Entrevista a Sergio del Molino: «La literatura no puede aspirar a ser un motor de cambio social»

Por Lucía Tolosa

Prácticamente todos recordamos un amor que nos caló hasta los huesos, un amigo que nos marcó, y un profesor que nos cambió la forma de ver la vida. Para Sergio del Molino (Madrid, 1979), ese maestro fue Antonio Aramayona. El escritor zaragozano vuelve al ruedo, tras el éxito de ‘’La España Vacía’’, con su libro: ‘’La mirada de los peces’’. En él, nos descubre al carismático docente que le impartió filosofía, un conocido activista político que creía firmemente en la educación pública, el laicismo y el derecho a la muerte digna. Antonio es el hombre que confió en el talento de Sergio, el que le animó a escribir y le transmitió un respeto casi religioso por la palabra escrita. También es el hombre que le llama en 2016 para anunciar la irrevocable decisión de suicidarse y el deseo de que Sergio participe en el documental que grabará el periodista Jon Sistiaga sobre su muerte.

El autor usa este dramático suceso como punto de partida para construir una novela que orbita en torno al excéntrico Aramayona, pero que representa mucho más que un simple retrato humano. La peculiar obra, publicada por Penguin Random House Group, dibuja una maravillosa estampa generacional de la España de los 90 y abre ventanas de reflexión que nos tocan a todos: el sentimiento de culpa, los complicados años de la adolescencia, la noción de la muerte, y las luces y sombras del sistema educativo.

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Decía Rosa Montero que todo libro es lo que su escritor es. ¿Qué representa para ti ‘’La mirada de los peces’’?
 Hay un fondo de verdad en esa frase. Al fin y al cabo, toda literatura que nos llega tiene un componente autobiográfico muy fuerte. Pero no estoy tan seguro de que un libro sea lo que su autor es. Esa frase será cierta en la medida en que cada uno quiera. Hay muchos escritores que utilizan los libros para ocultarse, como hacía Francisco Umbral. Él usaba una frase de Valle Inclán que venía a decir: ‘’usted lo que tiene que hacer es construirse una máscara’’. Esto tiene que ver con una decisión personal, responde a una opción estética. Yo no reflexiono mucho sobre los libros antes de escribirlos. Soy un escritor bastante intuitivo, no sé muy bien lo que estoy haciendo cuando lo estoy haciendo.

‘’La mirada de los peces’’ es un libro que necesitaba escribir, y que nace como respuesta directa a un dilema y a una situación que se me plantea en un momento dado con la llamada de mi profesor Antonio Aramayona. Es una historia que llevaba madurando mucho tiempo en mi cabeza, y me confirma la sensación de que yo empiezo a escribir los libros mucho antes de ponerme a escribirlos. No sé si es una novela, pero yo la vendo como tal. Digamos que es un tipo de novela que mezcla crónica, confesión, diario… En ella incluyo un montón de recursos y géneros narrativos para hilarlos todos en un propósito, que es la literatura que a mí me interesa como lector y como escritor.

Hay una constante en tu obra, que vuelve a repetirse en este libro, y es el interés por lo que ya no existe, por lo que ya murió. 
Me atrae muchísimo la estela que dejan las cosas al irse. Puede ser algo totalmente irracional, o quizá una pulsión tanafóbica. Realmente no lo sé. Lo que persigo en esta novela son los trazos de algo que ya no existe, pero que un día presencié y pasó por mis manos. En ‘’La Mirada de los peces’’ hablo de un pasado vivo, es un pasado en el que aparecen conflictos que siguen vivos. Escribo de ausencias, pero son ausencias que han pasado por mi vida y condicionan la persona que soy ahora.

¿Escribes para mantener vivas esas ausencias?
No, porque no creo que la literatura tenga esa capacidad. Lo que pasa es que a mí me sorprende y me inquieta muchísimo ver que han desaparecido algunas cosas que he tenido en mis manos. Son cosas que he vivido y han estado conmigo, y de pronto ya no están. Quizá escribo sobre ellas para entender su desaparición, o para intentar acomodarme a su ausencia. Hay algo íntimo ahí, algo irracional que no sé muy bien definir…pero me atrae mucho no sólo lo que no existe, sino todo lo que no observa la gente.

Siempre me ha pasado esto. Cuando trabajaba en una redacción de periódico, estaba muy acostumbrado al desprecio de los jefes. Yo sabía que tenía que proponer una batería de veinte temas, porque me iban a tumbar diecinueve. Proponía temas que generalmente no interesaban a nadie. Tengo una vocación por echar la mirada a todo aquello que parece que no importa, a la pequeña historia.

