«Feminismo»

Por Jesús Ausín | Ilustración de ElKoko

El silencio era una pesadilla atroz. Cuando el silencio es primordial para no ser descubierto, cualquier pequeño choque en la oscuridad de la madrugada suena como una campana que replica acusando. No quería que la pequeña Elvira se despertara y gritara o se pusiese a llorar. Laura envolvió a su hija en una suave manta, la acurrucó en su pecho, cogió la bolsa de viaje que antes estaba escondida al fondo del armario y ahora permanecía en espera en el pasillo, apagó todas las luces, abrió la puerta de la calle y con la luz del rellano echó un último vistazo a la casa a la que nunca más volvería. Atrás quedarían las palizas. Ojos morados. Pómulos abiertos. El maltrato psicológico que como un martillo pilón taladraba su cerebro con aquellos punzones afilados: “Eres una mierda. Una estúpida que no entiende nada. Puta. Cerda. Boba. Frígida”. Jamás volvería a ponerle la mano encima. Y aún menos a su hija a la que no volvería a ver si podía impedirlo. Porque eso es lo que le había hecho reaccionar. Tras años de sufrimiento en silencio, el día que le puso la mano encima a su niña, fue el resorte que desató la alarma que impregnó todo su ser. Eso fue una semana atrás. Entonces decidió que se iría de casa con su hija para no volver. Lo había preparado todo. Su prima, que vivía a más de seiscientos kilómetros de distancia, se convertiría en su ángel salvador. Era la persona ideal ya que jamás habían tenido trato con ella. Solo una vez en el pueblo, el verano anterior. Tras un moretón en el ojo que Laura camufló como una mala pisada que le había llevado de bruces contra el armario, su prima, en un momento en el que se encontraban solas, le comentó que a ella no la engañaba. Que había visto muchos golpes de armario. Le aconsejó que le denunciara. Que le dejara. Que ella podría ayudarla. Pero Laura le volvió a asegurar que estaba equivocada. Que solo había sido un trompicón de mala suerte contra el armario. Su prima le dio su teléfono por si cambiaba de idea. Así que el sábado, cuando Román estaba con sus amigotes en el bar, ella bajó a la cabina de la esquina y la llamó por teléfono. Ahora se encontraba abajo, en la calle esperando a Laura y su hija para llevarlas, de momento, a su casa. Román trabajaba de noche así que para cuando se diese cuenta, estarían lejos, muy lejos. Estaba empujando la puerta de casa para cerrarla, cuando sintió un fuerte golpe en la cabeza que le hizo volver de nuevo al pasillo. Para evitar caer encima de su hija, se dio la vuelta en el aire. Sus ojos se llenaron de angustia. ¿Román?

Cuando llegó la policía alertada por los vecinos tras los gritos, encontraron un gran charco de sangre y dos asesinadas.

…. 

Álvaro está incómodo en casa. Últimamente el ambiente es tan tenso que podría cortarse con un cuchillo. Discute con Inés por cualquier tontería. Tanto que han dejado de hablarse para no hacerse daño. Lleva durmiendo en el sofá desde hace al menos seis meses. La situación se ha agravado de tal forma que el hogar se ha convertido en un mal piso compartido de estudiantes, donde cada uno compra lo que le da la gana y solo para él. Cada uno cocina su comida y friega sus cacharos y cada uno se lava su ropa, la tiende y la plancha sin contar con la otra persona. Más que un matrimonio, parecen dos vecinos de los que están todo el día a la gresca. Pero viven bajo el mismo techo. Ni siquiera se ponen de acuerdo en el tipo de papel higiénico que hay que comprar así que cada uno guarda el suyo en un cajón distinto del armario que tienen bajo el lavabo. Y como se lo roban, porque siempre hay alguno de los dos al que se le olvida ponerlo en la lista de la compra, le han puesto candado a los cajones. Ni papel higiénico, ni champú, ni crema,… No comparten ni el Fairy de fregar los platos. Y menos mal que no han tenido hijos. Al menos han sido sensatos en eso. Porque apenas llevan casados dieciséis meses y desde el primer momento la cosa se puso cuesta arriba. Empezaron con peleas absurdas y reconciliaciones pasionales. Pero poco a poco, las reconciliaciones se espaciaban en el tiempo y los enfados se enquistaban hasta que se llenaban de pus y acababan supurando. Entonces venía de nuevo la reconciliación. Pero últimamente el quiste se ha vuelto duro y doloroso de tal forma que ya ni siquiera supura. No hay diálogo y malamente puede haber reconciliación.

