Entrevistamos a Espacio Feminista Radical: «No se puede pretender socavar los derechos conquistados por las mujeres y que no respondamos»

Por Daniel Seixo

En Nueva Revolución entrevistamos a Espacio Feminista Radical, un grupo horizontal y no mixto que lucha contra el patriarcado, mediante la divulgación, la formación, la autoconciencia, el activismo y la influencia política en los ejes que consideran fundamentales: La abolición del género, dado que es la ideología que sustenta la jerarquía sexual, la abolición de la prostitución de mujeres y de la pornografía y la prohibición efectiva de la explotación reproductiva o cualquier otra forma de mercantilización del cuerpo de las mujeres. 

¿Por qué se oponen a la Proposición de Ley sobre la sobre la protección jurídica de las personas trans y el derecho a la libre determinación de la identidad sexual y expresión de género, también conocida como «Ley Trans»?

El Gobierno aún no ha dado a conocer sus planes concretos a día de hoy, y lo primero que exigimos es transparencia. Las plataformas trans afirman haber participado en la elaboración de un nuevo proyecto, mientras el movimiento asociativo feminista ha quedado fuera, lo que es una actitud insólita para una instancia llamada “Ministerio de Igualdad”. ¿Qué se quiere aprobar y en qué estudios o demandas reales se basa? La opinión pública general no tiene ni idea de esto, somos las feministas quienes estamos poniendo el foco, porque la oscuridad, la indefinición o las prisas no son buenas señales.

Si el nuevo texto va en la línea de la proposición presentada en 2018 por Unidas Podemos, el feminismo se opondrá con firmeza a la autodeterminación a voluntad del sexo, que no es ningún derecho humano, al contrario: cuando nace un bebé el sexo no se le asigna, se observa, y su derecho de filiación veraz –con una edad y un sexo–, le protege, especialmente a las niñas, pues existen desigualdades muy reales que pesan sobre ellas. Si nuestra Constitución en su artículo 14 especifica que no habrá discriminación por sexo, es porque quiere proteger al sexo históricamente oprimido: nosotras, las mujeres. En definitiva, “borrar” un sexo legal vaciando de contenido verificable su registro conculca el principio constitucional de la igualdad.

¿Qué amenazas esconde esta ley para las mujeres?

Si aceptamos la autodeterminación del sexo, las políticas públicas pensadas para equilibrar la balanza, o para la protección contra el terrorismo machista, ya no se aplicarán a las mujeres, sino a quien diga sentirse mujer. Esto ha pasado en el Estado de Nueva York, en el Comité del Partido Demócrata, por ejemplo, que ha roto su regla histórica de la “cremallera” male-female. Así que las reglas dejan de valer para lo que fueron establecidas, que es corregir la desigualdad entre los sexos. A la vez, la libertad de expresión y de conciencia se ven amenazadas: ya hay varias mujeres –siempre son mujeres– que han sido despedidas o acosadas por sus opiniones.

¿Qué va a pasar con las series estadísticas? En España, el 10 de septiembre el Ministerio de Igualdad ha presentado los resultados de la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2019, una herramienta imprescindible para medir su prevalencia y que puso en marcha el equipo anterior. Según esto, 1 de cada 2 mujeres (57,3%) residentes en España de 16 o más años ha sufrido algún tipo de violencia machista a lo largo de sus vidas. Eso supone 11.688.411 mujeres. También dice que el 99,6% de las mujeres que han sufrido violencia sexual experimentaron esta por parte de un agresor hombre, o que para las mujeres que han sufrido una violación se multiplica por 6 el riesgo de tener pensamientos de suicidio. La misma ministra que presenta estos datos es incapaz de definir quiénes son hombres y quiénes son mujeres: no es difícil ver la incoherencia.

No son solo amenazas sino hechos consumados, cuando en España se ha expulsado a un partido feminista y marxista de una coalición de izquierdas por oponerse a las leyes de autoidentidad. ¿Vamos a tolerar esta nueva mordaza? ¿Cómo nos defenderemos legalmente de la violencia machista? ¿Se anotarán en la columna de las mujeres los delitos cometidos por varones natales? ¿Tenemos que aceptar en las escuelas supercherías como el “espectro de sexos” que hace una gradación sexista entre el varón-varón y la mujer-mujer? ¿Les diremos a las niñas que su personalidad debe ser “rosa” y si no es así, algo está desajustado en ellas y deben hacer alguna “transición”? ¿Vamos a aguantar la presión sobre las chicas lesbianas para que acepten tener relaciones sexuales con individuos que hablan de sus penes femeninos? ¿Cómo competirán las jóvenes deportistas contra cuerpos de varones, cómo obtendrán sus becas? World Rugby, la institución que gobierna las federaciones de rugby a nivel internacional, se enfrenta a toda una campaña en su contra por defender –con evidencias científicas que cifran un aumento mínimo del 20-30% del riesgo de lesiones– la seguridad de las jugadoras, frente al peligro de jugar con personas de biología masculina. ¿Se extrañan los gurús de la nueva izquierda de la desafección popular, de que la ultraderecha se aproveche y gane posiciones?

