Entrevista a Pepa Miranda: “Lástima que las Leyes de Memoria en este país no hayan servido para hacer justicia de verdad con las víctimas”

Mi abuela recibe muy de mañana la terrible noticia del asesinato de su marido solo ocho días después de la detención y se encuentra con una pareja de la Guardia Civil impidiendo que nadie pudiera entrar en la casa. Les privaron hasta de llorar a sus muertos.

Por Sol Gómez Arteaga

Entrevista a Pepa Miranda, nieta y biznieta con memoria, de Padul, Granada. Ella nos cuenta, para NR, su historia familiar, una historia que da un giro la noche de 28 de julio de 1936 cuando detienen a su abuelo José Daniel Miranda Lara. Cuéntanos ese suceso.

Cuando se produce el golpe de estado en Padul, un municipio de Granada, existía una potente agrupación Socialista con unos 600 afiliados, y con una extraordinaria actividad tanto de índole política como social, lo que les ponía en el punto de mira de la derecha que veía peligrar muchos de los privilegios de los que gozaba históricamente. Nada distinto de lo que ocurría en muchos pueblos de todo el país.

Ya desde la proclamación de la República arremetieron contra la Comisión Gestora, trataron de acabar con ellos de todas las formas posibles, con acusaciones, denuncias, coacciones. El golpe de Estado les dio la oportunidad de actuar contra quienes trataban de arrebatarles sus privilegios.

En este ambiente tan exaltado y convulso se producen las primeras detenciones de socialistas locales, mi abuelo, José Daniel Miranda Lara, y otros ocho compañeros entre los que estaba el que fue último alcalde de Padul, Nicolás Duarte.

Las detenciones se producían de madrugada, cuando los golpes en las puertas de las viviendas rompían el silencio de la noche y sembraban el terror en los hogares de quienes aparecían en aquellas malditas listas noche tras noche. En presencia de la familia les hacían vestirse a toda prisa, entre el llanto de los chiquillos asustados, la mujer suplicante, unos matones insensibles, miembros de la sanguinaria falange hacían cumplir sus órdenes a golpes, culatazos, gritos e insultos. Maniatados los conducían a la cárcel local y a la familia les prohibían incluso llorar. No eran individuos desconocidos, ni se ocultaban, se jactaban de su “hombría” y de lo sanguinario de sus actos. Cuatro días después los trasladan a la cárcel de Granada donde permanecen hasta la madrugada del siete de agosto que son fusilados en la tapia del cementerio de Granada. Mi abuelo era un próspero empresario local, tenía cuarenta años y cinco niños. Era el Presidente de la Casa del Pueblo y de la Sociedad Obrera “La Alianza”.

Poco después tu bisabuelo, José Miranda Rodríguez, escribió en una libreta intercalando entre fechas y otros datos, los hechos relacionados con la detención y asesinato de su hijo para conocimiento de la familia y que no se olvidara lo ocurrido. Háblanos de ello.

Mi bisabuelo dejó escrito el nombre y apodos de los dos asesinos que detuvieron a mi abuelo. Ese relato, de apenas una hoja en una libreta pequeña, recoge los elementos esenciales para que unos hechos tan trágicos no desaparecieran en el olvido, y lo hace en varios sitios, en un intento de camuflar el drama entre listados de nombres, fechas de casamientos, nacimientos… porque hasta recordar les estaba prohibido.

Mi tío abuelo Francisco, un pequeño empresario con varios negocios en el pueblo de Salar donde residía junto a su mujer, maestra del pueblo desde hacía 26 años, sus hijos y otros miembros de la familia, tuvo que huir, junto con sus hijos ya que las tropas golpistas procedentes de Granada estaban muy carca del municipio y dada la trayectoria de militancia política familiar (miembro del partido de Martínez Barrios y uno de sus hijos cofundador del partido Comunista local) y el reciente asesinato de su hermano (mi abuelo), tuvieron que refugiarse en cortijos de la zona de Alhama de Granada y huir hasta Almería donde pasaron el resto de la guerra.

