«Es clave haber podido agrietar este muro que forma parte del ciclo de la impunidad. Que haya más medios que hablen de todo esto ya lo hace diferente. Por aquel entonces el silencio era absoluto, solo se hablaba de ello para vincularlo a la violencia»
Por Txell Partal & Clara Ardévol Mallol / VillaWeb
Traducido por Leticia Palacios / LQSomos
Entrevista al presidente de la asociación Memòria contra la Tortura, detenido durante la operación Garzón que comenzó hace treinta años
El 29 de junio de 1992, hace ahora 30 años, comenzaba la operación Garzón. Una cuarentena de activistas independentistas fueron detenidos y, de estos, casi una veintena fueron víctimas de torturas. Ramon Piqué fue uno de ellos. Le detuvieron el 6 de julio y fue trasladado a la Dirección General de la Guardia Civil de Madrid, donde los agentes lo torturaron física y psicológicamente. Querían que dijera que captaba militantes para Terra Lliure, pero él solo era miembro de los Comitès de Solidaritat amb els Patriotes Catalans y del Moviment de Defensa de la Terra.
El juez de la Audiencia Nacional que dirigía la operación, Baltasar Garzón, siempre se negó a investigar las torturas, a pesar de las pruebas presentadas. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos acabó condenando al Estado español y a Garzón por no haber abierto una investigación, pero los torturadores quedaron impunes.
La historia fue silenciada y una gran mayoría social se creyó la versión oficial, que acusaba a los activistas de terrorismo. Hoy dia cada vez cuesta más que la gente crea ciegamente el relato oficial, y casos como el de los detenidos del 23-S lo demuestran. Hablamos de todos estos cambios y de la lucha antirrepresiva con Ramon Piqué, que actualmente es el presidente de la asociación Memòria contra la Tortura.
-Hace 30 años le detuvieron, le acusaron falsamente de pertenecer a Terra Lliure y le aplicaron la ley antiterrorista. Hoy día vemos casos con los que se pueden encontrar muchos paralelismos. ¿Qué piensa sobre esto?
-Se aplican maneras de represaliar que pertenecen a otra época. El caso de Tamara Carrasco es muy singular, por ejemplo, nosotros no nos encontramos con un caso como este, pero en el caso del 23-S hay un paralelismo claro. Hay una parte de montaje, una justificación mediática de la actuación policial…
-¿Le sorprende que pase, 30 años después?
-No, porque las razones subyacentes a la represión que sufrimos nos precedían y no han cambiado. Como dice Eva Serra, somos una nación ocupada, y eso tiene muchas implicaciones. El estado tiene una incapacidad atávica para resolver conflictos vinculados a la disidencia política y no tiene interés en resolverlos de ninguna otra manera.
-La reacción social a estos casos ahora es diferente.
-Indudablemente. Ahora hablamos de miles de represaliados y en el 92 no pasamos de 40, sumados a los que se escondieron. Nosotros decíamos que era una cosa que le podía pasar a cualquiera, pero por entonces la gente no pensaba así. La dimensión que ha tomado el proceso político en este país y la respuesta represiva ha demostrado que todos tenemos números para que nos pase si nos manifestamos, si votamos… Hay muchas cosas que han cambiado: en nuestro caso no se consiguió que el Parlament aprobara una moción de apoyo. A pesar de todo, ahora la respuesta institucional es otra.
-¿Vuestro caso y la lucha posterior también han hecho que la gente vea casos como el del 23-S de otra manera?
-El contexto es clave. La respuesta antirrepresiva en nuestro caso fue muy pequeña. Cuando organizábamos actos contra la represión, si venían veinte personas era un gran éxito. Recuerdo un acto en el que solo vino una… Una manifestación espectacular como la que hubo en Sabadell el 23-S era impensable entonces, pese a algunas respuestas solidarias importantes: el Palau de la Música o el Concert per la Llibertat que se hizo en Girona. El independentismo no estaba acostumbrado a responder, y se vinculaba fácilmente con la violencia. Esta era la gran victoria de los medios del estado, una manera de desactivarnos.