El elitista constructivismo extremo crecido en los meandros de la posmodernidad ya no cuela como “vanguardia feminista”, porque nunca lo fue

¿Se puede hablar de transfobia cuando una lesbiana se niega a tener relaciones con una persona con pene?

Que lleguemos a una pregunta como esta es un signo de la amenaza de regresión en la que vivimos. La coacción en las relaciones sexuales es delictiva, y lo es porque atenta contra la libertad personal. Esta forma de violencia contra las mujeres es especialmente grave cuando se trata de lesbianas muy jóvenes a las que se amenaza con este tipo de mensajes: “si no me aceptas en una relación sexual, tienes que deconstruirte porque estás desfasada…” Es pura barbarie.

¿Cómo puede afectar esta ley a realidades como la violencia machista?

Si resignificamos lo que ya está legislado y empezamos a decir que el “género” forma parte de la identidad de cada ser humano, y que se puede elegir, moldear, cambiar, hacer fluir…, entonces, ¿qué significa una ley contra la violencia de género, que protege específicamente a las mujeres de la violencia machista? ¿Cómo se va a aplicar una ley de igualdad entre hombres y mujeres? Se llamó “violencia de género” porque esa violencia está enraizada en la consideración inferior de las mujeres, en su control. Al margen de que nos guste ese nombre o no, de la eficacia de esta ley o de la necesidad de reformarla, no tiene sentido que en un mismo ordenamiento “género” sea lo que hay que proteger en unas leyes, y lo que hay que erradicar en otras. Por eso las feministas advierten que las leyes de autodeterminación del sexo vacían de contenido la protección específica de las mujeres contra la violencia machista. En el caso de la violencia sexual es muy obvio el disparate: si no sabemos el sexo y preguntamos por “el género con el que se identifica”, ¿cómo sabremos quién agrede a quién, quién acosa y quién es acosada? Y sin un diagnóstico ajustado, ¿cómo haremos políticas públicas para evitar la violencia contra las mujeres?

Con la legalización del “sexo sentido”, los espacios protegidos o privativos que tanto nos costó conseguir, necesarios para incorporar a las mujeres a la vida pública, dejan de serlo. Esto va desde la intromisión en la vida de cualquier adolescente en los baños del instituto, a la seguridad de colectivos de mujeres muy vulnerables, como son las presas –muchas de ellas, víctimas de violencia machista–, las mujeres en los refugios o albergues tutelados por el Estado. Afecta especialmente a las que han sufrido violencia sexual. ¿Es que estas niñas y mujeres no tienen derecho a su seguridad, a su privacidad? En el Reino Unido las agresiones a mujeres en los espacios privativos se han multiplicado como nunca antes. Cuando J. K. Rowling habla de esto públicamente, explica que fue en el pasado víctima de violencia de género y colabora con instituciones que se ocupan de mujeres vulnerables, no se la escucha y miles le gritan “tránsfoba”.

Desde los años de la revolución sexual hasta hoy, el negocio del sexo tiene muy perfeccionado cómo hacer caja con los enfants terribles

Género y sexo, ¿qué los diferencia y a qué se debe su continua confusión en personas aparentemente formadas en materia feminista?

Una de las amenazas más graves ya la estamos viendo, pues los conceptos “identidad de género”, “expresión de género”, que se están incorporando por la puerta trasera en otros proyectos de ley, llevan a la confusión legal entre el llamado “género” y el sexo de las personas. En la legislación consolidada –mírese el Convenio de Estambul, artículo 3– “género” se define como un factor sociocultural que engloba roles, estereotipos, normas “no escritas” pero muy arraigadas y asociadas en un contexto histórico a varones o a mujeres. 

Su función es perpetuar la jerarquía por la cual la esfera doméstica, del trabajo no remunerado, recae sobre las mujeres, y es de rango inferior a la esfera pública, del poder, que recae sobre los varones. El “género” deviene de una socialización diferencial entre los sexos. Ni se puede asimilar ni es lo que determinará el sexo –una característica material biológica inmutable en miles de especies de seres vivos–. Es justo al revés: es haber nacido con un cuerpo sexuado, macho o hembra, lo que determina que la sociedad tenga unas expectativas u otras sobre la criatura. ¡Nosotras hablamos de “abolir el género”, no de protegerlo! Y es así porque abogamos por la libertad y la plena emancipación de las mujeres, porque no queremos que haya un destino social marcado por nacer niño o niña.

