Todo votante- incluso el de la fuerza política propia- tiene capacidad para distinguir cuando la propaganda se aleja mucho de la realidad.
La prensa de derechas ha unanimizado un mensaje propagandístico: la fallida investidura de Feijóo asienta su liderazgo en el partido. Suena mal, suena a mensaje performativo: a estrategia para acallar las crecientes voces internas que criticaban su labor de liderazgo. Estos titulares recuerdan a las encuestas fallidas que durante la última campaña electoral le daban la victoria al PP en un intento por animar que su predicción se convirtiese en cierta.
Llama la atención el número y el amplio y diverso tipo de figuras retóricas y retorcimientos conceptuales empleados por los “analistas” para hacer creer mediante una concertada campaña multimediática que el fracaso de Feijóo ha sido en realidad un acierto. Es – no tengo duda de ello- el premio prometido por haber seguido a pies juntillas y sin protestar la hoja de ruta diseñada por Aznar- Ayuso- M.A.R.
Pero todo votante- incluso el de la fuerza política propia- tiene capacidad para distinguir cuando la propaganda se aleja mucho de la realidad. Y cuando eso sucede los efectos buscados por esa propaganda se disuelven como un azucarillo en una taza de café hirviendo. El PP se olvida de algo fundamental: la mejor propaganda es la que no se nota.
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