Segunda parte de la entrevista a la escritora y periodista Magda Tagtachian, nieta de sobrevivientes del genocidio que entre 1915 y 1923 llevó a cabo el Imperio Otomano.
Por Angelo Nero
Después de una novela como esta, imagino que hay un profundo trabajo de documentación, tanto sobre el terreno como utilizando otras fuentes, como con las certeras crónicas que nos ofrece otra periodista argentina, Betty Arslanian, sobre el terreno. Cuéntanos cómo fue el proceso de documentación para tu última novela.
La primera parte de la novela transcurre en la Armenia Histórica, es decir en Turquía. Llevé a mis personajes a los lugares donde yo misma quisiera ir, y donde no podría decir si estaría totalmente segura, más allá del enorme conflicto interno que me representa viajar a Turquía, de donde fueron expulsados mis abuelos. Usé todo este malestar y esta contradicción que siento -y la amenaza concreta del articulo 301 del código penal turco que se utiliza para encarcelar a opositores al régimen de Erdogan- para contar qué sucede hoy con los armenios en Turquía y cómo vive tanto un armenio de la diáspora como un armenio silenciado en Turquía.
Recurrí a fuentes secretas que viajan seguido y me han contado en detalle las huellas ocultas y no tan ocultas de la población armenia en Turquía. También tuve fuentes kurdas que me contaron qué sucede en las cárceles de Turquía hoy, tan próximas adonde los turistas se sacan fotos alegremente en Capadocia en los viajes en globo, en los hoteles lujosos y en los paisajes paradisíacos, sin saber o haciendo la vista gorda que con las divisas que dejan en Turquía financian no sólo el terrorismo internacional sino a los propios mercenarios que enviaron a decapitar y matar a los armenios.
Investigué y expuse los contratos que tiene el régimen de Erdogan para extraer el petróleo de Siria y cómo cura los mercenarios de Estado Islámico en los hospitales cerca de la frontera con Siria, en Aintab, donde nacieron mis abuelos, hoy Gaziantep. Erdogan les ofrece una contraprestación. Lo cura en sus hospitales y vuelven al frente. Incluso les prometen a los mercenarios que si mueren les darán a sus familias la nacionalidad turca. Mi novela genera mucha incomodidad a quienes hacen la vista gorda y siguen viajando por la aerolínea de bandera de Erdogan, Turkish Airlines, con la que efectúa contratos millonarios auspiciando clubes de futbol y evento deportivos para seguir consiguiendo ingresos para financiar el régimen y endurecerlo cada día más en pos de su ambición neotomanista.
Para la segunda parte de la novela, como te contaba, tengo colegas, amigos y corresponsales de guerra que vivieron la guerra de Artsaj y me la contaron en primera persona. En vivo y en directo. De primera mano. Tomé nota de todo mientras ocurría. Sabiendo que lo podía llegar a necesitar para escribir. De todas formas esto es algo habitual en mí. Tomo nota y escribo siempre. Me documento. Aunque no tenga la certeza de si lo voy a utilizar o no. Pero siento la necesidad instintiva de documentar. Hoy me doy cuenta que esta actitud quizá se deba a mi propia historia. El Genocidio Armenio que ha sido silenciado y no reconocido.
Para los lectores de “Alma Armenia” y “Rojava”, tus anteriores trabajos, ¿podemos decir que “Artsaj” cierra el círculo de una trilogía? Y, para quienes se acerquen por primera vez a tu universo literario con esta nueva novela, ¿se puede leer como una pieza independiente, sin recurrir a las anteriores?
Artsaj se puede leer independientemente de las anteriores. También forma parte de la trilogía con Alma Armenia y con Rojava. Lo que no puedo asegurar aun es si la serie se termina aquí o continúa… Tienen que leer…
Las mujeres son protagonistas indiscutibles en tus anteriores novelas, con fuertes sentimientos, pero también con fuertes convicciones. ¿En esta nueva entrega siguen siendo las mujeres las que mueven el mundo, en las condiciones más adversas?
Sí. Las mujeres tienen un rol fundamental en mis novelas. Y Artsaj no es la excepción. Hay nuevos personajes, mujeres valientes que están en sintonía con Alma y Nané y funcionan de manera que se potencian y ayudan unas con otras. Los varones están presentes. Pero las mujeres son la matriz. Son el agente de cambio. Son la transformación. Todo eso lo aprendí de mis abuelas. Está presente en mi primera obra “Nomeolvides Armenuhi”, y atraviesa todos mis libros y mi historia personal. No me di cuenta cuando en 2016 publiqué Nomeolvides Armenuhi, que fue reeditado en 2021,con un nuevo prologo, bajo el sello Plaza y Janés, de Penguin Argentina, como Rojava y Artsaj. Escribí para “Nomeolvides Armenuhi”, Edición Actualizada, un prólogo de 25 páginas.