¿Supone la identidad de género la interiorización de roles sexistas?

Decir que el género es identidad refuerza el sexismo. Nadie desarrolla una identidad personal al margen del otro, sino que se forja en un proceso sociocultural. ¿Existe algo que podamos las feministas llamar “identidad de género”? Nosotras no aceptamos esta denominación, porque ya hemos explicado que género no es identidad, sino opresión. Ahora bien, los roles sexuales que cada sociedad atribuye a ambos sexos no se imponen solo por la fuerza: la domesticación, la sujeción de las mujeres, lo que llamamos feminidad y masculinidad, claro que se interioriza. Como explica Amelia Valcárcel, el género es máscara y molde a la vez. Por eso es tan difícil luchar contra ello, el primer paso es dejar de naturalizarlo, aprender a verlo. El feminismo es la mejor “caja de herramientas” que existe para desmontar pieza a pieza el sexismo.

Este proyecto de ley ha sido fuertemente contestado desde el movimiento asociativo, sin que las alegaciones hayan sido escuchadas

¿Existe algo así como esencias femeninas y masculinas? O siendo más extremos, ¿Existen los llamados cerebros rosas y azules?

De verdad que si algo como una diferencia funcional significativa innata entre los cerebros de varones y mujeres pudiera demostrarse, adiós feminismo. No hay cerebros rosas ni azules porque no venimos al mundo con personalidades congénitas de niño ni de niña. Son los juguetes que atiborran un mercado muy rentable los que son rosas o azules, no los cerebros de los recién nacidos. Afortunadamente esto no son más que magufadas, por mucho que los amos del capitalismo biotecnológico financien el hacernos creer que es “ciencia”. Que el cerebro sea un órgano con una enorme plasticidad susceptible a la historia de vida de cada cual no habla más que de sus asombrosas capacidades, equivalentes en chicos y en chicas. Deberíamos usarlas más antes de sumarnos acríticamente a la última moda, que en realidad es bastante antigua: los hombres guerreros y las mujeres cuidadoras. No puede haber una ideología más reaccionaria que esta. En cuanto a la hipótesis de una supuesta “esencia femenina”, realmente desde la perspectiva del feminismo materialista la pregunta es: ¿dónde estaría eso? Nosotras no nos hemos encontrado la esencia ni el eterno femenino por ninguna parte.

¿Qué define lo que es ser mujer?

“¿Acaso no soy una mujer?”, se preguntaba Sojourner Truth en 1851, nacida esclava en los Estados Unidos de América. Ella era muy consciente de las diferencias de opresión racial que pesaban sobre sí misma frente a las mujeres blancas, y también de que era, sin ninguna duda, una mujer apelando a la solidaridad de otras. ¿Por qué lo sabían ella y su auditorio, estando en el extremo de una jerarquía social tan injusta como la de su tiempo? No hay ninguna forma de encontrar lo que es común a todas las mujeres fuera de la realidad material de nuestros cuerpos sexuados, porque nosotras somos las hembras de la especie humana y todas, de una u otra forma, padeciendo otras opresiones o sin ellas, formamos la casta sexual que ha sido y es oprimida por la otra.

¿Basta con sentirse mujer para llegar a ser mujer?

Nosotras –nadie, realmente– no podemos validar o invalidar los sentimientos, aquello que pase en el fuero interno de cada ser humano. ¿Pero acaso debemos adaptar la legislación y la política a los sentimientos? ¿Es un sentimiento algo verificable sobre lo que fundar un pacto social de convivencia? Como afirma Sheila Jeffreys, autora fundamental del feminismo contemporáneo, “no hay nada de progresivo acerca de las fantasías de los hombres de ser mujeres”, más bien al contrario. Desde la toma de conciencia como sujeto histórico, como mujeres, resulta bastante ofensivo pretender que nuestra opresión se basa en algo sentido. ¿Bastaría dejar de “sentirse mujeres” –sea eso lo que sea– para acabar con el patriarcado? Millones de niñas en todo el mundo saben que ser mujer no es un sentimiento cuando mutilan sus genitales, cuando las casan en su infancia. No hace falta salir del barrio para ver cómo les imponen el velo patriarcal, los boletines de noticias traen el reguero de feminicidios en este país, incesante. Las denuncias por violación han aumentado un 49% en el último trienio en España. No nos sentimos mujeres: somos mujeres, material, histórica, colectivamente. Somos el sujeto político de nuestra propia lucha.

