Por Antonio Mautor
En Nueva Revolución entrevistamos al periodista Jonathan Martínez para conocer su relación con la música, esa canción que lo ha marcado en su vida y en definitiva una faceta personal que habla también de su compromiso político.
Antes de nada, ¿cómo estás viviendo la crisis del COVID?
No hay nadie de mi entorno con afecciones graves de salud, así que en primer lugar siento un gran respeto por quienes han padecido los estragos de la enfermedad. La crisis económica, en cambio, sí la he sentido más cercana. Mucha gente a mi alrededor ha perdido su empleo o tendrá dificultades para afrontar el futuro. Y el panorama no es optimista.
¿Qué crees que se debería hacer para ayudar a la cultura en estos tiempos de crisis?
Creo que cuando exigimos “ayudas” a los poderes públicos, perpetuamos sin querer la idea errónea de que la cultura es una especie de gasto superfluo que solo puede sobrevivir gracias a la compasión de las instituciones. A veces basta con que dejen de poner zancadillas. Solo reclamamos que traten a la cultura con el mismo respeto que dedican a otros sectores. La cultura crea riqueza y puestos de trabajo, pero además es el alimento emocional e intelectual de toda la sociedad.
Comencemos a indagar por tu relación con la música, ¿cuál es tu primer recuerdo asociado a ella?
Supongo que soy hijo de la radio. En mi casa nunca hubo tocadiscos, así que todo lo que escuchaba pasaba por el filtro de las emisoras. Cuando era pequeño me regalaron un órgano y empecé a ver la música como una forma de comunicación, algo que no solo recibimos sino que también podemos transmitir.
¿Qué canción te ha marcado y por qué?
En 1994, cuando murió Kurt Cobain, escuché por primera vez “Rape me” de In utero en la radio. Creo que no he vuelto a sentir a nadie capaz de transmitir con tanta intensidad la rabia adolescente de aquellos tiempos.
Nuestro servicio secreto te ha espiado y sabemos que te va el rollo rock n’ roll, country – americana… ¿algo que alegar en tu defensa? ¿Qué tienen estos géneros que no tengan otros?
Con el tiempo he aceptado que soy bastante ecléctico, que puedo escuchar cool jazz con la misma pasión que le dedico al punk. La americana me cautivó desde la primera vez que escuché un directo de Bob Dylan. Empecé a investigar el folk, el blues, el country, el bluegrass, Woody Guthrie, las viejas grabaciones de Alan Lomax. Ese árbol genealógico entronca muy bien con el rock & roll o el rockabilly. Y de Johnny Cash o Hank Williams es sencillo pasar a nombres como Steve Earle, Lucinda Williams, Ryan Adams, Gillian Welch o Wilco. Hay una nueva hornada entre el alt-country, el outlaw, el blues rock o el cowpunk que me fascina. Sigo con atención a gente como Lydia Loveless, Nikki Lane, Eilen Jewell o Larkin Poe.
¿Crees que el rap le ha ganado la partida definitivamente al rock en lo que respecta a lo contestatario?
La música contestataria se ha manifestado siempre a través de géneros diversos. Por ejemplo, el reguetón ha dado voz a mensajes reaccionarios pero también a la protesta social y política. Y el rock ha tenido episodios de rebeldía igual que ha reproducido algunos cánones conservadores. Lo que ocurre es que el rock ha perdido espacio en los últimos quince años. La ola del grunge de los noventa y la respuesta británica del britpop marcaron un hito que no ha vuelto a repetirse. Ahora es difícil ver rock en el mainstream con la misma viveza de aquellos días.
Sabemos también que eres guitarrista y que incluso llegaste a tener un grupo, ¿cómo recuerdas todo aquello?
Era un grupo de rock con un sonido entre garaje y psicodélico. Hace unos veinte años, me telefonearon para comunicarme que había ganado un premio literario y en mitad de la emoción acudí con mi primo Josu a una tienda de segunda mano a fundirme parte del botín en mi primera guitarra. Mi primo tocaba trikitixa desde pequeño y se puso a aprender percusión. Teníamos un amigo que tocaba la eléctrica, un colega bajista muy punk y una amiga ucraniana al teclado. Por entonces, un grupo que estaba empezando a triunfar nos cedió el garaje de Bilbao donde ensayaba. Luego supe que eran Zea Mays. Nuestra banda se disolvió pero también nos llevó a trabar relación con otros músicos y grupos con los que hemos seguido tocando después. Ahora mi primo toca cumbia en La Tokokera. A veces tocamos juntos por nuestra cuenta. Mientras tanto, seguimos aprendiendo a manejar nuevos instrumentos y dándole también a la producción.
