Virginia Mendoza: “Miro al pasado para entender el presente y ganar esperanza para el futuro”

A base de explorar en ese pasado un tanto incómodo he acabado entendiendo algunas cosas que están aquí conmigo hoy y he ganado herramientas para mañana. Una de ellas es esa que comenta Ricardo Martínez Llorca precisamente: ahora sé que, vaya donde vaya, voy a encontrar la forma de adaptarme y de echar raíces.

Por Angelo Nero

Los armenios fueron obligados a abandonar su tierra, de donde los otomanos arrancaron hasta las cruces de los cementerios, huyendo del genocidio, y en España, después de una guerra devastadora, con una represión brutal, que en algunas zonas, como Galicia, también adquirió tintes de genocidio, también fueron los vencidos a abandonar sus pueblos, algunos escapando al exilio, o forzados por la pobrezas, hasta que, en pleno desarrollismo franquista, ya fueron pueblos enteros los desalojados, para quedar sumergidos bajo los pantanos. ¿Hay en tu libro una línea subterránea que una las migraciones forzosas, aun salvando las distancias entre la Armenia Occidental que quedó dentro de las fronteras turcas, y esos pueblos desaparecidos del mapa de lo que ahora llaman la España Vaciada?

Completamente. No fue algo intencionado, pero después de varios años me he dado cuenta de que en el fondo siempre estoy hablando de lo mismo: el desarraigo que produce el desplazamiento involuntario. Cuando pasé de entrevistar a los últimos supervivientes del genocidio armenio a buscar historias de personas desplazadas por la construcción de presas no era consciente de que de alguna manera sigo escribiendo el mismo libro aunque lleve un nombre diferente y transcurra a miles de kilómetros.

En “Quien te cerrará los ojos” ya hablabas del exilio forzado de muchos pueblos, en busca de un futuro mejor, donde quedaban uno o dos resistentes, inmunes al flujo de desertores del arado. ¿De dónde surge ese interés tuyo por ese mundo rural que fue desapareciendo, casi sin que nos diéramos cuenta, y que ahora pertenece al difuso recuerdo de nuestra infancia?

Surge de mi propia infancia. Crecí escuchando las historias de una vecina que se había quedado sola, una anciana que todavía llevaba el pañuelo del luto, cocinaba en la lumbre y me hablaba de la gente que se había ido lejos, acompañando a mi abuelo en la huerta o acompañando a mis padres por mercadillos de pueblo en Ciudad Real, Albacete y Jaén, donde siempre había alguna vecina que me llevaba a su casa, me sentaba junto a la lumbre y me contaba historias que casi siempre hablaban de hijos y nietos que estaban lejos. Y también crecí prácticamente sin agua. Decía Emily Dickinson que el agua se entiende con la sed. Todo esto, unido a que vi a mi abuelo cavando su propia tumba para asegurarse de que lo enterraban en el pueblo, sin entenderlo en aquel momento, me ha ido llevando a investigar el arraigo y el desarraigo en el medio rural. Creo que lo que hago no es más que seguir siendo niña; hago lo mismo que hacía. La única diferencia es que ahora lo grabo, lo anoto y lo escribo.

La memoria de ese mundo rural, a través de los oficios que desaparecieron, de las tradiciones, incluso de las palabras que dejaron de utilizarse, es también una constante en tus libros, donde valoras sobre todo los testimonios orales, que recoges como valiosas fuentes para construir un patrimonio del que no somos muy conscientes de que debería de ser de todos. ¿Es tan valioso el patrimonio inmaterial, ese que se pierde con el último artesano de cada pueblo, como la iglesia cuyo campanario asoma entre las aguas de un pantano?

Sí, porque en él depositaron saberes y sudores de nuestros antepasados. Los míos eran herreros y arrieros. Uno de ellos hizo la campana de mi pueblo y le inscribió una frase que casualmente he encontrado en la campana de un pueblo de Zamora. Enterraron a su mujer, mi bisabuela, en Semana Santa, sin que pudieran tañer las campanas. A mi bisabuelo, que era Paco el herrero, como un personaje de Delibes, le quedó tal trauma con aquello que cuando murió tuvieron que velarlo varios días porque también era Semana Santa. Necesitaba que las campanas sonaran el día de su muerte como lo necesitaba María, la vecina de Foncebadón que protagoniza la portada de Quién te cerrará los ojos y que falleció hace unos días. También en León los vecinos de Oliegos se llevaron sus campanas escondidas en heno, contra la voluntad del obispado, cuando los sacaron del pueblo para inundarlo y las colocaron en Foncastín, donde los trasladaron, seguramente para sentirse cerca de casa.

