadas con las encuestas que se han realizado en los últimos tiempos a consumidores y consumidoras sobre este tema. Queda patente el bajo nivel de conocimiento de la ciudadanía sobre las condiciones de cría y el tratamiento dispensado a los animales destinados a consumo. También quedó confirmada la confusión y escasa información sobre el significado del etiquetado, provocadas por la cantidad de distintos certificados existentes en el propio país y en la UE. Algo que contribuye, a su vez, a desigualdades competitivas entre los distribuidores y las distribuidoras.

Sobre el etiquetado específico en bienestar animal, la ciudadanía europea apoyaría cualquier iniciativa futura de etiquetado que abarque más de una especie animal (por ejemplo, aves de corral, vacas, cerdos); diferentes sistemas de producción (por ejemplo, criados en libertad, ecológicos), y dimensiones que se extienden más allá de la vida en la granja (por ejemplo, el sacrificio humanitario). Los consumidores y consumidoras también estaban interesadas en recibir información del uso de antibióticos, la biodiversidad, la remuneración justa y la huella de carbono.

El trabajo de organizaciones como Equalia, tomando como base los estudios científicos más actuales en materia de bienestar animal, puede ayudar a las empresas del sector alimentario a avanzar en unos controles y un etiquetado más rigurosos. Esperamos que la voluntad de las empresas vaya en este camino para lograr productos con una una información transparente y entendible para toda persona consumidora.

Este trabajo se extiende al ámbito de la Unión Europea de la mano de Eurogroup for Animals, un lobby de organizaciones no gubernamentales, del que forma parte también Equalia, que trabajan para mejorar la legislación europea en materia de bienestar animal. Uno de los puntos de su hoja de ruta para este año 2022 es, precisamente, la creación de una etiqueta de bienestar animal común para todos los países miembros, que afecte también a los productos importados. Se lograría así la imparcialidad, ahora inexistente, de las empresas certificadoras que trabajan en su propio beneficio y en el de las empresas que las contratan. 

Las empresas del sector alimentario son muy conscientes de la preocupación de los consumidores y consumidoras por la sostenibilidad y el bienestar animal. Por ello, demandan un etiquetado que proporcione la información del producto que adquieren de forma clara, sencilla y veraz. Un hecho que la industria no puede ignorar y que deberá atajar con celeridad, con ayuda del asesoramiento que ofrecen organizaciones como Equalia, exenta de intereses corporativos y representante de la sociedad civil.

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