Mariano Sánchez Soler: “En la Transición se utilizó la represión en la calle para frenar la movilización por medio del terror”

Entrevistamos al periodista y escritor Mariano Sánchez Soler, licenciado en Ciencias de la Información y doctor por la Universidad de Alicante. 

Por Angelo Nero

El mito de la Transición pacífica y modélica es contestada en tu libro desde el título: “La Transición Sangrienta”. En la versión oficial, repetida como un mantra por los partidos del régimen del 78, la única violencia señalable es la que vino por parte de las organizaciones armadas que se enfrentaban a un estado que mantenía los pilares que habían sostenido el franquismo intactos. Pero, además de esa contestación armada, en la Transición hubo también una violencia que venía de las fuerzas de seguridad del estado, del ejército, y también de lo que después se llamarían las cloacas del estado. ¿Había una estrategia violenta por parte del estado que sucedía al régimen franquista, o, como señalan algunos autores, las muertes causadas por la policía, o por los grupos de ultraderecha, no formaban parte de una táctica definida?

El problema de fondo no es que hubiera una estrategia definida, escrita en una reunión de gente siniestra, sino que lo que hubo fue más sencillo: emergía la izquierda, los derechos democráticos, los sindicatos, y entonces el régimen franquista hizo lo posible para que ese proceso fuera controlado, y para que fuera controlado ¿Cuál era la cuestión? La cuestión era, evidentemente, la movilización. Porque la izquierda eran los únicos que tenían capacidad de movilizar, y el sistema necesitaba que la calle estuviera bajo control gubernamental, y que no hubiera movilizaciones más allá de lo controlable.

Quien capitaneo la nave de la transición fue la derecha posfranquista, porque eran todos altos cargos del franquismo, incluso algunos ministros, empezando por Suárez, y el control del proceso democrático era un proceso a la medida, y los partidos de izquierda tuvieron que aceptar, sobretodo el Partido Comunista y el Partido Socialista, esas reglas del juego, que era el control de la calle, que no hubiera movilizaciones. Date cuenta que se vivió un periodo de grandes movilizaciones, hasta que se cortó de raíz. Después de la muerte de Franco fue in crescendo de movilizaciones, pero los partidos de izquierda, que tenían influencia, trataron que no se desmadrara el asunto.

Luego, las tramas negras, esa combinación del aparato del estado, de la policía, también de los sindicatos verticales, del sector armado que quería mantener los privilegios del franquismo, actuaron como fuerza de choque. Hubo una violencia indiscriminada, para frenar esas movilizaciones en la calle, y, por otro lado, hubo una violencia selectiva, que fue dirigida a determinados elementos para crear una situación de terror.

Estamos hablando de un proceso donde había ruido de cuarteles. Los cuarteles dirigían, de alguna manera, el ritmo de la Transición. Está la Operación Galaxia, está el 23-F, está el 27-O, en vísperas de las elecciones del 82, esas son las conocidas, pero había operaciones permanentes.

Realmente, se utilizó la represión en la calle, por parte de la policía, y la selectiva, por parte de grupos fascistas, los atentados contra revistas y periódicos más progresistas, para frenar la movilización por medio del terror, con distintos personajes. En siete años, mueren por causas políticas, o por causas vinculadas directamente al proceso de la Transición, donde incluyo a las víctimas de ETA también, porque los atentados estaban ajustados a situaciones muy concretas, 593 personas, con nombres y apellidos, por violencia política.

Cuando hablamos de violencia en las manifestaciones, en los controles de la Guardia Civil, también es violencia institucional. Cuando hablamos de violencia organizada por partidos legales, como Fuerza Nueva, es violencia institucional, porque eran asociaciones amparadas por el sistema, utilizadas para frenar el avance de la izquierda, y los derechos del aborto, del divorcio, de las normas que nos equiparaban a Europa.

Son 593 muertos, pero, en siete años, hay 2.300 heridos, también con nombres y apellidos, heridos de bala, en manifestaciones y en otras circunstancias, y eso es es mucho. Estamos hablando de siete años en la historia de un país, con victimas del Terrorismo de Estado, de la violencia institucional, de grupos vinculados al aparato del estado, que suman 3.000 víctimas directas. Y cuando acabó la Transición se acabó, que es lo más alucinante.

