La ciencia médica no ha sabido darnos respuestas rápidas y firmes y las olas de mortalidad globales nos han dejado huérfanos y despistados
Por Ricard Jiménez
«En la historia de la humanidad -sentenció el juez- no ha habido un solo peluquero conspirador. En cambio, no ha habido un solo sastre que no lo haya sido», plasmaba García Márquez en una de sus novelas primigenias. Con tijeras en mano y basto hilo, pero sin herramientas de medida vienen entretejiéndose en los últimos tiempos , cada vez de forma más tupida las redes de lo que se ha denominado como ‘conspiración’.
Sobre este tema hemos hablado con Igor Sadaba, licenciado en Ciencias Físicas y en Sociología, Doctor en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid y autor de numerosos libros, quien en The Conversation esbozó una ‘sociología de la conspiración’.
Durante esta pandemia hemos podido apreciar un crecimiento desmedido en la creación, o por lo menos en su difusión, de teorías conspiranoicas, ¿a qué se debe? ¿Cuáles son los motivos?
Durante la pandemia han coincidido dos hechos que, por separado seguramente producirían efectos diferentes pero que juntos han funcionado como un disparador excepcional de conspiraciones. Por un lado, el shock que ha generado esta situación insólita y casi única de una epidemia mundial. La mayoría de la población del planeta nunca había asistido a una emergencia sanitaria de esta escala lo que ha desatado una suerte de incertidumbre masiva.
La ciencia médica no ha sabido darnos respuestas rápidas y firmes y las olas de mortalidad globales nos han dejado huérfanos y despistados. La falta de certezas ha hecho que multitud de ciudadanos hayan buscado respuestas rápidas o fáciles consumiendo el mundo digital. La magnitud letal de la epidemia nos ha aturdido y ha mostrado toda nuestra fragilidad, evidenciando los límites y los tiempos de la ciencia estándar.
Por otro lado, las redes sociales se han convertido en una especie de vivero de opinión masivo donde todo circula y donde todo puede publicarse. Algunos lo llaman «Sociedad de la Opinión». Dicho entorno ha operado como un lugar de encuentro e interacción horizontal donde cualquier versión resultaba propagable, aunque no fuera creíble. Incluso me atrevería a decir que los medios sociales han formado un entorno institucional paralelo desde donde es posible interrogar e impugnar el dominio de los expertos o de los clásicos líderes de opinión.
La mezcla de ambos fenómenos ha permitido una especie de órdago masivo a las instituciones, políticas y científicas, y una especie de cuestionamiento generalizado. El problema es que aunque ello conlleve una actitud crítica necesaria con los amos del mundo, dicha desaprobación no siempre se ha dirigido contra los más poderosos sino contra la medicina, la ciencia y otras fuentes de conocimiento.
Lo interesante ha sido que, si bien la pandemia, su gestión política y médica y sus soluciones sanitarias ha
n sido el origen inicial de dichas conspiraciones, este tipo de posturas se han extendido bastante más allá de ella. Aunque el epicentro haya sido el covid, no ha parado ahí. Cuestiones como el reciente 11S, las vacunas a lo largo de la historia, el aborto o la eutanasia, la forma geométrica de la tierra o la teoría de la evolución han comenzado a ser contestados y puestos en entredicho.
Dicha confrontación, además, se había formulado tradicionalmente a través de narraciones esotéricas y mágicas pero, actualmente, cada vez más se hace a partir de teorías de cierta base científica. Basta con seguir los experimentos que proponen los terraplanistas. Hoy en día, muchas de las crónicas paralelas de la pandemia utilizan datos y estadísticas médicas, voces sanitarias heterodoxas, médicos disidentes, o figuras públicas exóticas, Miguel Bosé, por ejemplo. Es como si asistiéramos a una especie de Ciencia 2.0 crecida en los arrabales de las redes, en vídeos de Youtube o cuentas de Twitter, y participada por cualquier persona conectada a Internet.
¿Cómo surgen?
Resulta complicado identificar cómo se forman y cristalizan concretamente dichas historias alternativas o movimientos pero existen multitud de cuentas, plataformas, canales, webs, etc. en los que se publican periódicamente posiciones descreídas y cuestionamientos de cualquier hecho científico, político o social.
Cada vez hay más personas que siguen y multiplican esas informaciones lo que ha generado una expansión geométrica. Basta con ver, por ejemplo, los grupos de Telegram que van formándose e incrementando día a día de manera descontrolada. Los clásicos bastiones conspiranoicos han existido siempre: programas de televisión o radio, algunas revistas, etc., pero la diferencia es que ahora tienen miríadas de altavoces y circuitos que los amplifican y multiplican. Ahora no es necesaria una estructura organizativa completa a la antigua usanza, asociación, local físico, partido, sindicato, etc., sino que basta con utilizar la arquitectura digital como forma de existencia.
