Entrevista a Joan Salicrú (1ª parte): “El conflicto en Bosnia está congelado, en muchos casos tal y como se dejó el día final de la guerra”

En Bosnia no hay ningún proceso de reconciliación a la surafricana o la norirlandesa, ni mucho menos: como siguen mandando esencialmente los mismos que ganaron la guerra, no hay ningún incentivo para entrar en una dinámica de superación del conflicto

Por Angelo Nero

La hipótesis de partida de “Bosnia, la guerra que nos contaron” es realmente novedosa, y comienza con una batería de cuestiones que, incluso para los que hemos seguido entonces el conflicto, y hemos leído sobre el durante los últimos 25 años, introduce nuevos ángulos que quizás no habíamos contemplado.

Comencemos por el principio, por las mismas preguntas que planteas en tu trabajo: ¿tiene sentido hablar de etnias en Bosnia? ¿Es una construcción interesada?

Yo soy catalán y todo el mundo en España sabe que el principal elemento de la identidad catalana es la lengua, el catalán. No pasa en el caso del vasco y no sé hasta qué punto pasa en Galicia –pero obviamente no voy a entrometerme en esto en la primera pregunta- pero en el caso catalán sí pasa. Entonces, observando la realidad bosnia, en la que todos los habitantes del país -por muy distintos que se quieran ver entre ellos- hablan la misma lengua a mí desde hace años se me hace difícil pensar que hay etnias distintas. Pero admito que esta es una fórmula muy propia de verlo de un catalán. Es que las palabras… las carga el diablo: ¿los catalanes y los castellanos son de etnias distintas? Son de comunidades culturales distintas, pero no me atrevería a hablar de etnias; en esto tendría que echarnos una mano un antropólogo, seguramente.

En el caso bosnio seguro que no hablaría de etnias, porque las diferencias eran solo en el background religioso (entendido como cultural, en el pasado, ahora ya no es solo eso, también hay que admitirlo). Otra cosa es que, efectivamente, a raíz del reparto de poder entre las elites de las supuestas etnias que generan los acuerdos de Dayton, estas elites hayan intentado maximizar las diferenciar y ahora sí crear identidades distintas, con supuestas lenguas diferenciadas. Hay casos que hablan del absurdo de todo esto: Tijana Postić, una médico de Igualada que vino de Sarajevo, explica que supo que su familia era de tradición ortodoxa y por lo tanto que ella era “serbia” cuando empezó la guerra, porque vivía en una zona “musulmana” y los padres de los niños “musulmanes” empezaron a decirle que no jugara con ellos. ¡No sabía que era “serbia”! ¿Qué prueba, esto? Que la supuesta conciencia nacional de cada uno de estos tres pueblos era inexistente o que, como mínimo, estaba muy desvanecida.

El factor religioso es otro de los determinantes, según el relato impuesto, en las guerras de los Balcanes, pero aquí también te preguntas, si deberíamos tomarnos en serio la hipótesis que sitúa las diferencias entre los grupos étnicos en el campo de la religión, cuando esta no estaba demasiado presente en la sociedad yugoeslava. ¿También estas diferencias fueron fomentadas para favorecer a otros intereses que no fueron declarados?

Sí, totalmente. El origen religioso, como decíamos, era el único argumento fuerte al que podían aferrarse aquellos que querían dividir los habitantes de Bosnia en criterios étnicos por sus propios intereses. De modo que fue lo primero que hicieron: si unas personas practican una religión, esto no es algo privado sino que vamos a construir su identidad a partir de esto, precisamente. Esto se fue hinchando hasta que se consiguió dividir los habitantes en musulmanes, croatas católicos y serbios ortodoxos. Y claro, hay otro factor que ayudó enormemente: en una guerra las personas necesitan algo a lo que aferrarse, y muchas que no practicaban “su” religión sino que solo la vivían a nivel de costumbres culturales (como la mayoría de españoles viven las Navidades) pasarán a engrosar las filas de esta comunidad religiosa o la otra, alimentando el discurso de los primeros a quien he mencionado. A partir de aquí, ya no hay marcha atrás.

En la propagación del odio entre comunidades, en alimentar el enfrentamiento, jugaron un papel fundamental los medios de comunicación, sobretodo, lo explicas muy bien en el libro, entre las clases más populares y en los sectores más rurales. ¿Fue determinante este papel de los medios en añadir combustible al fuego que acabaría por arrasar los Balcanes?

Totalmente. Nos quejamos mucho, en el momento que vivimos, de las fake news, de la infoxicación, de las dificultades de orientarse informativamente hablando y hacemos bien en hacerlo, pero es todo “por exceso”. En aquel momento, lo que había era un déficit total de información: en ámbito audiovisual solo medios públicos absolutamente moldeados por el poder y nada de internet ni páginas web ni tampoco comunicación por móvil. Hay casos heroicos como el del periódico Oslobodenje, que editaban desde Sarajevo un valiente grupo de periodistas de “todas las comunidades”, y que se atrevían a criticar el gobierno promusulmán de Sarajevo. Pero eran la excepción. Todo eso, en un medio rural, aún es más fuerte, aún había una penetración más bestia del mensaje. Pensemos que en el ámbito rural el nivel de educación era mucho más bajo y por lo tanto la gente mucho más manipulable… Más cosas, sobre la ausencia de móviles, hoy omnipresentes: de la tragedia de Srebrenica no se habló hasta semanas después, a finales de agosto. Esto, ahora, sería imposible: seguro que habría alguien en Srebrenica que nos contaría en tiempo real lo que estuviera pasando. Y quizás conseguiría alarmar la comunidad internacional y que no se produjera lo que pasó. Si la guerra hubiera tenido lugar diez años después, las cosas no habrían ido igual, sin duda.

