Entrevista a Loris De Nardi: «Tendremos que acostumbrarnos a vivir en un planeta azotado por destructivos eventos climáticos adversos o catastróficos»

«Si hoy en día los bosques resultan más vulnerables a los incendios respecto al pasado es claro que algo cambió, y entender cómo esto pudo pasar puede ayudarnos a comprender mejor cómo hacer frente a la amenaza actual».

Por Ricard Jiménez

Nos encontramos inmersos en tiempos en los que los fenómenos atmosféricos azuzan a nuestro alrededor. Ahora mismo la lava arrasa La Palma, pero venimos de un verano donde el fuego también ha estado presente. Este tema ha sido largamente debatido, sus causas y consecuencias, pero hemos querido adentrarnos aún más para profundizar en ciertos aspectos. Por ello hemos entrevistado a Loris de Nardi, quien actualmente trabaja como investigador Marie Curie del Instituto Cultura y Sociedad (ICS), Creativity and Cultural Heritage, Universidad de Navarra y quien se centra en investigaciones referentes a la Historia de las Instituciones Políticas y Jurídicas, y en la Historia de las Políticas Públicas de Gestión de Desastres.

  • ¿Los incendios que se han vivido este verano son normales? ¿Por qué?

Para contestar a la pregunta hay que hacer una pequeña premisa. Los incendios son esenciales para la vida en la tierra, pues, entre otras cosas, regulan los ecosistemas, conservan la biodiversidad y mantienen la concentración de oxígeno adecuada en la atmósfera. Es decir, los incendios son una componente natural fundamental a la par de la lluvia y del viento, tanto que todos los continentes, con excepción de la Antártida, claramente, arden durante algún periodo del año, y hay también áreas más propensas que otras a sufrir incendios. Entre ellas hallamos seguramente la cuenca mediterránea, debido a sus veranos secos y su vegetación densa.

Esto explica porque desde un cierto punto de vista los incendios en España tienen que considerarse normales, o se queremos naturales: hay un clima propicio y la vegetación mediterránea encuentra en el fuego un elemento crucial para su regeneración; tanto que existen especies vegetales que evolucionaron para adaptarse a los continuos incendios, como por ejemplo el pino blanco, tan común en Cataluña.

Dicho esto, pero, hay que añadir que en las últimas décadas los incendios se convirtieron indudablemente en una amenaza. En la segunda mitad del siglo XIX su frecuencia e incidencia aumentaron sensiblemente, y si bien ahora parecen estar disminuyendo todavía no se puede hablar de un regreso a la normalidad. De hecho, debido al cambio climático mientras su frecuencia está disminuyendo su intensidad sigue aumentando, tanto que los expertos han individuado una nueva tipología de incendio, llamado de “sexta generación”.

Se trata de incendios claramente vinculados al cambio climático, que modificando las condiciones meteorológicas de la zona afectada provocan tormentas de fuego y suelen afectar duramente tanto el paisaje como la población, pues pueden consumir más de 4 000 hectáreas por hora. Estos incendios por el momento se han verificado en Chile y Portugal, sin embargo, los incendios que golpearon Doñana en 2017 y Gran Canaria en 2019 estuvieron a punto de comportarse de esa manera. Todo indica por lo tanto que la posibilidad de que se produzcan en un futuro cercano también en España es muy real.

 

  • ¿Qué nos ha conducido a esta situación? ¿Cree que se ha priorizado la extinción sobre la prevención?

Para entender lo que está pasando hoy tenemos que mirar al pasado, y considerar tanto el plan local como el global, pues los incendios deben considerarse el resultado de procesos históricos. De hecho, si hoy en día los bosques resultan más vulnerables a los incendios respecto al pasado es claro que algo cambió, y entender cómo esto pudo pasar puede ayudarnos a comprender mejor cómo hacer frente a la amenaza actual.

Por ejemplo, una primera causa del aumento significativo de incendios, registrado en España durante las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XIX, puede tranquilamente imputarse al éxodo de muchos habitantes del medio rural hacía las ciudades, motivado por el hecho que el contexto urbano parecía proporcionarle una oportunidad de rescate económico y social, pues en las ciudades los salarios eran mejores y había mayores oportunidades laborales y más servicios.