¿Por qué te cuento esto? Porque has hablado de oficios antiguos y de campanarios, porque las campanas las hacían herreros y porque los herreros eran una especie de semidioses en varias culturas repartidas por todo el mundo. A mí me parece que todo esto está relacionado y habla de lo mismo: de cómo hemos llegado hasta aquí y gracias a quiénes. Porque allí donde ves un campanario emergiendo del agua alguien tuvo que sacrificarse para que yo pueda enchufar la batería del portátil hoy y para que mi vecino pueda regar su huerto. Si algo era importante y simbólico para esa persona y sus vecinos, pongamos su campana, para mí también lo es y lo menos que puedo hacer es contar la historia de su campana. Y porque su campana es también la de la vecina de otro pueblo y la de mi bisabuelo. Me interesa el detalle, lo particular y lo local cuando habla de lo universal.

El aliento de Llamazares anima las páginas sobre todos los libros que he leído, de un modo u otro, sobre esa España Vaciada, incluso antes de que se popularizara el término, pero en este libro es inevitable no recordar “Distintas formas de mirar el agua”, uno de los más bellos de su obra. ¿Ha sido Llamazares una referencia primordial para ti, o te sientes más cercana a otros autores como Sergio del Molino?

Tengo que reconocer que llegué tanto a Julio Llamazares como a Sergio del Molino cuando estaba ya trabajando en ‘Quién te cerrará los ojos’. Dar con La lluvia amarilla fue como despertar de golpe. Con Julio siempre está la broma de que acabamos llegando a lo mismo de alguna manera. Te hablaba de María de Foncebadón hace un rato. Pues bien, una vez en Foncebadón llegué a una crónica de Llamazares. Él había estado cubriendo aquella anécdota que me contó un señor de Astorga para que fuera a buscarla. He querido escribir algunos libros y los he descartado porque ya va a parecer acoso. En ‘Distintas formas de mirar el agua’ están Virginia, Virginia hija y Virginia nieta. Pues hasta en eso: en mi familia soy Virginia, Virginia hija o Virginia nieta según quién hable.

En el libro hay varias historias que se entrelazan, y realmente nos recuerdan que somos el fruto de varios pasados, y que necesitamos conocerlos para saber quiénes somos, tal vez también para saber quiénes queremos ser. En una de esas historias que nos regalas en “Detendrán mi río” nos llevas hasta el último viaje del Lusitania, que en su tiempo fue el buque de pasajeros más grande del mundo. ¿Cómo llegaste hasta la historia de este trasatlántico, y cómo estableciste la conexión con el destino del pueblo de Cauvaca?

Llegué porque alguien escribió que los de Fayón se aferraron a una leyenda para tirar hacia delante cuando inundaron su pueblo: que si el Titanic no hubiera naufragado, su pueblo se habría salvado del agua. A mí como antropóloga me interesa tanto lo que cree la gente como lo que es verdad. Y algo me decía que tenía que tirar de ese hilo. No es el Titanic y tampoco es una leyenda. Hay que pararse a escuchar a las personas y no dar por hecho que algo aparentemente descabellado es fruto de la fantasía. En el último viaje del Lusitania iba a bordo Fred Pearson. Fue el ingeniero que trajo la luz a Barcelona, el fundador de la empresa que conocemos como la Canadiense. Pearson iba hacia Inglaterra en busca de inversores para sacar adelante un proyecto que se había quedado parado por falta de financiación: la construcción de varias presas escalonadas donde finalmente se construyeron los Embalses de Mequinenza y Riba-Roja. Fred Pearson murió en el naufragio del Lusitania. Si su proyecto hubiese salido adelante, Fayón no estaría bajo el agua. Pero su proyecto sí habría inundado Cauvaca. Por tanto, si su proyecto se hubiera materializado, más de la mitad de lo que aparece en Detendrán mi río, que cuanta más o menos el último siglo de Cauvaca, no habría ocurrido.

Cauvaca, más que un escenario, es uno de los protagonistas del pueblo, pero el más entrañable, tal vez sobre el que giran el resto de las historias que contiene, sea Mercedes, a través de quien nos guías sobre ese mundo alentado y amenazado a partes iguales por la presencia del río. ¿Fue tu encuentro con Mercedes determinante para cambiar el curso de la historia que estabas escribiendo? ¿Qué encontraste en ella para que se convirtiera en la pieza fundamental del libro?

Sí. Estaba escribiendo algo completamente diferente. Cauvaca sólo iba a tener un capítulo en el libro, pero deshice todo para centrarme en Cauvaca, en una familia, en una mujer. Me atraparon su personalidad, sus recuerdos y su forma de narrarlos. Para entender la pérdida que yo quería abordar era necesaria la historia de una persona como Mercedes. Necesitaba contar esa relación tan intensa que puede llegar a tener alguien con su río.

En una preciosa reseña firmada por Ricardo Martínez Llorca, dice: “No es posible volar y permanecer en el suelo. Suele fracasar ese empeño de la mayoría de los buenos padres, que consiste en darles a sus hijos alas y raíces a un mismo tiempo. Y, sin embargo, aprendemos a partir, que de no ser porque supone despedirse, no sería un gran trastorno. No deja de ser otro acto de supervivencia, de adaptación, como lo es el de encontrar un hueco, allí donde vayas, para echar nuevas raíces. Aun así, seguiremos echando de menos, porque la estética de la melancolía es parte inevitable en cualquier ser que sepa que las células del cuerpo saben cosas que la inteligencia ignora”. ¿Está, en cierto modo, esa estética de la melancolía de la que habla el escritor y montañero salamantino, en tus libros, desde “Heridas del viento” hasta este último?