Cuando triunfa el PSOE en las elecciones, que es un cambio radical. Cuando fracasa el 23-F, se convierte en algo más residual, el terrorismo de extrema derecha desaparece, por ejemplo. La represión en la calle no se cobra cincuenta y tantos muertos, como se cobró en el primer año de Transición, con policías que disparaban a bulto en las manifestaciones, con armas de fuego, eso también cambió. Esos siete años son muy contundentes.

Al mismo tiempo creó la propaganda de que la Transición había sido ejemplar, pero ¿ejemplar para quién? Porque los muertos los ponían las organizaciones de izquierda, normalmente gente joven, en un 80%, que se movilizaba, que estaban en la calle, mientras estaban en los despachos tratando de llevar esto a un terreno democrático equiparable con el resto de Europa. Pero se hizo con los franquistas reciclados, mientras los partidos de izquierda mayoritarios, participaron en ese asunto. Piensa que en las primeras elecciones, no todos los partidos de izquierda estaban legalizados. Era una situación de convulsión muy grande. Si vas a las cifras que muestro yo en el libro se ve con claridad.

Instrumental para una operación de cirugía política” es el título de uno de los primeros capítulos de tu libro, en el se dan las claves de la transición de una dictadura a una democracia sin que existiese una ruptura política, eso que se definió como “de ley a ley”, y que permitió que las estructuras franquistas cambiasen de nombre, como el Tribunal de Orden Público, que pasó a ser la Audiencia Nacional, o presentar una ley de punto final, que eximía de cualquier responsabilidad penal por los crímenes del franquismo, como una ley de amnistía de los presos políticos. ¿Realmente dejaron todo “atado y bien atado”?

En historia, en el mundo real, tu no puedes valorar las cosas en como podrían haber sido si se hubieran hecho de otra manera, eso nunca lo sabremos, lo que si está claro, es que los partidos de izquierda, el PCE sobretodo, que es el que tenía más autoridad moral, digamos, porque eran los que habían estado peleando de verdad en la dictadura, y el PSOE, como partido mayoritario, aceptaron una serie de reglas para conducir este país a un sistema parlamentario, con sufragio universal, sin tocar prácticamente ningún aparato del estado. No tocaron la judicatura, nadie tuvo que dar cuentas, se cambiaron los nombres como en la Brigada Político Social, y se le llamó Brigada de Información, donde se jubiló a los muy destacados, pero el resto no, incluso algunos de los muy destacados siguieron trabajando directamente con los gobiernos del PSOE, como Billy el Niño, o Conesa. Se aceptó una forma de hacer las cosas, y esa es la clave.

Que en el 74, en Portugal, se produce la Revolución de los Claveles, que lo protagonizó un sector del ejército, en el contexto de la decadencia en las colonias portuguesas, pero en todo este proceso democrático murieron cinco o seis personas en un altercado con miembros de la PIDE. En Grecia, que era la tercera dictadura de Europa Occidental, se pasó del régimen de los Coroneles, que fue sangriento, a una república, y no hubo prácticamente víctimas. Aquí se aceptó un mecanismo lento, de no enfrentamiento social, de desmovilizar a las masas, e ir negociando en despachos sin la presión de la movilización, que fue aceptada por los partidos a cambio del proceso democrático.

Y eso fue lo que paso, entonces nunca sabremos que pasaría si realmente hubiera una ruptura democrática, si no se hubiera aceptado la monarquía como arbitro, si no se hubiera aceptado negociar con los posfranquistas. Porque la decadencia de la dictadura era muy grande, pero el poder del franquismo también lo era, y de los personajes que controlaban el poder, los militares, la policía, los capitalistas. Fíjate en una cosa, nunca hubo ningún problema con los banqueros, con los empresarios, en el proceso de la Transición, no se vieron cuestionados por el proceso, y se convirtieron en los que financiaban a los partidos para las elecciones. Partidos inexistentes, sin dinero, sin infraestructura, sin militancia. Pagarte unas elecciones cuesta mucho dinero, y los bancos se convirtieron en los avalistas de todo esto.

Por eso el proceso fue pasar de una dictadura, muy degenerada, muy poco democrática, a un sistema democrático, aunque la constitución española está al nivel de cualquier constitución europea, el problema es como se escribió, con muchas claudicaciones, y luego la sociedad tiene que responder a eso. Por ejemplo, yo siempre he pensado, por los estudios que he hecho, que en el papel está bien, pero éramos una sociedad sin cultura democrática. Una sociedad educada en un dictadura, con una serie de trabas culturales y políticas muy grandes.

