José Barón en 2015 fue declarado “Muerto por Francia” y una placa reza con su nombre en el lugar donde recibió la ráfaga de ametralladora, en París
Por Fran Martín
“José Barón, ‘Muerto por Francia’. Gérgal lo vio nacer, Melilla forjó al héroe”, nos traslada a la resistencia francesa durante la ocupación nazi. ¿Quién fue este almeriense nacido en Gérgal y qué avatares históricos vivió para que el país vecino lo reconozca y homenajee cada año como muerto por Francia?
José Barón Carreño, nació en Gérgal (Almería) pero, estando aún en la infancia, marchó junto a su familia a la ciudad de Melilla donde residió hasta los 18 años. Fue un buen estudiante que llegó a compaginar con trabajos relacionados con Artes Gráficas y vivió la Segunda República muy de cerca en ambientes de izquierdas. En el año que cumplía los 18 años, 1936, se iba a celebrar en Barcelona la Olimpiada Popular (Olimpiada paralela a la que se iba a celebrar en el Berlín bajo el régimen nazi). José Barón fue a Barcelona, junto con otros compañeros, para participar –representando a Melilla-, en la prueba de 1.500 metros lisos (había sido campeón en Melilla); Olimpiadas que comenzarían el 19 de julio de 1936.
Como todos sabemos aquella Olimpiada no pudo celebrarse por los acontecimientos acaecidos el día anterior. José Barón estuvo un poco de tiempo en Barcelona –pensaba que si regresaba a Melilla iba a tener problemas por su desafección hacia los sublevados, pero para octubre de ese mismo año bajó hasta su pueblo de nacimiento donde se celebró en Congreso de unificación de las Juventudes Socialistas y las Comunistas optando por el nombre de Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), donde es nombrado Secretario de Prensa y Propaganda. Con su nombramiento marchó a Barcelona de nuevo, ingresó en el PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña), o sea, en el Partido Comunista Catalán, y se alistó como miliciano en una unidad militar de la República. Fue adscrito a la 31ª División del EPR (Ejército Popular de la República) y fue nombrado Comisario Político en una de las Brigadas que la componían.
Hizo una labor cultural importante dentro de lo que se llamó “las milicias de la cultura”, a la vez que enaltecía con su don de palabra a los soldados que componían su unidad. La 31ª División, junto con la 43ª División, se vieron embolsadas por el ejército insurgente en Bielsa (Huesca), próximos a la frontera francesa pero antes que tarde, al no tener salida, el retroceso hacia el país vecino era la mejor solución para todos. La 31ª primero y más tarde la 43ª pasaron hacia Francia. Barón, junto con la mayor parte de la División volvieron a España por Gerona y se prestaron a formar parte de las unidades que librarían la batalla del Ebro.
Como sabemos, esta última batalla se perdió y Barón, junto con cerca de 500.000 españoles, militares, civiles, mujeres, niños, ancianos… todos cruzaron por infinidad de pasos hacia Francia antes que caer en manos de los sediciosos que habían provocado una guerra. José Barón, como todos, fue a parar a un campo de refugiados. Estuvo poco tiempo porque un día que lo trasladaban a otro campo, junto con otros compañeros, éste saltó del camión y se perdió entre la espesura del bosque alcanzando un puesto del maquis, al que se unió. Desde estos momentos (hablamos de la segunda mitad del año 1940, fecha en la que Francia es invadida por los alemanes), José Barón participó en numerosos actos de guerrilla que tanto proliferaron en todo el territorio francés. Barón formaba parte de una agrupación de guerrilleros en los que predominaban los españoles. Ellos tenían la experiencia de haber hecho una guerra recientemente en España y sabían cómo proyectar atentados, hacer emboscadas en guerra de guerrillas. Barón se distinguió en ese tipo de acciones. Tenía entonces 22 años.
