Sol Gómez Arteaga: “La militancia con la Memoria cambió el rumbo de mi vida”

Escritura y memoria siempre estuvieron ahí, y hubo un momento -las cosas caen cuando están maduras- en el que ambas fluyeron casi a la par. Entendí que era necesario, también urgente, dar voz a las historias pequeñas que durante toda mi vida había oído en casa

Por Angelo Nero

Sol Gómez Arteaga nació en la localidad leonesa de Valderas, en 1967, cabeza de las Siete Villas de Tierra de Campos, una tierra a la que, a pesar de residir en Madrid desde hace tres décadas, se siente profundamente ligada. Estas raíces están presentes en su escritura, sus historias surgen de la memoria de la tierra, regada con sudor y con sangre. Valderas la roja, llamaban su pueblo en los años treinta, cuando lo gobernaba el alcalde comunista Victoriano López Rubio. Y de rojo tiñó la memoria, cuando los fascistas entraron en el pueblo, entonces con una población de 3.300 habitantes, y se llevaron a 178 a las cárceles y campos de concentración. 77 vecinos fueron asesinados.

La Memoria, con mayúsculas, hizo que Sol recuperara la historia de su abuelo, José Gómez Chamorro, uno de ese medio centenar de víctimas valderenses, que fue fusilado el 9 de octubre de 1936, en los muros del cementerio de Astorga. El aliento de su abuelo, y de su bisabuelo, Andrés Carriedo Callejo, también condenado a muerte, cuya pena fue conmutada y pasó siete años en prisión, animaron las letras de esta licenciada en Sociología y diplomada en Trabajo Social, que recogió su historia familiar en “Los cinco de Trasrey” (Fundación Fermín Carnero, 2012) y la convirtió en memoria colectiva.

Cuéntanos Sol ¿Cómo fue ese proceso en el que comenzaste a indagar en la memoria de tu familia, en la historia de la represión franquista en Valderas, y que te decidió a escribir tu primer libro, y también a colaborar activamente con la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica?

En el origen de la memoria familiar está mi padre. Él siempre habló de lo que le pasó a su familia. Recuerdo muchas conversaciones a la hora de la comida, sentado en el banco de madera que heredó de su abuela, contándonos lo terrible que fue la vida de los suyos, la suya propia. Yo entonces no entendía su dolor que no se iba. Tuvieron que pasar algunas cosas, hitos les llamo yo, para que me diera cuenta del enorme calado de ese pasado.

El primero fue la muerte de mi abuela el 7 de mayo de 1995 que hizo que recibiera la carta de despedida, escrita en capilla, de mi abuelo. Es en ese momento, en la intimidad de mi cuarto, cuando lloré la muerte lejana de uno, la muerte reciente de otra e hice el duelo de los dos.

Fue determinante para mí asistir al Memorial de Carrocera (León) el 19 de julio de 2018 (para mí el primer acto público) en el que se dignificó a 53 víctimas del franquismo, entre los que estaba mi abuelo.

Determinante fue también leer el libro “La Memoria no se entierra”, año 2008, de Carlos de la Sierra que narra los sucesos ocurridos en Valderas de 1931 a 1941, basado en recortes de prensa y actas del ayuntamiento.

Así como recibir, por parte de la ARMH, la Causa 6/36 de mi abuelo, año 2008, en forma de 133 fotocopias borrosas contenidas en un archivador blanco, que en ese momento no leí, supongo que no estaba preparada para ello. Hubieron de pasar dos años, año 2010, cuando me puse a leer y transcribir esas fotocopias borrosas que conformarían el primero de los relatos de mi libro “los cinco de Trasrey”, y al meterme en la piel de los protagonistas ya no me pude desligar de mi historia familiar.

Cuando tuve el libro, año 2012, me puse con contacto telefónico con la ARMH para hacérselo llegar. En ese momento Marco González, el vicepresidente, me cuenta que justo tiene delante otra Causa de Valderas, la 349/36, un documento incompleto de 320 folios, que da cuenta de las 178 detenciones ocurridas los primeros días del golpe militar, procesamiento de 23 personas y condena a muerte ejecutada mediante fusilamiento de 11 de ellas. No daba crédito a lo que oía: Todo lo que me contaron y todo lo que hasta ese momento había leído, estaba ahí. Luego vino la investigación más detallada de los hechos, recogida de testimonios, averiguar los nombres de los represaliados.

