Jon Mikel Fernández: “El apoyo y reconocimiento social a las personas torturadas es clave a la hora de cerrar definitivamente la herida de la tortura”

Entrevistamos al director y guionista de «Bi arnas», Jon Mikel Fernández, una película que pone el foco en una de las zonas más oscuras de la democracia española: la tortura.

Por Angelo Nero

«Hoy veo el mar muy oscuro, en el cielo hay muchas nubes, y así veo el futuro de mi hija Iratxe: oscuro. Yo desde aquí veo a mi hija a lo lejos, donde se junta el mar con el cielo, y yo desde la orilla quiero alcanzarla para traerla a casa, a la orilla, pero no puedo, no sé nadar. Los amigos y amigas de mi hija me han preparado una txalupa para ir a por ella, lo estoy intentando, remo y remo, pero no llego nunca, y no creo que llegue. No soy joven, me van a faltar años para conseguirlo. Tengo un consuelo y una ilusión: a mi lado navega la hija de Iratxe, mi nieta, es una adolescente, ella seguirá remando cuando yo no pueda, ella culminará ese sueño de traer a su madre a la orilla, a casa»

Así comienza “Bi Arnas”, una película que suma dos respiraciones, la de Mari Nieves Díaz, y la de su hija, Iratxe Sorzabal. La falta de aliento provocada por la tortura, por las huellas que deja en quien la sufre y en su entorno, la respiración agitada por su recuerdo, y por una sociedad que, durante demasiado tiempo, ha sido cómplice de esa justicia que ha ignorado esa práctica heredada de la dictadura, que ha permitido que la impunidad se extienda, con el fétido aliento de las cloacas del estado, durante la democracia.

Estrenada en el Festival de Cine de San Sebastián, en la sección Zinemira, la película dirigida y guionizada por Jon Mikel Fernández, pone el foco, como unos años atrás hizo Ales Payá, en “La cifra negra”, de la que también hemos hablado en estas páginas, en la tortura, un tema que ha permanecido en la zona de sombra informativa, en un pacto de silencio de los medios, salvo honrosas excepciones. Nosotros volvemos a abordar este tema, en una conversación con el director de “Bi Arnas”.

No es fácil hurgar en ciertas heridas sin hacer daño, sin evitar que vuelvan a sangran, que duelan, y en este caso, además de buscar el testimonio de Iratxe o de Nekane, de quienes han sufrido la tortura en sus carnes, quisiste buscar el aliento de una madre, de Mari Nieves. ¿Cómo te planteaste la película, para que al mostrar sus heridas, ese dolor no se volviera insoportable para sus protagonistas?

Desde un inicio, mi mayor obsesión fue realizar el documental con la mayor ternura posible; respetando el dolor de las protagonistas, sus silencios, y sobre todo, su vulnerabilidad. No fue fácil, pero creo que lo logramos, y en gran medida fue gracias a las protagonistas. Tanto Iratxe como su madre, Mari Nieves, eran conscientes de lo que iba a suponer la realización del documental y ambas decidieron seguir adelante. Aún me emociona recordar su valentía y generosidad por haber compartido una herida tan intima de manera pública.

Hay que tener en cuenta que madre e hija no habían hablado nunca sobre las torturas, que Iratxe jamás había contado a su madre el infierno que vivió durante aquellos cinco días que permaneció bajo el régimen de incomunicación. Por eso mismo, suelo decir que este documental es algo así como la expresión cinematográfica de una conversación que había sido postergada durante casi dos décadas, una conversación entre madre e hija que, aunque de manera indirecta, finalmente ha tomado cuerpo a través de Bi Arnas.

El mar como una metáfora, hermosa e inquietante a la vez, de la libertad, pero también del peligro de atraparte, de dejarte sin aliento, el mar que golpea sin la costa, como el que golpea la piel desnuda. ¿También quisiste utilizar el mar para aliviar un poco la dureza de los relatos que escuchamos en el film, para hacerlo más digerible, en cierto sentido, más cinematográfico?

Yo diría que en el documental existen dos hilos narrativos que se entrelazan entre sí. Por un lado, están las protagonistas y sus vivencias, y por el otro el mar con sus olas golpeando contra el acantilado, los remolinos, la sensación de asfixia y temor ante lo desconocido; pero también su calma y su quietud, su belleza o la sensación de libertad que genera en muchos de nosotros su inmensidad. Quizás suene algo paradójico, pero creo que este elemento estético da un respiro al espectador en un documental en el que la asfixia, como método de tortura, es omnipresente.

Es curioso y a la vez muy significativo, pero tanto Iratxe como Mari Nieves conectaron desde un principio con la idea del mar como metáfora, y de hecho hicieron suya esa idea proponiendo ambas dos textos en los que expresan el dolor que les ha generado la tortura valiéndose del mar como metáfora. Esos textos dan inicio y fin al documental, y por eso mismo creo que es de justicia decir que madre e hija han sido también guionistas de su propio documental, no sólo protagonistas.

