¿Es posible mejorar el sistema educativo?

Escrito e ilustrado por David González Gándara

Llegan las elecciones generales. Y con ellas, todas las promesas de los partidos políticos. En particular, la eterna promesa de mejorar la calidad de la educación. Puede ser incluso que alguno de los ganadores se lance a cumplir su promesa. Cierto partido político sacó adelante no una, sino dos leyes educativas que incluían «calidad de la educación» o «calidad educativa» en su nombre. No voy a entrar a analizar si alguna de estas dos leyes, o cualquiera de las demás leyes de educación en España a lo largo de la historia han mejorado o no la educación. El caso es que no han mejorado la opinión que tenemos sobre el sistema educativo. Continuamos con la sensación de que el sistema no funciona y de que hay que cambiarlo.

¿Cómo se mejora entonces la calidad educativa? La única manera que conozco de poder elaborar una teoría coherente sobre cualquier asunto es leer la investigación que se ha realizado al respecto, realizar un juicio crítico y formar una idea propia al respecto. Pues bien, en lo que se refiere a la calidad de los sistemas educativos, después de leer largo y tendido sobre el asunto, hay varias conclusiones a las que se llega una y otra vez. La más importante, desde mi punto de vista, es que lo que más marca la calidad de la educación es el profesorado. No quiero aburrir al lector citando muchos estudios concretos, sólo recomendaré escuchar al profesor Dylan Wiliam. En sus conferencias explica magistralmente tanto el hecho de que son los docentes son los que marcan las diferencias, como nuestra incapacidad para identificar cuáles son esos docentes. Esta contradicción supone un gran problema, porque por una parte se nos da la solución a la mejora del sistema educativo, pero por otra se nos impide encontrar a las personas que nos van a traer esa solución.

 

Parece sencillo, sólo hay que encontrar buenos docentes. Para ello, se pueden utilizar las pruebas de diagnóstico que se realizan en muchos países para comprobar qué profesores conducen al alumnado a unos mejores resultados. Aunque estas pruebas sean controvertidas, es indudable que suponen una fuente de datos para obtener conclusiones estadísticas. Yo no usaría este tipo de pruebas para evaluar en el aula, pero como fuente de datos para observar si se producen aprendizajes me parece interesante. Como mínimo se puede medir si los alumnos han mejorado en la resolución de los propios tests. Sirvan como ejemplo las pruebas TCAP,  realizadas en Tenessee (Estados Unidos). Estas pruebas identifican el progreso del alumnado en ciertos aspectos como la lectura o el cálculo matemático entre la aplicación de una prueba y la siguiente.  El profesor Wiliam explica un experimento en el cuál se mostraban vídeos de algunos docentes a diversos colectivos y se les pedía que identificaran al profesorado más eficaz. Eficaz en el sentido de los que consiguen un mayor progreso del alumnado en las pruebas que mencioné antes. Los porcentajes de acierto fueron entre vergonzosos y lamentables. Se acertaría más tirando una moneda al aire.

Se ha identificado, además, otro problema de las administraciones. En el informe americano «The Widget Effect» se denuncia la falta de interés en identificar a los profesores eficaces. El título del informe se refiere a que el gobierno considera que cualquier docente del sistema puede ser intercambiado de un puesto a otro, como una pieza de Lego, presuponiendo que el sistema seguirá funcionando a un nivel aceptable, considerando el mero hecho de que haber sido seleccionado le presupone al profesor un mínimo de calidad. El caso español, por una parte, parece mejor, porque además de seleccionar al profesorado inicialmente, se le incentiva en su nómina y con ventajas para escoger su puesto de trabajo siguiendo un baremo el cuál incluye los años de servicio, la formación, el desempeño de cargos y algunos otro elementos. Lo divertido es que premia ciertos elementos que los investigadores han identificado sistemáticamente como factores que influyen muy poco o nada en la calidad de la educación.

¿Se sabe entonces lo que hay que hacer para mejorar la calidad de los sistemas educativos? Desgraciadamente no; son sistemas demasiado complejos para dar soluciones que funcionen sin más. Destacaré dos estrategias que sí se ha demostrado que contribuyen a la mejora de la educación. Una es el trabajo colaborativo del profesorado: trabajar en equipo. Otra es la «evaluación formativa», que consiste, grosso modo, en entender la evaluación no como el final del proceso de educación, sino como la recopilación de evidencias de aprendizaje y otros datos que permitan obtener información para mejorar cualquier elemento del sistema. Puede que haya que cambiar la metodología, la forma de agrupar, los horarios, o lo que sea. La verdad es que ambas estrategias parecen muy evidentes y de sentido común. La mala noticia es que son extremadamente difíciles de poner en práctica porque no son estrategias que podamos «imponer» para que empiecen a funcionar mañana si no convencemos a los profesores de que las pongan en marcha voluntariamente. Hay que poner los medios para iniciar un gran cambio de cultura educativa, por mucho que escribamos leyes, tiene que ser el profesorado el que cambie el sistema.

1 Comment

  1. sobretodo
    no dar mas dinero a concertadas qe es pagar doble 1º impuestos y 2º a curas
    y luego promover el espiritu critco, enseñar a pensar y ser asertivo empatico

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