Si el nuevo texto va en la línea de la proposición presentada en 2018 por Unidas Podemos, el feminismo se opondrá con firmeza a la autodeterminación a voluntad del sexo

“No se nace mujer, se llega a serlo”, ¿Qué quería señalar realmente Simone de Beauvoir con esta sentencia?

Ante las falsas interpretaciones que circulan entre quienes estudian feminismo en Twitter, mejor que conteste la propia autora. La frase abre el primer capítulo –“Infancia”– de la segunda parte de “El Segundo sexo”, “La experiencia vivida”: “No se nace mujer: se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico, económico, define la imagen que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; el conjunto de la civilización elabora este producto intermedio entre el macho y el castrado que se suele calificar de femenino”. A continuación, Beauvoir pasa a describir cómo ocurre esto, partiendo de la indiferenciación en el comportamiento y capacidades de los bebés humanos macho y hembra. Apenas dos páginas más adelante escribe: “Muchos niños, asustados por la dura independencia a la que son condenados, desean ser niñas; en los tiempos en que de pequeños se vestían como ellas, pagan con lágrimas el abandono del vestido por el pantalón, la pérdida de sus rizos”…

Si basta leer el final de la frase para hacerse una idea, infinitamente mejor sería leer el libro entero. Claro que “El segundo sexo” tiene muchas páginas, todas las que la filósofa consideró que necesitaba para desbrozar, minuciosamente, aquello que había conformado secularmente ese segundo sexo, el de las otras, en un mundo donde la medida de todas las cosas era y es el hombre, el varón. Su análisis en esta obra de cómo la cultura determina unas expectativas para cada sexo, avanza aún sin nombrarlo el concepto de género. Beauvoir se propuso investigar el porqué de la situación de las mujeres, abarcando lo científico, lo histórico, lo sociológico, lo filosófico, lo cultural. El resultado es uno de los ensayos más importantes de los últimos cien años.

¿Qué defiende el feminismo radical?

Radical viene de raíz. El feminismo desde la tercera ola –la segunda según la tradición anglosajona–, en la segunda mitad del siglo XX, se propone ir a la raíz de la opresión de las mujeres en las sociedades patriarcales, exactamente, erradicarla. Esa raíz está en la apropiación histórica de los varones de las capacidades de las mujeres, explotadas como trabajadoras, como prestadoras de servicios sexuales y como reproductoras. La clave es desnaturalizar esta opresión para entender su historicidad y por tanto, luchar contra el orden patriarcal. Si en el siglo XIX Engels ya hablaba de la “derrota histórica del sexo femenino”, Gerda Lerner desvela cómo las mujeres se convirtieron en una mercancía antes incluso de la creación de la civilización occidental y la esclavitud de las mujeres precedió a la opresión de clases. Kate Millet o Shulamith Firestone forman parte de la generación que entendió cómo “lo personal es político”, cómo la jerarquía en la familia patriarcal –con la heterosexualidad obligatoria y la maternidad como destino– es el mero reflejo del orden imperante con la “ley del padre” en el Estado. Además del uso o la amenaza de la violencia, es un sistema que solo puede funcionar con la colaboración de las propias oprimidas, y este es el sentido de la inculcación del género. Germaine Greer, Janice Raymond, Julie Bindel, Rachel Moran… la propia Sheila Jeffreys es una de las autoras de la Declaration on Women’s Sex Based Rights, que hasta el momento ha recibido adhesiones desde 119 países. El activismo feminista radical nunca se fue, pero si es posible ver el momento en el que estamos, recobra fuerza cada día y tiene en su agenda la lucha contra la violencia machista, la abolición del sistema prostitucional, la lucha contra la pornografía y la explotación reproductiva de las mujeres, la abolición del género como la ideología que sustenta la jerarquía sexual, y en definitiva la derrota del patriarcado.

¿Es el feminismo radical transfóbico?

No. Es el transactivismo violento el que es misógino.

¿A qué consideran que se debe este notable intento por circunscribir el feminismo radical a un campo dominado o incluso monopolizado por mujeres blancas y ricas?

Es un discurso falso que solo busca dividirnos, fragmentar el sujeto político feminista. Pero no tiene ninguna base real, de hecho, son las tesis posmoqueer la aristocracia en la academia de hoy en día. Preciado o Butler dan clase en la Universidad de París VIII y en la de California en Berkeley, respectivamente; las lisonjea y financia la gauche divine occidental y no son precisamente marginales. Sus libros están en todas las librerías mientras que los trabajos de autoras importantes del feminismo radical ni siquiera se encuentran traducidos a nuestro idioma. ¿Conoce el caso de Raquel Rosario Sánchez? Su testimonio y su defensa, cuando lleva años siendo acosada en el Reino Unido por estudiantes blancos, siendo ella una becaria feminista dominicana, una emigrante con todos sus sueños por cumplir en la Europa rica, es signo de una nueva “caza de brujas”.

