Por Iria Bouzas
El último 20 de noviembre acudí invitada a una conferencia titulada “Franquismo post Franco” organizada por el Grupo de Memoria Histórica del Parlamento Europeo
Yo nací en el 77, lo que quiere decir que cuando tuve conocimiento de acabamos de salir de una dictadura, esta se suponía que era ya algo del pasado.
Como tantas personas de mi generación, crecí pensando que en España había existido un pacto social para dejar atrás todo aquello. Una especie de “contrato del olvido” que nos permitía entrar en el Siglo XXI limpios de polvo y paja y concentrados en otras cosas que nada tenían que ver con fascismos y totalitarismos.
Y como siempre ocurre cuando te vas haciendo mayor, en algún momento te acabas dando cuenta de que llevan años estafándote en parte de lo que te habían inculcado como una verdad incuestionable.
Creo que me he pasado casi toda la vida sin entender bien a mi familia en este tema. Mi madre y mis tíos se pasaron años intentando hacerme comprender el miedo, la rabia y la sensación de injusticia con la que entraron en la Democracia y yo, como buena y repelente adolescente, me pasé años cuestionando esas emociones asumiendo que se habían quedado anclados en una época que ya no existe.
Ellos escupían la palabra “impunidad” y yo no alcanzaba a comprender todo lo que ella llevaba dentro.
Me temo que a veces soy el ser humano más desesperadamente terco y cabezota que ha pisado alguna vez la faz de la Tierra pero aun así soy capaz de cambiar de opinión cuando la realidad me abofetea en la cara provocando que se tambaleen absolutamente todos mis cimientos.
Llevamos años viendo salir del fondo de las cuevas y echarse al monte a riadas enteras de franquistas que llevaban más de cuarenta años allí metidos intentando camuflarse entre las rocas poniendo cara de helechos a ver si así no nos dábamos cuenta de que nunca se habían ido del todo y entonces, escondidos y disfrazados podían seguir inoculando su veneno en nuestra sociedad hasta que llegase el momento de volver a salir a la luz del día para meternos a todos los que queremos vivir en libertad en algún lugar muchísimo peor que una cueva.
Invitada por Ana Miranda, una eurodiputada del Bloque Nacionalista Galego enormemente activa en las lucha contra los fascismos, me he pasado un día entero escuchando a asociaciones de la Memoria Histórica, a periodistas especializados y a familiares de víctimas.
Como feminista, me he encogido especialmente al pasar un día inmersa en las historia de las mujeres a las que violaron, mataron, torturaron y de aquellas a las que les robaron, impunemente, a sus hijos sin que a nadie les importase lo más mínimo el convertirlas en víctimas del horror.
Horas pensando en el inmenso amor que he podido sentir en mi vida por mis queridos abuelos y acercándome a los nietos de los desaparecidos a los que algunos políticos les piden que “pasen página” y le olviden mientras sus huesos se quedan perdidos en alguna cuneta.
He escuchado a personas relatar sus torturas. Uno de ellos por pertenecer al mismo partido en el que en su día militó mi madre.
He aprendido un poco más de cómo se produjo el expolio y de cómo lo siguen disfrutando aquellos a los que se le ha legado de una forma indecente e inmoral.
Durante un día entero he escuchado miles de palabras cargadas de muchas emociones pero todas con un elemento común, la ausencia de revancha pero la necesidad de justicia.
Me gustaría quedarme con las frases de las víctimas pero soy incapaz de reproducirlas porque me revuelven hasta llevarme a un sitio en el que no me siento capaz de estar y procesar.
Me quedo pues con dos frases de dos eurodiputadas, la primera de ella es Izaskun Bilbao (PNV): “La vacuna contra el odio es la memoria”.
Y otra de Ana Miranda del BNG que resume perfectamente lo que mi familia quiso explicarme durante mucho tiempo y yo no tuve la capacidad de entender hasta hacer relativamente muy poco: “Tenemos que entender que el franquismo continúa vivo en las Instituciones. De hecho en esta cámara (Parlamento Europeo) hay grupos que hacen apología del franquismo”
Casi cuarenta años después, ahora entiendo el miedo en la voz de mi madre. Y lo entiendo porque ahora empiezo a sentir yo ese mismo miedo ante el avance de la sinrazón que no murió cuando se suponía que se había quedado enterrada.
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