Cuando mi bisabuelo tiene conocimiento de que se han quedado las mujeres solas, decide desplazarse hasta Salar. Mi abuela contó en alguna ocasión que ella y mi padre habían acompañado al abuelo a Salar y unos días después se volvieron a Padul “y menos mal” decía, pero sin dar mas explicaciones. De lo que ocurrió a continuación tardarían mucho tiempo en tener noticias.

Tu bisabuelo desconocía que meses más tarde, 26 y 27 de diciembre de 1936, él y tres mujeres de su familia iban sufrir el mismo y cruel destino. ¿Cómo se desarrollaron los acontecimientos? ¿Quiénes eran cada uno de tus familiares para que sobre ellos recayera la barbarie más atroz?

El 27 de Diciembre de 1936 mi bisabuelo José Miranda Rodríguez y dos mujeres de la familia son asesinados en las tapias del cementerio de Loja.
Tenía 77 años, era sargento de la Guardia Civil jubilado, estaba viudo y durante la República había sido alcalde de Padul, el primer alcalde socialista.

Los hechos que acabaron con su vida y la de tres mujeres de la familia comenzaron cuando las fuerzas golpistas que habían ocupado el pueblo se dirigieron a la vivienda familiar para proceder a la detención de la familia, acusada de incitar a un soldado oriundo de Padul y conocido de mi bisabuelo a pasarse al Ejercito Republicano.

Desde ese momento la vivienda sufrió varios registros y quedó bajo vigilancia permanente de un escuadrón de Falange.

Mi tía Pura, aconsejada por el juez municipal, acudió ante la autoridad militar, que se negó a recibirla, al parecer ya tenían tomada la decisión sobre el destino de la familia.
Ese mismo día fue detenida toda la familia. Detención que le costó la vida a Pura, que se arrojó por el balcón cuando escuchó los pasos y gritos de los militares subiendo la escalera, le siguió Enriqueta que se quedó enganchada y malherida en el balcón del piso inferior. La descolgaron a machetazos y colocada sobre un colchón la subieron al camión que ya iba cargado de detenidos. A Enriqueta malherida, a mi bisabuelo, anciano y enfermo, y a Concha, la otra hermana, los condujeron en ese camión de la muerte, hasta Loja, donde fueron fusilados al siguiente. El asesinato de Enriqueta fue recostada sobre el colchón, ya que las heridas que sufría le impedían mantenerse erguida.


Parece que no se conformaron con matar a las personas, sino que también querían sus bienes. ¿Cómo fue la vida para el resto de tu familia que se vio obligada a sobrevivir?

Mientras el cadáver de mi tía Pura permanecía en el depósito de cadáveres del cementerio de Salar, los gerifaltes de Falange, el comandante del puesto de la Guardia Civil acompañados por vecinos del pueblo, desvalijaron la vivienda llevándose cuanto llegando en su afán de rapiña, también levantaron las losetas de parte de la vivienda buscando joyas y dinero. Búsqueda infructuosa, ya que Pura las había enterrado bajo una parra del huerto de la casa.

Parte del mobiliario fue destinado para “adecentar el local de Falange” según consta en un documento incorporado al proceso seguido en los años 40 contra el Comandante del puesto de la Guardia Civil de Salar, Manuel Pérez Vázquez, responsable de estos y otros hechos similares.

Sólo muchos años después, tras el paso por varios frentes de batalla, cárceles y campos de trabajo, mi tío abuelo y sus hijos conocieron el verdadero alcance de la tragedia familiar y pudieron recuperar una ínfima parte de los bienes usurpados.

Fueron años durísimos para todo el país. Mi familia no podía ser una excepción. Mi abuela recibe muy de mañana la terrible noticia del asesinato de su marido solo ocho días después de la detención y se encuentra con una pareja de la Guardia Civil impidiendo que nadie pudiera entrar en la casa. Les privaron hasta de llorar a sus muertos. Solo una valiente vecina se plantó ante ellos y les dijo: “¡Voy a llevar tila a esta familia, aunque me fusilen!”.

