Jonathan Martínez: “El ascenso de la extrema derecha en nuestros días no es más que el despertar de un monstruo que siempre estuvo latente”

La historia oficial se puede leer en diversas direcciones. Mi responsabilidad es ofrecer un mapa a los lectores; la responsabilidad de los lectores es elegir por qué caminos se adentran.

Por Angelo Nero

Hay libros que te atrapan como un laberinto del que no quieres salir. En cada esquina la emoción de una nueva historia, llena de lugares comunes, que te van haciendo muescas en la piel, algunas incluso te pueden hacer sangrar. En estos libros laberinto puedes saltar en el tiempo y en el espacio, pues tiene sus propias reglas, desde una de las ventanas de las Torres Gemelas en Nueva York, un 11 de septiembre de 2001, hasta el aeropuerto de Kabul, veinte años después, en agosto de 2021, cuando una multitud aterrorizada intentaba buscar una plaza de avión para escapar del infierno talibán.

Confieso que me fascinan los laberintos, desde que, en mi adolescencia, leí “La Casa de Asterión” de Borges, y me emociono como entonces cuando me encuentro con uno, aunque no sea tan tangible como el que el editor Franco María Ricci diseñó en Fontanellato. Por eso he disfrutado sumergiéndome en “La historia oficial”, uno de esos libros de los que, una vez que entras, ya no puedes salir, o no quieres, o si sales es para darte cuenta de que ya no eres el mismo.

El laberinto al que Jonathan Martínez nos invita a entrar es un un inventario de historias que se deben paladear, como los buenos vinos, sin prisas. “Leer es avanzar por un desierto solitario pisando las huellas de un desconocido”, escribe en una de sus páginas, mientras te anima a avanzar bajo las bombas franquistas por las calles de Otxandio, o por las mazmorras de los Médicis donde sufrió tormento Maquiavelo.

Mientras, acompañamos al autor en su papel de “detective de la Memoria”, para descubrir un pasado que también es el nuestro, porque, como también deja escrito en las paredes de este particular laberinto: “Escribir, a fin de cuentas, es ganarle terreno al olvido.”

El fascismo impuso el miedo, y el miedo se transformó en silencio, un silencio que se alargó más allá de los cuarenta años de la dictadura, un silencio que fue uno de los pilares de la transición, y que ha llegado hasta nuestros días, en los que el fascismo vuelve a recorrer como un Asterión furioso nuestras calles, intentando devorar nuestra Memoria.

Tanto tiempo de silencio y ahora tenemos que dar la batalla por el relato. ¿No crees que es momento ya de romper para siempre ese miedo, y construir entre todos una verdadera Memoria Antifascista, como arma contra las corrientes negacionistas y revisionistas que han alimentado a esa extrema derecha que ya es la tercera fuerza política en el estado?

En España, la memoria histórica oficial se ha enfocado en homenajes simbólicos desde la perspectiva de la reconciliación nacional, es decir, estableciendo una falsa equiparación entre aquellos que defendieron la democracia y aquellos que la vulneraron. No hace falta mirar a Vox: en el desfile de la Hispanidad de 2004, José Bono puso a desfilar juntos a un republicano de la División Leclerc que participó en la liberación de París y a un combatiente de la División Azul que peleó junto a Hitler. El relato dominante sobre la guerra civil es el que se impuso en la Transición: falsificación de la historia, legitimación de las élites franquistas e impunidad para las violaciones de derechos humanos. El ascenso de la extrema derecha en nuestros días no es más que el despertar de un monstruo que siempre estuvo latente y que jamás fue extirpado de los núcleos institucionales.

Cada uno de los capítulos contiene una historia diferente, recorriendo varias épocas y espacios geográficos diferentes, pero no son cámaras estancas, sino vasos comunicantes. En mi empeño por retrasar el final, salté muchas veces hacia atrás, como en la “Rayuela” de Cortazar. ¿Es, en cierto modo, una ruta de lugares heridos, como señalaste en alguna ocasión, que se puede recorrer en más de una dirección, sin un final cerrado?