¿Podría haber sido de otra manera? ¿Quién lo sabe? La historia no se escribe con supuestos, se escribe con hechos. Y los hechos han sido así. Lo que realmente me molesta es la política de taparlo todo. Si han dado su vida miles de personas, la mayoría personas jóvenes, que han sido traumatizados, violentados, golpeados dos mil y pico personas en siete años, no digas que eso no ha pasado, no lo tapes. Y no digas que la Transición se hizo porque se reunieron un grupo de gente extraordinaria. Ese precio a pagar es muy alto, es algo muy grave.

Y cuando llegamos historiadores como yo, que lo que hacemos es hacer un listado, investigar a las víctimas, contar los sucesos, hacer la estadística, con nombres y apellidos, con fechas, y ves los datos que son indiscutibles. Yo cuando hablo en conferencias, en charlas, de este tema, al final hago una pregunta a la gente: ¿tantos muertos y tantos heridos, para instaurar un sistema democrático como este, es un precio muy alto o es un precio muy bajo? Más de tres mil víctimas directas, con más de 500 muertos por causas políticas, ¿es mucho o es poco? Que cada cual saque sus conclusiones.

En la Transición fueron muchos los movimientos desestabilizadores, desde los complots golpistas de la parte más dura del ejército, hasta los atentados como los del despacho laboralista de Atocha o la represión o los sucesos de Montejurra, sin embargo, estos sucesos, con el colofón del golpe del 23F, parece que tuvieron el efecto contrario. ¿Es posible que, realmente, de un modo más o menos consciente, todos estos movimientos sirvieran para conducir a la consolidación de la monarquía y de los partidos mayoritarios que, después de la descomposición de la UCD, llevan pilotando los mandos del estado durante los últimos cuarenta años?

Naturalmente. La represión se utilizó, justamente, para impedir frenar a los partidos de izquierda en sus aspiraciones, la oficial y la de los grupos “incontrolados”, que eran gente vinculados a partidos legales y que eran funcionarios, junto con el ruido de sables golpista, que buscaban desmovilizar al pueblo, acabar con las manifestaciones masivas y con las reivindicaciones en la calle. Es como aceptar una mecánica de plazos, ahora conseguimos un poquito y ahora un poquito más, pero si te coge entonces en la calle… Las víctimas son las víctimas. No se puede negar eso. Incluso a muchos de ellos no se les reconoció como víctimas políticas de la Transición hasta hace siete años. Se ha tapado y se ha hecho una campaña de Transición ejemplar, pero ¿para quién? Y los partidos de izquierda mayoritarios aceptaron, y esa es la historia.

Es muy notable, tanto por la impunidad con la que actuaron, como por las conexiones que tuvieron, el papel que jugaron las bandas de extrema derecha, desde la represión de manifestaciones, actuando como grupos de apoyo a la policía, al asesinato de militantes de organizaciones políticas o armadas, de oposición, pasando por un montón de siglas, hasta llegar a los GAL, ya con un gobierno socialista. ¿La complicidad del estado, o de elementos del estado, con estas bandas de ultraderecha, ha sido suficientemente documentada?

No lo sé. Yo he escrito un par de libros hablando de estas cosas, pero yo creo que no le han prestado mucha atención los historiadores académicos, de la Universidad. La verdad es que había mucho trabajo que hacer, mucho material, y yo creo que no. Es cierto que la política que se aplicó fue la de grupos aislados, de gente descontrolada, las investigaciones judiciales nunca fueron más allá de los detenidos, no se registraron partidos, no se encausó a ningún dirigente vinculado a estos temas. Es una política de desactivar el efecto que tenía este tipo de actos criminales, pero la mayoría de la gente que participaba en esto eran militantes de partidos, conocidísimos muchos de ellos, y gente funcionaria del estado. Ese es el problema.

En muchos de los casos que relatas en tu libro, en esa Transición Sangrienta, son muchos los casos de víctimas de la violencia policial o para-policial, que no han sido reconocidas como tal, sus muertes no fueron debidamente investigadas, y en muchos casos tampoco fueron juzgadas. ¿Existe un agravio comparativo con ellas, respecto a las víctimas de ETA, que han tenido todo el reconocimiento por parte del estado?