¿Por qué tal interés en temas marginales?
En ese interés hay una postura muy de Walter Benjamin. Él decía que el pasado nos importa en la medida en que afecta al presente. Aunque sean temas marginales, me parece que son significativos porque revelan algo del hoy. En ese sentido, yo suelo escribir de ausencias, pero de ausencias muy reveladoras. Son ausencias que tienen una gran capacidad evocadora para entender el aquí y el ahora, nos explican mucho de nuestra realidad. No es un ayer muerto. Es algo que ha desaparecido pero no está muerto, y de hecho reverbera. Lo que busco es esa reverberación en el presente. En ‘’La España Vacía’’ lo hice también: buscaba narrar la forma en la que esa presencia fantasmal nos condiciona, para ver cómo esa memoria moldea el ahora.

La culpa es el gran motor de buena parte de mi literatura

Mezclas constantemente el pasado con el presente. ¿Cómo condiciona eso la narración?
La condiciona totalmente, porque la estructura está hecha en torno a ese juego de dos planos temporales. El plan que yo me hago de escritura tiene en cuenta esos dos planos, se centra en cómo interactúan y cómo juegan entre ellos. Al mezclar ambos tiempos, los dilemas que se manifiestan en el presente condicionan la escritura del relato.

A la hora de confrontar el pasado con el presente, estás confrontando al Sergio adolescente con el Sergio adulto. ¿Existe un conflicto entre ambos?
Siendo realistas, no puede haber un conflicto, porque estamos en planos desiguales. Hay uno vivo y otro muerto, y eso hace que el primero juegue con ventaja. En el caso hipotético de que pudiesen encontrarse, creo que mi yo adolescente despreciaría profundamente lo que soy ahora. Me reprocharía absolutamente todo, no aprobaría nada de mi vida actual. Desde mi yo presente, hay cierta condescendencia y cierto paternalismo hacia el Sergio adolescente. No puedo evitar verme a mí mismo como si fuera mi propio hijo. Es una actitud muy odiosa, intento edulcorarla en el libro, pero no puedo evitar un juicio constante del adulto al niño. Que conste que se trata de un juicio benévolo, en el que no hay arrepentimiento. Soy consciente de que la adolescencia es fundamentalmente una etapa idiota que transita en ese limbo que separa la infancia de la adultez. Es una etapa que tiene que vivirse con idiotez, y parte de crecer consiste en distanciarte de ella y apreciarla. Si tú no ves lo idiota que has sido, igual es porque sigues siendo el mismo idiota.

De tu libro han dicho que es ‘’un retrato de la adolescencia y la culpa’’, ‘’una reivindicación de la educación pública’’ e incluso ‘’una defensa de la muerte digna’’. Sin embargo, yo lo que veo es una novela que habla sobre las primeras veces. Primeros amores, primeras decepciones, primeras fascinaciones… 
Sin duda. Es una novela sobre el descubrimiento y el despertar, ése es el hilo conductor. De todos modos, yo no considero que mi papel sea el de contradecir a los lectores y decidir cuál es la lectura correcta. Cuando uno publica un libro, tiene que resignarse a que cada lector lo interprete como quiera. Pero debo decir que me hace mucha ilusión que menciones lo de las primeras veces porque así lo concebí, para mí es fundamental ese aspecto. Mi pareja lo definió así cuando lo estaba escribiendo: ‘’un libro sobre el despertar’’. Es un libro de tránsito, iniciático en muchos sentidos. Luego tiene otras ramificaciones, pero lo fundamental es ese despertar. Por eso está la figura de Antonio, que actúa como catalizador. Él tiene un rol de despertador, porque se dedica a sacar a un niño del ambiente cerrado y ajeno al mundo en el que se encuentra. El niño está situado en un lugar en el que no encaja, en el que no se siente a gusto.

El entorno descrito, el barrio de San José, aparece como un lugar terriblemente hostil. ¿Esto responde a una realidad objetiva o a una exageración dramática?
Las ciudades y las vivencias nunca existen por sí mismas, sino por la mirada que se arroja sobre ellas. Es algo muy subjetivo. Cuando uno hace literatura, puede disminuir o exagerar las cosas. Lo que yo retrato no son tanto las ciudades en sí, sino cómo me he sentido ante ellas. A partir de ahí es cuando pueden aparecer como lugares infernales o maravillosos.

