Entrevista a Juan Carlos Berrio Zaratiegui: “Me admira la capacidad de los hijos de las nubes para seguir siendo pueblo en la hamada de Tinduf, en el desierto del desierto”

Oteiza es la herramienta que me ayuda en el reto de representar el vacío tanto en la trama como en la estructura narrativa de la novela. Los tres ejes principales giran en torno a este concepto: el vacío lleno de dolor que un desaparecido genera, el vacío del pueblo saharaui en el exilio y la búsqueda del vacío artístico de Jorge Oteiza.

Por Angelo Nero

Hace seis años Juan Carlos Berrio Zaratiegui comenzó a tejer un universo literario con materiales poco ortodoxos, aunque con referentes que señalaban al género creado por Chandler y Hammett, que en las últimas décadas ha demostrado gozar de buena salud. Si bien alejado de los estereotipos nadie duda que el viaje iniciado en “El vuelo del Cormorán”, con Txalaparta, en 2015, se inscribe dentro del negro, con una galería de personajes como la policía foral Susana Anaut, el anónimo grupo de la Taula de Trepucó, la Cejas, y el agente Abel Marín, narrador de esta historia y de su continuación, “Bastan cinco minutos”, a los que, cinco años después sitúa el autor tafallés en la investigación de un nuevo caso, con insospechados giros y un todavía más sorprendente desenlace.

¿Meterse en la piel del agente Marín, contar la historia con su voz, te obligó a seguir caminado con él por esa geografía negra en la que, en esta ocasión, se cruzan varias tramas?

Así es y no sin contradicciones. Aunque sea en un juego ficticio, no me resulta fácil asumir el rol de policía ni que tu novela vaya  a estar protagonizada por agentes del orden. Al igual que los maestros del género que has nombrado, podía haber echado mano de la figura de un detective privado, pero eso aquí, en nuestro ambiente, no encaja. Por otro lado, la primera persona, si bien te limita recursos formales, hace que la narración y la acción ocurran a la vez. Quien narra (e investiga) sabe tanto como quien lee. Esta situación abre la puerta para que el lector o lectora participe en la investigación. Y, mientras esto ocurre, yo aprovecho para introducir en la novela asuntos e historias que contextualizan el caso. Contexto al que otorgo tanta o más importancia que a la propia trama.

Navarra es el escenario natural de las pesquisas de Abel, aunque también la investigación le lleve a otros lugares de Euskalherria, ¿en cierto modo parece que el protagonista tienen una relación difícil con el territorio que pisa, al pasar por los lugares donde habitan los recuerdos que duelen?

Susana Anaut y Abel Marín son agentes de la Policía Foral, su espacio de acción y movimiento se circunscribe a Navarra, solo pueden encargarse de casos que acontecen en este territorio, siempre y cuando no se les adelanten la Guardia Civil o la Policía Nacional. En Navarra estamos bien servidos, con la ratio de presencia policial por número de habitantes más alta en el estado español.

Retomo la pregunta. No es que Abel tenga una relación difícil con el territorio que pisa, le pasaría lo mismo en cualquier otro lugar. Lo que ocurre es que carga con una herida que no se puede cerrar y con un vacío que aún no ha podido llenar.

¿En “Bastan cinco minutos” hay también un intento de cerrar heridas volviendo a los lugares donde Abel escucha los ecos del pasado, como si hiciera una catarsis que si bien no lo liberara, al menos aligerara a sus fantasmas?

Sí, a eso me refería. Abel vive herido desde los 24 años, cuando en un accidente de circulación murieron su pareja y su hija. Es consciente de que esa herida no la va a cerrar nunca, pero sí empieza a darse cuenta de que en el vacío que esa pérdida originó ya no solo se están activando energías negativas. La distancia en el tiempo también ayuda.