La película se ha financiado a través de una campaña de crowdfunding, en el que fueron centenares de personas las que pusieron su dinero para apoyar el proyecto. ¿Es esta también una forma de implicar a la sociedad civil, de involucrarla en la denuncia de la tortura o sólo ha sido por buscar una fuente de financiación alternativa?

Es ambas cosas a la vez. En Euskal Herria existe una larga tradición de ‘auzolan’ o apoyo mutuo. Una solidaridad que en el caso de la lucha contra la tortura ha tenido muy diversas expresiones. Por eso, cuando dimos a conocer el proyecto y comenzamos la campaña de recaudación de fondos la respuesta fue impresionante; este documental se ha financiado gracias a la aportación voluntaria de más de 400 personas.

Evidentemente, esa aportación económica es también una forma de involucrar a la sociedad en la lucha contra esta lacra y pone a su vez de relieve que proyectos populares como Bi Arnas pueden llegar a espacios o festivales en los que no estamos habituados a ver proyectos de estas características. En ese sentido, si que me gustaría destacar que en Bi Arnas, además del apoyo económico antes citado, también hemos recibido la ayuda desinteresada de muchísima gente en aspectos mucho más técnicos o directamente cinematográficos.

Por otra parte, ¿os planteasteis buscar algún tipo de subvenciones, en las diputaciones o en el gobierno vasco, o de colaboración con televisiones públicas, como la EITB? Hemos podido ver la película a través de TV3, pero ¿se ha podido ver en otras televisiones? ¿Cómo ha sido la difusión de “Bi Arnas”?

La verdad es que tocamos muchas puertas, pero no hubo suerte… Quiero decir que durante la fase de producción del documental no se nos concedió ningún tipo de ayuda pública. Ese es además, un tema que daría para mucho, y de hecho, de un tiempo a esta parte es objeto de un profundo debate en Euskal Herria. Me refiero al debate sobre el reparto de las ayudas publicas y al apoyo institucional al sector cinematográfico vasco, un tema que tiene una derivada aún más espinosa en todo lo relacionado con las producciones audiovisuales que tratan el tema del conflicto político vasco, como es el caso de Bi Arnas, entre otras.

En lo que ha la difusión del documental se refiere, tras su estreno en el Festival Internacional de Cine de Donostia, hemos realizado cerca de 60 pases por toda Euskal Herria, aunque nuestro reto siempre ha sido difundir la realidad de la tortura más allá del País Vasco. En ese sentido, que el prestigioso programa Sensé Ficció de TV3 apostase por nuestro trabajo y que cerca de 200.000 catalanes y catalanas lo viesen en directo el pasado 15 de marzo ha sido todo un espaldarazo no sólo a nuestro proyecto, sino a la denuncia de la tortura en general, porque no hay que olvidar que esta lacra sigue todavía totalmente impune en el Estado español.

La parte más difícil del documental imagino que ha sido conseguir el testimonio de Iratxe Sorzabal, presa en la cárcel de Estremera, tras ser extraditada por Francia en 2022, tanto por conseguir que hablara de su experiencia, como por grabarla dentro de prisión. ¿Cómo fue el proceso para conseguir ese testimonio, que es fundamental para que funcione la película?

Desde el inicio tuvimos claro que este documental no sólo tenía que contar la historia de Iratxe, sino que tenía que darle voz, pero al estar ella en prisión y dispersada a casi 1000 kilómetros de Euskal Herria (prisión de Réau, Francia), este fue todo un reto para nosotros.

Al final, cosas del destino, la solución llegó gracias al apoyo popular que antes mencionaba. En concreto, una persona ajena al documental se puso en contacto con nosotros en la fase final del proyecto para decirnos que tenía una entrevista grabada a Iratxe en el 2001, justo después de ser torturada. Está grabación, realizada conjuntamente por esta persona y un periodista de Euskaldunon Egunkaria, jamás se emitió en Euskal Herria, de manera que de repente nos encontramos con que teníamos un material inédito entre las manos. Además, a esa grabación hay que sumarle el texto que Iratxe nos grabó desde prisión expresamente para el documental. Dos testimonios, uno del 2001 y otro actual, gracias a los cuales la voz de Iratxe toma cuerpo en la película.

La verdad es que en cierta medida tuvimos suerte, ya que iniciamos está aventura sin tener asegurado el testimonio de Iratxe, o por lo menos, sin saber como lo íbamos a lograr. A mi personalmente me gusta pensar que en realidad lo que sucedió fue que con el documental simplemente ofrecimos una pista de aterrizaje a esta historia y que todo lo demás llegó casi de manera natural.

La tortura es el crimen mejor escondido, porque se produce en ese contexto en el que no hay más protagonistas que los torturadores.” Afirma el experto forense y profesor de la Universidad del País Vasco Francisco Etxeberria, que en 2017 presentó un informe sobre la incidencia de la tortura y los malos tratos entre 1960 y 2014 en el que documentaba 4.113 casos. ¿Para que la sombra de la tortura se alargara desde la dictadura a la democracia tuvo que haber una colaboración necesaria entre policías, médicos, jueces y políticos?