Por el tipo de historias que cuento, quizás da la sensación de que me paso la vida llorando por el pasado, ¿no? Conoces Heridas del viento, Quién te cerrará los ojos y Detendrán mi río y estoy convencida de que te has dado cuenta de qué tienen en común casi todas las personas que aparecen en los tres libros: en algún momento de su vida han perdido, pero no dejan que la pérdida los atormente; al contrario, son personas resilientes, con un gran sentido del humor y apasionadas, que han encontrado en sus pasiones una forma de aferrarse a la vida. Miro al pasado para entender el presente y ganar esperanza para el futuro. Crecí viendo cómo, por más que se esforzaran mis padres, a los que de tanto trabajar casi ni veía, yo no sabía qué eran unas vacaciones, pocas veces tenía un juguete nuevo, siempre heredaba la ropa y lloré mucho cuando tuve que dejar mi pueblo. Evidentemente no miro al pasado con demasiada melancolía, pero me parece vital recordarlo por aquello que dice Ricardo de que “las células del cuerpo saben cosas que la inteligencia ignora”. A base de explorar en ese pasado un tanto incómodo he acabado entendiendo algunas cosas que están aquí conmigo hoy y he ganado herramientas para mañana. Una de ellas es esa que comenta Ricardo precisamente: ahora sé que, vaya donde vaya, voy a encontrar la forma de adaptarme y de echar raíces.

Complementario el río es la página web www.detendranmirio.es en el que un mapa interactivo nos permite asomarnos a muchos pueblos que corrieron similar suerte que Cauvaca, de Aceredo a Blancafor, de Yeste a Ribadelago, muchas historias que merecen ser recuperadas y contadas, las de los del medio millar de pueblo que quedaron bajo las aguas embalsadas. ¿Qué recorrido está teniendo este proyecto paralelo a la publicación de tu libro?

Es un proyecto en el que sigo trabajando. No siempre lo hago de manera visible: me sigo documentando y ampliando la base de datos que luego voy volcando en el mapa. Y también voy a esos lugares: acabo de volver de Salvatierra de Tormes, Vegamián y Riaño. Sobre el papel son ya más de 300 pueblos que iré compartiendo poco a poco. En paralelo, intento ir contando algunas de esas historias en la cuenta de Instagram @detendranmirio que me ha permitido conocer a gente de algunos de esos pueblos que he visitado o espero visitar. En un proyecto como este las redes sociales, e Internet en general, es de una importancia crucial porque, aunque en algunos casos quedó un pueblo incluso con el mismo nombre al lado del embalse, no siempre es posible encontrar a los antiguos vecinos de manera tan fácil. Gracias a internet tengo informantes de Argusino y de Alberguería en Argentina, por ejemplo.

Con la publicación de “Heridas del viento” elaboraste una deliciosa playlist con un centenar de canciones armenias, algo que tus lectores, en especial aquellos que, de un modo u otro, estamos vinculados a Armenia, agradecemos. En “Detendrán mi río” también hay un montón de referencias musicales, y la playlist ya tiene más de 450 temas. ¿Qué música es la que más te ha acompañado en el proceso de creación del libro, y que canciones consideras imprescindibles para complementar su lectura, creo, si no me equivoco, que Extremoduro es una de tus referencias?

Me encanta Extremoduro, pero no es un grupo al que recurra para escribir por una única razón: me pondría a cantar. Pero en Extremadura está uno de los gérmenes de Detendrán mi río, y es cuando Robe dice “tenemos el agua al cuello con tanto puto pantano”. A mí esa frase me hizo en su momento preguntarme repetidas veces hasta que lo busqué, qué le pasaba a los extremeños con los pantanos. La música que más me ha acompañado es la que de un modo u otro me recuerda al agua porque ese era el ritmo que quería conseguir. Por eso hay mucha bachata, merengue, surf… Aunque también he apagado la música y he acudido a la naturaleza. El primer capítulo, por ejemplo, me fui a escribirlo junto al Mar Mediterráneo, que es donde transcurrió esa escena.

Además de escritora y antropóloga, eres periodista, ¿en qué medios podemos leerte, mientras esperamos tu próximo libro? y a propósito de esto ¿tienes ya algún proyecto en el que estés trabajando?

Estoy escribiendo muy poco en este momento. Sobre todo estoy centrada en retomar el proyecto sobre pueblos inundados, que ha estado paralizado durante los últimos meses por trabajo. Ahora mismo colaboro con Muy Interesante y Yorokobu, principalmente. En Muy Interesante Preguntas y Respuestas he escrito la sección de antropología en los últimos números.

Detendrán mi río. Desarraigo y memoria en un rincón de la España sumergida', Virginia Mendoza presenta su nuevo libro en Zamora

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