Al año de publicar “Los cinco de Trasrey”, estabas en Bruselas, junto a un puñado de compañeros de la ARMH, dando voz a los que habían sido silenciados, mostrando los rostros de los invisibles, con el proyecto “Recuperando fosas, exhumando dignidades”. ¿Tu militancia en el movimiento memorialista, cambió, en cierto modo, el rumbo de tu vida? ¿Qué fue primero, la escritura o el compromiso con la memoria?

Escritura y memoria siempre estuvieron ahí, y hubo un momento -las cosas caen cuando están maduras- en el que ambas fluyeron casi a la par. Entendí que era necesario, también urgente, dar voz a las historias pequeñas que durante toda mi vida había oído en casa porque si no las escribía se extinguirían y desaparecerían sin remedio, lo mismo que la generación de personas que las vivieron. Además estaba el homenaje a los míos, era deber de memoria cortar para que ese puñado de historias fueran tenidas en cuenta.

Acababa de publicar “Los cinco de Trasrey” cuando la ARMH me propuso acudir a Bruselas a explicar, 7 de mayo de 2013, en el marco de la exposición “Exhumando fosas, recuperando dignidades” la historia más reciente de mi pueblo, como microcosmos o ejemplo de lo que ocurrió en infinidad de lugares de España.

Al grito de «Queremos justicia, tenemos memoria», dimos voz a las 113.000 víctimas enterradas en las cunetas y frente al Parlamento Europeo pedimos en un grito alto y unánime el NO a la impunidad de los crímenes fascistas.

Y sí, siento que ambas cosas, publicar y conocer cada vez más pormenorizadamente la historia familiar y vincularme a ella, -militancia con la memoria- cambiaron el rumbo de mi vida, me hicieron ver claro adónde quería dirigir mis pasos, y sigo… en el camino.

En 2014, comienzas a colaborar en varias secciones del diario Astorga-Redacción, y en la revista cultural Tam Tam Press, donde publicas relatos relacionados con tu trabajo en el campo de la psiquiatría, en el Hospital Gregorio Marañón, en la sección “Trazos de Sombra”, que se convertiría en un libro, del que hablaremos más tarde. ¿Escribir para ti es una necesidad, “una forma de estar en el mundo”, tal como declaraste alguna vez, o tiene que ver también con establecer un dialogo con el pasado?

Que no se perdiera lo que les pasó a una generación que tanto sufrió, lucho, resistió y trabajó como es la generación de nuestros abuelos y, luego, la de nuestros padres, era fundamental para mí. Y una forma de aportar mi granito de arena fue escribirlo en los pequeños relatos que aparecen en mis dos primeras publicaciones. De alguna manera, aunque introduciendo detalles de mi propia imaginación, fui canal de esas historias que siempre habían estado en la memoria familiar y colectiva, (el hombre que se esconde en el pesebre donde se daba de comer el ganado existió, como existió el miedo de la niña cada vez que cruzaba el monte para llevar la comida al pastor, o la dignidad del chaval que es invitado a comer en casa de su tía, y se levanta de la mesa cuando le afean que con lo pobres que son vaya con un traje rehecho a su medida).

Pero esto mismo me ha ocurrido con otras historias ambientadas en el momento presente, historias invisibilizadas de las que no se habla o no se habla lo suficiente. Esas historias me tocan, hacen contacto conmigo, y se imponen para ser contadas.

Llevo escribiendo desde el año 2000, me formé en talleres de escritura y con el tiempo escribir (aunque no vivo de ello) se ha convertido en hábito, en costumbre. Es mi forma de ser y de estar en el mundo más auténtica y personal.

Con “El sol a la tinaja y otros cuentos”, también publicado por la Fundación Fermín Carnero, en 2017, continuas tejiendo las redes de la memoria, con relatos de maestros republicanos que enseñaban a pensar en libertad, de niños que maduraban en las cenizas de la guerra, de presos que soñaban con un pasado que no volvería, con artesanos, pastores, y campesinos que seguían sembrando, trashumando, forjando, como lo habían hechos sus padres, y los padres de sus padres. El miedo, la resignación, la valentía, la amistad, son sentimientos que afloran en los personajes de esta veintena de relatos situados en Tierra de Campos. ¿Cómo fuiste creando este crisol de personajes, tan distintos, y tan ligados, a la vez, a un escenario común, a un tiempo también tan concreto?

