Es la clase social, estúpidos

Por Daniel Seijo

Esta es la Revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes. Y por esta Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, estamos dispuestos a dar la vida.

Fidel Castro

¡Proletarios de todos los Países, uníos!

Karl Marx

“Este es un momento muy emocionante en la historia, cada vez más gente reconoce que el mundo debe cambiar”.

Nobles, religiosos, intelectuales y hombres de poder de toda índole, profundizaron en su decadencia y alcanzaron con ello su fin en el antiguo Imperio Romano, discutiendo acerca del sexo de los ángeles. ¿Debían ser concebidos como seres asexuados, femeninos, algunos femeninos y otros masculinos? ¿Hermafroditas quizás? ¿O puede que sencillamente se tratase de seres inmateriales?

Largos ensayos y pesados volúmenes se dedicaron en el «mundo civilizado» a tal quimera, mientras bajo sus propios pies el futuro desaparecía para lo que antaño fuese una gloriosa y orgullosa civilización. No dista mucho aquella lejana realidad de la nuestra, en la que mientras el mundo se desmorona y los grandes ejércitos comienzan a hacer resonar sus tambores de guerra, en el viejo continente europeo y de forma muy especial en nuestro país, los debates que nos ocupan se centran en postulados errados, repetitivos y faltos de toda posibilidad de estímulo para una sociedad que languidece bajo el peso del absurdo, transformado hoy ya en norma por unas élites profundamente desconectadas de su pueblo.

Al tiempo que Nissan y Alcoa –pero incluso el lobby de las casas de apuestas– se muestran capaces de torcer el pulso al gobierno más progresista de la historia y la CEOE presiona día a día para profundizar en nuevas y draconianas medidas de coacción para lograr someter definitivamente a la clase trabajadora de nuestro estado, la pseudo izquierda parlamentaria y sus intelectuales asociados, aquellos con más tiempo libre y ensoñaciones que callos en sus manos, una vez más parecen dedicarse a desempolvar disparatados y superfluos debates que en nada afectan a las condiciones materiales del pueblo. Todo únicamente con el objetivo de implementar un escenario puramente performativo con el que generar un espacio reivindicativo que rara vez logra traducirse en transformaciones reales y tangibles para el conjunto de la sociedad, no hablemos ya por tanto de la clase trabajadora.

No podemos seguir permitiendo que nuestra lucha se centre en fratricidas peleas identitarias por las migajas de la representación

Mientras a los empresarios se les concedían los ERTEs como estrategia para socializar los costes de la crisis económica y la banca comenzaba a disfrutar de ventajosas condiciones de crédito gracias a la línea ICO, los trabajadores de nuestro país se veían relegados una vez más al papel de sacrificio necesario, meros daños colaterales de una concepción de la política en la que el discurso y la realidad distan mucho de ser dos vectores conectados por la ideología y la militancia. El habitual sainete parlamentario supone hoy el mejor reflejo de una estrategia política basada en la confrontación sin fundamentos, ni fondo real alguno, un eterno enfrentamiento guionizado y repetido hasta el absurdo que utiliza como campo de batalla las afiliaciones partidistas de los seguidores más fieles, los fanáticos de uno y otro partido. En una sociedad previamente desideologizada y alienada en el consumo y el estímulo fácil, tan solo resulta necesario un campo de batalla centrado en el «ellos» y el «nosotros«para la confrontación, no hace falta razonamiento crítico, no resulta tampoco precisa la formación teórica, ni el debate y dios nos libre de cuestionar nuestras propias decisiones o la de nuestros dirigentes. En la nueva política, el objetivo final es el de ganar adhesiones, adeptos con los que lograr avanzar en una correlación de fuerzas electorales que ya nadie sabe muy bien para qué sirven, excepto para garantizarse nuevos cargos y por tanto mayor poder. Incluso cuando este es realmente ficticio.