Cada uno hace su vida también fuera de casa. Ambos han tenido escarceos amorosos. Ahora Álvaro está pensando seriamente irse a comprar tabaco y no volver. Pero tampoco sabría muy bien dónde ir. Su situación económica tampoco le permite seguir pagando la hipoteca y buscarse otro piso. Quizá lo hable con Inés al llegar a casa. Igual se ponen de acuerdo para vender la casa o que uno le compre su mitad al otro. Sí. Decididamente es la mejor idea. Hablará con ella para venderla su parte ya que ella gana más dinero y puede permitírselo. Si se libera de la hipoteca podrá empezar de nuevo.

Álvaro entra en casa. Respira hondo. No quiere discutir con Inés. Pero está decidido a hablar pausadamente con ella.

Inés no está en casa. Su cajón del armario del lavabo no tienen candado. En el dormitorio, la cómoda tiene los cajones abiertos. ¡Y están vacíos!

Parece que Inés se ha ido para siempre. Y no ha dejado ni una nota.


Feminismo

Para mí, un feminista sin reparos es difícil escribir sobre este tema. No porque no sienta que el feminismo es igualdad y por tanto la única salida a este sistema de abusones patriarcas que basan su predominancia en la injusticia social y el abuso de los más desfavorecidos y sobre todo de aquellos que pueden acabar con su dominio basado en la mediocridad. A las mujeres las temen por su valía, de ahí su inquina hacia ellas. Para alguien como yo es difícil escribir sobre feminismo porque quiero hacerlo bien. Y siendo hombre, aunque feminista, tengo que superar aún ciertos condicionantes aprendidos durante siglos, transmitidos de generación en generación y que, sin pensarlo, a veces se cuelan. Y no quisiera que en un tema tan serio como este, en el que están asesinando a las mujeres por el hecho de ser mujeres (casi mil asesinadas en los últimos quince años y según datos del Mº del Interior 479 000 victimas en el 2018), hubiera dobles (mal) entendidos ni se me escapara alguno de esos condicionantes patriarcales, que como digo, aparecen a veces, sin haber sido llamados.

Habitualmente ilustro mis artículos con una pequeña historia acorde con el tema del que quiero hablar. Hoy habréis visto que hay dos. Eso es porque uno de los principales argumentos contra el machismo, que desmiente las demenciales teorías de los fascistas misóginos, es que  ningún hombre es asesinado por el hecho de ser hombre. Ningún hombre es asaltado, secuestrado y violado por una mujer para mantener relaciones sexuales con él. Ningún hombre muere con los calzoncillos metidos en la boca y salvajemente golpeado. De ahí las dos historias. En la primera, una cruel realidad. La de la mujer que, harta de malos tratos físicos y psicológicos, decide abandonar al marido. Este se entera de sus planes (porque la vio usar la cabina desde el bar) y para impedir que se vaya y emprenda una nueva vida, acaba asesinando primero a su hija para hacerla aún más daño, antes de acabar salvajemente también con su vida. La segunda, una historia en la que la mujer que no depende económicamente del marido, harta de la mala relación de pareja, decide irse, sin más. Sin cuchillos. Sin sangre. Incluso sin una nota.

Si una mujer asesina a su marido, no se irá “de rositas”. Acabará pagando por el crimen. Pero él no será asesinado por ser hombre. No lo será por ser un objeto de deseo inalcanzable. Esa es la diferencia notable.

No pretendo hacer un artículo lleno de datos y estadísticas, lleno de cifras de asesinadas y de informes que claramente desmienten los absurdos bulos de los fascistas de la COZ (VOX). Porque sobre eso, en estos últimos días conforme se han ido envalentonando los fascistas y sus amigos que han formado con ellos el #Trifachito en Andalucía se han escrito cientos. Si alguien quiere un análisis profundo que lea este artículo de @Barbijaputa en eldiario.es “¿A las mujeres, nos matan por ser mujeres?” O este otro de la fiscal Susana Gisbert (@gisb_sus) en Confilegal, titulado “Desmontando el mito de la asimetría penal en violencia de género”.