El abandono del medio rural determinó la desaparición de los mosaicos de cultivo, y esto permitiendo a los bosques ganar continuidad y hacerse impenetrable creó las condiciones para que los incendios fueran siempre más grandes; y claro este fenómeno se viene acentuando en las últimas décadas a causa del abandono de los terrenos agrícolas, debido a su poca rentabilidad. Además, el despoblamiento de las campañas, junto al siempre más difuso recurso a combustibles fósiles, determinó un aumento sustancial de biomasa y vegetación altamente inflamable en el sotobosque, ya que vino meno la costumbre de servirse de dichos materiales para usos domésticos.

Estos cambios, junto con otras dinámicas que no es posible analizar acá por obvias razones de tiempo, como la escasa gestión forestal o la construcción de casas en el interfaz urbano-forestal sin medidas de autoprotección, solo para citar algunas, hicieron los bosques más vulnerables al fuego. Entre 1970 y 2020, en la sola España hubo más de 647 000 incendios que afectaron a más de 8,1 millones de hectáreas.

 

Claramente, el fenómeno alertó de inmediato a las instituciones, cuya intervención fue rápida y efectiva, hay que admitirlo. De hecho, desde los años ochenta se registró una reducción progresiva de la superficie quemada, y durante las últimas dos décadas también el número de incendios empezó a disminuir.

Sin embargo este importante logro fue obtenido sobre todo gracias a políticas reactivas y no preventiva, como por ejemplo el fortalecimiento de los aparatos administrativos encargados de la lucha contra el fuego, a través del incremento de personal y medios materiales, entre los que hay que destacar el incremento de aviones y helicópteros; y a una creciente persecución del delito, gracias a la creación de la Fiscalía de Medio Ambiente en 2007, que ha determinado un aumento significativo de las sentencias condenatorias.

Considerase que, en la última década, el 68 % del total de incendios logró apagarse en fase conato, es decir antes de que las llamas lograron quemar una hectárea, y que en los últimos años este valor no ha parado que aumentar, debido también al hecho que España es el país que más presupuesto invierte en extinción por hectárea a nivel mundial y dispone de uno de los mejores sistemas de extinción. En cambio, la prevención no fue el eje principal de esta estrategia.

Claro, la atención de los medios de comunicación hacia los incendios contribuyó de manera significativa a responsabilizar a la población con respecto a un manejo prudente del fuego. Sin embargo, no se invirtió lo suficiente para poner fin a todas aquellas dinámicas, demográficas, económicas y urbanísticas, responsables de la construcción del riesgo de incendios. Al respecto, significativos resultan los periódicos informes publicados por varias asociaciones ambientalistas, como por ejemplo Greenpeace y el WWF. Una cuestión para nada secundaria si se considera que esta condición de vulnerabilidad no podrá exasperar a causa del cambio climático, que como sabemos comporta un incremento de temperaturas y siempre más frecuentes periodos de sequías y olas de calor.

No debe extrañar, entonces, que si en los años Sesenta nuestros bosques estaban amenazados por incendios definidos de primera generación, es decir fuegos de superficies, impulsados por el viento y con una extensión entre los 1.000 y 5.000 hectáreas. Hoy en día, como dije respondiendo a la pregunta precedente, ya hemos llegado a incendios de sexta generación: megaincendios causados por la aridez extrema consecuencia del cambio climático, que modificando la meteorología de su entorno provocan tormentas de fuego, y pueden llegar a quemar 4000 hectáreas por hora.

Es decir, el cambio climático podría frustrar el gran trabajo de contención y extinción de los incendios llevados a cabo por las autoridades europeas, y españolas en particular, desde la última década del siglo pasado. De hecho, merece recordarse que los grandes incendios en la última década no han parado de aumentar. En España, entre 2011 y 2020 la proporción de grandes incendios, que queman más de 500 hectáreas, respecto al total de siniestros se ha incrementado en un 12 % respecto a la década anterior, y esto no obstante que, cabe recordarlo, el número de incendio continua a disminuir. Estos incendios si bien llegan a ser solo el 0,19 % del total logran quemar alrededor del 35 % de la superficie afectada cada año por las llamas.

  • Un concepto interesante que introduce en el artículo publicado en The Conversation es el de Antropoceno, ¿qué significa y qué relación tiene?

