Franco, emociones, competencia y política

Por Alberto Vila

En actos posteriores a la exhumación de los restos de Franco del Valle de los Caídos del pasado jueves, Pedro Sánchez ha asegurado que «pocas veces en la vida le han dado tanto las gracias como esta semana”. Calificó el acto de «momento histórico de nuestra democracia» y ha destacado el «significado político, social y emocional de lo ocurrido». No convence.

Joseph Pulitzer se preguntaba a principios del siglo XX, cuando por su iniciativa nacía la Escuela de Periodismo de la Columbia University de Nueva York, lo siguiente:

“¿Cuál será el estado de la sociedad y la política de esta república dentro de setenta años, cuando algunos de los niños que ahora van al colegio aún estén vivos? ¿Conservaremos un gobierno basado en la Constitución, en la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y en la pureza de la justicia, o nos gobernarán el dinero o la mafia?”.

Desde aquella pregunta, hoy tienen a Trump. Mientras España le ofrece un acto solemne al franquismo. En tanto siguen muriendo 80 dependientes diarios con la ayuda aprobada, mientras la ministra de Hacienda defiende evitar que la fiscalidad obligue a las rentas más altas a contribuir proporcionalmente a paliar esa injusta situación. Además de no disponer de un plan explícito para afrontar la recesión que viene. Más allá, claro, de la “mochila austríaca”, “profundizar” el ajuste y liquidar lo que resta del “Estado del Bienestar” a favor de sus grupos acreedores. Los que financian al Bipartidismo.

Dibujo de Javier F. Ferrero

Parece que hay consenso en que el lenguaje es mucho más importante para la convivencia de lo que se había creído hasta ahora. Ese código, el lenguaje, es mucho más que un sistema de símbolos para comunicarse los humanos en sociedad. Porque tiene que ver con las emociones y estas también son decisivas para la convivencia humana. Para dirigir el acto de votar. Dentro de las dimensiones del lenguaje debe considerarse la importancia de lo visual. La significación de lo visual dependerá de quienes sean los observadores. Su valoración a los consensos posteriores dados por válidos desde el coro mediático afín. Desde allí, se explica que los dirigentes no soporten responder a preguntas específicas de periodistas independientes. Sólo responden a los practicantes del amable postperiodismo actual.

La esencia de estos gobiernos que han venido defraudando la confianza de los españoles siempre utilizó y utiliza la palabra para construir sus ficciones. Eufemismos. Estafas. Términos que no construían más que emociones en la mente de las personas. Han procurado alimentar emociones. Incentivar las expectativas produciendo ilusiones. Tan irreales como movilizadoras, con el único fin de mantener el poder para seguir saqueando y beneficiando a los grupos afines. Sin embargo, esa tarea de acción psicológica, de construcción de las “conductas apropiadas” no sería posible sin el control absoluto de las imágenes. Por ello, restringen la libertad de prensa, dando espacio sólo a las “visualizaciones” propias. Por tanto, penalizan la difusión de los acontecimientos tal como ocurrieron. Promulgaron la Ley denominada popularmente como Mordaza, para intimidar a quienes desean ser testigos de la verdad por encima de los totalitarismos. El control de los medios de comunicación es esencial para controlar las mentes. Se vio en el Tarajal o en los incidentes de Barcelona. La prensa free-lance representa un riesgo para esa modelización del mensaje oficial. Inclusive los periodistas gráficos propios sufren represión.

En España no existe más que la contumacia del discurso que han formulado los vencedores de la Guerra Civil impuesto a un “olvido” inaceptable.

Goebbels lo sabía cuando construyó la imagen de Hitler en “El Triunfo de la Voluntad”. La película se centra en el congreso del Partido Nacionalsindicalista celebrado en Núremberg en 1934. Poca palabra. Mucha reprsentación. En ella no se limita a documentar el acontecimiento. Lenny Riefensthal se ocupó de que las imágenes solas impactaran sobre las audiencias. Los aprendices de brujo que rodean a los gabinetes de comunicación de los dirigentes políticos que nos tocan juegan a emular aquellas prácticas. El propio Roger Ailes, creador de Fox News y un impulsor de las fake news, estaría ruborizado ante el temerario espectáculo de solemnidad que se ofreció a una España… y a la otra España. El mundo también recibió ese mensaje de continuidad política. Fue el símbolo de una familia con un poder profundo, que manipuló a un gobierno débil. Le dio impulso a la ultraderecha de este país. Tanto, como la ministra Calvo cuando afirma que José Antonio Primo de Rivera es una víctima más. Resulta inverosímil que se formulen esos juicios, sin reflexionar acerca de las dificultades que este gobierno ha seguido manteniendo a la exhumación de las víctimas asesinadas por los paramilitares falangistas.

En España no existe un proyecto de país. Esa es su tragedia. No existe más que la contumacia del discurso que han formulado los vencedores de la Guerra Civil impuesto a un “olvido” inaceptable. No se respeta la diversidad. Si se hiciese se hubiesen neutralizado las aventuras independentistas. Se apela a una emocionalidad basada en los discursos de entonces. Se ensancha la brecha entre las dos España. Ambas son dueñas de sus lenguajes y emociones. No se supera la estrategia del “yo gano tú pierdes”. Sólo se confía en la fuerza y en el lawfare. De política, nada. De empatía social, escasa. Del “ganar-ganar” en la resolución del conflicto. Impensable. Tal vez se deba a la idea de la competencia.

A los defensores del neoliberalismo que defienden la idea de la libre y sana competencia, sólo debe recordárseles que la competencia, ni es libre, ni es sana. No lo es, porque desde los gobiernos de puertas giratorias y lobistas se ha construido una legalidad a medida de los intereses que representan. Tampoco es sana, porque la competencia social es un fenómeno cultural que se constituye en la negación del otro. Eso explica el aumento imparable de la pobreza y la exclusión. Ese liberalismo defiende que la victoria de unos sólo es posible si se produce la derrota de otros. Por tanto, no es lo mismo, porque las emociones involucradas son distintas. En este gobierno en funciones existen ministros y ministras que se vanaglorian del liberalismo.

Pobre España.

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