No importa si nuestras políticas ya no son tan obreristas o si habitualmente debemos desdecirnos de lo prometido apenas unos meses antes y con ello dejar de lado muchos de nuestros pactos con la militancia. Lo importante es la capacidad de adaptación, el lograr amoldarse a un pensamiento líquido que nos permita interpretar y atrapar las fluctuaciones del pensamiento social y con ello triunfar electoralmente. En definitiva, lo importante hoy es la conquista del poder electoral. Una estrategia lógica dirán algunos, revolucionaria incluso, pero olvidan estos pequeños zánganos que cuando uno se muestra incapaz de crear corrientes de pensamiento, cuando lo performativo se desconecta de la realidad y el debate gira en torno a los objetivos del enemigo, rara vez se alcanza a tener poder real. 

Y así, mientras la «izquierda posmoderna» se dedica a discutir si las mujeres son realmente mujeres, si los hombres pueden llegar a ser mujeres o si los humanos tenemos realmente sexo, nuestra sociedad comienza ya a desmoronarse bajo nuestros propios pies, fruto de nuestra parálisis intelectual y nuestra inexistente capacidad de análisis y respuesta. No se trata como algunos piensan de evitar los debates en torno a la lucha feminista, el racismo o la comunidad LGTB, no estamos hablando de silenciar a estos colectivos y arrinconarlos tal y como, admitámoslo al fin, han hecho durante mucho tiempo las organizaciones obreras occidentales una vez renunciaron definitivamente a la vía revolucionaria. No debe suponer esa nuestra estrategia, sino de todo lo contrario, se trata de profundizar en la vía socialista y encarar con ello las luchas colectivas y de las minorías desde un vértice común capaz de aglutinarnos a todos en un solo puño firme, orgulloso y realmente consciente de la capacidad de transformación social que la unidad nos proporciona. Se trata de volver a aquel 8 de marzo de 1917 en el que las trabajadoras de las fábricas textiles de rusia decidieron declarar una huelga reclamando «Paz y Pan», los activistas del Movimiento por los derechos civiles marchando sobre Washington en 1963 por el Trabajo y la Libertad Económica y la unión de la National Union of Mineworker y la la LGSM desafiando juntos a todo lo que representaba Margaret Thatcher para su futuro.

Mientras a los empresarios se les concedían los ERTEs como estrategia para socializar los costes de la crisis económica y la banca comenzaba a disfrutar de ventajosas condiciones de crédito gracias a la línea ICO, los trabajadores de nuestro país se veían relegados una vez más al papel de sacrificio necesario

En definitiva hablamos señalar lo que nos une, eso que hace que cuando cada uno de nosotros se levanta en su casa hipotecada o de alquiler, para preparar un desayuno más o menos rápido y a continuación se lava los dientes a toda velocidad para salir pitando al trabajo y recorrer la ciudad en bicicleta, en metro o a través de los eternos atascos en su viejo coche, no se olvide que pertenece a un inmenso colectivo con años de luchas, profundas derrotas, pero también imborrables victorias a sus espaldas. Y es que cuando nos encontramos cómodos en un mal asiento en el estadio, a pie de pista en un concierto o sentados al fondo en un bar cutre con una cerveza barata en una mano y la otra ojeando el maldito periódico en busca de algún empleo o alguna buena noticia, no debemos olvidar que nosotros también fuimos parte de aquello.

Somos la herencia de quienes conquistaron los derechos que hoy nos quieren arrebatar, una clase obrera que hoy, consciente de ser una, sin géneros, sin razas, sin discriminaciones entre nosotros, debe al fin atender a nuestra realidad material, para estructurar una alternativa política y social firme al capitalismo, esa estructura social implacable que nos somete y exprime sin contemplación. No podemos seguir permitiendo que nuestra lucha se centre en fratricidas peleas identitarias por las migajas de la representación. No podemos, ni debemos conformarnos con la lucha por lo irreal y permitir así que el propio sistema promueva y potencia una eterna división interna en nuestras filas que como las matrioshkas siempre contará con un nivel más para distraernos y delegar así la ficticia responsabilidad de la opresión. La única solución posible para nuestra frustración, para nuestra rabia, es la clase social, estúpidos.

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