España: república o barbarie | Especial Segunda República

Por Juan Villarino

Otro año más, vuelve a ser 14 de abril. Tal día como este de 1931 se instauraba en España la Segunda República, un ambicioso proyecto político de corto recorrido, truncado de forma prematura por el alzamiento militar golpista del general Franco, que puso fin a un esperanzador proceso de renovación política y social e implantó en el país un sistema pseudofeudal de relaciones politicosociales, cuyas reminiscencias en opinión de muchos todavía llegan hasta nuestros días. En estas circunstancias, es inevitable que la idea de un sistema político republicano siga siendo  la gran solución que este país necesita para su modernización y definitiva puesta al día, resolviendo de una vez por todas los graves problemas que padece. Sin embargo, es importante clarificar algunas cuestiones:

Lejos de las retóricas democráticas cotidianas que apenas permiten un atisbo de participación cada cuatro años, un republicanismo vivo y pplenamente integrado debe permitir la participación igual y libre en los asuntos públicos que conciernen a todos y todas.

Por un lado, un proyecto republicano no puede consistir únicamente en un mero cambio de fórmula política, transformando nuestra forma de Estado de monarquía a república, dejando todo lo demás intacto, ya que de esta manera arrastraremos inevitablemente los mismos vicios y defectos de funcionamiento que pretendemos erradicar. Lo «republicano» no puede quedar únicamente reducido a las formas sino que también debe alcanzar al fondo mismo de cómo concebimos y vivimos lo político. Así debe entenderse cualquier proyecto republicano con visos de permanencia como un proyecto emancipador que vea al individuo como ciudadano, pleno en libertad e igualdad y no como mero súbdito o vasallo al servicio de un logo o una bandera. Lejos de las retóricas democráticas cotidianas que apenas permiten un atisbo de participación cada cuatro años, un republicanismo vivo y plenamente integrado debe permitir la participación igual y libre en los asuntos públicos que conciernen a todos y todas. La capacidad de cuestionar, evaluar y valorar el buen funcionamiento del sistema político no puede eludir la voluntad ciudadana ni puede circunscribirse únicamente a una votación cada cuatro años, manteniendo a la ciudadanía apartada hasta ese momento del quehacer político.

Por otra parte, somos conscientes de que apostar hoy, con un neoliberalismo rampante que busca de forma beligerante la mercantilización de todos los aspectos de la vida, por una visión republicana del ethos social y cultural es una apuesta sumamente arriesgada. Y, sin embargo, también creemos que es posiblemente la única fórmula posible con la que podrá asegurarse en el futuro, procesos plenamente democráticos de toma de decisiones, alejados de los consejos de administración de las multinacionales que parecen haber cooptado nuestras instituciones democráticas, que han acabado convertidas en simples correas de transmisión de las agendas de intereses privados, olvidando conscientemente sus funciones democráticas y emancipadoras.

Es cierto que una fórmula republicana no nos inmuniza para cometer los errores y defectos que nos han traído hasta aquí (ejemplos de repúblicas antidemocráticas abundan en la escena internacional) pero desde luego supone un mejor punto de partida para alcanzar una sociedad libre de iguales que garantice la realización efectiva de los derechos y libertades de todos los ciudadanos. Ese es el mejor horizonte al que siempre debemos aspirar.

                                                                                                                                                                                                                              En libertad y en igualdad.

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