«El chovinismo ruso existe desde hace mucho tiempo y ha sido alimentado por Occidente». Entrevistamos al economista alemán Steffen Lendorff.
Por Ricard Bellera
Steffen Lendorff nació, en 1947, en Berlín y se doctoró, en 1982, con una tesis sobre sindicatos y negociación colectiva. Su carrera profesional la ha dedicado en buena parte a la investigación sobre el tiempo y la organización del trabajo. En 1971 fue máximo responsable del sindicato estudiantil Spartakus adscrito al Partido Comunista alemán (DKP). Dentro del DKP fue, desde 1987, uno de los portavoces de la corriente reformista que intentó desarrollar las ideas de la glasnost y la perestroika en el principal partido comunista de Alemania. Sus publicaciones más recientes las ha dedicado a la investigación sobre el New Deal norteamericano (New Deal o Valor para el conflicto, 2020) o la transición ecológica. Anteriormente ha escrito sobre las políticas de austeridad: ‘El triunfo de las ideas fracasadas. Modelos del capitalismo en la crisis’ (Ed. Catarata 2015) y otras claves de la Gran Recesión ‘Demolición, reconstrucción, renovación. Estudios sobre la transformación del modelo capitalista alemán’ (2009). Del 8 al 10 de septiembre Steffen Lehndorff estuvo en la Universidad Autónoma de Barcelona a raíz del congreso europeo ILERA 2022 sobre relaciones industriales y transición verde.
Buenas tardes Steffen. Hace unas semanas moría Michail Gorbachov, una figura clave para la historia de la izquierda en Europa. ¿Cómo valora su influencia? ¿Qué papel ha jugado en tu propia trayectoria personal?
A Gorbachov se le venera en Alemania por haber facilitado la así llamada ‘reunificación’. Para mi personalmente, y para muchos otros que en aquella época estábamos en el Partido Comunista, tiene un significado muy diferente. Fue quien nos animó a emprender la ofensiva por la democratización de nuestro partido en aquella época. El DKP era extremadamente fiel a Moscú y a Berlín del Este, muy dogmático y, animados por la perestroika, construimos un movimiento de regeneración. Antes todo era táctico, hermético, y con la perestroika hubo el estímulo para actuar de manera abierta, pública. Para mi personalmente fue como una liberación personal. Al mismo tiempo nos hicimos ilusiones sobre la posibilidad de reformar el así llamado socialismo real. Las mismas ilusiones que también se hizo Gorbachov. Pero el socialismo real ya no había manera de salvarlo. Como sistema autoritario, poco democrático, jerárquico, era un obstáculo para desarrollar un verdadero socialismo, y el intento de democratización llegó demasiado tarde. Ese tren ya había partido. Por eso, la mayor parte de los que éramos activos en el movimiento de renovación, nos salimos del partido. Unos se fueron a los verdes, otros nos mantuvimos en la izquierda, pero al margen de las estructuras de los partidos. Eso ayuda a pensar de manera independiente.
Pero la paradoja es que la caída de la URSS, aún siendo autoritaria y poco democrática supuso la pérdida de un contrapeso a la hegemonía neoliberal que se acabó implantando ante la falta de una alternativa organizada en la izquierda. ¿Se puede recuperar la izquierda sin organización?
Esa es la pregunta del millón. En principio no es posible, pero por el momento creo que sería demasiado limitado el organizarse en un partido. Al menos en Alemania. Creo que es crucial que, en algunos temas, haya alianzas fuertes y diversas, que no sean dogmáticas, sino que trabajen en relación a un sujeto concreto. El problema es que la guerra lo hace aún más difícil que antes. En relación al neoliberalismo, al que se le facilitaron las cosas, hay que ver que tampoco funciona tan bien. Como muy tarde lo vimos el 2008, y ahora estamos asistiendo a algo parecido al renacimiento de los estados. La evolución ha sido increíblemente contradictoria, en la política económica, en las inversiones públicas. Pero creo que la consecuencia más peligrosa de la caída de la Unión Soviética y del final de la guerra fría es que en los EEUU se ha hecho fuerte esta estrategia de potencia mundial única, esa dominación por parte de los intereses de los EEUU, que ha sido constante a lo largo de las últimas presidencias. Es esta una cuestión muy peligrosa, porque no hay fuerzas que contrarresten ese poder.
Entiendo que la Unión Europea queda descartada de ese posible contrapeso que pudiese ayudar a restablecer un cierto equilibrio geopolítico a nivel global.
