Golpe de Estado de Turquía: Win-Win de Erdogan | Utopía Posible

Por Jordi Vázquez Mir @JordiVazquez

 

En política, cuando un hecho no tiene un origen claro, hay que mirar a quien beneficia. El golpe de estado de anoche sólo beneficia a un actor: Recep Tayyip Erdogan. Consigue, de un plumazo, salir reforzado ante el parlamento dónde no puede sacar adelante su reforma constitucional, por un puñado de diputados/as, hacia un régimen presidencialista.

Erdogan

 

El sueño del régimen presidencialista

 

El propio Erdogan, en enero del presente año, puso como modelo del gobierno presidencialista que desea al de Adolf Hitler. Más allá de la demonización tópica del político austríaco, su modus operandi se asemeja mucho al que se usó ayer, en especial antes del acceso al poder. Lo utilizó en el fallido golpe de Munich o para depurar al ala izquierda del partido nacional-socialista en la noche de los cuchillos largos donde depuró a Ernst Röhm i Gregor Strasser. Ayer fue bombardeado repetidamente, por supuestos golpistas, el parlamento que evita, precisamente, que Erdogan aplique la reforma hacia ese régimen presidencialista «efectivo, como el de Hitler».

El islam político con el Califato tras las cortinas

 

Pero Erdogan no es un nacional-socialista, de hecho repugna cualquier medida socialista y su visión, más que nacional, es de un imperialismo neo-otomano de corte histórico. Erdogan es, siempre lo ha sido, un militante islamista. Lo fue cuando colaboraba con Gulbuddin Hekmatyar, fundador del Hezb-e Islami (Partido Musulmán) afgano. Su foto arrodillado ante el veterano político islamista, antes de que el islamismo fuera una corriente emergente, escenifica uno de sus padres políticos. El problema es que Turquía era, hasta ahora, una república laica, secular. Su fundador Kemal Ataturk impuso severas reglas de secularización de la vida social. Impuso códigos de vestir occidentales e incluso persiguió los intentos de restaurar el Califato. Estambul era la capital teórica del Califato hasta su deposición por Ataturk y abolición en 1926. Una institución que duró cuatro siglos y resta clavada en el pensamiento colectivo turco. Que Hizb ut-Tarir, el partido internacional que defiende su restauración, se reuniera en Ankara en marzo no es casual. Dicho partido, prohibido en diversos estados como Rusia, Alemania o todos los estados árabes excepto tres, goza de impunidad bajo Erdogan. El mismo que no olvida su espada de Damocles: los militares seculares siempre amenazantes.

 

«Una bendición de Alá»

 

Erdogan ha ido reduciendo el peso de los laicos en el ejército y ha promovido, ayer se demostró, a afines en la policía convertida en un instrumento de su partido. Quedaba un sector y ayer lo decapitó. En su rueda de prensa afirmó: «El golpe ha sido una bendición de Alá que no permitirá purgar el ejército». Y ese es el quid de la cuestión. Hasta en las más absurdas guerras de agresión, históricamente, se busca un pretexto, por nímio que sea. El golpe de ayer es el pretexto para, hoy, iniciar la ansiada purga con más de 1.500 militares detenidos, entre ellos los que criticaban, des de dentro, la brutal campaña contra la minoría kurda en la que ya han muerto más de 500 militares y policías por capricho del propio Erdogan. Un ejemplo es la brigada de Sirnak. 

 

 

De juzgado el 2008 a hegemónico en 2016

 

Erdogan no olvida que los militares depusieron el antecesor de su partido el año 2.000 cuando había ganado las elecciones. En aquel momento calló, era aún débil, y esperó su momento. El Partido del Bienestar acotó la cabeza y se disolvió. Para renacer como Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) y gobernar des de 2002. Sumiso primero a los militares laicos, díscolo después de vencer en los tribunales el 2008 cuando de juzgó al AKP por violar el principios del secularismo. Arrogante tras el inicio del conflicto civil en Siria, en 2011, y su evidente influencia en los sectores opositores. Agresivo tras el asalto del Estado Islámico a Kobanê y su ruptura unilateral del proceso de paz kurdo, en 2014 o su enfrentamiento con Rusia. Ayer, los supuestos militares sublevados levantaron una sola bandera: democracia, derechos humanos y, sobretodo secularismo. Al hacerlo como golpistas, Erdogan consigue que los tres valores pasen a estar bajo sospecha. En dos décadas se ha invertido la situación: ahora son los seculares, no los islamistas quienes amenazan la convivencia. Un hecho es clave: la llamada a la movilización popular en Ankara y Estambul se hizo desde las mezquitas. 

 

 

Errores que no lo parecen

 

Hay supuestos «errores» de los golpistas como ocupar el aeropuerto de Estambul para abandonarlo horas después sin ningún motivo (y en ese aeropuerto aterrizó como un héroe Erdogan) o cortar un puente, el del Bósforo, en lugar de una instalación de telecomunicaciones o electricidad. 
Pero el error más grave, casi una declaración de intenciones, fue no capturar a Erdogan en Marmaris. De hecho el ataque, supuesto y no probado, al hotel donde estaba el presidente, se hizo cuando el marchó. No se puede derrocar un presidente sin capturarlo aprovechando el factor sorpresa. El golpe no tenía intención de triunfar sino de sacar a las masas islamistas favorables a Erdogan a la calle. 
De hecho las imágenes de civiles desarmados linchándo militares son claro ejemplo de que algo no cuadra. Los mismos militares aseguran que creían hacer maniobras, algo no poco habitual en un país militarizado. Al ser rodeados por supuestos civiles no dispararon, con excepciones. Algo estraño en un país donde la policía está acostumbrada primero a matar y luego a preguntar, sobretodo con militantes kurdos o de izquierda. 

 

El gobierno del AKP ha levantado, por ejemplo, mezquitas en todas y cada una de las universidades de Turquía. Medida inusual en un estado oficialmente laico. Su objetivo, ahora, es transformar la constitución secular en islámica y transformar un ejército que se había nutrido de fieles a Ataturk, ergo, seculares, en seguidores del islam. Ayer hizo su declaración ante un retrato de Ataturk para acabar con sus ideas seculares, hábil gesto parar que se note el efecto sin que se note el cuidado. Ahora lo tiene muy fácil, Turquía camina hacia un régimen islámico presidencialista.

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