Creo que “El sol a la tinaja y otros cuentos” bien podría ser una continuación de “Los cinco de Trasrey y otros relatos”, pues la temática, los escenarios, el momento histórico en el que se desarrollan las historias, el estilo en el que están escritas, los diálogos, incluso las portadas, son muy parecidas. Además, las publicaciones van seguidas en el tiempo.

Dado que ambos libros están agotados, no descarto en un futuro intentar reeditarlos. De hacerlo, los reunificaría en una sola publicación, a la que añadiría algunas historias que se quedaron en el tintero. De niños y de niñas, sobre todo, que hoy son casi ancianos y ancianas o ya no existen.

En “El vuelo de Martín”, escrito en 2019, cambias de registro, de formato, y hasta de editorial. Empiezas tu relación con Marciano Sonoro Ediciones, que dirigen Cristina Pimentel y Jesús Palmero, en la localidad leonesa de San Román de la Vega. Y lo haces con una novela de iniciación, la de un preadolescente argentino que abandona su país en 2001, en los convulsos tiempos del Corralito, para irse a vivir a Madrid. Además el libro viene acompañado de las fantásticas ilustraciones de Carla Lozano ¿Cómo fue meterse en la piel de Martín, y estar acompañada en ese vuelo por mujeres como Carla, Cristina e Ismail9, que escribió el prólogo de la novela?

Esta historia nace de una noche de urgencias en el hospital Gregorio Marañón (servicio y turno en el que trabajé como Trabajadora Social once años) cuando un adolescente de origen argentino -el chico real tenía más edad que Martín en la novela-, preocupado de forma desmedida porque su madre ha hecho una ingesta medicamentosa, requiere mis servicios. Es esa preocupación desmedida lo que me impacta y me pongo a escribir sobre ello. Lo hago en 2006 y 2007, en un taller de novela secuencial que dirigía la profesora Magdalena Tirado. Cuando acabo de escribir aparco la historia, pero nunca la olvido. Este trabajo siempre lo concebí ilustrado. Muchos años más tarde, 4 de agosto de 2018, hablando de ello con mi amiga y cantautora Isamil9, en el pueblecito leonés de Arintero donde ella había ido a presentar su disco-libro “Párvula nAnAs”, me pone en contacto con Carla Lozano Martínez, ilustradora y artivista (arte con un contenido social explícito). Carla lee la historia, se engancha a ella. Para mí fue una suerte tremenda pues sus ilustraciones son muy frescas, descarnadas, vivas y, desde luego, están muy en sintonía con mi concepto de la obra.

El diálogo con los editores de Marciano Sonoro, Cristina Pimentel y Jesús Palmero, existe desde antiguo, desde el año 2013, gracias a la vinculación común con la Memoria Histórica. Así que no podíamos sino confluir.

Durante los inciertos tiempos de la pandemia, mucha gente se refugió en la lectura, varios amigos, libreros y editores, me confirmaron que hubo un boom en la venta de libros. Tú también hiciste tu aportación en “Cuentos de la nueva normalidad”. “La «nueva normalidad» es una contradicción en términos y las contradicciones son huéspedes extraños pero fijos. Las paradojas producen relatos que no se acaban nunca porque no tienen solución. Lo normal es lo que ha ocurrido siempre y no puede ser nuevo, lo normal es lo contrario a lo nuevo, lo que se repite.” Escribe Bruno Marcos, otro de los participantes en esta obra colectiva. ¿Cómo fue tu experiencia, a nivel creativo y como una persona con fuerte compromiso social, con esta nueva normalidad?

Cuando surge la pandemia sentí que algo nuevo y terrible se nos echaba encima. Nos ponía frente al espejo de nuestra fragilidad, de nuestra inconsistencia, de nuestra finitud en cuento seres mortales. Uno de los temas que siempre tengo presente en mi pensamiento es la muerte, la dialéctica con la muerte, y en el momento duro de la pandemia, meses de marzo y abril del 2020, sentía que estaba más cerca que nunca. Pasé miedo.

Por el hecho de trabajar en sanidad nunca dejé de ir a trabajar, pero vivir mucho más encerrada y a un ritmo más ralentizado -yo que venía de una temporada de bastante estrés-, me vino bien a nivel creativo, me permitió ponerme al día. En los meses duros de la pandemia hice cursos de poesía infantil, cree, escribí bastante. En octubre me apunté a taller tutorial de novela. Y participé en ese libro colectivo editado por Marciano Sonoro que coordinó Bruno Marcos bajo el controvertido título de “Cuentos de la Nueva Normalidad”. En él tengo tres relatos, los tres completamente diferentes: “Esperanza para un encierro”, optimista e inspirado en los acontecimientos que en aquellos días me contaba mi amiga Ana María Loreto, “Una ventana”, relato de corte realista con un final sorprendente, y “Pura realidad”, en el que, en palabras de Eloy Rubio Carro, director de Astorga-Redacción, la realidad es tratada como una fantasía frenopática, en un guiño antipsiquiátrico en favor de los desequilibrios y demencias.

