Golpe de Estado real para cambiar el rumbo de la Transición

La Transición fue una ley de punto final. No solo impidió juzgar y castigar a los culpables, autores y defensores de la dictadura y su represión, sino que hoy sigue impidiendo investigar los casos de los miles de desaparecidos y enterrados en las cunetas de nuestros caminos y carreteras.

Por Víctor Arrogante

Mucho se ha escrito sobre la Transición, pero hay algunos temas que no han quedado suficientemente explicados y mucha gente, los jóvenes especialmente, no conoce el proceso histórico que algunos vivimos intensamente. Recordemos las elecciones del 15 de Junio de 1977 y el referéndum de 1976, con el que comienza todo tras la muerte del dictador. Se dice que la Transición fue el proceso que llevó a España desde la dictadura a la democracia, y con ella quedaba atrás un régimen fascista sin derechos y represión.

Se diseñó un modelo de Estado social y Democrático de Derecho, con el mercado como expresión de lo económico, que quedó plasmado en la Constitución de 1978. Pero ni todo fue como nos decían que era ni mucho menos como ahora algunos pretenden que fuera. Desde un principio, desde que se vislumbraba cual era el futuro que se diseñaba, fuerzas regresivas empezaron a diseñar diversas operaciones para abortar, por todos los medios, los objetivos de la Transición.

Han transcurrido cuarenta y un años de aquel nefasto 23 de febrero. Vivíamos momentos de ilusión y compromiso. Se había recuperado la democracia, aun sintiendo que el espíritu de Franco seguía vivo y el aparato de la dictadura cuasi intacto. Los fieles al régimen no podían permitir que se otorgase la soberanía al pueblo, que se hubieran legalizado los partidos políticos, se desmontara el estado totalitario y se reconociese el derecho al autogobierno de nacionalidades y regiones.

Con la Transición se pasaba de la dictadura de Franco, a la monarquía de Juan Carlos, capitán general de los ejércitos. Desde el derrocamiento de la Segunda República, los españoles no hemos dejado de estar gobernados por militares. Demos tiempo al tiempo, pero mucho me temo que todo seguirá siendo igual si no se abre un Proceso Constituyente, que legitime un nuevo modelo de Estado para la convivencia del futuro; libre de ataduras y controlado por la ciudadanía crítica, responsable y participativa.

Hoy todavía cabe preguntarse quién fue el jefe del golpe del 23F. Podemos pensar que, si no estaba a las órdenes del rey, estaba a su servicio. Las elecciones de 1979, después de las primeras democráticas del 15-J de 1977, dio la mayoría al partido de Adolfo Suárez, creado para perpetuar el Régimen. Sus políticas no dieron los resultados previstos y se produjo una gravísima crisis social, económica y política. La inflación se disparó, se elevaron los precios y el desempleo aumentó de forma escandalosa. El Sistema perdió credibilidad y cundió el desencanto. Para el rey heredero de Franco, Suárez ya no le era útil y la democracia tan anhelada, había dejado de ser la solución.

El 23-F fue un golpe de Estado en toda regla. Perpetrado por mandos militares, guardias civiles y una trama ideológica de la derecha reaccionaria sin identificar. Fue un golpe de estado promovido desde las instancias del poder, para reconducir la situación política «a la deriva». Muchos clamaban por un gobierno de coalición. Había que rediseñar el proceso de la Transición, con un nuevo pacto. Varios golpes y conspiraciones coincidieron en el tiempo, reconducidos por el CESID, induciendo determinadas acciones, para llevar al general Armada Comyn a la presidencia del gobierno. Estaba en marcha la operación De Gaulle.

Fui testigo, y de alguna forma protagonista (como candidato a diputado en las primeras elecciones) de la Transición que comenzaba. No puedo arrepentirme de lo que hice convencido, pero visto en perspectiva histórica y con lo visto y aprendido, soy crítico con los resultados de todo aquello. En su forma fue un pacto desde el franquismo hacia la democracia, aunque no todos los que participaron fueran demócratas. La oposición al régimen no pidió que se dirimieran responsabilidades por los crímenes cometidos, por los derechos pisoteados ni por el origen del régimen que terminaba; y no hablamos de la guerra, sino de la represión y muertes producidas durante la dictadura.

Los golpistas pretendían establecer un gobierno «militar por supuesto», recuperar los principios del Movimiento Nacional y el espíritu del 18 de julio. Juan Carlos de Borbón estaba al tanto de todo. Para el rey, los sublevados querían lo mejor para España. Sólo pretendían lo que todos deseábamos: el restablecimiento de la disciplina, el orden, la seguridad y la tranquilidad, declaraba el hoy rey emérito (hoy fugado por sus oscuros negocios económicos) al embajador alemán Lothar Lahn (revista Der Spiegel). Por encima de todo pretendían la defensa de la unidad de España, la bandera y la corona, que el propio Franco le había encomendado. El rey estaba al corriente de la trama golpista antes y durante; también de su frustración.