Lo que sí puedo asegurar es que muchos lectores se han sentido concernidos por lo que describo. También es cierto que otros han venido a decirme que no se ven reconocidos en lo que cuento, pero éstos han sido minoritarios. La mayoría de la gente que ha leído la novela me comenta que reconoce lo desagradable del entorno descrito, ese clima desapacible del que hablo. Pero bueno, yo creo que la identificación tiene que ver con una cuestión generacional y quizá con el hecho de compartir una disposición de ánimo muy parecida a la mía.

¿En literatura, el paisaje representa una proyección del estado de ánimo del autor?
El paisaje siempre constituye una proyección del estado de ánimo del personaje. El paisaje se relaciona con el narrador y los personajes de una forma dialéctica que puede contradecirles o estar en armonía con ellos. Con eso es con lo que juego. A mí no me interesa tanto el barrio de San José, de hecho como territorio me da igual. A mí me interesa como construcción literaria. Me interesa centrarme en cómo ese barrio refleja lo huraño y la incomodidad de un adolescente ante el mundo, el aislamiento y la soledad que siente un personaje frente al mundo. Y el mundo tiene la forma del barrio de San José porque, en ese momento concreto, es lo que veo.

El áurea de soledad vertebra toda la novela, pero no es una soledad impuesta. Yo no veo a un adolescente solo y marginado, sino incómodo y desubicado. 
Efectivamente, la soledad es buscada. El personaje de mi novela no siente que encaje viviendo en el barrio de San José, pero sigue sin sentirse en su lugar una vez que sale de allí. En ese sentido, es un libro que habla de una gran desubicación, de un desclasamiento evidente. Yo no me siento rechazado por el mundo, me siento incómodo. Siento que no encajo. Esto ha sido así siempre, tanto de niño como de adulto.

En algunos momentos de mi vida he hecho intentos por encajar y no han funcionado. Yo como más a gusto estoy es cuando estoy solo, nunca he tenido grandes grupos de amigos. A mí me gusta conversar, como estamos haciendo tú y yo. Pero si ahora se unieran diez personas, igual no estaba tan bien. Yo no termino de estar cómodo en las multitudes. Lo aguanto porque soy adulto y porque socializo, pero si puedo elegir, las rehuyo. No pertenezco a ningún grupo, y literariamente tampoco soy especialmente gregario. No me siento parte de un movimiento. Creo que es un carácter al que ya me he hecho y puede que sea demasiado viejo para cambiar. Pero sí, la soledad no es algo que me hayan impuesto. Tampoco es algo huraño, no es que yo sea antisocial…En realidad, sólo responde a una cuestión de comodidad. Me siento muy incómodo con las liturgias colectivas. Pero bueno, tampoco me pongo a luchar contra ello. Sencillamente me alejo, me voy por mi cuenta.

Tus novelas tienen un componente autobiográfico muy fuerte. ¿Has tenido que luchar contra cierto pudor para escribir esta última?
Sí, rotundamente. Cuando escribes algo que realmente te importa, tienes que traspasar una barrera del pudor, porque sabes que vas a abrir una espita que va a ser imposible de cerrar y que va a revolver tu vida. Los que deciden escribir son plenamente conscientes de lo que supone traspasar esa barrera. Cuando te expones, los lectores pueden descubrir cosas de ti que a lo mejor no les gusta, y que van a crear conflictos en tu entorno. Para ahorrarse eso, mucha gente prefiere no traspasar la barrera del pudor, pero entonces no llegan a escribir nada que realmente les importe. Yo estoy convencido de que llega un momento en el que hay que dar ese paso, aunque cueste. Una vez dado, todo es fácil, pero darlo es muy complicado. Por eso, yo entiendo perfectamente que mucha gente considere que no merece la pena el esfuerzo, porque van a ser mayores los problemas que tendrá que las satisfacciones que recaudará. Suele ser gente que piensa que, al fin y al cabo, la literatura no es para tanto. Pero si tú piensas que la literatura sí es para tanto, debes dar ese paso. Si no, nunca escribirás nada que realmente merezca la pena, un texto en el cual puedas verte reflejado.

Utilizas la escritura para enfrentar ciertos dramas del pasado. ¿Puede ser una forma de huir de los problemas y no afrontar la realidad? 
No es incompatible. Uno puede plasmar determinados conflictos en el papel, pero la literatura no te libra de tener que enfrentar esos conflictos. No te permite aislarte de la realidad. Para bien o para mal, el hecho de escribir un libro no te exime de enfrentarte a la realidad. Yo he escrito un libro sobre la muerte de mi hijo y eso no me ha librado de asistir a ella.