Me gusta que menciones a Cortázar porque quiero pensar que en La historia oficial hay algo de ese abordaje lúdico de la literatura, donde el lector no se encuentra con una fotografía completa sino con un puzle que debe reconstruir. Hay otras referencias quizá menos evidentes como la Historia universal de la infamia de Borges, la tradición cinematográfica de Robert Altman o la pintura de Leonora Carrington. Me interesa el arte dislocado que hace de la incongruencia una virtud y que se vuelve universal a través de lo concreto. Por eso La historia oficial se puede leer en diversas direcciones. Mi responsabilidad es ofrecer un mapa a los lectores; la responsabilidad de los lectores es elegir por qué caminos se adentran.

“Hubo periodos de mi vida en que desatendí la costumbre de dar testimonio sobre mi propia existencia y hoy solo me queda un vacío de días sobrantes. Un campo de fosas biográficas.” Leyendo este fragmento no pude dejar de pensar en las miles de víctimas del fascismo enterradas en fosas anónimas, cuya biografía no ha escrito nadie. Es terrible la muerte, pero todavía lo es más el olvido. ¿No deberíamos hacer un ejercicio de salud democrática no solo con la recuperación de los cuerpos, en la que debería estar involucrado también el estado, sino también en la recuperación de las historias de los hombres y mujeres a los que el franquismo silenció para siempre?

En esa reflexión hablo de la importancia de los testimonios. Si yo no dejo testimonio de lo que me ha sucedido hoy, muy pronto será como si este día nunca hubiera existido. Al tratar de recuperar los pormenores de otras vidas pasadas me ha ocurrido exactamente eso: he podido reconstruir las existencias de aquellos que dejaron por escrito sus vivencias y sus pensamientos; al contrario, quienes no escribieron nada se han convertido en fantasmas de los que no queda rastro. El paralelismo con las fosas comunes es evidente. Un muerto anónimo sepultado en una cuneta desconocida es como si nunca hubiera vivido. Por eso es tan importante rescatar los cuerpos, darles nombre y contar sus historias. Para devolverles la vida que les arrebataron.

Muchos nietos y biznietos de represaliados, como es tu caso, os habéis convertido en “detectives de la Memoria”, indagando en esas historias que las familias habían silenciado, o que solo conservaban fragmentos inconexos. Conocemos, gracias a “La historia oficial”, muchas piezas de esa investigación, real, que llevaste a cabo, pero seguramente hay mucho más detrás. ¿Cuanto duró ese proceso de investigación y documentación, con que dificultades te encontraste en ese camino, y como ha acogido tu familia que lo hayas sacado a la luz con un libro?

Hay una paradoja en la reconstrucción de la memoria familiar. Hasta que no murieron mis abuelos yo no tuve ni la menor idea de sus vidas pasadas. Ahora es muy fácil decir que ojalá vivieran para poder preguntarles pero la verdad es que mi abuelo solo quiso revelarme su biografía cuando tuvo conciencia de que se estaba muriendo. Lo primero que experimenté fue la revelación de que siempre hubo una historia desconocida delante de mis narices. Tuvo que pasar mucho tiempo para que yo aceptara que en realidad era una historia incompleta y que estaba en mis manos atar los cabos sueltos. Mis familiares me ha ayudado a ordenar las piezas con mucha generosidad y se han sorprendido de la cantidad de información desconocida que he conseguido desempolvar gracias a archivos, hemerotecas y testimonios vivos.

“Quién ha sido torturado una vez permanece torturado hasta el fin de los tiempos”, escribes en otro párrafo del libro, en el que hay un hilo de miedo, de dolor, que conecta, en épocas distintas, Florencia, Abu Ghraib y Madrid, escenarios donde la tortura se normalizó para un sector importante de la sociedad. Hace unos días asistimos a como una diputada de Vox, Macarena Olona, se burlaba de las víctimas de la tortura. ¿Estas víctimas han sido las grandes olvidadas de la democracia, porque apenas se habla de ellas, de su sufrimiento, de las secuelas que han arrastrado? ¿No sería necesario recuperar también sus testimonios, reclamar justicia y que la sociedad entendiera el alcance de estos crímenes de estado?