La novela gira en torno al eje de la aparición de unos huesos sin nombre, algo que, en un primer momento, me recordó a que el estado español tiene todavía unos cien mil muertos en fosas comunes y en cunetas, sin identificar, e incluso hay en el libro alguna referencia, aunque la trama vaya por otro lado, como Paco Etxeberria, la Sociedad Aranzadi y el cementerio de las botellas, ¿no crees que cada vez que aparece un cuerpo sin nombre debería ser investigado con la misma tenacidad con la que lo hacen los agentes forales de tu novela?

Sin ninguna duda. La tenacidad a la que aludes debería estar acompañada de medios e interés. Los avances científicos en la medicina forense, sobre todo en análisis genéticos, están propiciando muchas identificaciones. En los huesos encontrados en cunetas y fosas comunes estos avances han hecho posible cotejar muestras de ADN entre los familiares. En muchos casos se ha llegado tarde porque los familiares han muerto. En otros lo que sigue faltando es el interés.

Otro de los ejes centrales de “Bastan cinco minutos”, os lleva lejos de los territorios habituales de Abel Marín, hasta el Sahara, ¿hay una intención de apelar a nuestra memoria, y también a nuestra responsabilidad histórica para con este pueblo, al que los sucesivos gobiernos españoles le han dado la espalda, desde que, en 1975, dejara a su antigua provincia a expensas del expansionismo marroquí?

Me interesa y preocupa la situación de los pueblos oprimidos, explotados, colonizados, violentados… El Sahara, Palestina, ahora Ucrania, y tantos otros. En el caso de los hijos de las nubes me admira su capacidad para seguir siendo pueblo en la hamada de Tinduf, en el desierto del desierto.

También reivindicas en el libro el legado de Oteiza, en especial su particular concepto del vacío ¿ese vacío es una metáfora de los huecos que hay en la historia, y que el lector ha de rellenar para sortear los callejones sin salida que se encuentra en la investigación?

Oteiza es la herramienta que me ayuda en el reto de representar el vacío tanto en la trama como en la estructura narrativa de la novela. Los tres ejes principales giran en torno a este concepto: el vacío lleno de dolor que un desaparecido genera, el vacío del pueblo saharaui en el exilio y la búsqueda del vacío artístico de Jorge Oteiza. En arte la representación más manida del vacío ha sido a través del hueco. En la novela, ya en el mismo título Bastan cinco minutos (¿para qué?) aparece el primero de los muchos huecos con que nos vamos a encontrar después.

En la novela también hay una banda sonora, que viene de la mano del melómano Abel Marín, y donde también está, lo sé por alguna entrevista anterior, el aliento de tu hermana Agurtzane, ¿es la música una pieza fundamental en la construcción de tu universo literario, y cuáles son las referencias que deberíamos anotar para crear el setlist de “Bastan cinco minutos”?

En la primera página de “El vuelo del cormorán” Abel pone su coche en marcha y en la radio, fija en el dial de Radio Clásica, suena una suite de Fernando Remacha. Con ese inicio Abel no tiene otra que ser un melómano. La música tiene mucha presencia en mi vida. Ya en la dedicatoria hay una canción en catalán de Miki Núñez, por los días regalados y por las canciones de Agurtzane. Ahí Abel, lo siento, no tienes nada que ver. La banda sonora acompaña en consonancia con lo que se está narrando. Por ejemplo Ludovico Einaudi cuando el tiempo está detenido; Boccherini y Arriaga cuando la acción adquiere un ritmo más rápido. En otras escenas podemos escuchar a Miles Davis, a Silvia Pérez Cruz, la banda sonora de El último mohicano o a Germaine Tailleferre. En el último capítulo el consuelo de una elegía de Rachmaninov.

En 2016, en el momento en que trascurre la novela, en la policía foral había dos temas candentes: la negociación de la ley foral de policía y el nombramiento de María José Beaumónt como consejera de Justicia e Interior, ¿quiso dibujar una cierta transición en la policía autónoma navarra en el libro?

