Entrevistamos a Cristina Fallarás: «El “panorama cultural” de nuestro país es el de un país que todavía no sabe dónde enterraron los huesos de García Lorca»

Por Antonio Mautor

Al levantarte por la mañana y mirarte al espejo, ¿qué persona ves?

A una mujer blanca de 52 años con el pelo teñido, satisfecha con su edad, que no ha descansado lo suficiente y que, le guste o no su cara, lamentable, desastrosamente va a tener que pintársela para trabajar.

Se lo pregunto a todos mis entrevistados/as últimamente, ¿cómo estás viviendo la pandemia?

Mal.

Estaba tentada de dejarlo en ese “mal”. No tengo ni idea de cómo viviré mañana, de cómo estudian mis hijos, de a qué o quién estoy obedeciendo ni por qué, no quiero llevar mascarilla, no sé vivir sin bailar y ahora únicamente bailo sola…

A nivel periodístico, ¿cuál crees que es el papel que están ejerciendo los medios de comunicación en esta crisis?

El mismo de siempre: difundir los argumentos para que nada cambie; dibujar una realidad consumible.

Abundan los medios de desinformación, ¿cómo luchamos contra ellos?

Todos los medios son de “desinformación” en el sentido de que ninguno disiente. Ni siquiera aquellos que parecen hacerlo. Disentir no consiste en la versión que ofreces sino en la realidad que decides hacer pública. Elegir una realidad es lo contrario de elegir una versión. Ya no sabemos nada. ¿Sabe alguien quién es el presidente o el primer ministro de Pakistán, de Honduras, de Sudáfrica? ¿En Noruega hay un primer ministro o primera ministra? ¿Quién gobierna en Japón? ¿Y en India?

¿Se ha perdido la ética periodística?

No existe “la ética periodística”. Existe la ética. Empeñarse a ligarla con el periodismo es una construcción del poder para justificarse a sí mismo.

Pasemos al plano cultural, acabas de publicar un poemario llamado “Posibilidad De Un Nido”, ¿qué has querido reflejar en esos poemas?

Escribí esos poemas cuando estaba refugiada tras mi desahucio, sin nada más que un techo y un boli. Refugiada en la cabaña de un bosque que nos prestó una familia a la que ni siquiera conocíamos. Traté de que el amor nos salvara. Relatar el amor, además de empeñarte en levantarlo, es una forma de sobrevivir a la barbarie. Ese libro es lo que salió. Es un poemario de amor, sea eso lo que sea.

Un pajarito nos ha dicho que estás preparando un libro, sin destripar mucho de qué va, ¿nos puedes adelantar algo?

Es una novela. Se llama EL EVANGELIO SEGÚN MARÍA MAGDALENA. Va de lo que su nombre indica. El nuevo testamento de la Biblia crea y blinda lo que somos, el mundo en el que vivimos, nuestra idea de todo, absolutamente todo: la culpa, el pecado, el perdón, la familia, el cuerpo, la salud, el sacrificio, la política, la opresión… Es la base de toda barbarie. En el libro le doy la vuelta y relato lo mismo que los evangelistas, pero desde el punto de vista de una mujer rica, María Magdalena.

Si tuvieras que pensar en una canción, esa que tantas veces te salvó en los malos momentos, ¿cuál sería y por qué?

Ese hombre, de Rocío Jurado. Yo quiero verte danzar (Voglio vederti danzare), de Franco Battiato. Gloria, de Patti Smith. A galopar, de Paco Ibáñez. No pasarán, de Carlos Mejía Godoy… Porque bailo y porque soy un animal político.

¿Cómo ves el panorama cultural actual en nuestro país? ¿Sobrevivirá a la pandemia?

No tengo respuesta a esta pregunta, pandemia aparte. El “panorama cultural” de nuestro país es el de un país que todavía no sabe dónde enterraron los huesos de García Lorca.

¿Qué les pedirías a los políticos con respecto a la cultura?

Que lean, joder, que lean.

Háblanos del libro que te cambió la vida…

Me cambió la vida el primer libro “adulto” que leí: El enamorado de la Osa Mayor, de Sergiusz Piasecki. Siempre pensé que era una marciana porque nadie lo conocía hasta que, hace tres años, lo publicó Acantilado. Era muy niña cuando lo leí, no creo que tuviera aún los 12. Después me han cambiado la vida Lorca, por supuesto, TODO Lorca. Cuando leí El extranjero, de Camus, descubrí que la moral es líquida; cuando leí Las personas del verbo, de Gil de Biedma, creí, ilusa, poder pertenecer a algún lugar; cuando leí Una habitación propia, de Virginia Woolf, entendí la economía; cuando leí Prótesis, de Andreu Martín, comprendí la novela negra; cuando leí Réquiem por un campesino español, de Ramón J. Sender, pude dibujar España; cuando leí a Mercè Rodoreda crecí un palmo; cuando leí a Wisława Szymborska y a Zbigniew Herbert entendí Europa; cuando leí a Gloria Fuertes recuperé la inocencia; cuando leí a García Márquez, Juan Rulfo, Rodlfo Walsh…

¿Cómo ves la presencia de la mujer actualmente en el mundo de la cultura?

Con mucho interés. Es más, con el mayor de los intereses. Tengo la sensación de que todo lo que tenían que decir los hombres ya nos lo hemos tragado, y ahora se nos repite.

¿Qué película crees, de las que hayas visto, que refleja mejor la desigualdad todavía existente entre hombres y mujeres?

Todas. Detesto especialmente, en ese sentido, eso que llaman “western”. Puaj.

Un film sin el que no podrías vivir…

Puedo vivir perfectamente sin películas. Sin películas en concreto. Ahora sí, no sobreviviría sin la sintaxis cinematográfica, pero eso es otra cosa. Si te refieres a qué película veo y veo y puedo volver a ver, cualquiera de Scorsese, Coppola… La película que más me ha marcado, si te sirve, es Furtivos, de José Luis Borau (en colaboración con Manuel Gutiérrez Aragón).

Un deseo…

Sexual.

¿A quién le dedicas esta entrevista?

A mi hermana, Ana Fallarás.

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