Tanto se distinguió que fue enviado a diversos departamentos franceses, tanto en el norte como en el sur, en el este o en el oeste, tanto en zona ocupada como en la libre (hasta noviembre de 1942 que Alemania ocupó todo el territorio francés), enseñando y adiestrando a los nuevos grupos de la Resistencia que se iban formando en pequeñas localidades del territorio galo. Llega un momento que sustituye al máximo dirigente español de la Agrupación Española de Guerrilleros.
El Alto Mando de las tropas aliadas, una vez que se había efectuado el desembarco en Normandía, pensó que antes de llegar a Berlín había que tomar París. Se pone en contacto con todos los grupos de la Resistencia, entre ellos José Barón que, en aquel momento (agosto de 1944) ya era el jefe de todos los grupos de Resistencia que había en el norte de Francia, para que el día 19 de agosto comiencen una guerrilla urbana por las calles de París para que cuando llegara la 2ª División Blindada (al mando del general francés Leclerc), ésta tuviera casi el camino despejado para desfilar triunfante por el Arco del Triunfo parisino.
José Barón, casi comenzada la batalla urbana por las calles parisinas, en la esquina de la calle Villerxercel con el Boulevar de Saint Germain, recibió una ráfaga de ametralladora (de una MG42) que le habían disparado desde la sede de las SS, en el hotel Majestic. A los tres días murió como consecuencia de las heridas producidas en el tiroteo. En 2015 fue declarado “Muerto por Francia” y una placa reza con su nombre en el lugar donde recibió la ráfaga de ametralladora igual que en su sepultura. Tenía solamente 26 años pero había demostrado, con creces, su valía.
Pepe Sedano es una persona comprometida con la historia, miembro fundador del Centro Virgitano de Estudios Históricos, miembro también del Instituto de Estudios Almerienses y hombre concienciado con el dolor de los españoles en los campos nazis. ¿Has visitado in situ los espacios físicos donde tuvieron lugar algunos de aquellos infiernos?
Sí. He tenido la suerte de poder viajar, no a todos los sitios que me hubiera gustado visitar, pero sí aquellos que más me han impactado a lo largo de mis investigaciones sobre la deportación española. El primero, como no podía ser de otra manera, fue al campo de concentración de Mauthausen (Austria), en el mes de julio de 1995, con mi familia y dos amigos más con sus respectivas familias. En plan camping nos fuimos acercando a Linz (Austria) y poder visitar el campo. Fue impactante. Íbamos pasando por las distintas partes del campo y yo “veía” a mi lado a los deportados con sus trajes de rayas, famélicos, con la mirada perdida, demacrados, como seres que no fueran de este mundo.
Tuve la suerte que aún vivía en Mauthausen pueblo, a 5 km. del campo, un deportado español que se quedó voluntariamente a vivir allí: Manuel García Barrado. Era el conservador del museo del campo. Como conocía su existencia, pregunté al señor que despachaba los tickets de entrada que si podía hablar con el Sr. García Barrado (pensando que estaba en el campo). Cogió el teléfono, marcó y me pasó el auricular. Al otro lado estaba él. Me presenté, le dije a lo que me dedicaba y si era posible que me gustaría charlar con él un rato. Me dijo que en diez minutos estaba en el campo. Pregunté que cómo nos íbamos a conocer. Él me respondió que llevaría un libro bajo el brazo. Y así fue. Nos sirvió de Cicerone a lo largo y ancho del campo contándonos su experiencia en el mismo. Lo que sí nos dijo es que tenía las piernas mal y que no podía bajar a la cantera del campo (la famosa cantera de Wienergraben, con sus 186 peldaños irregulares). Se marchó y lo mismo hicimos nosotros después de bajar y subir la cantera. Pero esas imágenes, después de 27 años no se han borrado ni se podrán borrar jamás.