En cuanto a las bases, basta observar las movilizaciones de las jóvenes en nuestro país y fuera de él para darse cuenta de que viene una generación de radicales, mujeres que han aprendido feminismo y desde ahí hacen una crítica muy profunda al capitalismo contemporáneo. Las vemos haciendo el esfuerzo de leer y traducir ensayos feministas, buscan respuestas porque hay una generación que ya está sufriendo en sus vidas las consecuencias de haber dejado que el negocio pornográfico global banalizara la misoginia más violenta entre sus iguales varones. Han hecho el viaje contrario al de muchas de sus antecesoras de los setenta, que desde las organizaciones de izquierda llegaron al feminismo, porque también como trabajadoras han heredado los destrozos del neoliberalismo. Realmente el elitista constructivismo extremo crecido en los meandros de la posmodernidad ya no cuela como “vanguardia feminista”, porque nunca lo fue.

La impunidad alimenta la misoginia, una chispa fácil de prender, difícil de apagar

¿Resulta preciso diferenciar entre personas transexuales y transgénero? ¿A qué consideran que se debe el uso cada día más habitual en ciertos sectores de la etiqueta globalizadora “trans»?

Tenemos trabajos fundamentales como Gender Hurts –“El género daña”–, de Sheila Jeffreys, que habla de “transgenerismo” como una forma más en la que el género daña a las personas, y que pivota necesariamente sobre la idea de que hay algo “esencial” en el género como un patrón de comportamiento. Esto es lo opuesto al concepto feminista de que el género está en la base del sistema político de dominación masculina. Quizá la única cosa buena de todo este ciclo es que nos ha obligado a reflexionar más sobre las raíces profundas del transgenerismo, tanto si se sigue una vía medicalizada como si no: son las mismas. En el mundo contemporáneo debería ser posible estudiar las causas subyacentes al hecho de que algunas personas lleguen a la idea de que hay algo cruzado, equivocado o “diferente” en sus cuerpos o en sus personalidades, cuando éstas no se adaptan a la expectativa social. Nosotras vemos que la ideología que sustenta esta “normativización especial” es profundamente homófoba y misógina, muy reaccionaria. Para Jeffreys, la ley y la medicina han sido piezas fundamentales para la construcción del transgenerismo. Rosa María Rodríguez Magda, en “La mujer molesta”, habla de un cambio de paradigma cultural en relación a esa etiqueta “trans”. La filósofa habla de “transmodernidad”: sostiene que estamos en la era de lo transgenérico y lo transhumano, entre la tecnología y el delirio.

¿Supone el transactivismo en la actualidad una extrema exaltación del individuo y sus experiencias / sentimientos frente al colectivo?

Sí, eso no se le oculta a nadie, el transactivismo hace causa de la fragmentación, está en sus propios textos. Hablan de la “deconstrucción” de la categoría mujer como el único sujeto del feminismo, la desigualdad entre los sexos no es considerada la estructura básica sobre la que se apoyan todas las demás. Por eso se embarcan en esas enumeraciones infinitas de “identidades”, “géneros”… en los que la palabra mujer desaparece. Perder de vista lo colectivo para dinamitarlo con individualidades y diversidades no ayudará a nuestra causa política.

Desde la toma de conciencia como sujeto histórico, como mujeres, resulta bastante ofensivo pretender que nuestra opresión se basa en algo sentido

Habitualmente los defensores de la autodeterminación de género, suelen acusar al feminismo radical de utilizar la teoría queer como Caballo de Troya que pretende ocultar la transfobia de sus planteamientos, ¿qué peso real juegan los postulados queer en este debate?

La imagen del caballo de Troya en el feminismo la utiliza por ejemplo Amelia Valcárcel –de hecho, la portada de su último libro la ilustra un caballo de madera–, también está la tesis del entrismo, se la hemos leído a Victoria Sendón de León. La táctica del entrismo impide el desarrollo propio de los movimientos de masas, reconduciéndolos en otra dirección. Nosotras pensamos que la fusión entre el pensamiento queer y el discurso transgénero, lo que se etiqueta como transfeminismo, tiene fundamentos esencialistas de género que son antifeministas, como venimos explicando aquí.