Debió ser tal su estado de desesperación que poco después su hijo Pepe, un niño de 12 años, la rescató del brocal del pozo del patio de la casa y como si despertara de un sueño, a sus 35 años, con solo la profesión de madre de cinco niños, a los que habían expulsado de la escuela por ser hijos de un rojo, se dedicó a buscar la manera de que no pasaran hambre haciendo todo lo que podía, a veces bordeando la legalidad, y aprendió el oficio de “recovera”. Más tarde abrió una pequeña taberna que, poco a poco, se fue convirtiendo en tienda de ultramarinos hasta su jubilación.

En esa tarea también fueron claves mi tía Miranda y su marido, el tío Juan Miguel, matrimonio sin hijos, que cubrieron las carencias que la sociedad les negaba, enseñando a leer y escribir a los más pequeños, llevando a escondidas algunos alimentos, tareas que no siempre fueron fáciles.

Los negocios y una huerta familiar habían desaparecido.

El hermano de mi abuelo, marido de Pura, y sus hijos, tras perder la guerra, sufrieron varios años de cárcel en Granada, en Loja, en Algeciras, en uno de esos penales que utilizaban a los presos como esclavos del franquismo.

Cuando volvieron a Salar, donde ya no conservaban nada, ni casa ni negocios y pudieron sobrevivir gracias a la ayuda que le prestaron algunos amigos hasta que de nuevo retomaron algunos de sus antiguos negocios, consiguiendo llevar una vida acomodada con el tiempo.

Uno de ellos, mi tío Paco, hijo de Pura y de mi tío abuelo Francisco, ya en los años 50, al trabajar como secretario de un Sindicato, pudo facilitarle a la guerrilla una maquina de escribir y papel. Fue traicionado por el cabecilla apodado Roberto y condenado de nuevo a años de prisión.

Nunca he tenido un relato completo de los hechos, sólo frases sueltas, suspiros que parecían dejar escapar un mal recuerdo. Nunca se hablaba de personas concretas ni de hechos, ni de lugares, solo de forma abstracta y extraña.

En el año 77, a través de un artículo de la ya desaparecida revista Interviú que versaba sobre las otras víctimas del golpe de Estado en Granada, te enteras de la historia de la represión en tu pueblo, también de la historia de tu abuelo asesinado y empiezas a investigar. ¿Cómo fue esa investigación?

Cuando la Revista Interviú publicó un articulo el año 77 sobre la represión en Granada que produjo miles de asesinados además del poeta Lorca, devoré el artículo del escritor Andrés Sorel que investigó y entrevistó durante varios meses a familiares de víctima. Era una publicación plagada de errores, pero que a mi me abrió las puertas de un mundo desconocido. Descubrí que mi abuelo no había muerto en la guerra como había oído siempre, descubrí que el Castillo Palacio de los Condes de Padul, (La Casa Grande) había sido uno de los Campos de Concentración más terribles de la Provincia, donde torturaban a los gudaris (soldados vascos) que construyeron un camino con su nombre en el monte picando roca. Descubrí que había un lugar, una fosa, donde el cereal crecía con más fuerza que en su alrededor y que el propietario dejaba sin cosechar hasta que la guardia Civil le obligaba a hacerlo.

Fue como tener en mis manos un puzle al que faltaba muchas piezas para poder armarlo, algo que no resulta fácil aun hoy que han transcurridos tantos años. Cuando preguntaba a la familia la respuesta de mi tía Miranda fue: “Deja que los muertos descansen en paz”. Lo dijo con la cara transfigurada hasta el punto que no volví a preguntar. Mi abuela hablaba del abuelo siempre haciendo referencia a su vida de antes de que ”pasara lo que pasó”. En este sentido fue crucial la investigación del historiador local Montero Corpas, que hizo una profunda investigación en archivos sobre Salar, dedicando un capítulo del libro que publicó a mi familia con datos desconocidos hasta ese momento.