Este pequeño, triste y humilde contador de historias, lo único que pretende es, gracias a la difusión que le hacen esas gentes normales que tienen amigos normales (gracias Tata), dar visibilidad a un problema social de este país que está asesinando mujeres y difundiendo mentiras sobre la violencia de género. Lo único que pretendo es hacerle ver a esa gente que se que me lee y que afortunadamente no comparten todas las cosas que yo digo, porque para eso esto es opinión y ellos personas con criterio propio, que tenemos un problema serio en nuestra sociedad. Un problema que se llama misoginia. Un problema educacional que sigue viendo a la mujer como algo propiedad del hombre. Una sociedad que sigue actuando con las mujeres tratándolas como objetos codiciosos de posesión según unos terribles e injustos cánones de belleza. Un problema que no solo es de las generaciones de mayores sino que, como consecuencia de un proceso manipulador que ha destrozado la educación pública, se ha extendido como una plaga entre los más jóvenes.

Las mujeres, amigos, solo se pertenecen a ellas mismas. Nadie tienen derecho de pernada, posesión o exhibición porque ellas no son objetos frágiles que se puedan romper, sino valientes seres humanos que llevan dándonos sopas con honda desde el principio de los tiempos.

Cuando creas que tienes derecho a piropear, tocar o agredir a una mujer porque eres más fuerte, piensa como te sentirías si ella, fueras tú.

En este país lleno de personas incautas, que pacen diariamente de la televisión, es fácil tener simpatizantes a base de exponer ideas equivocadas. La primera es la que asegura que la ley contra la violencia de Género va contra los hombres. Lo que es absolutamente falso. Si una mujer asesina a su marido, no se irá “de rositas”. Acabará pagando por el crimen. Pero él no será asesinado por ser hombre. No lo será por ser un objeto de deseo inalcanzable. Esa es la diferencia notable. Cuando existe un patrón común, el delito debe tratarse de forma específica. Y cuando se asesina por ser mujer, y el número es elevado, existe ese patrón que debe tratar ese tipo de crímenes de forma especial. Así, al igual que el genocidio es un delito de extrema gravedad que tiene su legislación específica porque se trata del asesinato masivo con fines de erradicar una raza, una creencia o una religión, cuando a quién se asesina es a las mujeres por la condición de ser mujeres, debe de haber una “legislación especial” que defina ese tipo de violencia. De ahí la ley contra la violencia de Género. Sin embargo es fácil manipular contra esta legislación especial. Es fácil darle la vuelta para hacer ver lo contrario, que es indecente que las mujeres sean tratadas de forma distinta a los hombres. Entre otras cosas porque aquí somos muy de confundir el culo (fondo de algunas cosas) con las témporas (ayuno). Y todos conocemos algún caso de separación matrimonial en la que, mal aconsejada por abogados insaciables e indeseables o simplemente porque entre las mujeres, como seres humanos, también hay malas personas, la mujer deja al marido en la calle y en la ruina económica. Pero relacionar eso con la ley de violencia de género no solo es injusto sino demagógico y manipulador. Es como relacionar rumano con ladrón. Un sinsentido machista en el primer caso y xenófobo en el segundo.

El feminismo es una causa común a hombres y mujeres. Ser feminista es luchar por la igualdad y la justicia social. Yo soy feminista por egoísmo. Porque creo que es la única salida a este sistema de hijoputismo especulador que nos está masacrando (en estos días estamos viendo como, cuando creíamos que estábamos saliendo del agujero, hay nuevos recortes de plantilla con EREs en Caixabank, Vodafone, Vesta, Wizink o PlayGround. Como Alcoa cerrará sus fábricas en España a pesar de tener cientos de millones de beneficio. La Caixa cerrará 800 oficinas, el BBVA y el Santander otras tantas. Ford recortará plantilla en Europa,…).

En esta coyuntura, ser feminista no es una moda, es una tabla de salvación.

Salud, república y más escuelas públicas y laicas.

 

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