¿La literatura no sirve de terapia?
Estoy muy en contra de la literatura concebida como terapia, porque considero que es todo lo contrario. La literatura implica una indagación, y cuando uno indaga en algo que le duele está amplificando ese dolor. Al escribir, uno se regodea en esa tristeza. Mis reacciones se canalizan a través de la literatura, y probablemente esto se deba a un trastorno personal, a una torpeza vital…pero no creo que se pueda usar la literatura como parapeto para no enfrentarte a algo. Para mí, la literatura es simplemente una forma de estar en el mundo. Yo la concibo así, ni siquiera la veo como un medio para transformar el mundo.

Es una historia que llevaba madurando mucho tiempo en mi cabeza, y me confirma la sensación de que yo empiezo a escribir los libros mucho antes de ponerme a escribirlos

¿No crees que la literatura puede ser una herramienta para provocar cambios sociales?
La experiencia de 25 siglos de literatura nos dice que no. Creo que hay tres libros que han cambiado el mundo: la biblia, el corán y el manifiesto comunista. Fuera de esos tres libros, no hay otros que lo hayan hecho. La literatura no puede aspirar a ser un motor de cambio social, porque se relaciona con la humanidad de una forma mucho más sutil y mucho más íntima. Si quieres hacer política, la literatura es uno de los peores caminos que puedes elegir. Hay otras opciones para eso, como el periodismo. Cuando yo quiero intervenir socialmente, escribo columnas periodísticas.

La narrativa no es un mecanismo de intervención social. De hecho, cuando la usas con un sentido de activismo político, probablemente termines haciendo mala política y mala literatura. Dicho esto, yo tengo amigos que hacen literatura política, y están convencidos que la literatura es un motor de cambio. Les respeto y hacen unos libros maravillosos, pero yo no voy a estar nunca en esa trinchera.

Aseguras que no haces literatura política, pero ‘’La Mirada de los peces’’ es una novela vertebrada por un discurso y una mirada política. Hay muchos lectores que han interpretado la novela como literatura política.
Siempre hay discursos políticos. De hecho, toda reflexión social implica un discurso político. Yo no me considero apolítico ni mucho menos. En ‘’La Mirada de los peces’’ hay un discurso político, pero lo que no hay es una tesis. Hay una serie de reflexiones y meditaciones, de cosas que a mí me provocan incomodidad y dilemas. A partir de ahí, pienso y reflexiono sobre ellas desde el punto de vista descreído. Lo que no hay en esta novela es una visión del mundo, ni un programa de acción que incite a cambiar las cosas. Tampoco hay una defensa de ningún partido político, hay una visión crítica y descreída. Yo no me identifico con ningún movimiento político, ni pertenezco a ningún grupo activista, no soy nada gregario. Por eso digo que no estoy haciendo literatura política, porque no tengo ningún deseo de provocar un cambio social.

En tu libro sobresale una crítica al gregarismo. ¿Tu discurso puede interpretarse como una indiferencia o una dejadez ante lo que ocurre social y políticamente?
Igual lo que planteo responde más a cierto cinismo, a cierto nihilismo…llámalo como quieras. Tiene que ver con un descreimiento, en general. Yo desperté muy temprano políticamente, pero también me desencanté muy pronto. Ahora no tengo ninguna fe en que se pueda cambiar socialmente algo. Creo que es muy difícil y no merece la pena el esfuerzo y la cantidad de energía destinada a conseguir cambios de cualquier tipo.

¿Eso no denota cierto egoísmo, o quizá una posición individualista?
Yo no me considero egoísta, me considero desencantado. Creo que no merece la pena dedicar una vida entera, como dedica mucha gente, para conseguir unos cambios que al final son cosméticos y minúsculos. Admito que sólo es una percepción personal, pero básicamente pienso esto: tengo una esperanza de vida corta, pongamos unos ochenta años. En ochenta años uno no puede aspirar a mucho. Lo que no me gustaría es encontrarme en mi lecho de muerte y darme cuenta de que he dejado de pasar tiempo con mi hijo y que no he atendido lo suficiente a mis amigos y mi pareja. No quiero descuidar mi jardincito para intentar salvar una selva amazónica. Entiendo que mi visión puede percibirse como una posición egoísta, pero creo que si todos cultivamos bien nuestro jardincito, tampoco viviremos en una sociedad desastrosa.

