Etiopía: Un largo año de desolación

Dessie y Komgolcha se encuentran en la ruta principal hacia a Addis Abeba, unos 400 kilómetros al sur, lo que ha generado el temor a que los tigriños, junto a milicias aliadas del Ejército de Liberación Oromo (OLA), la etnia más populosa de las cerca de ochenta del país, puedan tomar la capital

Por Guadi Calvo / Línea Internacional

A un año exacto de que el Primer Ministro etíope Abiy Ahmed, Premio Nobel de la Paz 2019, ordenara a las Fuerzas de Defensa Nacional de Etiopía (ENDF) el inició de las operaciones en la región rebelde de Tigray, a la que calificó como: “una intervención de orden público”, tras una serie de conflictos políticos, que derivaron en el ataque a una base de las ENDF (Ver: Etiopía: De una guerra étnica a un conflicto regional.).

La acción que se creía que iba a terminar en las primeras semanas, tal como sucedió, sólo en apariencia, ya que las fuerzas rebeldes habían ocupado Mekelle, la capital regional, algunos meses después, exactamente el 25 de junio. Las milicias de las Fuerzas de Defensa de Tigray (TDF), el brazo armado del Frente Popular para la Liberación de Tigray (TPLF), surgieron desde la región montañosa, de La’ilay Adiyabo (Alto Adiyabo) uno de los woredas (distritos) de Tigray, donde se refugiaron para reorganizarse, y como un alud incontenible lanzaron la operación Alula Aba Nega (nombre de un líder tigrey del siglo XIX) más conocida como operación Alula, tras lo que volvieron a ocupar Mekelle y otras ciudades de Tigray, poniendo en fuga a gran parte de los efectivos del ejército federal y tomando a más de seis mil de sus hombres prisioneros, a los que pasearon por las calles de la capital regional, en un humillante desfile. Lo que obligó al Primer Ministro Ahmed a declarar unilateralmente un alto el fuego.

Las crisis entre Mekelle y Addis Abeba estalla en octubre del 2020 cuando el TPLF, que dominó la política del país por más de treinta años, se había negado a participar de las elecciones regionales, realizando las propias de manera independiente del poder central, por lo que el gobierno de Ahmed las declaró ilegales.

Tras la llegada de Abiy Ahmed, de la etnia oromo, al poder en 2018, acompañado por el Partido de la Prosperidad, se encargó meticulosamente de desarmar el poder que los tigriños había tejido a lo largo de su interregno, en todos los niveles de la estructura del gobierno federal y las fuerzas armadas nacionales.

Tras la operación Alula, la guerra, dadas las serias restricciones a la prensa para trabajar en las áreas de combates, entró en un oscuro silencio, de donde comenzaron a escucharse voces de denuncia de violación a los derechos humanos, constantes masacre de civiles, violaciones masivas y torturas, lo que empujó a millones de personas a una severa crisis alimenticia y sanitaria. Mientras se conocía que más de dos millones de pobladores que vivían en las áreas afectadas por la guerra habían tenido que desplazarse, mientras que entre 80 y 200 mil debieron refugiarse al otro lado de la frontera con Sudán.

Hecho que tensó todavía más las relaciones entre Jartum y Addis Abeba, entre otras cuestiones, como los mutuos reclamos de las ricas áreas agrícolas de al-Fashaga, en la región de Amhara, en el noroeste de Etiopía. Pero el punto más caliente en este momento es la inminente puesta en funcionamiento de la Gran Represa del Renacimiento Etíope (GERD) construida por China sobre el Nilo Blanco a un costo de más de cinco mil millones de dólares, que se calcula estará en funcionamiento entre enero y febrero del 2022, la que más allá de abastecer de energía eléctrica a todo el país, tendrá un excedente que le permitirá exportar a varios países fronterizos. El monstruoso emprendimiento chino, producirá una merma sustancial en el curso del Nilo, al que hasta ahora le aporta un 97 por ciento de sus aguas río arriba, lo que va a poner en una situación extremadamente crítica las economías de Sudán y Egipto, ya muy deterioradas por factores internos.

Tras la exitosa operación de junio, las Fuerzas de Defensa de Tigray (TDF) no se han detenido en su ofensiva, habiendo tomado varias ciudades de la Región de Amhara entre ellas las estratégicas Dessie, el pasado domingo, y Kombolcha, donde los combates se habrían prolongado hasta el lunes por la noche, en la que se produjeron bombardeos de la aviación de Ahmed.

Ambas ciudades se encuentran en la ruta principal hacia a Addis Abeba, unos 400 kilómetros al sur, lo que ha generado el temor a que los tigriños, junto a milicias aliadas del Ejército de Liberación Oromo (OLA), la etnia más populosa de las cerca de ochenta del país, puedan tomar la capital. Lo que para algunos de los combatientes rebeldes sucederá en un par de semanas. Cuestión que fue negada por el vocero oficial del TPLF, Getachew Reda, que ha declarado que la organización no tiene planeado tomar la capital y que la ofensiva tenía como fin, solo terminar con el asedio al gobierno autónomo de Tigray, que había sido impuesto Ahmed desde que llegó al gobierno en 2018.