En 1975 murió Franco y supuestamente quedaba atrás un régimen sin derechos, de represión de las libertades y de persecución de todo cuanto no fuese fidelidad a lo que llamaban principios del Movimiento Nacional, jurados por el entonces príncipe de España Juan Carlos de Borbón −heredero de Franco a título de rey−. El régimen dictador se estableció, después de un golpe de Estado contra la democracia, una guerra y una rígida dictadura que duró hasta 1978; después la estructura de poder quedó intacta y nunca se produjo una auténtica ruptura.

La llamada oposición democrática que pedía ruptura, se conformó con la reforma; y quienes querían reforma, retornaron a sus cavernas. La policía, los jueces y militares, pilares de la represión, continuaron en sus puestos. Viendo aquellos acontecimientos, lejanos ya en la memoria, llego a pensar que los miembros de la oposición al régimen, fueron tan solo invitados en el proceso; y los propios franquistas, quienes diseñaron el cambio, para que poco o nada cambiara. Los ciudadanos fuimos espectadores de una película en blanco y negro sin subtítulos.

En el proceso hacia la democracia la Agencia Central de Inteligencia, la CIA, estuvo cerca. Podemos afirmar que la Transición se diseñó en un despacho desde Langley, dice Alfredo Grimaldos en su libro Claves de la Transición 1973-1986 para adultos. El franquismo no es una dictadura que finaliza con el dictador, sino una estructura de poder específica que integró a la nueva monarquía. Fueron los propios franquistas quienes diseñan el cambio, repartiéndose los papeles en la obra que ellos mismos dirigieron. Hoy conocemos que Juan Carlos, se hizo confidente de la Casa Blanca y se convirtió en su gran apuesta para controlar España.

El desaparecido Diario16, dejó 23 preguntas en el aire con respuestas incorporadas: Fue un episodio vergonzante, que no se investigó decididamente y se cerró con demasiada rapidez, por la personalidad de los implicados. Quienes participaron, ocultaron y desvirtuaron la realidad por su seguridad y lealtades mal entendidas. Demasiadas instituciones y representantes públicos estuvieron implicados de espaldas al pueblo. Unos se han llevado su secreto a la tumba y otros viven de sus réditos. Habrá que esperar a la desclasificación de documentos secretos, si llega. Es de suponer que las pruebas documentales, cintas con imágenes y sonido, han sido destruidas, por quienes han tenido tiempo, interés o recibido orden de destrucción masiva.

El 23-F, sin triunfar, consiguió lo que pretendía. La democracia quedó vacunada, aunque todavía tendríamos que conocer alguna que otra asonada militar. Se legitimó el rey y la monarquía salió fortalecida. Los partidos reconvinieron sus políticas. El pueblo apoyó la democracia decididamente y todo quedó sometido al miedo por la involución. El desarrollo del estado autonómico, que supuestamente había hecho peligrar la unidad de España, se paralizó durante unos años. Y la grave situación política e institucional, achacada a la política de Suárez, se recondujo hasta octubre del año siguiente con la llegada del PSOE al gobierno, abandonando toda idea de salir de la OTAN.

La Transición fue una ley de punto final. No solo impidió juzgar y castigar a los culpables, autores y defensores de la dictadura y su represión, sino que hoy sigue impidiendo investigar los casos de los miles de desaparecidos y enterrados en las cunetas de nuestros caminos y carreteras. La Transición puso como jefe de Estado a un rey, que durante veinte años apoyó voluntariamente a Franco que lo nombró como sucesor; que nunca renegó del juramento a los principios generales del movimiento, ni denunciado las penas de muerte que su protector firmó hasta el final de sus días. Fue una reforma sin ruptura, construida sobre el poder franquista intacto. Hubo un gran debate en las alturas sobre ruptura o reforma, pero al final, quienes defendían la ruptura reformaron y los reformistas retornaron al lugar de donde venían.

El régimen que trajo la Transición hace aguas. La Constitución está obsoleta y no resuelve ninguno de los problemas históricos de España. La mayoría social está dando la espalda a la clase política y a las instituciones, porque sus principios y valores se quedan en meras declaraciones sin contenido; sus preceptos no se cumplen o se interpretan de forma restrictiva, limitando derechos fundamentales, eliminando los sociales y entorpeciendo el ejercicio de las libertades públicas. Pese a todo, el riesgo de involución por métodos violentos sigue siendo una realidad.

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