La tortura ha sido una práctica sistemática en los centros de detención del Estado español y eso ha sido posible gracias a una estructura bien diseñada y engrasada. No fue una cosa ni esporádica ni descontrolado. Por el contrario, la tortura fue posible gracias a la colaboración de médicos forenses, jueces, abogados, medios de comunicación, responsables gubernamentales del momento y dirigentes de algunos partidos políticos. Una realidad que también queríamos denunciar con este documental, además de poner de relieve que la tortura no es algo del pasado, sino muy actual. De hecho, en el País Vasco hay decenas de personas que siguen en prisión por condenas basadas en las autoinculpaciones que realizaron como consecuencia de las torturas. Iratxe es una de esas personas y por eso mismo su experiencia es reflejo también de una injusticia mucha más generalizada.

Además de la impunidad, en la mayoría de los casos, no se han prestado atención a las secuelas producidas por la tortura, a esa herida abierta que miles de personas, como Iratxe y Nekane, siguen teniendo. ¿Hablar sobre ello, como se hace en “Bi Arnas”, generar debate en la sociedad, puede ayudar a aliviar esas heridas?

Dice Pako Etxeberria que muchas de las personas a las que ha entrevistado en el estudio sobre las torturas se han sentido liberadas, quizás porque han sentido que alguien les estaba escuchando, simplemente. Algo similar expresa Nekane Txapartegi durante el documental cuando señala que ella no quiere lástima, porque con ello no ganaremos la batalla contra la tortura. Lo que las personas torturadas necesitan realmente es que la sociedad las escuche, las comprenda y las apoye.

En ese sentido, creo que estos últimos años hemos sido testigo de importantísimos pasos en esa dirección. Los estudios sobre la tortura realizados por el Gobierno vasco y por el navarro, por ejemplo, han supuesto un respaldo institucional necesario a la hora de reconocer el daño causado a miles y miles de ciudadanos vascos. Eso sí, es vidente que desde el punto de vista institucional existe un silencio atronador en lo que al gobierno español se refiere. A pesar de haber sido el responsable directo de las atrocidades que se han cometido durante décadas contra la disidencia vasca, no hemos escuchado ni la más mínima autocrítica por su parte. Esto, en la práctica, supone un apoyo implícito de la tortura, perpetua su impunidad y algo aún más grave todavía, no aporta ninguna garantía de no repetición.

«Estás a favor o en contra de la tortura, no hay término medio. Quien no contesta, ya sabemos dónde está. Las personas torturadas somos muertas vivientes. Nos destrozaron, luego cada una tiene sus recursos para completarlo, pero además de atender necesitamos un reconocimiento político para que no volvamos a ser destruidas», declaró Nekane Txapartegi, que después de sufrir gravísimas torturas, se exilió en Suiza, donde consiguió evitar la extradición, y después de un periplo judicial, ha podido regresar a Euskalherria 15 años después. ¿El reconocimiento político tiene que venir acompañado también de un reconocimiento social?

Desde mi punto de vista, el apoyo y reconocimiento social a las personas torturadas es clave a la hora de cerrar definitivamente la herida de la tortura. Afortunadamente, creo en Euskal Herria ese reconocimiento es generalizado. Y no sólo eso; me atrevería a decir que ha sido ese apoyo generalizado a las personas torturadas el que ha forzada a las instituciones vascas a llevar a cabo los recientes estudios sobre la tortura que antes citaba y que han supuesto un cierto reconocimiento político e institucional de la realidad de la tortura. A pesar de todo ello, también creo que aún queda un largo camino por recorrer sí de lo que se trata es de acabar definitivamente con la realidad de la tortura y sus consecuencias. En ese sentido, me gustaría también destacar la labor que realizan asociaciones como la Red de Personas Torturadas de Navarra, que ha conseguido activar a una parte importante de la sociedad navarra en contra de esta injusticia.

También señalaba Nekane que para ella, denunciar la tortura era como una “terapia colectiva”, también por los que no tuvieron la oportunidad de hacerlo. Entonces la tortura era un instrumento de castigo contra la disidencia política, y ahora, son los migrantes, principalmente, quienes la sufren. La Coordinadora para la Prevención y Denuncia de la Tortura denunció, solo en 2017, 1.014 casos, por parte de los Cuerpos de Seguridad del Estado y funcionarios de prisiones y centros de menores. ¿Crees que se está repitiendo con los migrantes, a nivel de medios de comunicación, lo que pasó antes con los que fueron detenidos en el contexto del conflicto vasco ?

La tortura no es un hecho aislado, ni un mal uso del monopolio de la violencia. Al contrario, es una herramienta innata del Estado para combatir a la disidencia política por un lado, y para disciplinar a las capas más desfavorecidas de la sociedad, por el otro. En ese sentido, es evidente que los medios de comunicación jugaron, juegan y jugaran un rol necesario a la hora de esconder esta realidad, o en su caso, justificarla.

Documental completo emitido en TV3

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