Felipe VI en Auschwitz. España y la memoria del Holocausto

Olmo Masa

Este 27 de enero se cumplen 75 años de la liberación de Auschwitz por las tropas del Ejército Rojo. Un año en el que conmemoramos muchas desgracias y sufrimiento humanos, pero en el que el Holocausto, sin duda, ocupará el lugar destacado en las pantallas de nuestros televisores, en los actos conmemorativos oficiales, o en las exposiciones y actividades de contenido histórico y educativo. Unos achacan esta preeminencia a la existencia de una poderosa industria cultural que se lucra de la explotación del dolor y del consumo morboso y voyeurístico de la desdicha ajena; otros son más optimistas y ven en la generalización del recuerdo de la Shoá -término hebreo para referirse al genocidio de unos seis millones de judíos a manos de los nazis- potencial para extraer lecciones morales que lleven a estándares resueltamente comprometidos con la defensa de los Derechos Humanos. No faltan tampoco las explicaciones conspiranoicas, y de contenido ciertamente antisemítico, que ponen el acento en el control del capital judío de Hollywood y la cinematografía norteamericana.

(Fotografía de Auschwitz-Birkenau a mediados de febrero de 1945 realizada por Stanislaw Mucha para la comisión soviética de investigación de crímenes de guerra)

Lo cierto es que la memoria del Holocausto, y más especialmente en España, es un fenómeno cultural de muy reciente cuño. Inmediatamente después de la guerra, en Europa occidental se produce lo que Tony Judt denominó “síndrome de Vichy”, una lectura de los años de la contienda militar con voluntad exculpatoria y redentora, presentando a la colectividad nacional como entidad homogénea sometida por igual a las penurias bélicas y al fascismo. En la Europa del socialismo real el recuerdo de la guerra se reviste también de memoria antifascista. La Gran Guerra Patriótica, como siguen denominándola los rusos, había sacudido a todas las poblaciones soviéticas y puesto en cuestión el futuro del socialismo y la humanidad. La consecuencia en ambos casos fue la misma, borrar las huellas del genocidio judío de la memoria colectiva de los estados reconstruidos y surgidos del conflicto bélico. El propio Estado de Israel se cimenta también sobre este olvido, y en sus primeros años la destrucción de las comunidades judías europeas es relegada de la esfera pública en pro de la creación del “hombre nuevo” judío. Por diversas circunstancias, esto comienza a cambiar en los años 60, y el Holocausto empieza a ser conmemorado de la forma en que lo conocemos hoy en día.

En cuanto a España, la historia tiene sus especificidades por haber sido el único país aliado de la Alemania Nazi no sometido a un cambio de régimen tras la guerra. La prensa y diplomacia franquista se preocuparon desde bien pronto por crear una imagen de España como refugio de judíos durante el Holocausto. Las investigaciones históricas desde finales de los 70 se han encargado de desmontar este mito y arrojar luz sobre la relación de España con los judíos durante los años de su exterminio. Ésta se divide, fundamentalmente, en dos sentidos: los refugiados judíos que huían de Europa a través de España, y los judíos con nacionalidad española dispersados en distintos territorios ocupados por Alemania -Francia y Grecia principalmente-. Respecto a los primeros, la frase del entonces ministro de Exteriores general Gómez-Jordana se explica por sí misma: los judíos debían “pasar por nuestro país como la luz por el cristal.” Entre 15.000 y 30.000 refugiados judíos habrían podido lograr salvar sus vidas a través de la frontera pirenaica española, a través de la cual unos 500, siendo conservadores, fueron devueltos a las autoridades alemanas. Sobre los segundos, la actuación de España fue todavía más reprensible. De los aproximadamente 5.000 judíos con nacionalidad española en el continente europeo, Hitler ofreció a Franco la repatriación de unos 3.500 que se encontraban en su esfera de poder en 1943. El resultado final fue que España decidió repatriar, siendo generosos, a unos 800, condenando al resto a su suerte.

Esta historia sombría es la razón específica del olvido del judeicidio en España. La situación parece que habría cambiado desde los 90, década en que la memoria del Holocausto, ya ampliamente extendida en el ámbito europeo y norteamericano, llega a nuestro país fundamentalmente a través de la cultura popular en forma de películas, series, novelas, obras de teatro, etc. Digo que parece porque, bajo mi punto de vista, la memoria colectiva que se ha construido con respecto al Holocausto es especialmente selectiva y, en cierta medida, expiatoria. Una memoria que está muy relacionada con Auschwitz. El complejo concentracionario, que hacía las veces de campo de concentración, de trabajo esclavo y de exterminio, ha acabado por convertirse en el epítome por excelencia del Holocausto. El historiador Timothy Snyder ha señalado agudamente los peligros de extender aquello que hemos tendido a memorializar por conveniencia, simplicidad, o costumbre hacia el ámbito de la causalidad histórica. Auschwitz es parte de la historia pero no es toda la historia. No es hasta bien avanzada la guerra, cuando la mayoría de la población judía europea había sido ya aniquilada, que los crematorios del campo funcionaron a máximo rendimiento. Al fin y al cabo, Auschwitz queda muy lejos en el imaginario espacial -es un lugar perdido en Polonia- y la geografía moral -es un evento en condiciones extremas de barbarie- de la mayoría de españoles. Es un objeto de recuerdo que, tras un instante de llanto o estupefacción, se aleja confortablemente de nuestra memoria.

Hoy Felipe VI participará en las ceremonias de homenaje celebradas en el Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau. En las palabras que pronuncie habrá expresión de dolor, solidaridad con los supervivientes y su memoria, y llamada a no permitir que genocidios así vuelvan a repetirse. Palabras, en definitiva, con poco coste político y muy escasa autoescrutinio histórico. España volverá a ser presentada como una no entidad durante el Holocausto, la parte de responsabilidad de su gobierno en la deportación y exterminio de personas judías omitida, y el destino de sus ciudadanos hebreos desplazado por la grandilocuencia de los rituales de Estado. Bien haríamos en recordar, aunque suponga rebajar el tono y centrarse en capítulos menos populares de la historia, el papel de España en este periodo, los actos heroicos de los españoles que rescataron vidas, pero también las decisiones políticas que llevaron a que se perdieran otras tantas. La historia del Holocausto es parte de la historia de España y viceversa. Ya es hora de que recordemos también esto.

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.