Cualquier formato comunicativo virtual sirve como esqueleto para ello. Y también hay una mayor receptividad social a estas opciones derivada de la crisis anómica (y económica) y de falta de confianza generalizada no ya tanto hacia la política sino hacia la misma ciencia. Estamos en un momento muy propicio para ello, en temporada de conspiraciones.
¿Realmente tienen estas un impacto real en la sociedad?
Es complicado dar una medida de dicho impacto pero creo que el hecho de que estemos hablando de ello es un buen indicador de que hay que considerarlo. Inicialmente la aceptación social de las vacunas, por ejemplo, se vio bastante influida por este tipo de historias (en noviembre de 2020, el barómetro del CIS daba hasta un 47% de rechazo a vacunarse contra el covid).
Asimismo, hay países donde se están produciendo grandes movilizaciones contra las medidas sanitarias (Francia o Australia) y hay lugares en los que la tasa de vacunación ha quedado muy por debajo de lo esperado por las autoridades sanitarias debido a ello (Bulgaria o el estado de Mississipi). El negacionismo antivacunas, por ejemplo, ha conseguido aglutinar a amplios sectores sociales elevando la sospecha contra este tipo de medicamentos, pero extrañamente no contra otros. En ese sentido sí que están teniendo un impacto considerable.
Creo que se puede considerar su impacto también a través de las movilizaciones y protestas que se han desencadenado en medio mundo. Basta con ver manifestaciones, marchas y concentraciones contra medidas sanitarias o restricciones y controles. Si bien en España han sido pequeñas, hay países como los lugares anteriormente mencionados, Francia o Australia, que las han visto de gran magnitud. Quizás una de las novedades es que ahora más que de teorías conspiranoicas estamos hablando de movimientos o movilizaciones conspiranoicos (el salto organizativo a la protesta).
A través de redes sociales estas se han visto amparadas bajo el paraguas de la supuesta libertad de opinión y el rechazo a los expertos, ¿cómo surge puede leer sociológicamente este patrón?
Un chiste de El Roto dice «Gracias a la rapidez en las comunicaciones, tenemos informaciones falsas en tiempo real». Creo que lo explica muy bien. Con las redes sociales surge la vieja cuestión sociológica de «la masa», ese sujeto que ha tenido clásicamente una visión muy negativa y peyorativa pero que siempre ha estado. La cuestión apunta hacia cómo se consigue la acción colectiva.
¿Bajo qué condiciones un grupo de individuos es capaz de coordinarse, asumir una identidad común, actuar sincronizadamente, etc.? Pues hay que conseguir una masa crítica de ellos y un elemento aglutinante y disparador pero, sobre todo, tiene que existir algún mecanismo de comunicación y organización. Las redes sociales son el medio por el cual esto sucede de forma rápida y coordinada. Gracias a la extensión de internet y su fulgurante interacción es posible que bulos, fakes, cuasiverdades, malas interpretaciones de datos o cualquier tipo de información genere un conjunto de individuos conectados capaces de actuar.
La novedad es que tradicionalmente, este tipo de cibermovimientos tenían una cierta continuidad con movimientos sociales progresistas o clásicos (pacifismo, ecologismo, feminismo, etc.) y ahora parece que dicho mapa se está desdibujando. Si bien no podemos clasificar o catalogar este tipo de grupos de una manera sencilla, no parecen participar de los patrones identitarios, ideológicos o políticos habituales.
Estos nuevos movimientos conspiranoicos, además, tienen una composición bastante transversal y heterogénea aunque, llamativamente, están formados mayoritariamente por gente de mediana edad o mayores (no jóvenes). En épocas anteriores, la desconfianza institucional tenía un cariz más clásicamente ideológico (revolucionario) y ahora tiene un tinte más anticientifista (reaccionario).
Hemos pasado de un 15M que cuestionaba la democracia parlamentaria del bipartidismo a grupos antivacunas o terraplanistas que niegan la ciencia moderna o las decisiones médicas. El cambio es más que sustancial ya que hemos pasado de la defensa de la colectividad a la defensa de la libertad individual, de la crítica al político profesional a la crítica al experto. Es un viraje bastante significativo que tiene que ver con otras transformaciones que se están dando a nivel global (por ejemplo, la desvinculación de las instituciones sociales clásicas como la ciencia está vinculada a un cierto auge de ciertos tipos de individualismo, la libertad individual por encima de las normas colectivas).
¿Qué recorrido tiene una teoría conspiranoica? ¿Debe tratarse desde el simplismo?
