Entrevista a Volodymyr Ischenko: «El objetivo principal no está en Rusia ni en Ucrania, sino en Alemania»

En Ucrania, de acuerdo con las encuestas de los últimos treinta años, la identidad, el lenguaje, las relaciones geopolíticas, los Estados Unidos, Rusia y la OTAN tienen poca relevancia

Por Branko Marcetic / via Eulixe

Si confiamos en lo que dicen los medios hegemónicos sobre los acontecimientos ucranianos de los últimos ocho años, lo más probable es que no entendamos nada. A pesar de que el conflicto preocupa especialmente a la política exterior y doméstica de Estados Unidos —o, más bien, a causa de eso—, las audiencias occidentales reciben muchísima propaganda sobre la historia del país y sus conflictos internos.

El Dr. Volodymyr Ishchenko, sociólogo e investigador del Instituto de Estudios de Europa del Este, escribe hace muchos años sobre política ucraniana y sobre las complejas relaciones entre las protestas, los movimientos sociales, la revolución y el nacionalismo.

¿Por qué las autoridades ucranianas y los gobiernos europeos difieren tanto de Estados Unidos y del Reino Unido en cuanto a las perspectivas de una invasión rusa?

La diplomacia coercitiva de Rusia y la movilización militar son solo una parte del problema. Otras acciones diplomáticas están desarrollándose en paralelo. La campaña mediática sobre la invasión inminente, que terminó adoptando una lógica autónoma, responde a intereses muy distintos y no debería ser considerada como una reflexión objetiva sobre las acciones de Rusia. Es la campaña más que el conflicto la que tiende a reforzarse y a incrementar su intensidad. El objetivo principal no está en Rusia ni en Ucrania, sino en Alemania, que supuestamente está más cerca de sus aliados de la OTAN.

En un primer momento, Ucrania ni siquiera tenía en consideración la campaña de los medios occidentales. Después trató de ponerla a su servicio pidiendo más armas y llamando a aplicar sanciones preventivas contra Rusia. Hace tan solo dos o tres semanas que el gobierno ucraniano empezó a hacer declaraciones explícitas afirmando que la invasión no es realmente inminente, que vivimos bajo las amenazas de Rusia desde 2014, que estamos acostumbrados y que, según los informes de los servicios de inteligencia, el riesgo actual no es mayor que el que pesaba sobre el país durante la primavera del año pasado (cuando Rusia movilizó públicamente su ejército con intenciones evidentes).

La campaña mediática occidental tuvo consecuencias materiales negativas sobre la economía ucraniana. La moneda ucraniana empezó a devaluarse, los inversores —especialmente los del sector inmobiliario—, están abandonando el país y el gobierno teme que, aun sin que se concrete una invasión real, la economía ucraniana deba enfrentar conflictos más importantes. Y no creo que se trate simplemente de una maniobra política.

Tropas del ejército ucraniano en Avdeevka, este de Ucrania, 08/02/2022. Foto: Juan Teixeira.

¿Por qué es tan importante Ucrania para Rusia, para Occidente y para los Estados Unidos?

En realidad, Ucrania es un gran fracaso en términos económicos. Si atendemos a las estadísticas, Ucrania es probablemente uno de los poquísimos países del mundo que no volvió a igualar sus niveles de PIB per cápita de 1990. Hubo una enorme crisis económica en los años 1990 y Ucrania no creció como sus vecinos de Europa del Este. A diferencia de Polonia, por ejemplo, o incluso de Rusia o de Bielorrusia, los ucranianos no vivimos mejor hoy que durante la última fase de la Unión Soviética.

Para Rusia y para Estados Unidos somos solo un sitio a través del cual transportar gas natural. Hubo algunas propuestas de conformar un consorcio de tres partes: Rusia como proveedor de gas, la Unión Europea como consumidora y Ucrania como territorio de tránsito. Esos proyectos se desplomaron en los años 1990 y 2000, sobre todo a causa de la falta de voluntad de Ucrania, y Rusia directamente construyó gasoductos que rodean el país. El Nord Stream 2 es probablemente el más peligroso porque podría volver obsoletos los gasoductos ucranianos.

Desde un punto de vista militar, Rusia dice que Ucrania tal vez sea importante porque si la OTAN decide utilizar armas en una ofensiva, las bombas de nuestro territorio serían capaces de alcanzar Moscú en cinco minutos. Hace siglos que la estrategia de Rusia es expandir sus fronteras occidentales tanto como pueda con el fin de facilitar una defensa en profundidad, la misma que condujo al fracaso las invasiones de Napoleón Bonaparte y Adolf Hitler (aunque, por supuesto, las guerras contemporáneas no son iguales que las de hace medio o dos siglos).