No. La Unión Europea no funciona como contrapoder. Por otra parte a China no se la ve tan sólo como competencia, sino como enemigo, al menos por parte de los halcones en los EEUU. Se construyen así nuevas rivalidades globales que pueden llegar a ser muy peligrosas. Además, al contrario que en la guerra fría, uno ya no se puede fiar de los Tratados. Desde los años sesenta se firmaron grandes acuerdos que fueron cumplidos por ambas partes. Existía una fiabilidad en las relaciones internacionales que ha desaparecido. Trump desactivó algunos acuerdos clave de la política de disuasión nuclear, lo que ha comportado daños significativos. Putin es la respuesta de la parte más débil, y es una respuesta tremendamente agresiva, que es injustificable, pero que es parte de esta creciente inestabilidad en el contexto internacional. Esto es lo que encuentro más peligroso. El neoliberalismo por muy malo que sea y por mucho que se haya beneficiado de la desaparición de la URSS, está lleno de contradicciones y ha de cambiar, también por los retos inmediatos, como el cambio climático. Pero en las relaciones internacionales soy menos optimista, porque, como se ha visto con el conflicto actual, los riesgos son inmensos.
En relación a la URSS Y la Federación Rusa, es interesante analizar el desarrollo de la ‘Ostpolitik’ impulsada por el SPD alemán, desde la distensión y el acercamiento impulsados por Willy Brandt, hasta la situación que enfrenta en la actualidad Olaf Scholz, pasando por Helmut Schmidt y Gerhard Schröder.
El problema es que los acuerdos, en parte informales, a los que se llegó a principios de los años Noventa, no se han cumplido por parte de Occidente. Con ello se ha alimentado esta visión chovinista, patriotera en Rusia. Ya existía de antes y tiene una larga tradición. No es gratuito que Putin se refiera a zares rusos, o que critique a Lenin como aquel que introdujo en la revolución el derecho a la secesión nacional, a la independencia. A Stalin se le elogia y tan sólo se le critica que no fuera más contundente a la hora de recuperar la situación de partida. Por tanto este chovinismo ruso existe desde hace mucho tiempo, también en la Unión Soviética, y ha sido alimentado por Occidente, especialmente por parte de la política norteamericana, pero también por la europea y alemana, que dejaron de lado lo acordado con Gorbachov. No fuimos consecuentes con las decisiones tomadas, y empezamos a ir a remolque de la política de potencia única por parte de los EEUU. Y ahora tenemos el problema. La política de distensión se ha ejercido de manera poco coherente. En el año 2002 Putin habló en el Bundestag alemán. Se dirigió en alemán al pueblo alemán, haciendo propuestas para un nuevo orden de paz en Europa. Todo eso no se ha tomado en serio. La política de distensión no se ha desarrollado de manera coherente, y con ello se ha abierto un creciente margen de maniobra para el patrioterismo ruso.
Con el conflicto ruso también se pone en evidencia una creciente tensión en la propia Unión con un bloque que promueve el conflicto, y otro que es más reacio. Como hemos visto en las recientes manifestaciones en la República Checa, tampoco la población cierra filas.
El gobierno alemán, como el francés, pero también el español o portugués cuentan entre los más sensatos en la Unión Europea. Son gobiernos que no han buscado hacer crecer la tensión, sino que han actuado con mucha cautela, mientras que Polonia, o los países del Báltico, se han expresado de una manera mucho más belicista. En Alemania esta cautela ha tenido un precio político elevado. La presión de la derecha (CDU) en los medios, de parte de los liberales (FDP), pero también de partes del SPD y de los Verdes, por parte de aquellos que defienden el rearme, ha sido y sigue siendo enorme. El problema es que nuestro gobierno no tiene estrategia, o como mínimo una estrategia común. El ministro de Exteriores se expresa de manera diferente al canciller, y también del Ministro de Economía. Tenemos un debate muy emocional. Ahora se defiende el ‘Handeln durch Wandeln’ (actuar transformando), cuando lo que decía Egon Bahr era ‘Handeln durch Annäherung’ (actuar desde la cercanía) que era una estrategia que fue exitosa en ambos lados, porque ambos lados se transformaron. Ahora no se piensa en cómo diseñar sanciones que no obstruyan a lo largo de las próximas dos décadas todo lo que es necesario en términos de colaboración con Rusia. Porque Rusia juega un papel central no tan sólo en el suministro de gas, sino también para alcanzar, por ejemplo, los objetivos climáticos de París. Los entusiastas del rearme en Alemania hacen como si Rusia fuera a desaparecer del mapa. La ministra de exteriores dijo en una ocasión, que Rusia ha de ser arruinada económicamente, y eso no es una estrategia de política exterior, ni es tampoco una estrategia ecológica. No es más que una política de moralización que no encara los problemas reales desde la serenidad.