Obligado preguntarte por el Rock Radikal Vasco, ¿qué ha significado para ti?
Es extraño porque el RRV es un capítulo mitificado con el tiempo y que representa una banda sonora a la que por entonces no di mucha importancia. Era la música de nuestros primos y hermanos mayores, por edad no pude participar en la ruta de gaztetxes de los ochenta. Ya en los noventa, cuando mi generación empezó a interesarse por la música, el RRV quedaba más bien como un eco que tratábamos de mantener vivo pero cuya época dorada se había extinguido. En los noventa nos quedaban los casetes de Barricada o Parabellum, las canciones épicas que aún resonaban en las verbenas de pueblo, Exkixu, Su Ta Gar y dos grupos de rock urbano que en aquellos años empezaban a brillar como Platero y Tú y Extremoduro.
Muchos grupos de Euskadi han sido perseguidos hasta la extenuación por la censura, ¿qué opinión tienes al respecto?
La represión política ha alcanzado a todos los sectores culturales de Euskal Herria, y la escena musical siempre ha sido un núcleo de incomodidad y contestación en medio del conflicto político y social. A Eskorbuto los detuvo la Policía Nacional y les aplicó la ley antiterrorista. A Fermin Muguruza lo ha boicoteado la derecha igual que a Soziedad Alkoholika, a menudo con tribunales de por medio. Además ha existido una censura sutil que consiste en apartar cualquier voz crítica de los aparatos de comunicación. Hay gente que no existe en la radio y la TV pero luego llena salas de conciertos con más solvencia que otros artistas mimados por el poder.
¿Eres más de la Polla o de Eskorbuto?
¿A quién quieres más, a papá o a mamá?
Tres bandas por las que partirías la cara con alguien…
No soy de partirme la cara por gustos musicales, pero aquí somos más de Oasis que de Blur y más de Nirvana que de Guns ‘n Roses. También te digo que Chuck Berry es Dios, que Jeff Buckley es un ángel, que pongo velas a Jimi Hendrix y a Janis Joplin, y que de mayor quiero ser Louis Prima.
¿Qué música odias, artista o género?
Cuando un género o artista no me gusta, intento limitarme a no escucharlo. No entiendo la necesidad de proclamar odio por una expresión musical, como si denigrar a J. Balvin o a Camela te convirtiera en un erudito de la musicología. Reconozco, por ejemplo, que no me emocionan los trappers que van de pistoleros del Bronx pero que han crecido en La Moraleja. Pero eso no tiene tanto que ver con la música como con la escenificación y con el mensaje.
¿Cuál ha sido el concierto que más has disfrutado y por qué?
Ahora mismo recuerdo que vi a Los Piratas antes de que se separaran y fue la hostia. Vi a Marea telonear a Platero y Tú y me siento privilegiado. Vi a Mikel Laboa en el mismo escenario que Bob Dylan y me parece un recuerdo imborrable. Vi a Lucinda Williams y a Steve Earle en primera fila y fue como asistir a un pase privado. Al final, lo que nos queda de la música es el recuerdo de lo que éramos cuando la escuchábamos.
¿Cuál ha sido el último disco que has comprado?
Mejor te digo cuál estoy desando tener ya en mis manos : Jeff Tweedy saca “Love Is The King” el 23 de octubre y el 13 de octubre publica libro: “How To Write One Song“.
Por favor un “guilty pleasure” musical inconfesable…
El indie naïf, desde Los Fresones Rebeldes hasta Carolina Durante. Un grupo como Papa Topo, que titulaba a una canción “Lo que me gusta del verano es poder tomar helado”, solo merece que me quite el sombrero con una reverencia.
Dedica una canción a tu peor enemigo…
Déjame tirar de clásicos. “Txibato” de Kojon prieto y los Huajalotes.
Un deseo…
Que mis colegas músicos puedan volver a dar conciertos con normalidad. Y si no es mucho pedir, me gustaría volver a tocar con ellos.
¿A quién le dedicas esta entrevista?
A los trabajadores de la industria cultural, a los técnicos, a la gente que está detrás de los artistas haciendo un trabajo invisible y no reconocido y que las está pasando putas en mitad de esta pandemia.
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