¡Es el miedo!

Miguel Coque Durán @CoqueDuran | Ilustración de El último mono @_elultimomono

Nos preguntamos cada día qué es lo que ha pasado para vivir esta «sin razón» institucional en la que premiamos a nuestros antagonistas. Al final, creo que va a ser una consecuencia del miedo. El miedo, que unas veces provoca la huida, la agresividad o la amenaza, y puede que en el caso de nuestro país, haya sido la parálisis generalizada.
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El neurobiólogo y científico social, Gernot Ernest da una explicación neurocientífica al rodillo de las derechas en multitud de países, argumentada por la mágica utilización de la simplificación de las ideas y de las imágenes. No hay mejor programa que utilizar el miedo social, adoptando un papel patriarcal directivo y propiciando que asumas como individuo un rol infantil permanente que necesita de un patriarca que guíe, aunque sea en la dirección equivocada.

Para amplificar el miedo es necesario crear un enemigo y una vez estigmatizado, basta la reproducción sistemática de un mensaje comprensible y muy elemental; por ejemplo, «los desempleados viven de nuestro esfuerzo y no trabajan porque no quieren». Ya tenemos el «chivo expiatorio» al que criminalizar y con el que poder justificar medidas que de otra forma serían incomprensibles.

Evidentemente, en un mundo saturado de información; las más de las veces sesgada, cargada de opiniones al servicio de lobbies, la confusión está servida, y así el papel que le toca a las izquierdas es realmente complicado. Analizar, segmentar el mensaje, justificar con argumentos, rebatir la simplificación, y dotarse de canales de contrareplica es francamente complicado, porque requiere un esfuerzo para el emisor y sobre todo para un receptor que ante tanto ruido suele comprar mensajes sencillos para tener una comprensión rápida de lo que pasa y sobre todo poder así justificar su inacción, y evitar la disonancia cognitiva entre sus creencias y la percepción de la realidad. O dicho de otra forma, utilizando la fuerza significante de una pintada ácrata: te están meando y te es más cómodo creer que está lloviendo.

El miedo es teledirigido a nuestras emociones y desde ese momento, aplicar la razón es una estrategia inteligente para cortocircuitarlo, pero eso también requiere aprendizaje. Aprendizaje para «desaprender» todos los miedos que vamos sumando en nuestra vida, en la familia, en la escuela o en el trabajo: miedo al «hombre del saco», al suspenso, al desamor, al despido, a la culpa, a la desaprobación o a la perdida de pertenencia al grupo. El miedo sumativo que interiorizamos a través de nuestra socialización, es posible racionalizarlo y vencerlo también a través de la organización social: sindicatos, plataformas, experiencias colaborativas y autogestionadas que empoderan a trabajadores, mujeres, estudiantes…, que conforman la calidad de vertebración de la sociedad y su mejor herramienta de resistencia.

Pero al parecer, en un mundo de búsqueda de gratificaciones urgentes en lo individual, donde los valores son fluctuantes según los intereses coyunturales, es incompatible con la gestión del conflicto que supone crecer, que supone dar respuestas colectivas que implican cesión y concesión solidaria de tus espacios, y requiere de esfuerzos personalescontinuados, sistemáticos y referenciados a otros valores que no se evaporen ni se licuen con el sol que más calienta.

Cuenta Salvador de Madariaga en su obra «España» que un cacique andaluz, en 1931, se dirigió a un jornalero con unos duros para comprarle el voto y este le contestó: «En mi hambre mando yo». El miedo puede vencerse. La oscuridad da menos miedo si nos organizamos para transitar la noche.

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