-Aquello de “algo habrán hecho”.
-Esa es la frase que buscan. Una vez introducen la duda, desactivan posibles movilizaciones. Antes de nosotros hubo mucha gente que sufrió tortura y represión, como Carles Castellanos y Blanca Serra. De estos no habla nadie… para romper este muro de silencio han tenido que pasar muchos años. En el 92, excepto el Temps y el Punt -y seguramente algún otro medio-, el resto de medios se limitaron a reproducir la versión oficial. Y no hablo solo de El País y La Vanguardia…
-¿La aparición de medios que ya no se tragan esos discursos ha sido clave?
-Es clave haber podido agrietar este muro que forma parte del ciclo de la impunidad. Que haya más medios que hablen de todo esto ya lo hace diferente. Por aquel entonces el silencio era absoluto, solo se hablaba de ello para vincularlo a la violencia. Así, todo se justificaba y era más fácil decir que la gente que denunciaba torturas mentía. Uno de los grandes argumentos del juez Garzón en Estrasburgo fue que nosotros mentíamos porque habíamos sido condenados por terrorismo, cosa que no era verdad porque hubo gente absuelta. Su argumento era que las bandas criminales mentían por norma. No contaron con que había lugares donde no se tragarían esa versión. A nosotros nos sorprendió…
-De alguna manera invalidaban que un acusado por terrorismo pudiera denunciar torturas.
-Sí. A nosotros nos hacían confesar que teníamos “el libro del catalán”, un supuesto manual esperpéntico que nos aprendíamos y en el que se especificaba que, en caso de detención, teníamos que denunciar torturas. Nos hacían reconocer que eso existía… Así se curaban en salud, decían que las denunciábamos por órdenes de la banda criminal.
-Ha hablado de las versiones que dieron los grandes medios. TV3 formó parte de este silencio.
-El elemento diferenciador de la operación contra nosotros y las precedentes fue el hecho de que saliera Carles Buenaventura en TV3 diciendo que le habían torturado. Evidentemente tuvo implicaciones para el periodista Salvador Alsius, que fue destituido. O la liquidación del programa “L’orquestra”, de Jordi Vendrell, en Catalunya Ràdio por haber hablado de las torturas. Quien se atrevía a hablar del tema o a denunciarlo, “recibía”. Pero todo eso ayudó, por lo menos, a generar dudas. Que yo recuerde, TV3 nunca ha emitido el documental de la Operación Garzón, a pesar de que se hizo veinte años después. ¿Qué se quiere esconder? La versión oficial es que en el 92 se hicieron unos juegos olímpicos espectaculares, que hubo un antes y un después. Cuestionar aquella versión no es fácil, pero no debería darnos miedo.
-Dice que en el 92 pudieron cambiar ciertas cosas respecto de casos anteriores. ¿Cree que influyó el hecho de que detuvieran a dos periodistas, del Temps y del Punt?
-Sí, las detenciones comenzaron el día 29 y cada dos o tres días detenían gente. Si la operación hubiera acabado los seis primeros días ahora no hablaríamos de ella. Pero abrieron la red a periodistas, gente de ERC, del Partit dels Comunistes de Catalunya. Se les fue de las manos. Eso podría haber ayudado a verlo de otra manera, pero realmente fue la travesía del desierto hasta la sentencia de Estrasburgo, doce años después. Y, a pesar de la sentencia, algunos continuaron con el mismo discurso, como Pere Rios, de El País, que escribió un artículo justificando lo que había hecho Garzón. Pero Estrasburgo fue fundamental para que mucha gente viera que teníamos razón. Hasta entonces solo estaban los familiares, los amigos y las personas que nos apoyaban. En el 92 las familias se organizaban como podían, tragándose muchos sapos, pero con un papel extraordinario.
-¿Por qué?
