Por Iria Bouzas
El otro día leía al escritor Suso de Toro en twitter diciendo que “hay que ganar la esperanza” y me he quedado rumiando esa frase durante varios días.
Me he preguntado a mí misma varias veces cómo se hace eso de ganar la esperanza si cada día parece que el mundo está empeñado en terminar de aplastar lo poco que de ella quede dentro de cada uno de nosotros.
Y aun más vueltas le daba al tema pensando que mis expectativas sobre el futuro no son en absoluto mucho más alegres que mi opinión sobre el presente.
Estoy convencida de que tenemos tiempos muy difíciles por delante. Siento decirlo, pero estoy convencida de que la realidad que nos espera es mucho más complicada y oscura incluso de lo que nos imaginamos.
Los poderosos se han pasado décadas expoliándolo todo, y los políticos cómplices corruptos de ese robo lo único que han hecho es ir remendándole las costuras a un sistema que lleva tiempo amenazando con reventar, y sus costureros son plenamente conscientes de que cada vez es más complicado posponer su inevitable estallido.
Se podría decir que los gobiernos de los diferentes partidos han estado jugando a la “patata caliente” con nosotros. Simplemente se han ido pasando los unos a los otros una situación insostenible, rezando a sus dioses de plástico para no fuese delante de sus narices donde sucediese el desastre final.
En algún momento todos tenemos en nuestra cabeza una vocecilla que nos quiere convencer de que es el momento de rendirse y descansar y es tentador hacer caso a sus insinuaciones y dejarlo todo.
He escrito en multitud de ocasiones sobre las estrategias perversas que sigue el neoliberalismo. Ese mismo neoliberalismo que tiene como mayor logro el de habernos convencido de que no existe.
He repetido hasta hacerme tremendamente pesada, que nos quieren individualistas porque estando solos somos presas más vulnerables. Nos han convencido de que “somos los capitanes de nuestro destino” porque cuanto más aislados de los demás seres humanos, cuanta menos redes de afecto y solidaridad, más fácilmente nos pueden hacer suyos.
Creo que nos quieren sin autoestima porque así nos obligan a involucionar desde personas libres a consumidores esclavos. Buscamos en el consumo la reivindicación de nosotros mismos. Queremos comprar la juventud, la belleza y el estatus social y a cambio entregamos nuestro mayor patrimonio vital, entregamos nuestro tiempo.
Sé que nos quieren empobrecidos para que la supervivencia nos mantenga tan ocupados que eso nos impida luchar. Se ha hecho así desde el principio de los tiempos. El hambre no deja espacio a la reivindicación.
Y después de darle muchas vueltas a la frase de Suso, he llegado a la conclusión de que el poder también nos quiere desesperanzados. No hay lucha sin esperanza y sin lucha el mundo es, con nosotros y nuestras almas dentro, cada vez más suyo.
Cuando llegas a esta conclusión, parece que empiezas a ver con más claridad aquellos sucesos que hasta entonces no tenían ni relación aparente, ni un sentido más trascendental que el de hechos aislados.
Cuando piensas en que la desesperanza de muchos es tan útil para unos pocos, entiendes la cantidad de noticias negativas por las que nos vemos bombardeados. También le empiezas a encontrarle sentido a las luchas entre políticos que hasta entonces pensabas que llevaban a ninguna parte. En ese momento contextualizas los fracasos y las derrotas que se nos muestran a todas las horas del día.
Hace tiempo escribí un artículo en el que reivindicaba la alegría como algo revolucionario.
Ahora a la alegría le sumo la esperanza para incluirla en el kit de combate que nos debemos echar a la espalda todos aquellos que le tenemos alergia a los sistemas injustos.
La negatividad y la desesperanza son trampas. Es más sencillo regodearse en aquello que nos hiere porque así no nos sentimos obligados a hacer algo para cambiarlo.
Sé que nos quieren empobrecidos para que la supervivencia nos mantenga tan ocupados que eso nos impida luchar. Se ha hecho así desde el principio de los tiempos. El hambre no deja espacio a la reivindicación.
La alegría y la esperanza, en cambio, son trabajos. La vida pesa y la vida duele. Mantenerse luchando sin dejarse llevar por los susurros del desaliento y el desánimo es muy complicado.
En algún momento todos tenemos en nuestra cabeza una vocecilla que nos quiere convencer de que es el momento de rendirse y descansar y es tentador hacer caso a sus insinuaciones y dejarlo todo.
Cuando era pequeña me machacaron en el colegio. En sus cabezas las niñas con mi origen, debían aprender cuanto antes mejor su lugar en la vida. Mi madre, convencida de que había parido a un ser humano tremendamente valioso no dejaba de repetirme una y otra vez que yo podía conseguir ser quien quisiese llegar a ser.
Mis profesores querían minar mi esperanza, mi madre quería dármela. ¿Quién me estaba entregando algo de verdad bueno para mí?
Por favor, no lo hagan. No escuchen a la voz. No vayan al mundo a aportar más desesperanza.
A mi lado quedan huecos libres para los que quieran seguir peleando desde la alegría pensando en que de verdad podemos ganar.
¿Me van a dejar sola?
Así es, buscan separar a la clase trabajadora como instrumento de control. Unidos somos fuertes. Sed conscientes de ello y convenced a otros de lo mismo. Nuestra única esperanza son nuestros compañeros de fatigas.