Solo cuando murió mi padre me di cuenta de que tenía que hacer algo para evitar que se perdiera una historia que desconocía, me puse en contacto con una asociación de Memoria, y a pesar de que no tenían apenas información de mi familia, fue el primer paso para participar en muchos actos como familiar de víctimas, tanto en la Tapia del Cementerio de Granada, en el Fuente Vaqueros, el pueblo de Lorca, o en el homenaje anual al poeta en el lugar donde fue fusilado en Alfacar.

Tuve la fortuna de participar en todo el proceso para la instalación del Memorial a las cerca de 4000 victimas fusiladas en la tapia del Cementerio de Granada, lo que me hizo entender la extraordinaria dimensión de la tragedia. Un Memorial, bellísimo, en el que aparecen más 700 desconocidos, personas por las que nadie se tomó ni siquiera la molestia ni de anotar su nombre.

Pero si de algo me siento especialmente agradecida fue que se me permitiera hablar en voz alta de mis familiares -no en susurros como siempre se habló de nuestros muertos-, en la Sede del Parlamento de Andalucía.

El día que se aprobó la Ley de Memoria Democrática, el escuchar a la ponente hablando de la historia de mi familia fue uno de los momentos mas extraordinarios y contradictorios que he vivido. Había demasiadas ausencias y muy pesadas.

Lástima que las Leyes de Memoria en este país no hayan servido para hacer justicia de verdad con las víctimas. No voy a entender jamás porque en este país a todas las víctimas no se les aplican las mismas leyes. ¿Por qué se hace una excepción con las víctimas del franquismo? ¿Alguien ha cuantificado el volumen de enriquecimiento de empresas con el trabajo esclavo? ¿Alguno de esos presos fue indemnizado por ello? ¿Para que sirve anular sentencias de muerte si de ello no se derivan consecuencias de ningún tipo? ¿Ha servido esa Ley para privarnos de vivir una humillación más con el traslado del dictador a otro lugar, que seguimos pagando con nuestros impuestos, mientras que a otras familias no se le permite recuperar a sus familiares en ese mismo lugar? Hay muchos ejemplos que se podían citar.

Personalmente creo que es muy importante hacer memoriales, homenajes, pero si se queda en eso, no deja de ser un agravio en relación al resto de víctimas de este país.

Como nieta, biznieta y sobrina nieta, además de eso, quiero recuperar sus restos, que su lucha, su sufrimiento y su valor se incluya en curriculum escolares sin que nadie pueda impedirlo mediante subterfugios, que se les rehabilite socialmente, se les devuelva lo usurpado y se indemnicen los daños causados. No pido nada que no se haya hecho con otras víctimas.

Los entendidos en el tema dicen que el trauma de la Guerra Civil afecta a varias generaciones. ¿Crees que el dolor se hereda? Y en tu caso, ¿sientes o has sentido en algún momento que el trauma familiar pesa sobre ti?

El dolor se hereda, dicen los expertos que llevan años estudiando los efectos del holocausto en los descendientes de las víctimas. El dolor, la angustia, el silencio la vergüenza no desaparece con la muerte de quienes sufrieron situaciones muy dolorosas, se transmiten a algunos de los miembros de la familia en las siguiente generaciones. Hay miedos, temores, angustias que no encuentran una explicación lógica, y hablo de mi propia experiencia. Vivir en entornos de silencio hace que se transmitan normas, mitos y mensajes sin posibilidad de ser cuestionados y la fantasía llena esos vacíos no siempre de la manera más adecuada. Ya hablaba Freud en algunas de sus obras de que “Ninguna generación es capaz de disimular a las que siguen los acontecimientos psíquicos significativos” (Tótem y Tabú)

En España hace ya algunos años que se están estudiando estos fenómenos en descendientes de víctimas de la guerra.