Cuando se empieza a conocer qué ha dicho el pensamiento queer se entienden algunas cosas. Jen Izaakson, feminista lesbiana y marxista, nos recuerda cómo ya en los 80 –en el contexto de las Sex Wars– los y las defensores del “kink”, principalmente en forma de BDSM –bondage, dominación, sadomasoquismo– postulaban algo tan simplista como que cualquier cosa que sea un deseo sexual es un bien, y cuanto más “transgresor”, mejor. ¿Transgresor, de qué? “Thinking Sex” de Gayle Rubin es uno de los textos fundacionales del queer y habla de una escala de respetabilidad en las prácticas sexuales queer (lo “raro”, lo no-normativo), incluyendo a personas cuyos impulsos “transgreden los límites generacionales”. No hace falta ser muy suspicaz para ver qué peligros para la infancia encierra esto. Además de la teoría de la performatividad de Judith Butler, desde sus orígenes el enfoque queer se centra sobre la sexualidad de modo que ninguna práctica es considerada problemática y de algún modo se considera una forma eficaz de luchar contra el “heteropatriarcado”. Pero no solo no ha desestabilizado el sistema patriarcal, sino que la industria del sexo subvenciona entusiasta los talleres de “sexualidades disidentes”. No es extraño que el queerismo se sitúe en las antípodas de las feministas que vemos el BDSM, la prostitución o el porno como formas de violencia sexual contra las mujeres.

¿A qué se debe la fuerte aparición de esta teoría en medios de comunicación, redes sociales y ambientes políticos del estado español?

Un botón de muestra: la misoginia de algunos párrafos de Paul (antes Beatriz) Preciado es llamativa, con el aplauso de editores y prensa que saben lo bien que funciona el sexo como mercancía, también con el entusiasmo de relevantes políticos de la “nueva izquierda”. Es conocida la admiración de Pablo Iglesias por Preciado y Despentes y sus artículos sobre “pornopolítica”, donde dedica algún párrafo al transgenerismo de la mona/mono Chita. En “Testo Yonqui” leemos cosas como esta: “Desde niña poseo una polla fantasmática de obrero. Reacciono a casi cualquier culo que se mueve”, o cómo las chicas “más guapas, más heterosexuales”, “están en realidad destinadas, aún sin saberlo, a volverse perras penetradas por mis dildos”. Desde los años de la revolución sexual hasta hoy, el negocio del sexo tiene muy perfeccionado cómo hacer caja con los enfants terribles dispuestos a epatar al personal. El político populista, millonario en “likes”, también.

No hay cerebros rosas ni azules porque no venimos al mundo con personalidades congénitas de niño ni de niña

Hemos visto a personas claramente mediáticas como Elsa Ruiz erigiéndose en supuestas figuras feministas pese a su claro pasado misógino, ¿se está intentando polarizar e incluso romper el movimiento feminista? ¿Qué papel juegan en todo esto los medios de comunicación?

Si decimos “personas claramente mediáticas como Elsa Ruiz”, se nos escapa la realidad de que el humorista Eduardo Ruiz consiguió hacerse famoso cuando empezó a autoidentificarse como Elsa Ruiz, aunque tanto antes como después sus chistes no tienen el menor pase. No son solo gags casposos del estilo “pero nena, qué polla tengo… tengo una polla tan grande que le he puesto de nombre Leyenda, que va de boca en boca”. Hablamos del menosprecio a las víctimas de la violencia sexual con gracias acerca de violaciones con burundanga, por ejemplo. El humor que se ríe de las oprimidas y no de los opresores no está “jugando con los límites”, simplemente está escarbando en el lodo de los prejuicios de su público.

¿Han podido hablar con la ministra Irene Montero?

No, ella parece preferir hablar con influencers como el de la pregunta anterior, a quien sí ha recibido en sede oficial para hablar de “feminismo”. Seguramente en esa ocasión no les contó alguno de sus chistes sobre el tamaño de su pene, en cualquier caso y a juzgar por el vídeo de propaganda posterior, el ambiente fue de lo más divertido y cordial. A nuestra ministra parece preocuparle mucho la imagen, si bien es alarmante su falta de anclaje en la realidad, demostrada en alguna de sus frases como “¿cuánta talla de pecho tenemos que tener para ser hombre o mujer?”.

Es haber nacido con un cuerpo sexuado, macho o hembra, lo que determina que la sociedad tenga unas expectativas u otras sobre la criatura. ¡Nosotras hablamos de “abolir el género”, no de protegerlo!

¿Cómo definirían el trabajo del Ministerio de Igualdad?