El concepto Antropoceno fue popularizado en el año 2000 por el premio nobel de Química de 1995, Paul Crutzen, y designa una nueva etapa de la vida del planeta Tierra: la época de los seres humanos. Durante los últimos dos siglos, el progreso científico nos llevó a intervenir drásticamente en los elementos geofísicos y biológicos del planeta, tanto que logramos modificar sustancialmente buena parte de los ecosistemas de la Tierra, aún más de lo que durante millones de años hicieron los procesos de modelado geomorfológico inherentes a la dinámica natural del Planeta.

Por ejemplo, esto es bien explicado por el cambio climático: el utilizo masivo de carburantes fósiles, como por ejemplo carbón y petróleo, junto a otros procesos, como la deforestación, ha determinado una acumulación masiva de miles y miles de toneladas de dióxido de carbono en la atmosfera, que produciendo lo que es conocido con el nombre de efecto invernadero ha llevado el planeta a calentarse de manera repentina y en muy poco tiempo. Como se puede notar, entonces, este proceso fue determinado esencialmente por la acción humana, y como han demostrado varios estudios, si no intervenimos pronto sus efectos serán irreversibles.

Es decir, tendremos que renunciar a las condiciones ambientales y climáticas que nos permitieron prosperar como especie. Tendremos que acostumbrarnos a vivir en un planeta distinto, azotados por siempre más frecuentes y destructivos eventos climáticos adversos o catastróficos. Entre ellos, por ejemplo, figuran las olas de calor. Subiendo la temperatura global estas serán siempre más habituales: un difícil reto para nuestro ambiente, que como ya vimos resulta ser siempre más vulnerable a los incendios.

  • Sin embargo, pese a los motivos del cambio climático y el devenir del «desarrollo humano», los datos de Emergencias en España reflejan que el 73% de los incendios forestales están ocasionados de forma directa por actos individuales, ¿no se exagera al hablar en términos catastrofistas?  

Si consideramos la actual coyuntura ambiental no es exagerado el alarmismo que actualmente suscitan los incendios. Es decir, si el medio rural y montañoso no estaría tan vulnerable, y el cambio climático no amenazaría de exacerbar aún más la situación, entonces sí, se trataría solo de sensacionalismo no justificado, sin demasiada relación con la realidad. De hecho, el hombre desde su aparición tuvo que aprender a convivir con los incendios.

Sin embargo, lamentablemente a mi juicio los términos catastrofistas son del todo justificados. Aún más si consideramos que como usted dice el 73% de los incendios forestales resulten ocasionados de forma directa por actos humanos, y que, según las últimas estadísticas, el 53% de estos son intencionados. Es de verdad alarmante que en un planeta siempre más “inflamable”, permítame utilizar este término simple pero muy inmediato, haya aún quien maneje de manera imprudente o negligente el fuego, o piense poder especular, o resolver conflicto o pleitos prendiendo fuego a las cosas. Los incendios unidos con la crisis ambiental que estamos viviendo, exacerbada cada día más por el cambio climático, nos obliga a considerar los incendios una amenaza real.

  • ¿Se puede revertir? ¿De qué modo?

Los incendios siempre representarán una amenaza para la humanidad, pero hay que adaptarnos y aprender a vivir con ellos, pues sería impensable y contraproducente evitarlos por completo. Como ya dije, todos los ecosistemas se benefician del fuego y ningún riesgo, incluidos los incendios, se puede anular por completo. Lo que se puede hacer es reducir la vulnerabilidad al fuego del medio rural y montañoso, por ejemplo, modificando el paisaje, gestionando adecuadamente los bosques, y poniendo en seguridad la interfaz urbano-forestal; continuar a invertir en los sistemas de regulación y extinción, que dio muy buenos resultados en las décadas pasadas; y mitigar los efectos del cambio climático, promoviendo políticas, locales como globales, que permitan reducir en el breve periodo la emisión de CO2 en la atmósfera y mitigar el calentamiento global.

Aún más importante, pero, sería concientizar a la ciudadanía con respecto al cambio climático, para que entienda los efectos concretos que podría tener en el medio rural o montañoso. Además, es imprescindible que la población entienda la importancia de manejar prudentemente el fuego, y sobre todo las consecuencias desastrosas que podría causar su uso negligente o criminal.

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.