De esa época creo que no me he recuperado. Aun no ha pasado suficiente tiempo para calibrar la magnitud de la tragedia. He visto desaparecer más gente que en mi vida. Pensaba que esto era cosa mía, que había llegado a esa edad en la que te toca ver desaparecer a muchas personas con las que has coexistido, pero un día hablando con mi madre me dijo que ella tampoco había visto morir a tanta gente como a lo largo de estos dos años largos que llevamos de pandemia.

Vamos a hablar ahora de tu último trabajo “Trazos de sombra”, que está directamente relacionado con tu actividad profesional. Creo que en este libro hay tres cómplices, que, en distinto grado, han sido determinantes para el proyecto: Elvira Navarro, Eloísa Otero y, sobretodo, Óscar García Bárcena, que le da soporte gráfico a tus relatos. Cuéntanos como se fraguó este libro y como fuiste encontrándote a esta, y a otra gente, en tu camino, hasta tener en tus manos esta nueva obra editada en Marciano Sonoro Ediciones.

“Trazos de sombra” surge de trabajar en la unidad de agudos del Gregorio Marañón desde el 2013 al 2019. Sería Elvira Navarro, escritora y profesora de escritura la que, al enterarse del lugar en el que trabajaba, me planteó que por qué no escribía sobre ello. En 2017, tras hacerme un esquema de los temas que, relacionados con desordenes de la mente, creía que estaba en condiciones de abordar, le propuse a Eloísa Otero, periodista que codirige la revista cultural leonesa Tam tam Press, con quien había colaborado con anterioridad, publicar un relato mensual relacionado con esta temática, ella aceptó, reclutó al fotógrafo y artista leonés Oscar García Bárcena e iniciamos esta aventura que va desde febrero de 2017 a diciembre de 2019.

Más tarde, yo sentía que esos relatos y algunos más de la misma temática debían quedar plasmados en papel, y le planteé a la editorial Marciano Sonoro la posibilidad de editarlos. El resultado son esos cuarenta relatos que ven la luz en diciembre del 2021, ya corregidos y acompañados de otras tantas citas e imágenes que Oscar cedió desinteresadamente.

Te metiste en la piel de los olvidados en tus primeros libros, y ahora te metes en la piel de otros invisibles, a los que la sociedad no quiere mirar, aunque, cada vez sean más, a aquellos que sufren algún tipo de trastorno mental. ¿Qué diagnóstico le podemos dar a una sociedad que niega su propio pasado, y que en el presente estigmatiza a amplias franjas de la población, simplemente por padecer una enfermedad tan extendida como la depresión?

Ciega, sin lugar a dudas, vivimos en una sociedad que tiene una venda en los ojos y se niega a ver el pasado, también el presente. Mucho menos anticiparse a lo que puede ocurrirnos como sociedad si seguimos por este camino. Quizás dentro de unos años, y a hechos consumados, algunos se den cuenta que hay logros y conquistas sociales que nunca se debieron perder. Así de negativo veo en futuro.

Imagino que, a pesar de tu experiencia en el campo de la psiquiatría, como trabajadora social, no ha debido ser fácil meterte en la piel de tantos personajes, y de ponerle voz a sus historias, ¿también al escribirlas, al ponerte en el lugar de los pacientes, ha sido una suerte de terapia, para ti?

Ahora que los relatos están escritos me doy cuenta de que los escribí como si las historias que los conforman tiraran de mí, sin plantearme nada más. Es también ahora cuando me hago preguntas, inquiero, saco algunas conclusiones y, en definitiva, entiendo más las cosas y aprendo.

En el trabajo he escuchado historias durísimas algunas contadas por los profesionales con una tranquilidad pasmosa, yo esto lo comparo a cuando un cirujano detecta un tumor, lo analiza, lo extirpa. A veces no consigo que las historias no me afecten y la escritura ha servido, en ocasiones, como desahogo, válvula de escape, liberación. Un caso muy claro de esto que cuento ocurrió con el relato “Adelfa”. Este relato está basado en una historia que escuché en una sesión clínica en la que una mujer sufrió una amnesia psicógena tras una práctica sadomasoquista. La historia me estuvo rondando por la cabeza un tiempo, hasta que conseguí darle forma literaria, contarla “a mi manera”.

