De un locutor, Slobodan Minic, habla “Good Night Sarajevo”, que cuando se desató la guerra en Bosnia, decidió quedar a defender su radio y su ciudad, pero no con un fusil, sino con un micrófono, con la única arma de la palabra.
Por Angelo Nero
“Las historias que solemos escuchar de una guerra se refieren casi siempre a la barbarie y a la destrucción que provoca allí por donde pasa. Y la guerra que desintegró por la fuerza a Yugoslavia no fue una excepción. Tenemos grabadas en nuestra retina imágenes como la de la bomba en el mercado de Sarajevo, que se llevó por delante la vida de 68 personas, o la de la matanza de Srebenica, que, con casi 8.000 almas a sus espaldas constituye el segundo mayor genocidio europeo después de la II Guerra Mundial, tras el Holocausto nazi.
Sin embargo, en una guerra, también existen otras historias. Como la de Slobodan (o Boban) Minic. Un periodista, un antiguo locutor de Radio Sarajevo que, bajo el oscuro manto de la noche de una Sarajevo asediada, ocupada e inmersa en el horror, intentaba despertar entusiasmo y esperanza en la gente desesperada. Vecindarios enteros, hacinados en sótanos que utilizaban como refugios, se reunían alrededor de un transistor en el que escuchaban a Minic contar historias que les alejaban de las bombas y los francotiradores. Minic fue, a su manera, un soldado de la guerra de Bosnia. Pero la única arma que se enfundó fue la palabra.”
Acabo de ver la película “Good Night Sarajevo”, estrenada hace ahora diez años, y me encuentro con este texto de uno de sus directores, Edu Marín -el otro es Olivier Algora-, publicado en el Huffington Post, un año antes de finalizar el proyecto documental, y me vienen varias cosas en la cabeza, la primera es que, desgraciadamente, ahora mismo el genocidio se ha normalizado, lo estamos viendo casi en directo, en nuestras televisiones, alcanzando unas cifras que deberían hacer sonrojar a los que, estos días, han estado pendientes de Eurovisión.
Según una de nuestras ventanas a este horror, el Palestine Chronicle, mientras escribo este artículo, se contabilizan 35.034 muertos, 78.755 mutilados, y 11.000 desaparecidos. Y esto solo en 100 días de la enésima (y parece que definitiva) invasión del ejército sionista. El asedio de Sarajevo, que horrorizó a Europa, duró 1.425, y en el murieron 11.541 personas, incluidos 1.601 niños, mientras que en Gaza, han superado los 12.300 niños. Es cierto que las comparaciones, más cuando estamos hablando de víctimas de un genocidio, son odiosas, pero los números son los que son, y los niños que han sido asesinados en Gaza por el ejército sionista superan al de niños muertos en guerras en todo el mundo en los últimos cuatro años. Y con ello no quiero decir que no me doliera Sarajevo como me está doliendo ahora Gaza, pero también es cierto que parece que a Europa, al menos a sus gobernantes, parece que no les duele en absoluto.
En una guerra también existen otras historias, como nos recuerda Tania Lezcano con su serie Voces Palestinas, en las que, más allá de los números, conocemos a los que están sufriendo en su propia carne la campaña de exterminio iniciada por el gobierno terrorista de Benjamin Netanyahu. Gracias a nuestra compañera podemos conocer a la escritora Haya Abu Nasser, al enfermero Faress Arafat, a las estudiante de derecho Fátima Elzahraa y Dana Besaiso, o a la locutora Wejdan Wajdy.
Precisamente de un locutor, Slobodan Minic, habla “Good Night Sarajevo”, que cuando se desató la guerra en Bosnia, decidió quedar a defender su radio y su ciudad, pero no con un fusil, sino con un micrófono, con la única arma de la palabra. Minic regresa a esa ciudad de la que consiguió salir vivo, y que juró que no volvería a pisar, para contarnos que “Sarajevo es un símbolo, es una ciudad preciosa, pero es algo más, no es solo una cuestión de estética, sino también de ética: a Sarajevo la llamaban la Jerusalem de Europa, porque musulmanes, cristianos y judíos convivían en ella” -ahora mismo también Jerusalem es una ciudad donde esa convivencia es imposible, por el colonialismo israelí-.
Durante el largo asedio de la capital bosnia, la voz de Minic, a través de las ondas, entró en los refugios de sus vecinos, a los que dio voz, y puso, muchas veces, en contacto, contó sus historias y alegró las largas noches sin luz con música, para que la única banda sonora de sus vidas no fuera el eco de las bombas de Ratko Mladić -el líder serbobosnio que, finalmente fue condenado por el Tribunal de La Haya a cadena perpetua, algo que, desgraciadamente, no le pasará a Herzi Halevi, el jefe del ejército israelí-. “La radio era la única manera de sacar a la gente de sus sótanos, de los sótanos de sus mentes”, dice Minic, recordando aquellos días en los que la Yugoslavia multiétnica y socialista saltó por los aires. En sus largos programas, en los que llegó a estar más de 24 horas al frente del micrófono -por lo que a punto estuvo de quedarse sin voz- daba consejos básicos de supervivencia a los habitantes de Sarajevo, apoyado por psicólogos y nutricionistas.
El director, Edu Marín, recordaba, en el artículo citado: “ Descubrí a Boban Minic gracias a su conmovedor relato de experiencias, reunidas en el libro Bienvenido a Sarajevo, hermano (Editorial Icaria, La mirada esférica). Lo leí durante un viaje a Roma que hice durante el mes de julio. En multitud de ocasiones, rodeado de romanos y turistas en el metro de la ciudad eterna, recuerdo que tenía que cerrar el libro y respirar, para digerir mejor lo que mis ojos estaban descubriendo en aquellas líneas. Un mes después estaba sentado en la terraza de Minic, en el pequeño pueblo de L’Escala, en Girona, donde él y su familia viven desde que huyeron de la guerra. Lo que en Roma leía en papel, lo estaba descubriendo en ese momento a través de los ojos de Boban. Y también de su voz. Aquella voz que ayudó a sobrevivir a tantos sarajevitas.”
Boban Minic, afincado en Cataluña desde el final de la guerra de Bosnia, preguntado por las similitudes entre el conflicto que sufrió su país y el que se libra ahora en Ucrania, contestaba: “Ucrania tiene Ejército y armas que Bosnia no tenía. Un país joven que no tenía tiempo de formar su Ejército ni con qué defenderse. Aquí, puede ser por la experiencia de los Balcanes, no hay embargo en armamento de los ucranianos, les suministran material bélico”, y subraya también “Los refugiados de mi tierra tenían las puertas cerradas… por lo menos, en este caso, han creado un corredor humanitario». En el caso de Gaza, tampoco han abierto, a día de hoy, ese corredor humanitario, y al finalizar el artículo el contador de muertos, mutilados y desaparecidos sigue creciendo. También, entre ellos, para acabar, es obligado recordar que en Gaza, el ejército israelí ya ha asesinado a más de cien periodistas… Good Night Gaza.
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