Para Estados Unidos, Ucrania es un punto de acceso potencial a Rusia. Si Ucrania profundiza el conflicto con Rusia, eso podría debilitarla y desviar sus recursos, lo que sería provechoso en el caso de, por ejemplo, una escalada militar china. Hay quienes comentan cínicamente, «¿Por qué no dejar que Rusia invada Ucrania y la convierta en otra Afganistán?». Rusia consumiría muchos recursos, sufriría sanciones —que probablemente afectarían el proyecto Nord Stream— y no está claro cuánto tiempo podría sobrevivir a una escalada del conflicto en Ucrania. Ese puede ser uno de los motivos por el que esta guerra [en la región de Donbas] no cesa hace tanto tiempo: no hay ningún interés en detenerla. Hubo muchas oportunidades —en 2019 y en 2015, por ejemplo— y el gobierno estadounidense no hizo todo lo que estaba a su alcance.

La larga y compleja historia de las relaciones entre Rusia y Ucrania parece influir en muchas de las divisiones políticas y culturales de la Ucrania moderna. ¿Cuál es la situación actual?

En este punto, no existe nada semejante a un consenso. En la izquierda hay gente que piensa, como pensaban ciertos marxistas ucranianos del siglo veinte, que Ucrania era una colonia de Rusia y que, al menos durante el Imperio ruso, era explotada económicamente. La historia cambió con la Unión Soviética, cuando Ucrania creció a un ritmo acelerado y terminó siendo una de las partes más desarrolladas del país. Ese es uno de los motivos por los que la crisis postsoviética impactó con tanta fuerza. Otros dicen que Ucrania era a Rusia lo mismo que Escocia a Inglaterra, es decir, que distaba mucho del imperialismo que determinaba las relaciones entre las metrópolis occidentales y sus colonias de África o de Asia, o incluso entre Rusia y Asia Central, o Rusia y Siberia.

Para muchos rusos, Ucrania forma parte de su percepción de la nación rusa. Simplemente no se imaginan a Rusia sin Ucrania. En el Imperio ruso tenían esta idea de que los rusos, los ucranianos y los bielorrusos eran tres partes del mismo pueblo. Y Vladimir Putin reanimó ese relato en un artículo donde declaró que los ucranianos y los rusos son un mismo pueblo dividido artificialmente.

Este relato tiene una larga historia en el pensamiento imperial ruso. El relato dominante en Ucrania, en cambio, lleva a definir las relaciones entre Rusia y Ucrania como si fuera una competencia entre dos proyectos de nación distintos. Desde esta perspectiva, Ucrania no es parte de Rusia; los Ucranianos son un pueblo aparte. – Sin embargo, después de tres revoluciones con fuerte contenido nacional —1990, 2004 y 2014— ese proyecto fracasó. Otro relato es que los ucranianos son parte de una unidad eslava oriental más amplia y que el proyecto nacional no se realizó a causa del atraso del Imperio ruso.

Como sea, es un debate que ocupa solo a una pequeña parte de la sociedad ucraniana, sobre todo a los intelectuales. En general, los ucranianos no consideran que se trate de una cuestión tan importante. De acuerdo con las encuestas de los últimos treinta años —es decir, desde la independencia soviética— las principales preocupaciones son el trabajo, los salarios y los precios, mientras que la identidad, el lenguaje, las relaciones geopolíticas, los Estados Unidos, Rusia y la OTAN tienen poca relevancia.

Hay analistas que dicen que los magros resultados electorales durante el período post-Maidán muestran que la extrema derecha no es un actor de peso. ¿Es así?

Los nacionalistas radicales influyen significativamente en la política ucraniana mediante la presión que ejercen sobre el gobierno y la diseminación de sus relatos. Si atendemos a las políticas adoptadas por el gobierno post-Maidán, veremos que dibuja los contornos del programa de los partidos nacionalistas radicales: descomunización, censura del Partido Comunista de Ucrania y ucranianización, es decir, expulsión de la lengua rusa fuera la esfera pública del país. Muchas medidas promovidas por la extrema derecha antes de Maidán fueron aplicadas por políticos que nominalmente no formaban parte de ese espacio político.

La radicalización nacionalista es una buena compensación por la ausencia de todo cambio revolucionario después de la revolución. Si una empieza cambiando algo en la esfera ideológica —renombrando las calles, removiendo los símbolos soviéticos del país, sacando las estatuas de Vladimir Lenin que se alzaban en las ciudades ucranianas—, crea una ilusión de cambio sin cambiar la dirección de las aspiraciones populares.