La gente tiende a dar diagnósticos prematuros sobre los trastornos mentales que padecen las personas de su entorno, hay quien incluso aventura tratamientos, más o menos bien intencionados, ¿tal vez por esto en tu libro evitas nombrar a esos males, aunque algunos sean identificables, por su nombre, y contarnos la historia, en la mayoría de los casos, desde el punto de vista del que la sufre?

Eloísa Otero que leyó el borrador del manuscrito, me sugirió poner en el índice, al lado del título de cada relato, el diagnóstico. Lo estuve sopesando y tuve claro que mejor que no. La principal razón fue para no cosificar, para no etiquetar: no me interesa cómo se llama lo que le pasa al protagonista de la historia sino cómo se siente por dentro. Por otro lado, yo no soy psiquiatra. Los psiquiatras pasan mucho tiempo, incluso a veces años, estudiando a un paciente, intentando atinar en el diagnóstico y a veces ni entre ellos están de acuerdo. No es fácil. Mucho menos para mí.

A veces la realidad es muy dura, pero en las historias de “Trazos de sombra”, también hay lugar para los destellos de fantasía, en la cual nos refugiamos todos, muchas veces, de nuestra cotidiana locura, ¿Quizás por eso le has dado un lugar importante en tus relatos a lo imaginado, a veces más real que lo vivido?

Hay relatos muy locos, chiflados, hilarantes, que son un guiño a la propia locura. Porque con la locura hay que aliarse, aprender a convivir con ella, y una forma de hacerlo es desde el humor. Relatos de este tipo son “Amado pulpo”, “El hombre sin sombra”, “El hombre que tocaba las esculturas”, “Señorita corazón solitario”, “De dinosaurios y elefantes”. Hay uno que a mí me gusta bastante del que se ha hecho un corto que espero ver pronto que es “Castillos de arena”, donde dos personajes con una vida bastante anodina se juntan en la azotea para soñar otros escenarios y otras vidas. Junto a la dureza que respiran muchas historias conviven en “Trazos de sombra” la ternura, la evasión, los sueños. “Porque sueño yo no lo soy” repetía como un mantra “Léolo”, la genial película dirigida por Jean-Claude Lauzon, y es que los sueños, la imaginación, nos salvan a veces del exceso de realidad.

He leído en alguna entrevista tuya que hay varias influencias literarias en tu último libro, y lo cierto es que algunas me han sorprendido, como la de Javier Tomeo, al que creo que hay que seguir reivindicando. Cuéntanos cuales los autores que te han inspirado para esta obra.

Durante mucho tiempo leí a Tomeo y me encantó su forma de contar historias tan inverosímiles, irónicas, rompedoras, así como su forma de jugar y derrapar con la escritura. También creo que hay influencias en cuanto a la estructura de los relatos de Quim Monzó, y de obras como “El Barón Rampante” de Italo Calvino, “El extraño incidente del perro a medianoche” de Mark Haddon, “A Esmorga” de Eduardo Blanco Amor, “Homer y Langley” de Doctorow, “El príncipe feliz” de Oscar Wilde o “El Horla” de Guy de Maupassant. Escribimos lo que hace contacto con nosotros y la lectura no puede ser ajena a esto.

Para terminar, como asidua colaboradora de Nueva Revolución, dónde hay que destacar el hermoso trabajo de entrevistas que nos estás ofreciendo en clave de “Memoria de Mujer”, me gustaría que nos hablaras sobre la importancia de medios como el nuestro para ofrecer una información sin ataduras, en estos tiempos en los que las noticias y la opinión obedece, más que nunca, a las leyes del mercado.

Agradezco mucho la oportunidad de colaborar en un medio como Nueva Revolución en el que me siento absolutamente libre para ofrecer a los lectores esos testimonios de mujeres que, por razones de parentesco o por su actividad, están vinculadas con la memoria antifascista de este país. Creo además que con todos esos testimonios se pueden sacar al final conclusiones muy ricas.

Poder eludir dentro de la actividad periodística las leyes del mercado supone un rayo de luz en medio de la oscuridad que planea sobre esta etapa convulsa, incierta y plagada de falsas noticias que nos está tocando vivir.

Solo puedo dar las gracias y seguir sumando.

Entrevista publicada en NR el 12/05/2022

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.