Hace poco entrevistamos a la actriz gallega de origen croata, Déborah Vukušić, que escribió un poemario y una obra de teatro, “Guerra de identidad”, donde el conflicto que se llevó por delante a Yugoslavia está muy presente, y nos decía: “Las heridas siguen abiertas. No hace tanto que pasó. 30 años. ¿Cuánto tiempo es necesario para olvidar algo tan terrible? ¿Es que se puede olvidar en algún momento?”. En tu opinión ¿siguen abiertas las heridas en las sociedades de Croacia, Serbia y Bosnia?

Cuando estuvimos grabando con Albert Solé el documental La última cinta desde Bosnia, recuerdo que la candidata del único partido multiétnico de Mostar, Irma Baralija, nos contó como ahora mismo en la ciudad vas a un centro comercial de última generación y te encuentras en la cola a alguien que sabes que mató a alguien de tu familia. Y aparentemente no pasa nada, pero es evidente que así es muy difícil superar el conflicto, porque de hecho no se ha superado, se ha congelado. Mostar es una metáfora perfecto de esto: la ciudad sigue absolutamente dividida por lo que era la antigua línea de frente: hay una zona “de nadie” donde no pasa nada pero donde se nota la tensión, la división.

El conflicto está congelado, en muchos casos tal y como se dejó el día final de la guerra. No hay ningún proceso de reconciliación a la surafricana o la norirlandesa, ni mucho menos: como siguen mandando esencialmente los mismos que ganaron la guerra, no hay ningún incentivo para entrar en una dinámica de superación del conflicto. Si lo hicieran y los partidos multiétnicos consiguieran el poder, se les acabaría el modus vivendi a los grandes partidos nacionalistas: en gran parte esto es lo que bloquea que la sociedad bosnia entable un dialogo consigo mismo, las preventas económicas, de trabajo, de poder. Creo que en Bosnia hace falta que pase como mínimo una generación más, aunque también es verdad que cuanto más tiempo pasa el relato de la diferenciación étnica se va consolidando, con lo cual el paso del tiempo, per se, tampoco arreglará nada.

Desde 1943 hasta 1991, durante casi cincuenta años, existió un pueblo yugoslavo, y muchos de sus ciudadanos no se identificaban con una etnia, hablaban el mismo idioma, y también había muchos matrimonios mixtos. ¿Había un sentimiento generalizado de pertenencia a la comunidad yugoslava? ¿Y qué ocurrió para que, sobre todo a partir de la muerte de Tito, en 1980, las diferencias comenzaran a aflorar, y se desataran los conflictos que llevaron a la disgregación de la república federativa?

Esta última es la pregunta del millón. ¿Qué ocurrió para que la sociedad bosnia entrara en esta especie de futuro alternativo en el que vive? ¿Por qué en las primeras elecciones mutipartidistas, en 1990, en vez de ganar la formación sucesora de la Liga de los Comunistas Yugoslavos –como pasó en todos los países del campo socialistas- lo hicieran las formaciones nacionalistas, aunque inicialmente gobernaron juntas, en coalición? No hay una respuesta claro, solo podemos hipotizar: en tiempo de tribulación –crisis económica en toda Yugoslavia, caída del mundo socialista al cual más o menos pertenecía- los ciudadanos bosnios se dejaron llevar más por el instinto que por la razón.

Evidentemente hubo una serie de líderes –primero Milosevic en Serbia, después Tudjman en Croacia, después Izetbegovic en Sarajevo y después los croatas y los serbios locales- que crearon un ambiente de “adversarios” o “enemigos”, una pulsión de “hay que ir en cuidado con estos” porque hace cincuenta años ya nos mataron y podrían volver a hacerlo. Claro, es cierto que entre el final de la Segunda Guerra Mundial y 1980 –como mínimo- el régimen de Tito consigue crear un demos yugoslavo (que en Bosnia tenía una adscripción de un diez por ciento) y que había unas tazas de matrimonios mixtos increíbles y que la práctica religiosa era muy bajo sobre todo entre los musulmanes… pero también lo es que entre los abuelos aún había el recuerdo de como los “croatas” habían matado a los “serbios” con la ayuda de los “musulmanes” durante la Segunda Guerra Mundial, en el Estado Independiente de Croacia, mayormente. Este recuerdo, muy desvanecido, se puso de nuevo encima de la mesa de forma oportunista y por motivos que nos cuesta entender la sociedad bosnia se dejó llevar en su amplia mayoría por una pendiente de la que aún no ha salido.

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