-Hicieron el papel que nosotros no éramos capaces de hacer. Nunca se nos habría ocurrido hablar con el obispo de Vic o con el president del Parlament, porque éramos políticamente radicales y revolucionarios. Joan Reventós les dijo que mentíamos. Acabamos haciendo cosas a las que no estábamos acostumbrados, como hablar con Cristians contra la Tortura. Y los familiares de los presos tenían que ir todos los fines de semana a Madrid y en algunos casos no podían ni contar dónde estaba su hijo. Tenías que tragarte el silencio. Ahora como mínimo encuentras muchas complicidades, ese “estamos con vosotros”.
-¿Ese silencio era un doble castigo?
-Efectivamente. ¿Quién dice que su hijo está detenido por terrorista? Mi madre siempre me cuenta que se encontraba con gente que sabía lo que pasaba y no le decía nada… A pesar de todo, sentíamos la solidaridad. Aunque viniera una sola persona ya podíamos compartir el dolor.
–Pese a las diferencias con el presente, ahora hay muchos represaliados que se sienten solos. Los políticos han movilizado a mucha gente en la calle y la comparación está ahí.
-Sí, y es terrible e inevitable. Parece que hay represaliados de primera y de segunda, y los medios también han jugado su papel. Quien ejerce la represión no hace esa distinción ni la hará. No había pasado nunca y no es fácil de gestionar; los intentos de crear espacios estratégicos comunes contra la represión no fluyen. En las jornadas que se hicieron en Girona parecía que el clamor existía, pero si no va acompañado de un trabajo de verdad y de una voluntad de empatizar es difícil avanzar. Pero no es imposible. Si algo he aprendido es que, si no te rindes, acabas avanzando.
-¿Antes era más fácil la coordinación entre represaliados?
-Desde una perspectiva solidaria, seguramente sí, porque no éramos tantos. Desde una perspectiva política, en parte sí, también porque éramos menos, pero también teníamos dificultades y discrepancias. La discrepancia no siempre la hemos sabido utilizar para sumar, y eso ahora también lo vivimos. Pero quiero pensar que hemos aprendido.
-¿Ahora hay más herramientas de carácter práctico? Por ejemplo, el hecho de tener un abogado rápidamente, como pasa con Alerta Solidària.
-Hay muchos elementos útiles que nosotros no teníamos, como los grupos de apoyo, aunque tendría que haber más y más coordinados. Nosotros no teníamos organizaciones antirrepresivas con tanta capacidad de respuesta. Ni Alerta, que es la más sólida, la tenía. Ahora es la herramienta más poderosa que tenemos. Por aquel entonces en los comités solo teníamos cuatro abogados. Más allá del discurso no siempre se ha hecho una gestión político-judicial adecuada de la defensa. La represión es política y la respuesta también tendría que ser política, pero no siempre ha sido así.
-¿Se refiere a los pactos con la fiscalía que se hacen en algunos casos?
-Por ejemplo. Seguramente en una situación diferente, con una fuerza mejor organizada en todo el territorio, habríamos podido frenar este tipo de situaciones. Uno de los retos que tenemos es buscar espacios de trabajo común. Se lo debemos a los represaliados de ahora y a los de otras generaciones que no han podido hablar nunca.
-Hablemos de la cuestión de la tortura también relacionándola con el presente. Aún existe pero parece que no se quiere ver. El verano pasado, por ejemplo, la abogada Naia Zuriarrain narró las torturas y la violencia sexual que recibió de la Guardia Civil en 2010. Pero prácticamente no hubo ninguna reacción ni mediática ni social…
-La tortura es tan bestia que cuesta de aceptar. Y no hablo solo de los medios que tienen interés político en ocultarla. Hay gente que piensa que ya no se tortura, que no hay violencia policial, y no es verdad. ¿Cómo pensamos que se trata a la gente a la que se le aplica la ley antiterrorista? ¿Y en detenciones ordinarias vinculadas a movimientos islamistas? Dudo que haya cambiado la mecánica para obtener confesiones. Y socialmente se aceptan cosas como un pescozón… Además no se le da valor a la dimensión psicológica de la tortura. Con la tortura buscan romperte, y eso puede hacerse de muchas maneras.