En 2016 tuve la posibilidad de ir a ver las playas del desembarco en Normandía, el Día D, aquel 6 de junio de 1944. Con tres compañeros del trabajo nos fuimos a Normandía. Visitamos las famosas playas, denominadas en su día como Sword, Juno, Gold, Omaha y Utah y me traje para casa arena de cada una de ellas. Ocupan lugar preferente en las estanterías de mi humilde biblioteca. Cada tubito de cristal transparente tiene el nombre de cada una y, en su interior, arena. Además de las playas pudimos comprobar los restos que quedan del famoso Muro del Atlántico que habían construido las fuerzas alemanas bajo el mando del mariscal Erwin Rommel. Los bunker, las casamatas, las baterías de costa de gran calibre que aún permanecen en sus lugares, inservibles –como es natural-, pero allí están. Otro hito importante en ese desembarco fue la Pointe du Hoc, saliente bien defendido por el ejército alemán entre las playas de Utah y Omaha que podía disparar hacia ambas playas. Fuimos, igualmente, a la Baja Normandía para ver y pasear por sus estrechas calles el Mont Saint Michel, otra maravilla indescriptible.
Por último, en 2018, con otros tres amigos y compañeros de mi trabajo nos fuimos a Cracovia (Polonia). El objetivo era ver, in situ, los campos de concentración de Auschwitz I (el campo principal) y Auschwitz II-Birkenau (el campo erigido ex profeso para asesinar judíos. En el campo principal se pueden apreciar, a miles, en distintas habitaciones cosas habituales que llevaban los deportados que allí llegaban: maletas con el nombre del propietario; jarras de todos los colores, hechuras y modelos; utensilios de aseo personal masculino (navajas de afeitar, brochas, afiladores de navajas, peines…); platos donde se les vertía la poca comida que se llevaban a la boca cada día; ropas diversas de niños pequeños; zapatos de todas las tallas, modelos y colores, tanto de niños como de adultos; trajes a rayas de diferentes tallas y prisioneros (en cada traje hay un triángulo de color diverso a la altura del corazón. Cada color significaba el por qué estaba en el campo. Rojo: prisionero político; negro: asesino; verde: ladrón, persona de mal vivir; rosa: homosexual; morado: Testigo de Jehová; azul: apátrida (se dio solamente en Mauthausen, y fueron los españoles quienes lo llevaron)…etc.
Está previsto que repitamos viaje los compañeros del trabajo (aunque ya me jubilé en 2019), en este año de 2022; en esta ocasión será a la costa atlántica francesa al objeto de ver las construcciones alemanas para sus bases de submarinos en las ciudades de Brest, Saint Nazaire, La Rochelle, Bordeos. También queremos acercarnos a la localidad de Oradour-sur-Glane para ver ese pueblo mártir cuya masacre ya hemos podido comprobar, en apartados anteriores, tuvo lugar el día 10 de junio de 1944, cuatro días después del Día D.
“Deportado a Dachau… y sobrevivió. Lorenzo González Salmerón, desde Berja hasta el infierno” es otra fascinante historia de vida de un virgitano, Lorenzo González Salmerón y su odisea en el tren fantasma, que Pepe Sedano ha publicado recientemente. ¿Podrías hablarnos un poquito de su historia?
La historia de mi paisano Lorenzo González Salmerón es, diríamos, rocambolesca. El segundo de siete hermanos (Juan, Lorenzo, Manuel, Francisco, Nicolás, Antonio y Carmen), hasta que se fue a la guerra (como miliciano), estuvo ayudando en casa. Primero con un carro tirado por una mula, después con un pequeño camión que con el tiempo fue cambiado por otro más potente a lo largo de los años veinte y treinta. Eso, quizá, le sirvió para poder sobrevivir al campo de concentración nazi de Dachau (Alemania). Sabía conducir, sabía de mecánica, fue contratado por un rico potentado virgitano (gentilicio de los nacidos en Berja), hasta que le llegó el momento de hacer el servicio militar. Cumplió con su patria y al poco de volver fue cuando estalló el conflicto. Algunos militares de alto rango dan un golpe militar pensando que les seguirían todas las diferentes unidades distribuidas a lo largo y ancho del país. No fue así y la guerra fue inevitable.
