La historia musical de Hansard había cambiado al conocer a Markéta Irglova, con la que compartió protagonismo en la película, en la que ella interpretaba a una inmigrante checa que vendía flores en la calle, y con la que había grabado, también en 2006, “The Swell Season”, cuyas canciones formaron la banda sonora de “Once”.
Por Angelo Nero | 2/12/2023
Hace ya doce años –cuanto ha cambiado el mundo desde entonces, y cuantas cosas han cambiado en mi vida- descubría en un pequeño cine, de esos que subsistieron en mi ciudad programando películas pequeñas con grandes historias, y en versión original, a un músico irlandés, que, a través del celuloide, nos mostraba la realidad de muchos que, como el, comenzaron tocando en la calle, probando fortuna con una vieja guitarra y melodías que salían directamente del corazón.
Aunque la historia que nos contaba el director John Carney en “Once”, no era exactamente la de su protagonista, Glen Hansard, que ya había editado en 1991 su primer disco con su grupo The Frames, y que solo un año antes de rodar la película, en 2006, ya habían conseguido llegar al número 1 en Irlanda. Aun así la historia musical de Hansard había cambiado al conocer a Markéta Irglova, con la que compartió protagonismo en la película, en la que ella interpretaba a una inmigrante checa que vendía flores en la calle, y con la que había grabado, también en 2006, “The Swell Season”, cuyas canciones formaron la banda sonora de “Once”. Uno de esos temas, “Falling slowly”, ganaría un años después el Oscar a la mejor canción original, y catapultaría a Glen y a Markéta al Olimpo de la fama.
Aquella bella historia no estaba exenta de momentos agridulces, ya que, en definitiva los protagonistas eran restos de un naufragio, golpeados por rupturas que se habían unido gracias a los hilos invisibles de la música, y también su propia historia, la real, acabó con un puñado de espinas clavadas en el corazón y en la garganta, en la de Markéta y Glen, pero también en la de sus seguidores, que pudieron ver el proceso de descomposición como pareja y como proyecto musical cuando grababan su tercer disco “Strict Joy”, en 2009, y realizaban su última gira, en el documental estrenado en 2012 “The Swell Season”, dirigida coralmente por Nick August Perna, Chris Dapkins y Carlo Mirabella-Davis. Ese mismo año comenzó la carrera en solitario de Glen Hansard, con “Rhythm and Repose”. En aquel momento, declaró en una entrevista: “Cuando todo eso acabó no quería ir hacia atrás, solamente quise ir hacia delante. Me fui a vivir a otra ciudad, donde no estaba cerca de mis amigos, para escribir canciones, y me pareció lo normal hacer un disco que documentase ese periodo de mi vida”. Desde entonces ya ha grabado tres discos más: “Dindn’t he Ramble” (2015), “Between Two Shores” (2018) y el último, hasta el momento, “This Wild Willing”, este mismo año, que vino a presentar a Pontevedra al día siguiente de la celebración de los difuntos, para mostrarnos que su propuesta musical estaba más viva que nunca, indagando en nuevos paisajes musicales, más allá de la vena folk rock a la que nos tenía acostumbrado en sus anteriores trabajos.
Arriesgado en lo musical y en lo cinematográfico, desde sus orígenes, tocando en las calles de Dublín a la temprana edad de los trece años, o a los veinte en su debut en la mítica película The Commitments, en la que interpretaba al guitarrista Outspan Foster, en el año 2016 también se apuntó a una nueva aventura, la que habían iniciado, dos años antes, el pintor Liam Holden, el cantante Brendan Begley, el poeta Danny Sheehy, y el folclorista Brendan Moriarty, al que sustituiría, para hacer la etapa final, unos 700 kilómetros, de los 2.500 kilómetros que separaban la partida del grupo original del río Liffey, en Dublín, de las costas gallegas, en una embarcación tradicional a remos, sin cubierta, un curragh, al que bautizaron como Naomh Gobnait, inspirados por la mitología celta, y realizando su particular camino de Santiago, durante seis semanas a lo largo de tres años en diferentes etapas. Juntos arribaron al puerto de A Coruña en este diminuto bote, después de haber conectado con un montón de comunidades diversas, experiencias que fueron recogidas en el documental “The Camino Voyage”, dirigido por Donal O’Ceilleachair, en el que se retrató, en palabras de Sheehy, un viaje que llevó “sudor, sangre y ampollas para completarse, mientras profundizaba y renovaba las amistades, la creatividad y la espiritualidad en el proceso.” Desgraciadamente Sheehy, perdería la vida el año pasado en el naufragio del Naomh Gobnait en la Foz do Minho, debido a las potentes corrientes y las barras de arena que hacen muy difícil la navegación en esa zona, y el curragh, reconstruido se encuentra actualmente en el Museo del Mar de Galicia, en Vigo, dónde fue visitado por un Glen Hansard muy emocionado, como manifestaría posteriormente, en el concierto donde reveló la historia a los que no la conocían.