-Esta dimensión psicológica también aparece cuando los represaliados sufren por causas que se alargan durante años…
-La tortura es un tipo de represión, como el exilio o las amenazas. Aunque no te detengan, que te estén identificando constantemente, es un tipo de represión. O el seguimiento policial que te hacen con el objetivo de que los veas. El miedo es muy poderoso. Y es importante poder compartir el dolor, porque lo hace más llevadero y es reparador. Cuando nosotros militábamos en los Comitès quien había sido detenido no hablaba de cómo había vivido la violencia en sede policial. Era terrible. Había una especie de pacto de silencio entre nosotros.
-¿Para no traspasar el miedo?
-Seguramente, ser débil ante la policía estaba mal visto. E implicaba mucho sufrimiento. Nosotros eso lo cambiamos y comenzamos a contar lo que nos había pasado.
-Pero debía de costar…
-A mi me costó muchísimo. La primera vez que conté las torturas fue en un acto en Sabadell. Después no podía ni mirar a la gente de la vergüenza… Hoy sabemos que una de las herramientas psicosociales para abordar la represión es poder contar todos los detalles, incluso los que parece que no tienen importancia. Recuerdo que me pusieron unos cables eléctricos. Aunque no los conectaron, eso consiguió romperme, fue aquel momento. Cuando conté lo que me había pasado, pasé aquello por alto porque pensé que, como no los habían conectado, no tenía importancia. No comprendí que aquello también era tortura. Y solo detallé las hostias, los golpes en la cabeza, las horas y horas de pie… No fui capaz de asimilar la parte más psicológica de la tortura, que les fue igual de útil o más. Por eso ahora siempre insisto en que la gente cuente todo el proceso.
-Gustau Navarro salió de declarar y se levantó la camiseta. Todo el mundo pudo ver en primera persona lo que le habían hecho con las torturas. Por lo que cuenta, era algo que normalmente no se hacía.
-Sí, y también todo lo que tiene que ver con la violencia sexual, que la gente no suele contarlo. Es un mundo perverso y oculto, con vergüenzas por destapar, unas cloacas profundas y universales. Por eso es interesante aprender de lo que otros países han vivido y qué herramientas han utilizado.
-Quisiéramos acabar preguntándole por Baltasar Garzón. ¿Qué le parece que siga saliendo en muchos medios sin ser fiscalizado?
-Dolió mucho cuando lo presentaron como un héroe con la cuestión de Pinochet. Vázquez Montalbán vivía y llegó a decir que le tendrían que dar el Nobel. Fue muy duro. Y hay intentos sistemáticos de blanquearlo más allá de medios como El País: Público, Eldiario.es, TV3… De vez en cuando, hay alguien que le saca el tema y, desde la impunidad que da el hecho de hablar solo tú, siempre tira balones fuera. Jordi Évole se lo preguntó y él mintió descaradamente, diciendo que nosotros no habíamos denunciado torturas delante de él. Como mínimo cuatro, delante de él y con su firma al lado, las denunciamos. Es un juez que miente para tapar su miseria y que sobre la mentira ha construido su relato. Seguramente es el tema que más le escuece. Ha llevado casos de gente vasca en situaciones similares a la nuestra, pero como no hay sentencia son más fáciles de tapar.
-Pudieron hablar con él en persona en el Parlament durante unos minutos. ¿Cómo fue?
-No quería hablar con nosotros, fue muy incómodo para él, pero acabó aceptando vernos sin que se hicieran fotografías. Nos dijo que había hecho todo lo que había podido y que los otros jueces sí hacían ese tipo de cosas, pero él no. Le preguntamos qué había pensado al ver nuestro aspecto, con los hematomas que teníamos, y por qué no hizo nada. Simplemente no respondió, vinieron los guardaespaldas y se lo llevaron.
* Nota original: Ramon Piqué: “Hi ha gent que es pensa que ja no es tortura i no és veritat”.
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