Entrevistamos a Rafael López Vilas: «Tierra Quemada no constituye el mapa del tesoro, pero exhibe la putrefacción del sistema al que pertenecemos»

Por Daniel Seixo

En Nueva Revolución charlamos con el autor Rafael López Vilas acerca de su nueva novela «Tierra quemada»

¿Cómo surge la idea que te hace comenzar a escribir “Tierra quemada”?

Durante los años siguientes al estallido de la crisis de 2007 observé, no sin cierta incredulidad, cómo la mayoría de los españoles permanecían impasibles ante las medidas adoptadas por el gobierno con las que, aseguraron, reflotarían el país tras el estallido de la burbuja inmobiliaria inflada en España durante décadas. Eso incluía rescatar bancos y concesiones de autopistas y hospitales en lugar de a la ciudadanía. Incluía el desmantelamiento de la sanidad y la educación públicas, la liquidación de la hucha de las pensiones y bajada de las mismas, la privatización de servicios básicos, el elevar la deuda pública hasta límites estratosféricos y el número de desempleados por encima de los seis millones, vaciar de financiación la ley de memoria histórica y la protección de las mujeres víctimas de violencia machista, restringir la libertad de expresión con la promulgación de la ley mordaza, recortar las prestaciones por desempleo y desahuciar de sus casas, incluso de manera ilegal, a miles de familias sin alternativa habitacional alguna. Eso, y los innumerables casos de corrupción que, como colofón, y sí, en un juzgado, dictaminaron que el Partido Popular de España era una organización criminal. El argumento, pues, estaba servido, y me estaba llamando a gritos.

¿Qué parte de la realidad política y social de España podemos encontrar en esta novela?

La historias que suceden en Tierra Quemada transcurren durante el mandato de M. Rajoy en el que, a pesar de toda la censura, la manipulación y las mentiras de la mayor parte de los medios de comunicación, pudimos conocer, apenas de un modo superficial y a través de toda suerte de sainetes y comedias judiciales, la cima del iceberg de la corrupción de un partido político cuyos miembros entienden la gestión pública como una labor de enriquecimiento personal y de favorecimiento de las élites económicas a las que están subordinados. El escenario de Tierra Quemada son las cloacas del Estado donde trasegaban a sus anchas los miembros del Partido Popular de España y sus financieros empresariales. Esa España de ladrillo y sobre, de recortes sanitarios y educativos, de empresarios y policías corruptos, de franquismo latente en los tuétanos de las instituciones, de precariedad, esclavitud y desempleo. Tierra Quemada trata de aquellos cuyo futuro fue empeñado a base de reformas laborales sangrantes, de aquellos a quienes desahuciaron de sus casas y lo perdieron absolutamente todo mientras la mayor parte de la población empeñaba su dignidad en silencio y aceptaba, tal y como mantreaban en periódicos, TVs y radios, que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades.

¿Resulta en ocasiones la ficción la mejor manera de narrar el contexto social de las calles de un país en un momento determinado?

Creo que cuando los medios de comunicación manipulan y mienten del modo en que lo hacen a la población, la ficción constituye una alternativa y una herramienta muy válida para narrar y reflejar las distintas problemáticas que afligen a la ciudadanía, y que puede servir para dar a conocer realidades que muchos ignoran porque la verdad ha sido puesta a buen recaudo, lejos de nuestro alcance. Más allá de la veracidad, el rigor y un serio intento de objetividad, los medios se han convertido en creadores de opinión y de tendencias de comportamiento de sus lectores de una maquiavélica eficacia. Si la ficción que habita en una novela sirve para interesar a un lector por los hechos acaecidos en una época concreta, o para suscitar en el lector una curiosidad o una predisposición al pensamiento crítico ante una problemática que aqueja a la sociedad, bienvenida sea.

“Es fácil reconocer en estas páginas a quienes podrían ser nuestros vecinos, vecinas, familiares, o a nosotras mismas”, ¿puede llegar a golpear al lector el reconocerse a sí mismo o a los suyos en estas páginas?