La coalición del semáforo (SPD, liberales y verdes) no parece una opción idónea para enfrentar los grandes problemas estructurales, de modelo energético, pero también los retos geopolíticos que han aflorado en el último año. ¿Cómo se vive esta coalición desde la izquierda?
No es fácil. Si preguntas a diez personas de la izquierda probablemente recibas diez respuestas diferentes. Por mi parte diría que no había una alternativa sensata a la coalición. Y eso que la FDP (partido liberal) hace imposible cualquier política de progreso. Es un sinsentido. Pero con la CDU (partido cristiano demócrata) tampoco, o incluso aún menos, porque la CDU es más fuerte que la FDP. Por eso creo que era el sapo que había que tragarse. El problema es que al ser la FDP imprescindible para esta coalición, ha podido imponerse en muchas cuestiones. SPD y verdes no se pusieron suficientemente de acuerdo en las líneas estratégicas en las negociaciones previas a la coalición. Los verdes negociaron primero con la FDP y luego con la SPD, hubo muchos problemas tácticos, lo que ha comportado que en el pacto de coalición haya cosas que no deberían estar. Por ejemplo la prohibición de la matriculación de coches con motor de combustión. La industria alemana del automóvil es el lobby más importante en Bruselas que trabaja para que se vayan aplazando las fechas límite y que se suavice la prohibición, por ejemplo dejándola abierto al tipo de tecnología que se aplique, como por ejemplo los combustibles sintéticos. Pero estos en su producción requieren de mucha energía y por tanto es un desperdicio. En términos de política ambiental es del todo imposible. Estas son las cosas que recoge el acuerdo de coalición, que no se debería haber firmado nunca por parte de los verdes. La izquierda en Alemania y en otros países es demasiado débil para poder evitar algo así. Y eso no se puede criticar, pero hay que ser conscientes de esa debilidad, para facilitar alternativas de progreso con otros partidos.
Sorprende en eso especialmente la posición del partido verde, que en los años Ochenta tenía dos enseñas, la de la erradicación de la energía atómica y la del desarme. Ambas parecen haberse abandonado con las decisiones que se han tomado recientemente.
Esto es lo que se llama ‘Realpolitik’ de los Verdes. Probablemente nuestro ministro de economía se diga que tan sólo podrá evitar la utilización de centrales nucleares o incluso la construcción de nuevas, que es lo que piden la CDU y la FDP, si acepta la prolongación limitada de la explotación de dos centrales nucleares por uno o dos años. Es una claudicación. Se rompe un tabú. Pero si se dice claramente que estamos en contra de la construcción de nuevas centrales nucleares o de reanudar la compra de elementos combustibles para mantener el funcionamiento de las actuales, es comprensible porque tal vez sean indispensables para superar los próximos inviernos. En relación al rearme, los 100.000 millones que se han aprobado han sido una huida hacia delante. El canciller avisó tan sólo con una antelación de una hora a sus socios de coalición. Se trató de un golpe premeditado para sacarse de encima la presión. Estos cien millones, en la situación de pánico, y ante la alarma de un ataque ruso, tuvo un apoyo mayoritario. Mucho más problemático es el aumento del presupuesto militar hasta el 2%. Aún no está del todo decidido y puede ser una prueba de fuego para los Verdes, pero también para el SPD, porque hay un fuerte debate interno. Creo que los sindicatos en Alemania actúan de manera acertada en este tema. Critican los 100.000 millones en los términos ‘lo seguimos viendo de manera crítica’, pero están en contra del 2%. Aquí es donde hay que concentrarse, porque este 2% supone un compromiso que amenaza las políticas sociales y de transformación ecológica, que tendrán que competir con el presupuesto militar. Este tema comportará un conflicto importante.
En relación a tu publicación sobre el New Deal en el que analizas el contrato social de los años 30 en EEUU, explicas cómo ese contrato social no habría sido posible sin una profunda reforma fiscal. ¿Es posible cambiar el modelo de producción y social, sin alterar los equilibrios del modelo fiscal?