Más allá de las declaraciones de Reda y dada la crítica situación de la capital Ahmed, el martes dos, declaró el estado de emergencia en todo el país y pidió a sus efectivos que multiplicarán su esfuerzo en defensa de la capital e incluso llamó a los abisinios a que: “Utilice cualquier tipo de armas para bloquear la embestida rebelde, derribarlos y enterrarlos” tras lo que agregó que: “Morir por Etiopía es un deber para todos”.

En Etiopía, la segunda nación más poblada de África, con 110 millones de habitantes, diez regiones o provincias, desde el inicio de la guerra civil se han incorporado diferentes facciones al conflicto, como las milicias oromas, las de la región de Amhara, y fundamentalmente tropas del ejército eritreo, aliadas a Ahmed, acusadas de perpetrar matanzas contra civiles, focalizadas en los muchos tigriños de origen eritreo, refugiados en Etiopía, desde hace años. La actual crisis con los independentistas de Tigray, a los que se sumaron los oromos, podría iniciar un proceso de balcanización latente en el país desde los años ochenta, que además amenaza extender el conflicto a Sudán y Somalia.

Mientras que los Estados Unidos, particularmente interesado en la región por la fuerte presencia China, que ha realizado importantes inversiones en Etiopía y otros países vecinos, en voz del Secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, dijo: “Washington está alarmado por los informes de la toma de Dessie y Kombolcha por parte de TPLF”. Y la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, devenida en una simple comentarista de los hechos, afirmó: “El conflicto del Tigray está caracterizado por una extrema brutalidad” ¡Albricias por las novedades! de la ex presidenta chilena.

El factor egipcio.

Cuando se le preguntó a Meles Zenawi, Primer Ministro de Etiopía, desde 1995 hasta su muerte en 2012: ¿Cuál era su mayor temor? Zenawi no dudó en responder: “Egipto”.

Existen fundadas sospechas de la oscura intención de El Cairo, han intentado mantener a Etiopía en un estado de fuerte debilidad política y económica, ya que ese país cuenta con las condiciones para convertirse en el gran interlocutor de la región con el resto del mundo, impregnado por las bases progresistas que ha aportado el Primer Ministro Zenawi, papel al que históricamente ha aspirado Egipto.

Dicha situación es la razón por la que Egipto, no ha dudado en apoyar los movimientos de oposición a Addis Abeba, durante los días de la lucha independentista de Eritrea (1998–2000), guerra en la que además de perder esa región terminaría de quitarle su acceso al Mar Rojo, y la posibilidad de la constitución de un estado fuerte y centralizado, que lo convertiría en un jugador clave en las relaciones del siempre complejo Cuerno de África. Frenar a Etiopía ha sido política de estado para los sucesivos gobiernos egipcios que han pretendido dominar la región, a excepción del de Mohamed Morsi, situación que habría podido colaborar en su derrocamiento en 2013.

Regir en el Cuerno de África también es deseo de Turquía, Qatar e Israel, y por ahora, con mucha más suerte que Egipto. Por lo que para el actual rais, el general Abdel Fattah al-Sisi, la necesidad de una estrategia diplomática para resolver la cuestión de la represa es vital, sabiendo que la opción armada, si bien es muy remota, no es imposible. El Cairo llevó la disputa por la GERD, a todos los foros internacionales e incluso se ha armado una mesa de cuatro patas: Egipto, Sudán, Etiopía y cuando no Estados Unidos, para encontrarle una solución al dilema, que sigue sin resolverse.

Aunque este no es el único problema del general al-Sisi, que debe superar dos cuestiones urgentes: estabilizar la economía y resolver la crítica situación del terrorismo wahabita, por lo que está librando, desde 2018, una guerra sucia en el Sinaí. El rais, de todos modos, se encuentra con las manos atadas frente a la opción militar ya que en la región también operan dos jugadores de mucho peso y hasta ahora aliados del general, como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, potencias que también mantienen estrechas relaciones económicas con Addis Abeba, que les impiden jugar a favor de El Cairo.

Por lo que se cree que su única oportunidad para desestabilizar a Addis Abeba, es colaborar con la insurgencia de Tigray, como lo hace con la guerrilla que opera en la región de Benishangul-Gumuz, en el oeste de país, donde se encuentra la represa y según lo denunció la inteligencia etíope. El grupo insurgente de los gumuz, ha estado realizando ataques contra las minorías étnicas localizadas en su territorio, donde ya cientos de civiles han sido asesinados y miles debieron desplazarse. Por lo que pensar en la posible asistencia militar egipcia a las Fuerzas de Defensa de Tigray, es evidente, lo que explicaría también el éxito de la ofensiva de Alula, en el último junio, lo que ha condenado al pueblo etíope, a este largo año de desolación.

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