Por Francisco Javier López Martín
Ya sé que los políticos no gozan de buena fama en nuestros días. No es casual, ni tampoco repentino, o infundado. Han hecho méritos más que suficientes para que casi la mitad de los españoles considere que los políticos son uno de los principales problemas del país, o para que ninguno de nuestros políticos merezca, no digo ya una nota alta, sino al menos un aprobado de la ciudadanía.
Leo muchas opiniones que hablan de la grandeza de los políticos de antaño, capaces de abrir las puertas a los acuerdos que hicieron posible una Transición, una Constitución y cuarenta años de convivencia sin sufrir esa violencia a la que tan habituados estamos los españoles.
Y es que la Transición fue nuestra manera, nuestro camino, para superar la dictadura y comenzar a andar los caminos de la democracia. Hay quien dice que fue modélica en el planeta. No diría tanto, pero fue la nuestra. Ellos hicieron lo que supieron, pudieron, o quisieron y lo que hagamos ahora ya no es cosa suya, es cosa nuestra.
Algunos pelos nos dejamos en la gatera. Por ejemplo, el poder económico que sustentó al franquismo, quedó intacto y, como mucho, dio cabida en sus Consejos de Administración a unos cuantos rojillos que traspasaron las puertas giratorias hacia las moquetas y los nuevos despachos. Las corrupciones, corruptelas y podredumbres, los sobres, maletines, bolsas de basura repletas de billetes sobrevivieron al dictador, pervivieron y hoy un buen director como Berlanga podría dirigir una Escopeta Nacional de los tiempos modernos.
La democracia y la libertad, son siempre subjetivas, pero quien ha vivido en el franquismo, sabe bien que la diferencia es sustancial. Aún quedando mucho por hacer, España y Europa tenemos unas cotas de libertad, democracia, o protección social, incomparables con las que rigen en la mayoría de los países del mundo.
Pero no es menos cierto que todo hay que medirlo, como dice mi amigo anarquista,
-¿Comparado con qué?
Me parece justo, por tanto, que sin dejar de vigilar a los poderosos y milmillonarios del planeta para impedir que nos precipiten definitivamente hacia el abismo de la autodestrucción, nos miremos a nosotros mismos y procuremos entender de dónde vienen la desafección, el desencanto y la indignación con la política y con los políticos.
En mis años jóvenes, cuando buscaba el camino en la vida, dictadura por medio, en sus últimos coletazos, pero dispuesta a morir matando, ejecutando, reprimiendo, fusilando, unos cuantos buenos amigos mayores, me enseñaron que hay profesiones, tareas humanas, destinadas a cuidarse a sí mismo (lo cual no implica ni mayor ni menor profesionalidad) y otras cuyo objetivo era servir a los demás.
En esta categoría última se encontraban algunas personas como los maestros, los médicos, los sindicalistas, o (fíjate cómo cambian los tiempos) los políticos. Sí, los políticos. Se entiende que sólo aquellos que dedican sus días a pensar en los problemas de las personas, hablar con la gente, buscar soluciones y poner en marcha medidas que las hagan posibles y no de aquellos otros que hicieron de la política una oportunidad para hacer dinero y subirse a un tren de privilegios, cuando no de actos delictivos, del que no se apearán en toda la vida.
Porque la política no es cosa exclusiva de los políticos. La política es todo aquello que afecta a la polis, a la res pública, a lo que es de todas y todos, a la ciudadanía. Cada vez que votamos hacemos política, pero también pagar impuestos, la asistencia sanitaria, la educación de nuestros hijos, la atención a nuestros mayores, una casa donde vivir, las pensiones, los empleos basura, o la limpieza de nuestras calles son política, alta política, la más importante para cada uno de nosotros.
No me parece mal el acuerdo suscrito por PSOE y Unidas Podemos. Me parece que llega tarde, espero que no demasiado tarde. Es un mero enunciado de temas prioritarios que hay que afrontar sin demora. Seguro que hay quien añadiría otra docena de asuntos y a quien alguno de los planteados le parecerá menos importante. Pero, aún no estando todos los que son, sí son prioritarios todos los temas que están en el acuerdo.
No se admiten disculpas de mal pagador. La izquierda nacional, nacionalista, regionalista, o cantonalista no tiene derecho a defraudar a la gente. Los tiempos son lo suficientemente complicados como para que los políticos sepan estar a la altura y dejen de perder y de perderse en el tiempo.
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