¿Qué les dirías a las generaciones más jóvenes (en concreto pienso en esa niña de ojos inteligentes que es tu sobrina Marta) en materia de Memoria Histórica?

A muchos jóvenes esto les parece algo muy ajeno y lejano, pero no es así. Acontecimientos recientes demuestran lo contrario, quizás no hemos sabido o podido llegar a ellos de la forma adecuada, aunque confío que lo consigan una generación de ilustradores que están haciendo una labor encomiable en la difusión mediante publicaciones de comic de ese capítulo de nuestra historia, tan duro y desconocido. El lenguaje del comic es mucho más accesible a los jóvenes, aunque con la precaución de que no se conviertan en historietas en las que la equidistancia marque la pauta, como ya hay algún caso.

Con Marta he intentado desde que era muy pequeña que me acompañara a cuantos actos acudía, ya fuese presentación de libros, conferencias, homenajes o documentales, a la vez que le hablaba de las personas a las que se refería cualquiera de los eventos, así como de la propia familia.

Hubo una película que fue como una revelación para ella: “Coco“. Entendió perfectamente la importancia del recuerdo y la memoria de los familiares muertos. Esa película es imprescindible para entender la necesidad de conocer la verdad, la necesidad de no ocultar la historia y la importancia de recordar.

Que vean “Coco” y lean comic sobre nuestra historia, es lo único que puedo decirles. Les va a divertir y les va a hacer pensar.

No puedo decir lo mismo de la película “Madres paralelas”, de la que su director se lamenta de que aún no se puede hablar de memoria en este país. Con todo mi respeto, creo que está en un error, se puede y se debe seguir hablando de nuestra memoria para conocer nuestra historia.

Lo que no se debería hacer es hablar de Memoria camuflándola entre otros cientos de cosas. Me refiero a “Madres paralelas” que me ha parecido un pastiche y una oportunidad perdida de hablar de nuestra historia.

Es una obra hecha de manera oportunista y sin amor. Una mezcla de muchas cosas de manera muy superficial y con un punto de frivolidad que no era necesario, y ni siquiera se ha molestado en que no se notara demasiado, sin pudor y sin rubor. Y lo ha rematado con un final tan falso como irreal, el lenguaje corporal de las hijas, las nietas que acuden a una fosa es muy distinto de lo que nos quiere hacer creer Almodóvar, es la imagen de mujeres que cargan sobre sus hombros el peso de una historia familiar que a veces te deja sin respiración. Una pena y una oportunidad perdida.

¿Qué opinas cuando ves que la historia de terror, de dolor, se repite en la actualidad con lo que está pasando en Ucrania?

Quizás todos hemos sido un poco ingenuos al pensar que en Europa nunca podrían darse situaciones como las que se vivieron en nuestra guerra de España (me niego a llamarla civil). Siento un dolor antiguo que se renueva con cada noticia, con cada imagen, con cada tragedia. No hemos valorado lo que significa vivir en paz. No hemos educado para la paz, no hemos advertido de su fragilidad a los más jóvenes.

Es evidente que nosotros no podemos parar una guerra como la de Ucrania, pero sí podemos educar en valores que impidan que los conflictos se solucionen con violencia. Si educamos en los valores del respeto, la igualdad, la fraternidad, la solidaridad, la justicia social, la protección del medio ambiente y el pensamiento critico, posiblemente las guerras serian una excepción.

Lo único que me reconforta es la solidaridad de la gente, la generosidad y la valentía acogiendo refugiados. Me gustaría pensar que España se convierta en lo que fue México para los republicanos españoles, un lugar de acogida, de paz, de solidaridad. Un país con el que siempre tendremos una deuda de gratitud.

Arriba: izq. José Manuel Miranda Lara, su abuelo. Dcha. Purificación Rivas. Centro José Miranda Rodríguez. Abajo izq: Enriqueta Rivas. Dcha. Concepción Rivas.

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