Evidentemente. Las víctimas de ETA se merecen todo el reconocimiento por parte del estado, pero hay dos varas de medir, una con estas víctimas, y otra con las víctimas del terrorismo de extrema derecha y del aparato del estado. Hay una discriminación, y además está documentada. Que no se reconozca como víctima del terrorismo a Yolanda González es una demostración de esto. Que algunas de las víctimas del año 76 hayan sido reconocido como víctimas hace poco, hace un año, es otra demostración. Claro que ha habido una discriminación entre unas víctimas y otras. Pero es que la historia siempre la escriben unos, date cuenta de que estamos en un país donde es muy complicado llegar a las fuentes, las fuentes documentales prácticamente forman parte del secreto. Ahora están con la Ley de Secretos Oficiales, que es una ley hecha en el año 68 por el franquismo, justamente para impedir que hubiera investigaciones a fondo con este tema, y ha sido la que ha estado funcionando hasta ahora. Vamos a ver que le sale ahora.

Para escribir un libro como “La Transición Sangrienta” ha debido de acudir a muchas fuentes documentales, buscar en archivos, procurar testimonios. ¿Cómo fue esa tarea de investigación histórica y periodística, y que dificultades encontró para documentarse sobre muertes que, en muchos casos, no han tenido una resolución judicial?

Yo he sido periodista de tribunales durante muchos años, y de interior, en la revista Tiempo y también en el Periódico de Cataluña. Muchos de estos casos pasaron por la audiencia nacional, y yo estuve trabajando ahí muchos años, entonces, las fuentes documentales son sacadas de sumarios, de sentencias, de denuncias públicas, pero no hay ningún archivo policial. Yo no he tenido que pedir permiso a ningún estamento público, porque yo he estado trabajando de otra manera, a pie de obra. Tu cuando cubres, por ejemplo, el asesinato de Yolanda González, la matanza de Atocha, tu ya sabes donde están las fuentes, conoces a los abogados, y con esto vas te vas documentando. En un trabajo a posteriori es más complicado, porque es complicado acceder a los documentos. Yo te podía contar anécdotas de lo que me ha pasado a mí, para conseguir una sentencia me llevó un año y pico, y luego te la daban con los nombres tachados, y cosas así. Se han hecho muchas barbaridades para tapar todo. Piensa que un periodista es un historiador de la actualidad, si es buen periodista. Pero dificultades, todas. No he podido recurrir a archivos, pero he tenido esa suerte, la de haber sido periodista de interior y de justicia en los años duros de la Transición, desde el 78 que acabé la carrera, y haberme especializado en eso. Y entonces se donde buscar un dato, y se como tocar los resortes.

Has trabajado en diversos medios de comunicación como periodista, y por lo tanto es un buen conocedor de la evolución de la prensa española durante la transición y la democracia. ¿El mito de la transición pacífica, como el papel de la monarquía o la defensa de la Constitución, serían posibles sin el apoyo mediático de la gran parte de los medios españoles?

No, claro, sería imposible. Hubo una complicidad de la prensa para instaurar la democracia, y lo digo en sentido positivo, hubo un acuerdo no escrito por el cual los periodistas y los medios de comunicación apostaron por el sistema democrático. Eso fue el proceso en caliente, cuando ponen la bomba en El País, en El Papus, las que mandaron a Cambio 16 e Interviú y no estallaron, porque las detectaron a tiempo, porque la prensa era una puerta abierta a la democracia, por eso había esos atentados sangrientos. A consecuencia de esto llegaron los voceros de los medios que habían conseguido un prestigio por jugársela en los años clave, que se dedicaron ya a apoyar a la monarquía y a dar esa visión ejemplarista de la Transición, con los historiadores columnistas, todos al unísono, con esos libros, que eran cantos a las bondades del proceso, sin que hubiera víctimas. Porque las víctimas las ponían los jóvenes de izquierdas, obreros y estudiantes, que eran los que morían mayoritariamente, porque eran los que se enfrentaban, en la calle, a esa situación. Y con eso no se ha hecho justicia, se tapó con un velo de complicidades, de negocios, estamos en una sociedad capitalista y el dinero manda mucho, también ideológicamente.

La represión policial de la creciente conflictividad social también puso muchos muertos sobre la mesa de la democracia, también buscando romper un modelo sindical más asambleario y combativo y forzándolo a buscar el pacto social y atenuar la presión en la calle. ¿Crees que este fue también un factor decisivo en el diseño de la Transición, como un aviso a navegantes para una izquierda que cambió las calles por los despachos?