A todos estos antecedentes tuve que sumar uno, para no dudar más en comprar la entrada con bastante antelación –cuando ya llevaban vendida más de la mitad del aforo del Pazo da Cultura-, el de no haberme decidido para ver el musical “Once”, en Dublín, cuando tuve ocasión, a pesar de pasar varias veces por el Gaiety Theatre, donde se representó con gran éxito durante tres años. No iba a desperdiciar esta ocasión, así que me fui con tiempo (por cierto, el meteorológico no era muy bueno) a Pontevedra para asistir al recital, que cerraba el ciclo Voices, en el que también habían participado James Rhodes, Lila Downs y Luisa Sobral, artistas a los que, en otros escenarios, había escuchado, con emoción, a través de la piel.
Nos dio el tiempo justo para tomar una cerveza y para ver a algunos conocidos entre el público que ya abarrotaba la cafetería y el hall, dónde había una mesa con el extenso merchandaising de Glen Harsand y de su telonera, Nina Hynes, de la que apenas había visto un par de vídeos en Youtube. Entre ellos a la cantante viguesa Su Garrido, premio Martín Códax en este año, que también había tenido su etapa tocando en las calles de Dublín, y a su compañero, el poeta irlandés Keith Payne. Poco después de las ocho ocupamos nuestras butacas, y a las ocho y cuarto, tal como estaba anunciado, salía a escena, bajo una luz mortecina, la cantante dublinesa Nina Hynes, con una solvente carrera musical a sus espaldas que la habían llevado a tocar con Roxy Music, Stereolab, David Gray o Damien Rice, además de colaborar en varios proyectos de Harsand.
Acompañada por dos miembros de la banda de Glen, Rob Bochnick en la guitarra, y Romy O’Mahony, en los teclados y en los coros, la cantante afincanda en Berlín desde hace una década –“dejé Irlanda porque no sentía que hubiera un lugar para crecer. Estaba tratando de expresarme sin tener que absorber una mentalidad comercial superficial que se desarrolló como el sistema”-, soltó un puñado de luciérnagas en forma de canciones para que brillaran bajo la cubierta del auditorio, desengranando algunas joyas de su discografía como “Unfuck the world”, en la que hizo corear a un público seducido por su voz, creando uno de los primeros destellos de magia de la jornada, o como “I see a better life”, melodías sedosas con letras cargadas de ironía, de rebeldía y de una originalidad que la han llevado a girar por América y Europa con músicos tan eclécticos como Joan as a Police Woman (a la que también tuvimos la suerte de escuchar en Vigo), Terry Callier, Cat Power o Julee Cruise.
Una cantante a seguir, esta que debutó en 1999 con el EP “Creation” (Reverb Records), para continuar en 2002 con “Staros”, en la misma compañía, con el que consiguió un gran éxito en su Irlanda natal por su tema “Mono Prix”. Ya en Alemania, donde se mudó en 2007, creó su propio sello, Transplant Record, y lanzó “Really Really do” y su último disco hasta la fecha “Goldmine” (2013), colaborando también en discos de Jimmy Behan, Hector Zazou o Cillian Murphy. Realmente fue una pena que no nos lleváramos ningún disco de ella, por motivos que no vienen al caso en esta crónica, pero nos dejó con ganas de cantar “Let’s unfock the world / Set allight, unfurl”…
No me había creado ninguna imagen previa del concierto, y lo primero que me llamó la atención de la puesta en escena de Glen Hansard fue lo bien arropado que venía, con una banda de siete miembros, que desde el minuto cero sonaban a eso: a banda, y que nos arrollaron con su primer tema “Fool’s Game”, el tercer corte de su nuevo álbum, una buena muestra de presentación con un inicio suave, como el de las nubes que caminan hacia una tormenta, y que estalla con una espectacular sonorización y distorsiones, para volver a la calma con la guitarra del zaragozano Javier Más, colosal a sus setenta años, y la voz deliciosa de la pianista Ruth O’Mahony Brady, dibujando una atmósfera inequívocamente celta. “Through the storms we gather and we’re falling on nobody but ourselves”, dice la estrofa final de este juego de tontos, y nosotros nos abandonamos a la tormenta. La canción es, según Hansard “una meditación sobre el viaje salvaje que seguimos cuando nos rendimos a otro; la renuncia al control; la vulnerabilidad de amar y ser amado. No dejes que nadie nos aconseje, dice, porque pase lo que pase, solo te respondo, y tú a mí. Cualquiera que dé consejos de amor, simplemente no es de fiar.”