Más que transición yo percibí un intento de transformación, de cambio a la postre frustrado. Este intento generó muchas resistencias. A Beaumont no le perdonaron que fuese propuesta por EH Bildu, tampoco su oposición al pantano de Itoiz. Por si esto fuera poco, en medio se estaba cocinando a fuego vivo la actual Ley navarra de policías. Los medios generaron mucho ruido. Hoy, dado el silencio informativo, parece que todos los problemas de la Policía Foral se solucionaron en 2019, cuando un socialista relevó en el cargo a María José Beaumont.

Pamplona Negra, el certamen dedicado al género, y que este año contó con la presencia de importantes autores como Arantza Portabales, Andreu Martí, Massimo Carlotto o Carlos Zanón, te invitó en su sexta edición, en la que participó el premio Hammett, Lou Berney, para sentarte en una mesa redonda junto a Jon Arretxe, Maite Sota o Jon Alonso, ¿Qué supuso ese reconocimiento y que importancia tienen certámenes como este para la puesta en valor del género negro?

Me llevé una grata sorpresa. El encuentro se dio con el título de “Sangre foral a escena”. La iniciativa fue de la actual directora de Pamplona Negra, Susana Rodríguez Lezaun y le agradecí la oportunidad de compartir escenario con estas personas que has nombrado y otras y otros autores navarros. Este certamen ha puesto en valor el género negro, qué duda cabe. También hay un componente que tiene que ver con la moda y corremos el riesgo de saturar y aburrir al personal. Pero bueno, esto no es como los tatuajes. Esto es escritura y lectura, actividades que exigen un esfuerzo cognitivo activo.

Este es el cuarto libro con la editorial navarra Txalaparta, que dirigió durante décadas un buen amigo y colaborador de NR, Joxemari Esparza, y como suscriptor veterano de la misma quiero agradecerte el haberme descubierto los poemas del salvadoreño Roque Dalton, ¿Cómo podrías describir el papel de Txalaparta en el mundo editorial, no solo de Euskalherria y del estado, sino en Hispanoamérica, a través de la alianza de Editores Independientes?

Txalaparta es una editorial en euskera y castellano que se atreve a editar libros que otras editoriales no se atreven. Sin cesar por ello en el empeño por seguir editando libros de autores y autoras que siguen creyendo en la utopía de la igualdad y la justicia.

También eres integrante de Altaffaylla Kultur Taldea, y formaste parte del equipo coordinador de la enciclopédica obra “Navarra 1936. De la esperanza al terror”, uno de los primeros trabajos que, con rigor y profundidad, estudiaron la represión franquista, ¿Cuáles son los objetivos y que trayectoria ha desarrollado Altaffaylla, y que continuidad ha tenido la obra “Navarra 1936”?

Joxemari Esparza ha dicho en más de una ocasión que Txalaparta es hija de Altaffaylla. No le falta razón. La trayectoria de Altaffaylla ha estado marcada por sus hijos e hijas. Como en el de Txalaparta, Joxemari ha estado presente en todas estas gestaciones y ha propiciado el nacimiento y consolidación de un montón de movidas. Por poner un ejemplo, la Plataforma de defensa del patrimonio navarro, que echó a andar tras percatarse nuestra Asociación de la rapiña perpetrada a base de inmatriculaciones por la jerarquía eclesiástica.

“Navarra 1936. De la esperanza al terror” va ya por la 10ª  edición, todas revisadas y ampliadas. Lo principal continua siendo que ha propiciado muchos trabajos locales de recuperación de la memoria y denuncia de la represión sufrida. Y lo sigue haciendo. Este año, entre otros proyectos, figuran las publicaciones de “Alsasua 1936” y “Milagro 1936”. Los últimos, de momento, en esa larga lista de pueblos empeñados en recuperar la memoria y no olvidar para rearmarse una y otra vez en el  “No pasarán”.

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.