Español, demasiado español

Por Pablo M. Arenas

¿Qué significa realmente “ser español”? Por encima de cualquier concepción, el “ser español” se ha construido bajo el paraguas del discurso nacionalista según el cual, implica compartir una misma nacionalidad, una misma lengua, unos valores, una cultura y unas costumbres que son -y pretenden ser- idénticas. Sobre esa base, el “español” es un individuo que, más que atender puramente al hecho de haber o no nacido en el territorio de España, implica un comportamiento, una actividad, una actitud -si se quiere decir mejor- frente al mundo, frente a la política, la familia, la economía, el trascurso social, y todo lo que ello implica. Así pues, ha ido surgiendo, con el devenir de los años, un concepto del “buen español” frente al malo, al traidor, al disidente, en definitiva, frente al paria. El español de bien es aquel que, sumiso frente a las injusticias del día a día, alza con orgullo su bandera, la cuelga en el balcón y dice “yo, ante todo, soy español”. Le gusta seguir a la selección española porque, ante todo, para él representa un sentimiento, una idea, y una concepción de lo que es España.

Ayuntamiento de Madrid con banderas de España. (Foto: Ayuntamiento de Madrid)

Hace no mucho, escribí un artículo hablando sobre la incompatibilidad del capitalismo con la vida (puede leerse en: Es compatible el capitalismo con la vida ). En él, ya expuse la idea de que el sistema capitalista no es compatible con la idea fundamental de la vida, con la trascendencia del individuo, pues impide al trabajador desarrollar todo el potencial de la vida misma, le impele a desarrollarse, a llegar a ser una alguien con plenas capacidades, plena capacidad de acción y potencia de creación; y es aquí donde se entiende la idea de trascendencia, como la superación de todas las limitaciones propias al ser natural, a través del desarrollo del trabajo no-alienante. Cuando Marx escribió la idea de alienación del trabajo, ya tenía constancia de que, a través del trabajo, el individuo se iba desarrollando, que el trabajo era la fuente principal de la vida, y que era lo único que nos diferenciaba del resto de las especies. El trabajo hace al ser humano. Yo voy un poco más allá: no solamente el trabajo nos hace a nosotros, los humanos, sino que a través de él nos autosuperamos, tenemos la potencia de la creación a nuestro alcance, y tenemos la suficiente habilidad como para hacer las cosas de manera que perduren más allá de nuestra simple existencia. De aquí, mi concepto de transcendencia, como la capacidad de superar al creador, la obra que cobra vida a través de la potencia creadora. Algo así como lo definió Erich Fromm en “El arte de amar”, el amor por el trabajo, el amor por la obra. En definitiva, el amor por la vida.

La burguesía es el virus que infecta la vida. El burgués, como buen parásito que es, necesita de un cuerpo para seguir con vida, pues él es incapaz por sí mismo de desarrollarse plenamente; necesita un cuerpo social, esto es, los obreros, los trabajadores, que, apropiándose de su fuerza de trabajo, desarrolla su vida a costa de la vida ajena.

Para los que sois agudos, el titular del presente artículo os recordará a aquella obra de Friedrich Nietzsche titulada “Humano, demasiado humano”: nada más lejos de la realidad. Cuando casi todas las obras filosóficas de Nietzsche están situadas en la “decadencia” moral que padece Alemania, y no solo ella, sino toda la humanidad, me vino a la cabeza el título “Español, demasiado español” para hacer referencia a una idea: la decadencia del pueblo español.

El español ha venido siendo aquel ser que se conforma con todo aquello que le va ocurriendo a lo largo de su vida, que no tiene motivación más allá que la de “vivir bien y tranquilo”, sin sobresaltos, sin problemas, ni conflictos. El español ha venido renunciado, a lo largo de la historia, a seguir manteniendo una posición que le permita una vida plena, satisfecha, con oportunidades de alcanzar el pleno desarrollo humano, la capacidad de creación, la potencia del ser. Para aquellos que anden despistados, no estoy haciendo referencia al discurso nacionalista de la España Imperial, sino a la propia moral que subyace en el ser-español. No hay nada más decadente que un español.

Cuando Marx escribió la idea de alienación del trabajo, ya tenía constancia de que, a través del trabajo, el individuo se iba desarrollando, que el trabajo era la fuente principal de la vida, y que era lo único que nos diferenciaba del resto de las especies.

El pueblo francés ha mostrado ser los más capacitados en cuanto al desarrollo de una vida plena. Una muestra de lo que digo, se puede encontrar en las recientes movilizaciones de furor en pleno París en contra de la subida de precio de los carburantes. No es un capricho el querer pagar menos, sino que la subida de precio del petróleo implica una subida de precio de todos los productos y, en definitiva, una pérdida del poder adquisitivo, mientras que los salarios y las pensiones siguen manteniéndose fijas. Lo que implica es la incapacidad de desarrollar una vida plena, una vuelta a una economía de subsistencia, donde lo que impera es el trabajar para vivir, y no el vivir para trabajar. Al mantener unas condiciones materiales de subsistencia, el obrero (y el que ya ni tan siquiera lo es, me refiero a la nueva infraclase: aquella que está “fuera” de juego del sistema, y no tienen ni tan siquiera el “derecho” a ser explotado, al ser considerado como inútil, basura, desecho social) se ve obligado a dejar de lado todo aquello que anhelaba en el corazón. No tienen tiempo, ni la capacidad, para desarrollarse como persona. Solamente está destinado a producir bienes o servicios.

Y para seguir con las evidencias de la decadencia del español, cada día veo a más “compatriotas” con trabajos de dieciséis horas diarias, salarios que no llegan a los mil doscientos euros mensuales y, por supuesto, sin tiempo para dedicarse a otras actividades que le permita desarrollarse. Su decadencia no se haya en la situación en la que está inmersa, sino en la actitud conformista que mantiene con respecto a las nuevas relaciones productivas que le impiden una vida plena. ¿Os suena lo que estoy diciendo? Seguro que sí. No contento, naturaliza su nueva situación alegando que “es lo que nos ha tocado vivir”, “la vida es así de dura”, y “ya vendrán tiempos mejores”; mientras que lo único que se mantiene como cierto es que existe una clase social que vive a costa de ellos: la burguesía.

La burguesía es el virus que infecta la vida. El burgués, como buen parásito que es, necesita de un cuerpo para seguir con vida, pues él es incapaz por sí mismo de desarrollarse plenamente; necesita un cuerpo social, esto es, los obreros, los trabajadores, que, apropiándose de su fuerza de trabajo, desarrolla su vida a costa de la vida ajena. La burguesía resulta una verdadera enfermedad social, una enfermedad que requiere de los mejores antídotos para erradicarla, y el antídoto no es “ser español”, puesto que el “ser español” ha resultado ser el síntoma principal del padecimiento de dicha enfermedad. Por tanto, dejemos de ser tan españoles.

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