Hoy todavía sigo descubriendo datos y sentimientos. Sigo descubriendo tramos de la propia historia familiar. Por ejemplo, el broche de oro que llevaba mi abuela Armenuhi en el único vestido que tenía, el que usó cuando le tomaron la foto para mandarle al novio -mi abuelo Yervant Tagtachian que la esperaba en Argentina para casarse. No se conocían. Armenuhi se despidió de su familia para siempre en Alepo, con 14 años, y juró traerlos a todos a Argentina. Cumplió. Llegaron veinte años después. Mi abuela traía en ese vestido que ilustra la portada de Nomeolvides, ese broche. Recién hace un mes me enteré de que el broche se lo regalaron a mi bisabuela Satenig, la mamá de Armenuhi, cuando se casó con mi bisabuelo Housep. Satenig murió tras escapar de los turcos. Y Housep le dio el broche de oro a Armenuhi cuando la despidió en silencio y la envió sola a casarse a la Argentina. El broche después lo tuvo mi tía Alicia, la hija de Armenuhi, quien me contó toda la historia familiar y a quien está dedicado mi libro Artsaj. Ahora el broche de oro es mío y en futuro como parte de este legado de Memoria y voz sea de mi sobrina. El broche tiene dos espadas cruzadas en sentidos opuestos y una medialuna que envuelve tres perlas diminutas. Es una joya del Imperio otomano del año 1903. Lo usé por primera vez en la presentación de Artsaj en Buenos Aires. En mi familia hay una clara historia de matriarcado y de lucha. Ese rasgo nos marcó. Pero también es propio de todos los hogares armenios. Los varones están. Pero las mujeres deciden. De hecho, mi abuela Armenuhi, con mucha picardía, decía de mi abuelo Yervant: “Déjalo que hable, tu después haz lo que quieras”.
Has visitado Arsaj en varias ocasiones, ¿qué es lo que te has encontrado allí, cómo es el sentir de sus gentes?. Y, por otra parte ¿qué sentimiento tienes al saber que pueblos y ciudades, que durante treinta años han permanecido en la República de Nagorno Karabaj, como Shushi, están ahora bajo la ocupación azerí?
Volé a Artsaj en 2016 por primera vez en un helicóptero militar , desde Erebuni hasta Stepanakert. Volamos en un helicóptero de guerra con cinco periodistas. Nos dijeron que íbamos a volar a menos de 200 metros del nivel de la tierra porque por encima de esa altura nos podía derribar un dron. No lo supe en ese momento en que sentí terror y nada dije. Y ese fue el germen para escribir mi novela Alma Armenia. Después volví a Artsaj en 2018, con mi tía Alicia Tagtachian, que en ese momento tenía 83 años. Recorrimos juntas la Catedral de Shushi. Era mi segunda vez allí porque la conocí en el viaje de 2016. Hoy Shushi está ocupado por Azerbaiyán que además bombardeó esta Catedral el 8 de octubre del 2020. El dolor y la rabia que siento es indescriptible.
Siento también en una enorme necesidad de hacer justicia y de gritar al mundo lo que sucede con los armenios. Por eso escribí Artsaj y por eso en la contratapa de la novela está la Catedral de Shushi en ruinas. No quiero adelantar nada del argumento de la obra. Pero en esta Catedral de Shushi sucede una de las escenas más importantes de mi novela. Los armenios de Artsaj no se quieren ir. Prefieren muchos morir en sus tierras que dejárselas a los azeríes. También vimos como muchos incendiaban sus casas antes de tener que dejarlas a los azeríes. Esto pasó con el genocidio que cometió el Imperio Otomano contra los armenios en 1915. Los armenios quemaban sus casas antes de tener que abandonarlas y dejárselas a los turcos. Pasaron 107 años y el mundo sigue en silencio. Pero hoy no hay excusas para semejante nivel de indiferencia e impunidad. Siento que todos tenemos el poder y decisión de hacer algo. De hablar. De visibilizar. De alzar la voz. Hay muchísimas formas de hacerlo. Cada uno encontrará la suya. Lo que es cierto es que una vez que tomamos conocimiento, ya no podemos permanecer indiferentes. Quien lo haga es cómplice de genocidas.
He visto que, como complemento a tu novela, has creado una lista de canciones de Spotify. ¿Estas músicas te acompañaron en el proceso de creación de “Artsaj”, o la has creado, más bien, como una banda sonora para endulzar la lectura?
Muchas de las canciones de la playlist de Artsaj están dentro de la novela, incluso traducidas, en escenas específicas. Tienen un sentido, un mensaje claro y un porqué. Después fui agregando otras que me acompañaron en el proceso de escritura. En mi estado de ánimo, en la propia transformación que le ocurre al autor en el proceso creativo. Me gusta compartirlo con el público lector. Es parte de esta interacción que te comentaba antes. Mis novelas son para involucrarse. Es muy difícil permanecer indiferente. Están escritas para que el lector se sumerja de pies a cabeza y con toda el alma y el corazón. Después, cada uno verá qué hacer con eso.
El amor y la guerra caminan de la mano en tus libros, pero no solo está presente el amor romántico, la pasión, sino el amor a la tierra, a la identidad, a lo que nos conforma como personas y nos hace sentir parte de un pueblo, y la guerra como fuerza destructiva, pero también como resistencia. ¿Cómo consigues el equilibrio entre estos dos elementos fundamentales en tu obra?
Para mi lucha, pasión, guerra, amor e incluso erotismo, van de la mano. Como van de la mano la vida y la muerte. Son la misma cosa. Porque existe una existe la otra. La vida y la muerte. Cuanto más guerra y más violencia haya, más injusticia, más amor y más pasión hay. De hecho, cuando escribí la historia de mi abuela, lo primero que pregunté porque me sorprendió es que en plenas matanzas, los armenios se casaban y tenían hijos. Pregunté por qué. “Es la forma de perpetrar la sangre”, me contestó mi tía Alicia y tenía razón. Cuando vivimos y viví la guerra de Arstaj en directo, lo primero que me llamó la atención y me conmovió fueron las imágenes de los soldados contrayendo matrimonio, con sus trajes de guerra camuflados y las novias de blanco con sus ramos y tocados. Con sus trajes típicos armenios , pero blancos, de novias. Y por eso hay una novia en la portada de Artsaj. No puedo develar la trama. Pero esas bodas fueron uno de los disparadores más importantes para escribir. La guerra también se combate haciendo el amor.
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