Ese desencantamiento del que hablas se ve reflejado en la crítica que haces a la izquierda, especialmente al PSOE.
La crítica a la izquierda es algo recurrente a lo largo de toda mi obra, y eso es porque me importa. A mí la derecha me da igual. Me resulta muy simplón venir a decir cosas evidentes que todos sabemos como ‘’Rajoy es malo’’. Hay una frase de Antonio Muñoz Molina que me gusta mucho: ‘’la independencia de alguien que escribe o habla en público, se mide por la capacidad que tiene de molestar a los suyos.’’ Si yo hablo mucho de la izquierda, aunque sea en tono crítico, es porque me preocupa. Aunque no milite, me siento sentimentalmente muy vinculado a ella.

Me parece que la izquierda ha perdido muchas oportunidades históricas. Percibo que le falta autocrítica y me preocupan muchas de las cuestiones que plantea, así como la forma en la que lo hace. La derecha no me preocupa en absoluto, porque no pertenece a mi vida. De todos modos, mi intención no es hacer literatura o periodismo de barricada, por eso suelo hacer crítica de todo lo que conozco: mi familia, mi gente, mis ideas y en general todo lo que construye mi mundo. Suelo escribir acerca de lo cómodo u incómodo que me ha hecho sentir algo.

Desperté muy temprano políticamente, pero también me desencanté muy pronto

En esa escritura que habla de lo cercano, resulta sorprendente la fascinación que describes por el mundo abertzale.
Esa fascinación está contada desde la posición adulta y con una visión crítica. Cuento ese deslumbramiento que el mundo abertzale ejercía fuera de Euskadi, sobre todo en ciudades del norte pero también del sur. Ese fenómeno era muy representativo de la época. Tenía un halo muy romántico, porque en el fondo tú escuchabas Kortatu y ese tipo de grupos, y estaba muy vinculado al Sandinismo, así como a los movimientos guerrilleros. Desprendía un punto romántico que seducía a los chavales de barrio.

Históricamente, una parte de la izquierda española ha arrastrado un problema con esa seducción del mundo de ETA que no ha asimilado bien. Por eso me apetecía nombrarlo: porque aparte de formar parte de mi biografía, me parece un tema interesante que abre un ámbito de reflexión.

También abres un ámbito de reflexión sobre nuestro sistema educativo. En él, Antonio Aramayona aparece como una excepción.
Tengo una visión de la educación docente como algo profundamente refractario, y molesto. Mi impresión es que el sistema educativo se carga las vocaciones. Antonio Aramayona es un outsider, él se empeña en ser profesor a pesar de que el sistema le expulsa una y otra vez. No encaja en un sistema que no está diseñado para los que realmente tienen vocación docente. La gente que verdaderamente tiene esa vocación sufre mucho, porque el sistema educativo está pensado para que dichas personas tiren la toalla. Hay que ser muy testarudo para no terminar haciéndolo, porque realmente es un sistema pensado para te acomodes y no des problemas. Me parece una pena, porque la educación es un tema con el que a todos se nos llena mucho la boca pero en el fondo no le importa a nadie.

Quizá tiene que ver con una falta de valoración social de los docentes.
Al margen de la falta de valoración social, hay una cuestión que tiene que ver con la forma en la que seleccionamos al profesorado en España. Igual es un problema específicamente español, y no de otros países, que ocurre sobre todo en las disciplinas más vocacionales como las humanidades o las ciencias más puras. En esas disciplinas, muchos docentes están allí porque no han podido hacer otra cosa y se han frustrado. Suelen ser personas que no han conseguido llevar a cabo su proyecto profesional, ya sea por falta de suerte o de talento, y su plan B eran las oposiciones. Como no son docentes vocacionales y además están frustrados, transmiten esa frustración al alumnado.

Ser profesor es algo muy difícil, hasta te desgasta físicamente. Enfrentarse a treinta quinceañeros hormonados requiere tener unas tablas y una fortaleza que no tiene cualquiera. La educación pública no puede ser el refugio de gente que quería ser otra cosa. Por eso en el libro hay un elogio a la vocación de Aramayona, a su entrega docente de la cual no se puede quitar nunca y le trae tantos disgustos. Es el retrato del docente vocacional. En el fondo, yo creo que en el núcleo de su personalidad estaba el ser profesor, más allá de las otras capas de personalidad que tuviera.

La muerte de Aramayona se dibuja como su gran obra, aparece como una lección de libre albedrío. ¿Cuál fue su mayor enseñanza?
Nos inculcó el desprecio a la cobardía, y la importancia de dar la cara siempre. Nos enseñó a ser osados, a tirar para adelante y a tener cierta noción de control de la vida. Él siempre defendía responsabilizarte de tus palabras y de tus actos.