Como propaganda, básicamente, pero lo que más nos preocupa son sus errores graves. Como muestra, la ley de libertades sexuales, que tenía que venir a responder a algunas demandas importantes del feminismo contra la violencia sexual –en un país en el que la propia Fiscalía General de Estado califica como «muy inquietante» el incremento de la violencia de género y sexual entre jóvenes y adolescentes, especialmente en las violaciones en manada–. Este proyecto de ley ha sido fuertemente contestado desde el movimiento asociativo, sin que las alegaciones hayan sido escuchadas. Es una ley que difumina los conceptos de sexo y género, precisamente cuando la violencia sexual se dirige estadísticamente de hombres a mujeres, y que inexplicablemente “olvida” la libertad y la indemnidad sexual de las prostituidas, como si fueran “otra categoría” de mujeres. Por otra parte, las medidas para proteger a las mujeres en prostitución tomadas a partir de la declaración de la pandemia del Covid-19 son completamente insuficientes. No basta con que algunas Comunidades Autónomas cierren temporalmente los miles de prostíbulos que jalonan este país, las medidas abolicionistas exigen políticas integrales de atención a las víctimas, persecución del proxenetismo, sanciones a los puteros y educación sexual para la igualdad. Las feministas tenemos claro que no vamos a aceptar ni la autoidentidad registral del sexo ni aplazar la ley abolicionista del sistema prostitucional. Si alguien está pensando en un quid pro quo, nos opondremos frontalmente.

Se ha intentado circunscribir todo este debate a una lucha de poder entre PSOE y Podemos, ¿es eso así? ¿Qué posturas defiende cada partido acerca de esta ley?

Sería una gran miopía política no ver que este tipo de reformas responde a una agenda trasnacional, con los mismos pasos y las mismas presiones. Tenemos la experiencia de los países que nos precedieron en ello, y vemos que la hoja de ruta en el nuestro es muy parecida. Es importante saber que se está impulsado globalmente desde arriba, no desde abajo. Las consecuencias de la autodeterminación registral ilimitada del “sexo sentido” en el Reino Unido, Canadá o Estados Unidos han sido muy negativas para los derechos de las mujeres y de la infancia. Las fuerzas progresistas en Europa y América tienen un problema muy serio si, alardeando de ocuparse de derechos –“a coste cero”–, en realidad persisten en políticas antifeministas.

Trece leyes en nueve Comunidades ya recogen la autodeterminación de la identidad sexual en España, aunque el cambio registral excede a las competencias autonómicas. Y se ha hecho con gobiernos de todos los colores. El argumentario del PSOE “contra las teorías que niegan la realidad de las mujeres” puede parecer tranquilizador, pero no deja de ser un documento interno. En cuanto a Unidas Podemos, es la misma formación que presentó los proyectos de 2017 y 2018 en las Cortes. Al margen de declaraciones, lo único escrito y firmado en el presente es el acuerdo de gobierno de coalición firmado por PSOE y Unidas Podemos para la legislatura. No concreta nada: textualmente dice que aprobarán “una Ley trans que trabaje de forma efectiva para erradicar todas las formas de discriminación hacia las personas trans en todos los ámbitos”, junto a otros proyectos legislativos. Nos oponemos a cualquier forma de violencia o discriminación que pueda sufrir cualquier colectivo, pero no se puede pretender socavar los derechos conquistados por las mujeres y que no respondamos. Cuando la ministra de Igualdad, quien debería velar por nuestros derechos, se pregunta “¿existen los hombres y las mujeres?”, no hay más remedio que pedir inmediatamente su dimisión o su cese.

Si aceptamos la autodeterminación del sexo, las políticas públicas pensadas para equilibrar la balanza, o para la protección contra el terrorismo machista, ya no se aplicarán a las mujeres, sino a quien diga sentirse mujer

Se las ha acusado de guardar silencio mientras esas leyes autonómicas eran aprobadas y solo levantar la voz cuando desde Unidas Podemos han pretendido llevar este debate al ámbito estatal.

El feminismo radical nunca ha renunciado al análisis materialista, otra cosa es que no se oyera. Cada día hay más mujeres que hacen su reflexión y toman conciencia. La propia pujanza del movimiento feminista contemporáneo lo convirtió en diana del entrismo, con mucha fuerza desde la última década, y esto es un fenómeno internacional. Si los y las periodistas quieren saber la verdad, deberían investigar sobre los nombres y apellidos tras los intereses económicos y políticos que han propiciado este ciclo. Encontrarán la connivencia con quienes quieren legalizar el convertir el cuerpo de las mujeres en una mercancía. Por nuestra parte, en la base del movimiento, hemos tenido que reconstruir muchos de nuestros espacios, pero estamos agrietando el muro.

Desde el feminismo radical señalan recurrentemente el papel de las farmacéuticas en todo este debate, ¿qué está en juego para ellas con la aprobación de esta ley?