Desde luego creo que esto es algo que ahora mismo no podemos responder bien. Ha habido teorías conspiranoicas que han durado décadas (la del área 51 o aquella que afirma que no se ha llegado a la luna o el poder de los masones) y otras que han operado muy poco tiempo (el fin del mundo en el año 2000 se acabó el 1 de enero del 2001). El recorrido parece que se debe al tiempo en que alguna evidencia científica la desmonta, se alcanza un cierto nivel o espíritu de calma social (mayor o menor confianza institucional) y otro tipo de cuestiones (algún cambio social, etc.). Hay otro tipo de conspiraciones o pseudeoteorías o hipótesis (que las vacunas causan autismo) que llevan décadas arrastrándose reapareciendo cada cierto tiempo de manera cíclica. La cuestión es que las actuales han cobrado tanta fuerza que seguramente tendrán un recorrido más largo de lo que se podía prever.
Hasta ahora, dichas conspiraciones se tildaban de delirios extravagantes minimizándose o ridiculizándose. Se pensaba en ellas como algo primitivo o mágico, igual que la gente que cree en el tarot, por ejemplo. Se consideraban asimismo como extrañezas reducidas a grupos de gente con algún trauma psicopático o víctimas ingenuas de videntes esotéricos. Pero creo que lo interesante de este año pasado es que las teorías conspiranoicas han ido ganando fuerza entre sectores de población cada vez mayores fruto de un nivel alto de desafección política y social.
La gran incertidumbre de un capitalismo global desbocado y una amenaza vírica sin parangón ha generado una tremenda desconfianza en lo institucional (ciencia, Estado, medios de comunicación, etc.). Creo que estos movimientos nos dicen mucho del momento que vivimos, son una especie de nuevo milenarismo de una civilización que se debate ante conflictos y problemas sociales que no sabe abordar. Por eso no conviene simplificarlos sin entender qué situaciones sociales los producen.
¿Cómo puede combatirse la desinformación?
Me parece uno de los caballos de batalla más espinoso porque este tipo de cambios sociales son realmente difíciles de revertir. Primero porque el paso del monopolio de los grandes medios a la posibilidad de descentralizar la información tiene sus virtudes (al romper el dominio de dichos gigantes mediáticos con sus intereses comerciales y alineamientos políticos). Y segundo porque ha permitido interesantes proyectos de contrainformación social, política y comunitaria.
Sin embargo, el resultado ha sido una especie de caos babélico en el que el todo vale tiene consecuencias a veces desastrosas. La desinformación es el nuevo laberinto a resolver, el hecho de cómo equilibrar la libertad sin favorecer una centralización monopólica de la información. Hemos visto que ha habido casos terribles de aprovechamiento político de la desinformación (especialmente hacia la extrema derecha).
¿Puede existir una vía en redes sociales para atajar esta problemática?
Francamente ahora mismo lo veo bastante complicado porque ni hay condiciones ni intenciones de revertir o mejorar este proceso. Sí que existen toda una serie de servicios de fact-check (verificación de hechos) y de comprobación de bulos, de revisión de datos e informaciones, etc. Por ejemplo, Newtral y similares se encargan de comprobar muchas de las noticias y mensajes que deambulan por las redes. Pero ya hay muchas comunidades online que los evitan y que consideran que están manipulados o amañados de manera que tampoco hay un consenso amplio en su uso.
Muchos de los sistemas de verificación de hechos o detección de bulos pertenecen, a su vez, a medios de comunicación digitales (Google tiene el suyo) o agencias de prensa (Reuters tiene el suyo). Y creo que bastante gente se resiste a ellos porque desconfían de las grandes corporaciones. Otra opción es intentar seguir medios, no necesariamente comerciales u oficiales, pero que sepas que siguen fuentes fiables (como este). Es decir, intentar tener algunas referencias informativas que puedan ser de garantía contrastada. Y, la última que se me ocurre, es tratar de leer diferentes versiones, todas ellas y evaluar.
Esto implica una dedicación enorme al mundo de la información y una inversión de tiempo y comprobación que no tiene todo el mundo. Pero lo cierto es que, por un lado estamos bastante desasistidos y, por otro, creo que hay una cierta necesidad de creer en otras verdades, de salir de los dominios de la verdad oficial. En otras palabras, que aunque pongas los medios necesarios para la verificación de bulos, hay toda una corriente social que busca deliberadamente salirse de las versiones oficiales ya que no les satisfacen. Si la ciencia no es capaz de darnos más que algunas hipótesis o porcentajes aproximados, grandes poblaciones irán a buscar historias cerradas y afirmaciones categóricas donde sea.
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