No… La respuesta es clara. Los del New Deal tenían sus dudas. Roosevelt lo dijo una vez de manera muy resumida: He estudiado economía durante cuatro años y todo lo que estudié era equivocado. Tan sólo estudió economía neoclásica, siendo la influencia de Keynes muy limitada en los EEUU. Dentro del gobierno y en el círculo más cerrado de economistas y juristas había estrategias diversas. Estaba claro que en el momento en el que empezaran con esos programas de fuerte gasto, tanto en empleo como de inversión, la deuda pública crecería. Sin embargo Roosevelt era de la opinión que el presupuesto estatal debía estar equilibrado, y por tanto sí que creía en algo de lo que había aprendido en la Universidad, aunque fuera equivocado. Después de un año dimitía el primer ministro de Finanzas por el fuerte incremento de la deuda. Su substituto, Morgenthau, era más pragmático. Argumentó que la deuda aumentaría al principio, pero que el crecimiento lo compensaría, lo cual era cierto, y también aumentaron los ingresos fiscales, pero aún así en 1935 empezaron con la reforma fiscal. Por tanto les costó dos años definirse en esta cuestión. Pero incluso así, si lo comparamos con la actualidad parece bastante rápido.
¿Pero te parece hoy posible realizar un fuerte ajuste del modelo fiscal para hacerlo más progresivo y justo?
Bueno es igual de posible que en aquel entonces. La polarización que provocó la política del New Deal, tanto en relación con el mercado de trabajo, como con los estándares sociales, y especialmente con las políticas fiscales, fue profunda y fue tan lejos como la que tenemos hoy en los EEUU. No hay una gran diferencia. Los medios de la derecha han iniciado auténticas campañas como en aquel entonces. Hubo una increíble movilización de los medios contra el gobierno, y una profunda polarización que afectaba incluso a partes del propio Partido Demócrata. Ya en 1934 algunos de ellos se pusieron de acuerdo con dirigentes de la industria para fundar la ‘Liga de la Libertad’, a la que se apuntaron luego políticos del Partido Republicano. La ‘Liga de la Libertad’ no hacía un planteamiento muy diferente a los preceptos del neoliberalismo. La derecha movilizó masivamente, pero a partir de 1935 hubo también una reorientación del gobierno. Se dieron cuenta de que habían de iniciar su propia contraofensiva y en ese ámbito caía la reforma fiscal, pero también la reforma laboral, en 1935, y en 1938, la legislación social. Todo eso formó parte de la contraofensiva. No se tiraron atrás, no claudicaron. Introdujeron impuestos al patrimonio, aumentaron el de sociedades, hicieron más progresivo el impuesto sobre la renta, y fueron los inicios que permitieron que, con la guerra, se introdujera un incremento masivo de los impuestos, hasta alcanzar un tipo máximo cercano al 90% que aguantó hasta los años cincuenta sin que nadie se atreviera a reducirlos. Hoy también sería posible, pero hace falta no tenerle miedo al conflicto. Por eso le puse ese nombre al libro.
¿Qué papel jugaron en aquel momento los sindicatos y cuál pueden jugar hoy en la negociación de un nuevo contrato social?
En aquella época de entrada la mayor parte de los sindicatos no entendieron la oportunidad que se les brindaba con el New Deal. Eran sindicatos muy tradicionales en buena parte conservadores, y muy flojos, con un grado de organización del 6%, en 1933. Exigían que el gobierno se mantuviera al margen del mundo laboral. Hubo una minoría de sindicatos que vieron que esa era su oportunidad y que convocaron huelgas masivas, reivindicando la aprobación de un salario mínimo, de la jornada máxima, del derecho a la organización sindical y a la negociación colectiva. Fueron los temas más importantes. Esas movilizaciones duraron hasta el año 1938 y en principio fueron un refuerzo que, primero, se percibió como molesto por parte del gobierno, pero que luego fue muy útil para poder completar el New Deal. El gobierno no los quería, pero finalmente vieron que lo podían aprovechar y, a partir de 1935, reconocieron que era bueno para ellos. La movilización hizo posible la constitución de un nuevo movimientos sindical industrial (CIO), que se separó de la AFL, que organizó una campaña contundente por la reelección de Roosevelt. En resumidas cuentas, fue una renovación sindical que comportó un fortalecimiento de los sindicatos y un incremento del número de afiliados/as, que subió de los 2 a los 10 millones a lo largo de los años 30. Gracias a esa renovación, a las huelgas y movilizaciones al abrigo del New Deal. Hubo una confluencia al principio involuntaria, pero que luego fue buscada, entre gobierno y movimientos sociales, que fue determinante. Tan sólo se puede esperar que también hoy los sindicatos ejerzan una presión que sea lo suficientemente fuerte como para que se pueda volver a dar una confluencia como esa. Pero para eso hacen falta gobiernos que no le tengan miedo al conflicto, y aquí también pueden ser de ayuda las organizaciones sindicales. Lo que se puede dar, en definitiva, es un proceso de refuerzo mutuo. Eso fue lo que resultó decisivo en los años treinta en el New Deal, y creo que esa es también, hoy, la lección más importante.
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