Lorenzo, en el momento de la sublevación, no lo duda. Se va a Almería capital desde Berja y se pone a disposición del Ejército de la República (el que había en aquel momento, julio de 1936). Es agregado al 6º Batallón de Transporte Automovilístico de Almería y asignado al avituallamiento de las Brigadas Mixtas 54ª, 55ª y 85ª, adscritas a la 23ª División, del XXIII Cuerpo de Ejército del Ejército de Andalucía, que estaban situadas entre la localidad costera granadina de Castell de Ferro hasta las cumbres de Sierra Nevada. En un momento determinado, el Estado Mayor de la República decide la ofensiva de Teruel y la mitad del 6º Batallón en el que está Lorenzo es enviado a Castellón para estar llevando material a esta ciudad maña. Lorenzo es uno de los que son enviados al Levante español.
En una de las acciones de guerra en las que Lorenzo y su camión participan es ametrallado por la aviación alemana al servicio de los insurgentes y uno de los proyectiles le destroza el tobillo. Es llevado al hospital de Sangre de Manresa donde le amputan parte de la pierna derecha, a la altura de los gemelos. De ahí pasa al hospital de Vallcarca en Barcelona y de ahí, una vez perdida la batalla del Ebro, Lorenzo atraviesa la frontera francesa hasta las playas de Argelés-sur-Mer. Después de una semana tirado, como tantos miles, en la arena de la playa de esta localidad, rodeado de alambradas y por el Mediterráneo, soplando una especie de Tramontana infernal, decide evadirse y lo hace una noche. Vaga por las cercanías y el dueño de una granja lo acoge como si fuese un familiar llegado del norte.
Cuando lleva un tiempo decide ir hacia el Atlántico, a Burdeos para tomar un barco y escapar. Tras tres detenciones, la última fue por la Gestapo. Francia ya estaba invadida y lo envían al campo de Noè. Lorenzo está tullido, no puede realizar labor alguna, tiene media pierna de palo, así que pasan los días y los años en Noè. En un momento determinado, las autoridades alemanas en Francia deciden que va a partir un convoy, desde el campo de Vernet d’Ariege, hacia Dachau. Los refugiados de Noè van hacia el de Vernet y los envían por el camino acostumbrado, vía Burdeos, Drancy, Dachau.
Se dan cuenta que no hace mucho tiempo han desembarcado los alemanes en Normandía. El paso de los convoyes por París, Drancy, está complicado por la cercanía de las tropas aliadas. Deciden –desde la ciudad de Angulema, donde habían llegado-, dar marcha atrás y volver sobre sus pasos y hacer la travesía por el este francés, cercano a los Alpes, para llegar a Dachau. Por el camino se fugan algunos deportados, otros son disparados y mueren. A veces están parados días, semanas, en vía muerta, esperando órdenes. Lo que un trayecto normal duraba dos, tres días, aquel convoy que había partido de Vernet hacia Dachau tardó dos meses y medio. Se le llamó “El tren fantasma”, aunque Lorenzo nunca supo que así había sido bautizado. El tren llegó a Dachau y él tuvo una suerte enorme porque, con su invalidez, lo más seguro es que hubiera muerto –antes o después-, pero se le asignó un trabajo: chófer. Eso le salvó la vida. Cuando en abril de 1945 los americanos liberaron el campo Lorenzo estaba vivo.
Lorenzo se quedó a vivir en Francia, como casi el cien por cien de españoles que habían estado recluidos en un campo de concentración nazi. Cuando yo inicié la investigación y me enteré de su existencia, no lo dudé. Con mi esposa y dos amigos, en un Renault-5, nos fuimos al pueblo donde vivía Lorenzo: Laguèpiè, en el departamento de Tarn et Garonne. Le hicimos una entrevista con un viejo magnetofón donde nos contó su vida en Dachau. Esa entrevista ocupó dos cintas de casette y junto con la correspondencia que mantuve con él desde esa fecha del viaje: septiembre de 1981, hasta el año 1988 que falleció, ha formado el corpus documental para la elaboración de ese libro que, comenzó siendo artículo publicado en la revista “Farua” que edita el Centro Virgitano de Estudios Históricos del Ayuntamiento de Berja (Almería), sesgado como todos los que publiqué en dicha revista (debido a su extensión, me decía el editor literario).
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