Le bastaron los seis minutos que dura “Fool’s Game”, para conquistarnos, pero Glen venía dispuesto a mucho más, a rendirnos, así que siguió con su asedio de melodías arrasadoras con “I’ll be you, be me”, algo más pausada, como una invitación a levitar, a dejarse llevar por las alas que, si lo soñamos con suficiente fuerza, nos crecen a todos.
“Your love’s a bunny snare / Traps me in the evening / Got me hanging in mid-air / Now i’m swinging from the ceiling”, canta, negociando el consumidor del deseo, con el peligro de un animal indefenso, con el vientre expuesto. Este fue el primer sencillo de “This Wild Willing”, un tema cinemático, altamente orquestado, que también abre el disco donde se nota la impronta de los músicos iraníes de formación clásica, los hermanos Khosharavesh, colaboradores de Glen desde hace tiempo, de Joe Doyle, en el bajo y de Romy, en el piano y la voz, así como de los músicos electrónicos Deasy y Dunk Murphy de Sunken Foal. Sigue la línea que el músico marca para este trabajo “a veces, cuando tomas un pequeño fragmento musical y lo cuidas, lo sigues y lo construyes lentamente, puede convertirse en algo maravilloso”. En el video de esta canción, reclutó a una puñado de amigos, como François Lecoq, Maire Saaritsa, o James Thiérrée, el nieto de Charlie Chaplin, violinista, actor y artista de circo suizo.
Para calentar todavía más el ambiente, nos regaló una preciosa canción de su etapa de “The Swell Season”, titulada “The Moon”, en la que la voz de Marketa fue replicada por Ruth O’Mahony, en esa dolorosa sucesión de espinas: “Cut the bonds with the moon / And let the dogs gather / Burn the gauze in the spoon / And suck the poison up and bleed”, que parece resumir la tormentosa historia de amor de los protagonistas de “Once”. Instrumentaciones delicadas en un escenario en penumbra, donde la guitarra de Glen parece tener vida propia, cuerdas que, al rasgarse, parece que nos estaban rasgado también algo por dentro, allí donde escuchábamos aquellas notas que parecían anclarse, para siempre, en lo más hondo del corazón.
Seguimos adentrándonos en la veta más nostálgica del universo de Glen Hansard con un tema de su segundo álbum en solitario, “Dindn’t he Ramble”, en la que apenas necesita algo más que una vieja guitarra –cambió muchas veces de guitarra, eléctrica o acústica, pero no trajo a “The Horse”, su instrumento de batalla que “ya no viaja conmigo. Tuve que dejar de llevarla de gira debido a su frágil estado”, declaraba.- En la presentación de “My Little Ruin”, nos habló de un buen amigo suyo, muy talentoso, perdido en el laberinto de las drogas y el alcohol, que sigue arruinando su vida aun cuando las cosas le van bien, “alguien que roba la derrota de las fauces de la victoria”, y al que, simplemente, le dedicó la canción para decirle que está ahí, de todos modos: “Come on, my Little ruin / Won’t you build yourself back up again / Won’t you take the time you were given / You promised it to yourself / You could stand among the best of them / If you could hold your own.” En este tema nos mostró la vena rockera de la banda, con una auténtica tormenta eléctrica en la que brillan la base rítmica formada por el batería Earl Harvin y el bajista Joseph Doyle, y la muralla de cuerdas que levantan las guitarras de Javier Mas, Rob Bochnick y el propio Glen Hansard, que nos lleva a sumergirnos en el abismo de ese amigo del que habla la canción.
El grupo regresó para volver al repertorio de la banda sonora original de “Once”, que le llevó a la fama, con el reconocible por gran parte del público, desde los primeros acordes, “When Your Mind’s Made Up”, que dedicó a su amada Markéta. “So, if you want something / And you call, call / Then i’ll come running / To fight and i’ll be at your door / when there’s nothing worth running for”. Uno de esos temas que comienza tranquilo, como unas inofensivas nubes de verano, pero que va ganando fuerza, hasta convertirse en una tormenta que nos arrasa, y parece que amenaza con romper las cuerdas vocales de Glen y, en este concierto, Romy, reproduciendo de forma increíble –aunque no idéntica- la magia de Markéta a la voz y al piano, para rompernos el corazón en mil pedazos y coserlo después con hilo de plata. Ese grito de desesperación de Hansard, que parece rejuvenecer hasta las primeras heridas con esta canción, y que hace brotar las lágrimas del público más sensible.
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