Bueno. Tierra Quemada es el relato de un grupo de personas que podríamos ser cualquiera de nosotros o cualquiera de las personas que conocemos. Personas azotadas por la gestión ideológica de una crisis cuyos efectos, hoy, en plena pandemia, son más evidentes y lacerantes que nunca. Mi propósito era contar la historia que ocupó mi cabeza durante los últimos años, en los que he visto con creciente decepción la abulia y el hastío de la población ante las tropelías a las que era sometida. Por supuesto, soy consciente de lo muy desagradable y desolador que puede llegar a ser este libro, pero así se ha manifestado la realidad social española desde 2007. Tierra Quemada es un libro incómodo y a veces repulsivo, en absoluto agradable, pero es que yo no he venido aquí para agradar a nadie, ni falta que hace. España es un país compuesto por trabajadores, la mayoría mal pagados o simplemente desempleados. Clase trabajadora, por mucho que esa gente que se tiene por clase media reniegue de su propia realidad. La mayoría del censo español podría verse reflejada en esta novela.
¿Buscan intencionalmente los capítulos cortos que componen la novela dotar a la misma del ritmo vertiginoso al que avanzan nuestras vidas?
En realidad está más relacionado con el ritmo que quería imbricar a la arquitectura de la narración, que con la vorágine enloquecida en la que hemos convertido nuestras vidas. Por otra parte, una vorágine en absoluto casuística y natural, más bien todo lo contrario. En cualquier caso, si los capítulos hubiesen sido más extensos, la intensidad de la narrativa y la atmósfera opresora que predominan a lo largo de toda la novela habrían terminado saturando al lector y el asunto podría haber terminado en un suicidio colectivo.

En la novela nos encontramos con un periodista que vive una especie de crisis existencial, como escritor, ¿qué consejos le daría al periodismo y a los periodistas para lograr narrar la actual y permanente crisis a la que nos enfrentamos?

No es sencillo contestar esta pregunta, sobre todo cuando, en mi opinión, periodismo y periodistas navegan, la mayor parte de las veces, en barcos diferentes. Siendo sincero, estoy convencido de que el periodismo es una batalla que hemos perdido hace tiempo, sin duda, porque, junto con la educación, es el método de control masivo más efectivo y está subordinado a los poderes económicos. No hay ni un solo medio de comunicación mayoritario que no esté en sus manos. Es así de sencillo. No es “conspiranoia”, como alimentan decir. Nuestro conocimiento de la realidad político-económica de un país viene dado por lo que dicen en las portadas de los periódicos, en los telediarios, en la radio. Y si lo dice fulano, mengano y zutano, debe ser verdad. Así es para la mayoría de nosotros. Por otro lado, los periodistas, salvo algunas excepciones, están supeditados a la línea editorial del medio, es decir, a lo que dicta la junta directiva nombrada por los conglomerados empresariales cuyos intereses son incuestionables y que pagan las nóminas a fin de mes. ¿De verdad estos medios denunciarán las fraudulentas y corruptas prácticas de los consejos de administración a quienes pertenecen? Resulta estúpido sólo pensarlo.

¿Existe esperanza tras pasar la última página de esta novela?

Existe, claro, porque la existencia del ser humano va unida indisolublemente a esa necesidad de mantener viva la posibilidad de salvación o de que las cosas mejoren. Otra cosa es la probabilística, y me parece que la realidad diaria y el reparto de poderes y la correlación de fuerzas actuales, no arrojan ningún indicio que fundamente su existencia siquiera remota. Y no se trata de una cuestión de derrotismo. La realidad está ahí. Incesante, obscena, cruelmente ahí. Son muchos los que luchan y se esfuerzan lo indecible por cambiar las cosas. Pero eso no basta, porque son legión los que en absoluto lo hacen ni están dispuestos a hacerlo algún día.

Y ya para finalizar, ¿por qué nuestros lectores deberían leer “Tierra quemada”?

Retomando el hilo de antes acerca de la vertiginosidad de nuestras vidas, diría que ese incesante correr hacia adelante intentando solventar las muchas necesidades que nos acucian a la mayoría, preocupados todo el tiempo por conservar lo poco que tenemos, por poner comida en la mesa, por pagar el alquiler, por no perder el trabajo o por conseguir uno por mal retribuido que sea, sin escuchar ni detenerse a pensar y a discernir las cosas que nos suceden y nos afectan, nos impide tomar conciencia de su verdadera importancia y determinan nuestro futuro. Nuestro futuro es la cena de esta noche, la comida de mañana. Eso es todo. Y ese era precisamente el objetivo que perseguían las élites. Si no piensas, si no razonas y tu vida se hunde en un mar de horribles preocupaciones en la que la única meta diaria es supervivir, dejas que el viento guíe tus pasos. Pero el viento, este viento, no es inocente, ni tampoco es un viento cualquiera. Es el poder quien sopla. La multinacionales, los bancos, las eléctricas, las farmacéuticas, las armamentísticas, los fondos buitre, en definitiva. Los señores feudales de la edad moderna que manejan el cotarro a su antojo sin que nadie se lo impida. 4 y el imperdonable daño que ha infligido en una mayoría de la población que, hasta la fecha, hoy también con el auge del fascismo en los órganos de gobierno del país, ha acogido en su seno la desigualdad, la corrupción y el recorte de derechos, en un estado, al parecer terminal, de anestesia general.

1 Comment

1 Trackback / Pingback

  1. Entrevista en “Nueva Revolución” – El Lobo está aquí

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.