En realidad, la mayoría de los partidos importantes son máquinas electorales que operan a favor de ciertas redes clientelares. Las ideologías suelen ser completamente irrelevantes. No es difícil encontrar políticos que, a lo largo de sus carreras, saltaron varias veces entre bandos completamente opuestos de la política ucraniana.

Por el contrario, los partidos nacionalistas radicales tienen una ideología, motivan cierto activismo y es probable que hoy sean los únicos partidos en el verdadero sentido que tiene esa palabra. Son los más organizados y nuclean a los sectores más movilizados de la sociedad civil. Después de 2014 cuentan con recursos para incitar a la violencia: tienen posibilidades de crear unidades armadas afiliadas a sus organizaciones y una amplia red de centros de entrenamiento, campos de verano, bares donde socializar y revistas. Es probable que ese tipo de infraestructura no exista en ningún otro país europeo. Recuerda más a la política de extrema derecha europea de los años 1930 que a la política contemporánea, que no suele fundarse en la violencia paramilitar, sino que apunta a conquistar a una buena parte del electorado.

¿Qué aspectos del Euromaidán de 2014, tan malinterpretado o simplemente desconocido, deberían tener en cuenta las audiencias occidentales?

En Occidente se volvió dominante el relato de las oenegés profesionales, que fueron un componente importante de la revuelta de 2014. Pero definitivamente no representan el conflicto en toda su diversidad y mucho menos la diversidad política de este enorme país. Según su relato, se trató de una revolución pacífica y democrática contra el gobierno autoritario de Viktor Yanukovych, que probablemente sea uno de los poquísimos dirigentes del mundo que fue derrocado por dos revoluciones.

Los medios y los gobernantes de Occidente retomaron ese relato de las oenegés profesionales y de los intelectuales nacionalistas liberales, en parte porque decía lo que querían escuchar. Y los políticos occidentales apoyaron bastante abiertamente el Euromaidán. En ese momento, el conflicto sirvió bastante bien a los intereses de la Unión Europea: mientras en Grecia el pueblo quemaba las banderas de la UE, en Ucrania las levantaba.

El temor a los nacionalistas radicales inspiró las protestas del Euromaidán en el sudeste de Ucrania. Rusia decidió intervenir en un momento crucial con el fin de evitar la derrota de los rebeldes separatistas de la región. El resultado es que una parte del Donbas —una región ampliamente industrializada, emplazada al este de Ucrania— está ahora bajo control de las denominadas «repúblicas populares», que son básicamente Estados títere de Rusia.

¿Cuáles son las perspectivas de resolución del conflicto?

Yo espero que se resuelva pacíficamente. Todos deberíamos desear que los rusos no inicien una invasión boba y que no profundicen el conflicto, no solo en el Donbas, sino en otras zonas.

Cualquier avance en la implementación de los acuerdos de Minsk —que apuntan a integrar nuevamente los territorios separatistas prorrusos a Ucrania— contribuiría a apaciguar la situación. Aun cuando la mayoría de los ucranianos no estén satisfechos con los acuerdos de Minsk —no tanto porque piensen que son inherentemente inaceptables, sino porque desde 2015 probaron ser infructuosos y no sirvieron para garantizar la paz— las protestas en contra fueron bastante pequeñas y no contaron con el apoyo de la mayoría de los ucranianos.

Pero, al menos hasta ahora, Ucrania no está dispuesta a avanzar. Encuentra distintas excusas para no hacer lo que se comprometió a hacer con Francia, Alemania y Rusia. Uno de los motivos son las explícitas y violentas amenazas de la sociedad civil nacionalista de Ucrania, que conciben los acuerdos de Minsk como una capitulación. Para los nacionalistas, Minsk implica reconocer la diversidad política de Ucrania, es decir, aceptar que los ucranianos disconformes no son simples zombis creados por la propaganda rusa ni traidores de la patria; que tienen sus motivos para no acordar con el relato nacionalista tradicional y tienen una concepción distinta de su país.

Si el gobierno ucraniano decidiera implementar seriamente los acuerdos, y dejara de buscar excusas en las amenazas de los nacionalistas, podría pedir ayuda a Occidente y exigir un compromiso firme por parte de Estados Unidos y de Europa. Eso definitivamente serviría al gobierno ucraniano y desmotivaría la parte nacionalista de la sociedad civil, sobre todo esas partes que dependen directamente de la asistencia económica de Occidente.

Entrevista de Branko Marcetic, redactor de Jacobin Magazine y autor de Yesterday’s Man: The Case Against Joe Biden.

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