Era una vez un país llamado Portugal

El aislamiento del resto de Europa trajo problemas de orden no sólo culturales, también económicos de grande monta a ambos, los países ibéricos, condenados a dividir el mismo espacio territorial.

Por José Vieira

Las historias, en general comienzan por era una vez, sin embargo, son casi siempre textos con un fuerte pendiente de fantasía. Naturalmente, que no va a ser este el caso, pues, lo que proponemos, es iniciar todo un recurrido para hacer más conocido, desde una perspectiva real, el país más occidental de la Península Ibérica.

Todos sabemos, que la llamada península Ibérica, o sea, la parte más occidental de Europa continental, se encuentra conectada al continente, no por un istmo (un mofo de tierra estrecho), pero sí, por toda una facha de tierra, que dada su orografía, como que hace una barrera natural a los vientos de la civilización europea.

Tradicionalmente, este aislamiento del resto de Europa, trajo problemas de orden no sólo culturales, como también económicos de grande monta a ambos, los países ibéricos, condenados a dividir el mismo espacio territorial.

Sin embargo, no podemos dejar de afirmar, que o tal vez por eso aún, ambos dos ibéricos, acabaron por tener su espacio de gloria, siendo la preeminencia de España, muchísimo más importante, pues como rezan las crónicas y, si ellas lo dicen, es porque es verdad, el imperio español era tan grande, que jamás el sol se ponía en los horizontes de sus territorios. Esto no quiere decir otra cosa, que no sea, que había siempre algún territorio sobre la égida de la corona española donde el Sol no brillara.

Es aquí que, debemos notar, que esta denominación territorial, no sería real, si no se tuviera en cuenta, un momento de la historia, en que ambos países Ibéricos, estuvieron sobre el dominio de la misma familia real, la Casa de Austria.

Es aquí por donde comenzamos a identificarnos, con otros horizontes y con una realidad muy más “comezinha”.

¿Lo que era Portugal?

“Nada más que un bello jardín plantado a orillas del mar”, donde se pasan unas excelentes vacaciones, pues, la comida es excelente y las playas son una pasada. E imaginad que hasta posee las más grande olas del mar Atlántico, en Europa, que hacen las delicias de los surfistas de todo el mundo.

Pero de verdad, Portugal, no es sólo paisaje, ni siquiera lo fue en el pasado. Ese país, dio al Mundo otros Mundos, pues desde el siglo XIII, que, al no poder expandirse, para donde nacía el Sol, tuvo que buscar hacer del Océano Atlántico, la prolongación natural de su territorio.

Explicando mejor, es que al oeste del territorio portugués, imperaba los reinos, que tras los reyes Católicos Fernando e Isabel, vinieron a generar España y, como tal, sería imposible que Portugal, se lanzara a una guerra imposible contra una de las mayores potencias del mundo conocido de entonces.

Este pequeño país, desde sus albares de nación autónoma, jamás creyó en la suerte de las parcelas y, como tal, desde muy temprano, entendió que sería mejor formar gente, para que su gana de explorar el espacio desconocido en el horizonte, no fuera un trabajo de amadores y de aventureros.

Así desde que estabilizó las relaciones con Castilla durante unas disputas entre quién debía ser el continuador de la realeza del país, o sea, el espacio de tiempo comprendido entre 1383 a 1385, y tras un puñado de hombres en armas, sin embargo, utilizando nuevas técnicas de guerra, vencieron a un formidable ejército, que aún utilizaba las técnicas de la fuerza masiva (se trató de la utilización del famoso cuadrado militar, lo que pone en cuestión las caballerías de entonces). Se trató de la utilización de la formación contra el poderío de la fuerza.

Como decíamos arriba, Portugal tuvo entonces, que buscar la vida, penetrando en los mares, “nunca antes navegados”, y, para eso, tuvo que no sólo que crear, toda una generación de marineros, que fueron de antemano preparados, en la primera escuela náutica de la Península. Se trató de la Escuela Náutica de Sagres, que fue fundada por uno de los hijos del que fue el primero João de Portugal, que se trataba de un hijo, del rey de Pedro I y de una bella dama hija de un “rico hombre” de la burguesía lisboeta de entonces. Ese rey, D. Pedro I, nombró en niño, este hijo João, como Maestro de la Orden de Avis, la orden que heredó los enormes bienes de los Templarios en Portugal).

Así, el fundador de esa escuela de marineros y de cartógrafos, fue el Infante D. Henrique. Este dedicó principalmente toda su vida, al desarrollo de esta escuela, contratando por todo el lado los mejores maestros del arte de marear, de entonces. Ahí también se desarrolló el arte de construcción de barcos, naturalmente de madera.

Cabe aquí una vez más, la importancia de las cosas se desarrolle con previsión y atempadamente.

La construcción de barcos implicaba la necesidad de madera cosa que ya con las primeras navegaciones, llamadas la vista, el rey D. Dinis, el padre de referido D. Pedro I, tenía sentido esa necesidad y, como tal, mandó secar unos pantanos y, ahí plantar una de las mayores reservas de pinos. Si trató del Pinhal de Leiria y casi a la vez del Pinhal de Azambuja. Estaba así resuelto el problema de la materia prima para la construcción naval.

Sin embargo, la previsión y la formación, anduvieron siempre de manos dadas, y también era preciso tener el conocimiento el más real posible del entorno en que vivíamos. Así como conocer los avances que otros países habían conseguido, como, por ejemplo, las repúblicas italianas y el medio oriente, para poderse desarrollar las gestas marítimas con las máximas garantías de que se estaba utilizando los pocos medios de que Portugal disponía, de una forma eficaz.

Se creó entonces, un servicio de expediciones, con viajeros altamente preparados que fueron penetrando en los varios continentes, de modo a que los viajes marítimos pudieran ser exitosas.

Se trató de un hermano de D. Henrique, el infante D. Pedro, que como viajó por todo el mundo conocido, en la altura, fue llamado el Infante de las siete partidas del Mundo. Pues, recorrió miles de leguas enviando las informaciones a su hermano D. Henrique. Sin embargo, también, el referido fiscal de la Escuela Náutica de Sagres, utilizó los servicios de dos exploradores, Pero Vaz de Camina y, Pero de la Covilhã. El trabajo de todos ellos resultó, en una vez más, en el reconocimiento de que, aunque pequeños y poco poderosos, sin embargo, éramos organizados, previsores y, que suplíamos todos los problemas, con formación perseverancia y gana de querer.

Habíamos creado, lo soporte de materias primas necesarias a la industria de construcción de barcos, habíamos instituido la Escuela de Sagres, donde se enseñaba los artes necesarios a los descubrimientos marítimos y, estaba creada una red de informaciones externas, dignas de un auténtico, servicio de extranjeros (un verdadero “foreign business service” la moda de Reino Unido, pero el siglo XIV).

El pequeño y despoblado país de cerca de un millón de habitantes en aquel tiempo, consiguió ser una de las mayores potencias, volcadas a la expansión marítima. Con trabajo, formación y perseverancia el pequeño consiguió ser menos pequeño.

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