Hace ya muchos años que Janice Raymond publicó, en 1979, “The transsexual empire”. La autora sostiene que este “imperio transexual” es el conglomerado de especialidades médicas que se unen para hacer posible el tratamiento y la cirugía transexual, y que las personas ignoran la industria médica que colonizó la insatisfacción de género. Han pasado varias décadas y hoy decenas de gobiernos han aceptado acríticamente la idea de que tratar con hormonas cruzadas y cirugía mayor cuerpos sanos para aliviar un sufrimiento psíquico es una buena idea, hasta una idea progresiva. ¿Progresista? Un dato revelador es que el Irán de los ayatolás es el segundo país del mundo –después de Tailandia– en número de cirugías transexuales, en una sociedad que tiene algunas de las leyes más represivas para las mujeres y donde la homosexualidad es castigada como delito. Más aún, estamos cruzando una línea roja cuando estas decisiones, que afectarán a su salud y su sexualidad de por vida, las toma una persona menor de edad.

El periodista británico James Kirkup advertía en diciembre de 2019 acerca de un informe sobre técnicas de presión para avanzar en la legalización de la “infancia trans”, elaborado por importantes firmas de la abogacía y de la comunicación. En paralelo, investigaciones como las de Jennifer Bilek están siguiendo el hilo del dinero. Bilek afirma que hay una emergente industria de la identidad de género haciéndose pasar por un movimiento proderechos, con figuras millonarias como Martine Rothblatt, que fue la persona con mayores ingresos en la industria biofarmacéutica,  o las multimillonarias donaciones a la causa de Jon Stryker a través de la Fundación Arcus. La historiadora y feminista marxista Tita Barahona habla de la acción combinada de fundaciones de multimillonarios , grandes farmacéuticas, profesionales médicos, transactivistas profesionales y medios de comunicación para la difusión del transgenerismo.

Las plataformas trans afirman haber participado en la elaboración de un nuevo proyecto, mientras el movimiento asociativo feminista ha quedado fuera, lo que es una actitud insólita para una instancia llamada “Ministerio de Igualdad”

¿Resulta necesario avanzar en materia de derechos para las personas transexuales? ¿Qué línea de actuación resultaría compatible en este sentido con el movimiento feminista?

Las feministas siempre hemos promovido los derechos humanos, desde los tiempos de la abolición de la esclavitud o las luchas por los derechos civiles. Fue la feminista Eleanor Roosevelt quien impulsó la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El feminismo contiene en sí mismo un movimiento por la libertad de la mitad de la humanidad que viene transformando el mundo en los últimos trescientos años. Nadie puede darnos lecciones con eso. ¿Qué derechos, en concreto, se reclaman? La autodeterminación del sexo en el registro civil no es un derecho humano porque vacía de contenido material el principio de igualdad entre hombres y mujeres. ¿Hablan de “despatologizar” los mismos que aplauden suministrar bloqueadores de la pubertad a menores? Nosotras respetamos cualquier causa contra la violencia o la discriminación, que favorezca el libre desarrollo de la personalidad y sea justa.

Desde el pasado 8 de marzo se ha visto un claro incremento de la agresividad y la confrontación en el debate entre defensoras de los postulados queer y las feministas radicales, ¿a qué se debe esta violencia verbal e incluso física nunca antes vista en el seno del feminismo?

La noche del 8 al 9 de marzo pasado, algunas de nosotras denunciamos en comisaría las agresiones –puñetazos en el costado, intento de arrebatar un móvil para impedir una grabación– que sufrimos en la manifestación del Día de la Mujer. Nos empujaron, nos rajaron la pancarta, nos la pisotearon; expulsaron a empujones a otras mujeres de su propia marcha. Esto pasó en Madrid y nunca lo habíamos visto en el movimiento feminista en este país, aunque sí tenemos referencias del brutal acoso en otros –Argentina, Canadá, Reino Unido–. En Barcelona se vieron pancartas “Terf-reviento”, “Kill the terf”. Al día siguiente, en la facultad de políticas de la Complutense apareció una gran pintada: “Ninguna abolo con cabeza”. Hay vídeos y testimonios que se han difundido en televisión, los insultos están a la orden del día en redes sociales, pero ni los medios “progresistas” ni los partidos “de izquierda” han visto nada. La impunidad alimenta la misoginia, una chispa fácil de prender, difícil de apagar.

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1 Comment

  1. Yo, Hombre, vestido de mujer, llamandome TRANS les gano Su Concurso de Belleza….

    El exitoso modelo machista hasta sus ultimas consecuencias.
    Ahora, la minoria sera ellas, las mujeres!

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