El control de la calle fue fundamental en el proceso. Fue una condición sine qua non para negociar con la izquierda el proceso: que la calle estuviera controlada. Que no hubiera manifestaciones, que no hubiera nada, y eso combinado con una represión muy bestia, a tiro limpio si fuera necesario, no os importe matar, acuérdate de lo que decían en Vitoria. Fue fundamental para se diera la negociación en los despachos, porque la movilización en la calle solo la podían parar los partidos de izquierda y los sindicatos mayoritarios, el resto no tenía ninguna posibilidad. Entonces, se fue desactivando la movilización a cambio de una negociación.

Hasta hace unos años, España era uno de los pocos países de Europa en los que no había una formación parlamentaria de extrema derecha, aunque muchos de sus planteamientos políticos estuvieran dentro del Partido Popular. La ultraderecha parecía un fenómeno marginal desde la desaparición de Fuerza Nueva, pero ahora ha resurgido, hasta convertirse en la tercera formación política en el parlamento. ¿A que factores atribuyes la aparición de VOX, y que similitudes y diferencias encuentras con la ultraderecha de la Transición?

Acaba de salir a la calle mi nuevo libro, “La larga marcha ultra. Desde la muerte de Franco a Vox (1975-2022)” sobre esto. Han aparecido ahora, pero no por casualidad, hubo muchos intentos, a lo largo de estos cuarenta años de instaurar un partido de extrema derecha homologable a los partidos europeos, pero han fracasado, porque todavía no se daban las condiciones para que ese discurso pudiera funcionar, el franquismo estaba todavía muy cerca históricamente, un sector muy importante de los votantes había vivido ese periodo. En este momento más del 50% de los votantes en España no vivieron la dictadura. Hay tienes una explicación. Se intentó con Blas Piñar, se intentó seguir a Le Pen, Sáenz de Ynestrillas también lo intentó, el partido Democracia Nacional antes de irse directamente al discurso neonazi trataron e hacer un partido transversal, pero la sociedad no respondía ahí, pero ahora ha respondido, es todo un cambio social. Estos no son franquistas, pero están en contra del estado de las autonomías, contra el aborto, contra la ley de memoria histórica. Están con una política de involución muy bestia, en la sanidad, en la educación. Son xenófobos. Se fundamentan en la defensa de la nación española, como centro de la galaxia, y eso les unifica: España, una, grande y libre, pero en versión moderna. En el libro lo que cuento son los intentos que ha habido y los cambios de imagen política.

Ahora que mencionas la Ley de Memoria Democrática, que acaba de ser aprobada, ¿consideras que hay algún avance, con respecto a la ley anterior de Zapatero, y crees que se ha quedado algo en el tintero, como, por ejemplo, la derogación de la Ley de Amnistía?

Es que la derogación de la Ley de Amnistía, es que se han muerto casi todos, han pasado cuarenta años. Es más un hecho simbólico, político, que algo práctico. Aquí se ha hecho una ley de punto final, como se hizo en Argentina y en muchos otros sitios, y los demócratas y la gente de izquierda simularon que los franquistas eran también demócratas, y todo el mundo hizo el paripé, eso es lo que paso. Yo no me he leído la ley, pero creo que el hecho mismo de que exista es un avance espectacular, es un reconocimiento de que aquí han pasado cosas muy graves, que han sido silenciadas.

Para terminar, además de recomendar a todos nuestros lectores el libro de “La Transición Sangrienta”, que creo que es fundamental para comprender esta parte de nuestra historia más reciente. ¿que otros estudios tanto tuyos como de otros autores nos puedes recomendar para que sigamos profundizando en el conocimiento de este periodo?

Realmente este tipo de cosas lo hemos investigado muy poca gente, esta Alfredo Grimaldo y yo, prácticamente, los que hemos hablado de este aspecto de la Transición, desde un punto de vista libre, no partidista. Lo escandaloso para mi, es que yo ya decidí escribir mi tesis doctoral sobre la violencia institucional en la Transición, y cuando hice la investigación, y no había ninguna bibliografía concreta sobre el tema. Se ha abierto un camino, y yo estoy muy orgulloso de haber participado en eso, de contar lo que paso desde un punto de vista no oficial.

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