Las ciudades y las vivencias nunca existen por sí mismas, sino por la mirada que se arroja sobre ellas

Hablas de un desprecio a la cobardía, y sin embargo hay un trecho de la novela que revela una falta de valentía por tu parte. ¿Hay cierta culpa en la novela?
Sí, claro que hay una parte de culpa. Por eso hay una parte donde yo le digo abiertamente que lo siento. Yo no estuve bien ahí. La cobardía pone muchas excusas. No supe cómo actuar, me incomodaba mucho y lo rehuí. Antonio y yo compartimos una visión casi religiosa de respeto hacia la palabra escrita. En ese sentido, éramos muy parecidos. Sin embargo, éramos diametralmente opuestos en esa voluntad de militancia que yo no tengo, por eso en la lucha política no nos encontrábamos. Ahí es donde se produce cierto choque, ése era el mayor punto de distancia e incomprensión entre los dos.

¿La culpa es el gran motor de la novela?
La culpa es el gran motor de buena parte de mi literatura. En ‘’La Mirada de los peces’’ queda reflejada la culpa, pero luego el libro cuenta muchas otras cosas. Este libro no es una expiación. Yo no busco que me absuelvan de mis pecados. La culpa es el punto de partida, pero luego la novela va por muchos otros sitios. Uno de esos sitios es la construcción del personaje de Antonio Aramayona que no se parece al personaje público, a la geografía que otros están construyendo y que a mí no me interesa en absoluto.

De hecho, realizas un retrato del profesor muy humano, con sus defectos y sus contradicciones. ¿Hay una intención concreta en humanizarle y no santificarle?
Yo nunca haría una geografía de Antonio Aramayona como un santo, porque no me parece que las vidas de los santos tengan el menor interés literario. La literatura está para indagar las cosas, y donde podemos despertar interés y amor es precisamente en los defectos y en las contradicciones.

Estoy convencido de que nos enamoramos de los defectos de nuestras parejas y de nuestros amigos. Lo que nos gusta de verdad, aunque no lo confesemos, son las cosas que nos irritan. Nos enamoramos de un hábito, y eso es lo que echamos de menos cuando mueren. Si realmente les queremos, lo que queremos son las cosas que más problemas nos dan, o que más difícil de explicar son. Lo que echamos de menos del amigo fumador que nos ha apestado la casa es el aroma de su tabaco, y por eso cuando olemos su marca de tabaco en algún sitio nos viene un recuerdo proustiano que nos resulta agradable. En esas pequeñas contradicciones es donde nos encontramos los humanos. Estoy convencido de que la gente que se quiere durante mucho tiempo se quiere sobre todo en los defectos y en las contradicciones.

La escena en la que regresas a tu instituto es reveladora. Dibujas un retrato generacional en el que aflora una visión muy positiva y esperanzadora de la juventud actual. ¿Todo tiempo pasado no fue mejor?
Yo me rebelo contra esa tendencia natural de la especie a pensar que todo degenera, y que todo empeora. El famoso ‘’todo tiempo pasado fue mejor’’… Se trata de un mensaje que viene arrastrándose desde el principio de los tiempos, desde el neolítico: ‘’los jóvenes ya no cazan como antes, nosotros cazábamos mejor’’.

Creo que ese tópico se desmiente con un paseo por los institutos actuales. Los jóvenes actuales sí tienen intereses, aunque la brecha generacional provoque que a veces los adultos no entiendan esos intereses. Además, los jóvenes de hoy en día son mucho más pacíficos, más responsables. Mi instituto estaba completamente destrozado: roto por todas partes, sucio y lleno de pintadas. Cuando fui allí para dar una charla, estaba impoluto. Los chavales no sólo no rompían nada, sino que escuchaban. Estaban atentos y verdaderamente interesados por lo que les contaba. Eran adolescentes tranquilos que interactuaban y se divertían. Les miraba y pensaba que si llega a venir un tipo en mis tiempos a darnos una brasa como fui yo a darles la charla, no sólo no le escuchamos sino que le boicoteamos. Y los pocos que no estuvieran haciendo nada, estarían dormidos o bostezando.

Los jóvenes actuales, al menos por mi experiencia, son mil veces mejores. Tienen una calidad humana y académica mil veces mejor que la nuestra en aquella época. Nos dan mil vueltas.

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