Como decía antes, la posición de Vox no es más que la versión exaltada de la política institucional oficial. Ayer mismo supimos que la Audiencia Nacional obliga a la madre de Joxi Zabala a abonar 9.252,02 euros en costas por haber reclamado el estatus de víctima. A Joxi Zabala lo secuestraron, lo torturaron en dependencias del Gobierno español, lo llevaron en un maletero hasta un descampado de Alicante, lo obligaron a cavar su propia fosa, le pegaron un tiro y lo enterraron en cal viva. Pues bien, España considera víctima a Carrero Blanco pero no a Joxi Zabala, a Esteban Muruetagoiena, a Mikel Zabalza o a Gurutze Iantzi, todos ellos llevados a la muerte por aquellos que en teoría velan por nuestros derechos. No es Macarena Olona quien humilla a las víctimas sino el conjunto de las instituciones españolas.

“Escribir es acoplar retales, anudar los hilos de otras vidas, encajar las mitades de los mapas”, en ese empeño de cartografiar otras vidas has escrito durante la última década en varios medios como Gara, Público o Ctxt, en un tiempo en el que el mundo periodístico parece haber cambiado mucho, con la irrupción de los medios digitales. Sin embargo en el estado español, más del 90% de los medios de comunicación siguen estando en manos de cinco grupos empresariales, y las fake news, la manipulación interesada y la autocensura están al orden del día. ¿Cómo ves el panorama mediático del estado y que papel crees que juegan los medios alternativos, como el nuestro, que defienden un periodismo sin ataduras ni mordazas?

En primer lugar hay que hablar del oligopolio mediático, que es el correlato periodístico de las élites políticas y empresariales. Me refiero a Atresmedia y Mediaset. Es una anomalía democrática que dos empresas acaparen el 88,4% de ingresos por publicidad. En el caso de Atresmedia, por ejemplo, sabemos que Santander y Caixabank refinanciaron la deuda de 230 millones que tenía el grupo Planeta. ¿Va a denunciar La Sexta que el banco Santander es uno de los principales mecenas europeos de la industria de armamento nuclear? ¿Va a denunciar Antena 3 que Caixabank organizaba EREs masivos mientras ganaba 5.226 millones en 2021? Lo dudo. Yo respeto mucho a los medios alternativos, colaboro con ellos y defiendo el periodismo libre. Pero quiero que ese periodismo libre haga su trabajo en igualdad de condiciones frente a la gran industria de estiércol mediático. Que disponga de sus antenas de televisión, sus redacciones, sus despliegues de personal. Hasta ese momento, la libertad de prensa seguirá siendo papel mojado.

La voces disidentes cada vez están más amenazadas en todo el mundo, se impone el discurso único, mientras en países como Turquía hay una cantidad increíble de medios cerrados y periodistas encarcelados. El estado español también tiene un siniestro historial en la materia, con cierres como el de Egin o Egunkaria, y prisión para periodistas como Pepe Rei o Martxelo Otamendi. ¿Es un oficio peligroso el de periodista, cuando no te ciñes a la linea editorial que marcar los poderes económicos y políticos, cuando no sigues “la historia oficial”, o cuando estás en un lugar incómodo para ciertos intereses, como ha ocurrido con nuestro compañero Pablo González?

Decía Roberto Bolaño que la literatura es un oficio peligroso. Al menos si es literatura de verdad. No por casualidad mataron a Rodolfo Walsh, a Roque Dalton o a Federico García Lorca. Del periodismo puede decirse lo mismo. “Deberíamos escribir peligrosamente o no escribir”, dice Irati Jimenez. Ahora me gustaría recordar a Xabier Galdeano, corresponsal de Egin en Donibane Lohizune que fue asesinado por los GAL. Por aquel entonces, Xavier Vinader ya había pasado por prisión a causa de sus reportajes sobre la ultraderecha. Me acuerdo también de Joan Mari Torrealdai, impulsor de Egunkaria que denunció torturas a manos de la Guardia Civil y murió de cáncer con la convicción de que era una secuela del tormento. Y quiero mirar también a México, donde la matanza de periodistas es el pan nuestro de cada día. O a Ucrania, donde ha fallecido una veintena de trabajadores de prensa. Cuando veo que las grandes televisiones conceden el estatus de periodista a difusores de noticias falsas y correveidiles del amo no dejo de pensar en los estudiantes que se acercan al oficio con la ilusión de que el periodismo, si es periodismo, está para vigilar al poder y no para arrastrarse bajo sus pies.

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